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qué es la democracia


[Roger Cohen] Una visión de las responsabilidades de la democracia, forjada en las prisiones del totalitarismo. Y trasnochada.
No es algo de todos los días que un extranjero vea que este libro sea adoptado por las mayores potencias del planeta como la filosofía orientadora en asuntos globales. Pero eso es lo que ha pasado con Natan Sharansky, un político israelí y antiguo disidente soviético. Su reciente libro ‘The Case for Democracy: The Power of Freedom to Overcome Tyranny and Terror', se ha transformado en el libro de rigor en la Casa Blanca de Bush. No es sorprendente. A menudo se lee como una punzante destilación de la visión del mundo al que empujaron al presidente los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Condoleezza Rice, la nueva ministro de Exteriores, explicó la semana pasada lo que será su principio guía: "El mundo debería aplicar lo que Natan Sharansky llama ‘la prueba de la plaza mayor': si una persona no puede instalarse en el centro de una plaza y expresar sus opiniones sin temor a ser detenida, encarcelada o agredida físicamente, entonces esa persona vive en una sociedad de temor, no en una sociedad libre. No podemos descansar hasta que las personas que viven en sociedades dominadas por el temor hayan conquistado su libertad".
La idea de esta prueba de la plaza mayor aparece en la página 40 del libro de Sharansky. Hacia este pasaje ya ha desarrollado los argumentos que serán repetidos de diferentes maneras en el resto de las 263 páginas del libro. Se pueden resumir como sigue: La libertad es alcanzable por todas las personas del planeta. Es la mejor garantía de la seguridad global, porque las sociedades democráticas no son beligerantes. Las sociedades totalitarias, o como dice él, sociedades del temor, son peligrosas porque buscan siempre enemigos externos como un medio de asegurar su continuidad.
Para conseguirla se requiere "claridad moral". Esta frase se repite con aporreante insistencia. Por claridad moral Sharansky quiere decir el coraje de derribar las autocracias donde quiera que existan, incluyendo Oriente Medio. "Debemos reconquistar la claridad moral", escribe, "reconociendo que la gran división entre el mundo del temor y el mundo de la libertad es mucho más importante que las divisiones dentro del mundo libre".
Este libro tiene el mérito de ser directo. Está escrito con vigor, argumentado con estilo e imbuido de la virulenta convicción de un hombre que creció en una sociedad donde "las máquinas de escribir tenían que ser declaradas ante las autoridades". Sharansky es a menudo presciente y rara vez tedioso.
Pero la simplicidad del libro puede también ser simplista. El autor esquiva las preguntas difíciles. Por ejemplo, ¿qué debería hacerse cuando la libertad de una persona -digamos, la de un colono israelí- se transforma en la prisión de otra? ¿Cómo debería entregarse libertad a los 1.3 billones de chinos que viven en una sociedad unipartidista, que es también el motor de la economía mundial? Sobre la primera pregunta Sharansky parece miope. Sobre la última, tiene poco que decir. Pero no son problemas desdeñables.
También ofrece fórmulas claras que parecen un poco rígidas. "Cuando se trata de fomentar la democracia y los derechos humanos en el mundo, los valores e intereses del mundo libre son una y la misma cosa", escribe. Recordemos el discurso inaugural del presidente Bush: "La mejor esperanza de la paz en nuestro mundo es la extensión de la libertad en todo el mundo. Los intereses vitales de Estados Unidos y nuestras creencias más profundas son una sola cosa".
Todo esto suena a falso. ¿No queremos todos libertad? Pero la cuestión de si el derrocamiento de los regímenes autocráticos de Pakistán, Arabia Saudí y Egipto, para nombrar sólo a tres países musulmanes que también son cruciales aliados de Estados Unidos, favorece la causa del mundo libre, es por supuesto una pregunta compleja. También conduce a la siguiente pregunta: ¿Cómo?
En Iraq, Estados Unidos usó la fuerza de las armas para expulsar a un dictador, con resultados mezclados. Además, el derrocamiento de este tirano no fue el principal motivo de una guerra que ha visto inflarse la retórica de la libertad a medida que las otras justificaciones de la guerra se desvanecían.
La política internacional, en otras palabras, es complicada. Los intereses no coincidirán nunca tan nítidamente como argumentan Sharansky y su co-autor, Ron Dermer. El debate sobre qué medida de realismo o ética debería caracterizar la política exterior ciertamente será prolongado.
Pero el principal principio del autor -"el fomento de la paz y la seguridad está relacionado con el fomento de la libertad y la democracia"- está claramente al alza en la era de después del 11 de septiembre.
La propia ética de Sharansky se forjó en la opresión. Encarcelado por las autoridades comunistas, llegó a la idea de que el poder tenía tres fuentes: la libertad interior del individuo, la sociedad libre y el poder de la solidaridad del mundo libre. Algunos de los mensajes más poderosos del libro evocan la desesperación del disidente encarcelado ante el realismo kissingeriano, que colocaba la détente, la intervención y la contención en el centro de la política norteamericana hacia la Unión Soviética.
Los prisioneros se comunicaban hablando a través de los inodoros en sus celdas. "Después de sacar el agua, el inodoro se transforma en un excelente teléfono para hablar con tu vecino", escribe Sharansky. Pero esas comunicaciones eran peligrosas. "Es muy difícil alegar inocencia si un guardia te sorprende con la cabeza metida en el inodoro". Es verdad. Sin embargo, esas cabezas eran todo sonrisas cuando Ronald Reagan "rechazó aceptar la permanencia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas". Hemos aprendido la primera lección en claridad moral.
Pero las cosas se enturbian en la segunda parte de la vida de Sharansky, las casi dos décadas de vida en Israel. Sus argumentos son convincentes sobre la imposibilidad de que Yassir Arafat hiciera alguna vez la paz con Israel debido a que el suyo era un régimen autocrático. Ya en 1993, Sharansky escribió: "La autonomía palestina se puede transformar en un caso de prueba único para la introducción de la democracia en el mundo árabe". La mayoría de la gente se rió de él. Pero el antiguo disidente insistió en que sabía bastante sobre las sociedades de temor para darse cuenta de que los atemorizados acólitos que se reunían en torno a Arafat eran símbolos de un sistema cerrado que "inevitablemente sería una amenaza para Israel".
Esas agudas observaciones, reforzadas por una rápida tregua tras la muerte de Arafat, son sin embargo socavadas por la aparente incapacidad de Sharansky de ver a los palestinos como algo más que una abstracción problemática.
Dice que no quiere dominarlos. Pero también dice que el muro del primer ministro Ariel Sharon es no un robo de tierras, incluso cuando penetra profundamente en Cisjordania, porque "Cisjordania es un territorio en disputa". Demuestra una profunda simpatía por unos pocos cientos de colonos en la ciudad cisjordana de Hebrón, y poco o nada por los 150.000 palestinos que viven allí. Desdeña los asesinatos israelíes de civiles palestinos como resultados no intencionados de operaciones militares. "Los ataques antiterroristas de Israel tienen por fin salvar vidas inocentes y los ataques terroristas palestinos tienen por objetivo destruirlas", escribe. Esto puede parece claridad moral, pero es demasiado simplista.
Sharansky también describe el devastador ataque israelí contra la ciudad cisjordana de Jenín en 2002 como "uno de los mejores ejemplos en la historia de una democracia en cuanto a la protección de los derechos humanos en tiempos de guerra", responsabilizando a la extendida caracterización de las acciones israelíes como brutales "en un ambiente que carece de claridad moral". Algunas de las acusaciones contra Israel eran escandalosas, pero también lo es esta argumentación.
‘The Case for Democracy' es un libro importante. En el mundo post-11 de septiembre de 2001, es elocuente y sincero, en un momento de posibilidades para la libertad; es a menudo persuasivo en su asociación entre libertad y seguridad.
Ahora el peligro es que la belleza de su argumentación se transforme en una especie de ceguera. Usa el caso de maltratos norteamericanos de prisioneros iraquíes en la prisión de Abu Ghraib principalmente para exaltar la respuesta de una sociedad libre ante ese ultraje: investigación, debate público, proceso y castigo.
Pero Sharansky pudo también haber utilizado a Abu Ghraib como un ejemplo de lo que puede ocurrir cuando una sociedad se siente demasiado segura de su misión, demasiado rígida en su poder, demasiado negligente en cuanto a las garantías constitucionales de la libertad y demasiado ciega ante la humanidad de gentes de otras culturas. La claridad moral en nombre de la libertad es una cosa. El eslogan de una libertad que se hace pasar por claridad moral, otra.

Libro reseñado
The Case for Democracy. The Power of Freedom to Overcome Tyranny and Terror
Natan Sharansky with Ron Dermer
303 pages
PublicAffairs
$26.95

24 de mayo de 2005
©new york times
©traducción mQh

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