repensando irán
La elección de un conservador religioso preocupa a la opinión internacional. Un editorial del Washington Post.
En el pasado los iraníes han votado por los cambios en su autoritario y corrupto régimen islámico. Su elección de presidente, Mahmoud Ahmadinejad, difiere dramáticamente de los que votaron por el reformista liberal en las dos elecciones previas, pero no es más probable que Ahmadinejad, un conservador religioso, satisfaga mejor que su fracasado predecesor a los inquietos iraníes. En realidad, debería lograr que Occidente repensara su propia estrategia para promover la libertad dentro de Irán, y para contener el programa nuclear de Irán y su apoyo del terrorismo.
Ahmadinejad, 49, ex alcalde de Teherán, ofreció un mensaje de populismo económico e implícitamente un rechazo del régimen político iraní. Eso aparentemente le ganó un triunfo electoral aplastante entre los iraníes que optaron no votar -mientras una gran parte de la oposición apoyó el boicot- al ex presidente Ali Akbar Hashemi Rafsanjani, 70, el símbolo del desacreditado antiguo régimen. Pero aunque ha prometido un gobierno moderado, es más probable que el nuevo presidente restrinja más que tolere más libertades políticas y personales de los iraníes. También tiene considerable menos interés que Rafsanjani en tener mejores relaciones con inversores y gobiernos occidentales, incluyendo a Estados Unidos. Apoya decididamente el programa nuclear de Irán, y podría fomentar un auspicio más agresivo de actividades terroristas iraníes contra Israel o fuerzas norteamericanas en Iraq.
El gobierno de Bush y otros gobiernos occidentales querrán observar cuidadosamente los giros negativos de la política exterior iraní en los próximos meses. Pero la elección de Ahmadinejad también significa que Irán estará más que nunca en manos del clero chií y del jefe religioso supremo, el ayatollah Alí Khamenei. Khamenei puede todavía preferir la búsqueda de un acuerdo con los gobiernos europeos que podrían frenar el programa nuclear de Irán: De todos modos, esa es la esperanza a la que se aferrarán los gobiernos. En los últimos meses el gobierno de Bush ha respaldado sabiamente a la diplomacia europea, al mismo tiempo que mantiene su derecho a insistir en que Irán sea llevado ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas por violar el Tratado de No-Proliferación nuclear. Aunque no hay razón para dar la bienvenida al nuevo presidente iraní ofreciéndole nuevas concesiones, tampoco hay un motivo inmediato para abandonar el enfoque actual, a menos que Irán rompa su moratoria para el procesamiento de combustibles que podría producir materiales para fabricar una bomba atómica.
Tanto el gobierno de Bush como los gobiernos europeos necesitan empezar a trabajar juntos, en un plan B mejor. Tal como está, parece improbable que con la intervención del Consejo de Seguridad se logre mucho, ya que tanto China como Rusia bloquean cualquier imposición de sanciones por parte de Estados Unidos. Se dice que el gobierno está trabajando en nuevos modos de parar la proliferación iraní desde fuera, penalizando a las compañías que proporcionen materiales claves. Aunque mejor que nada, esas medidas no serán efectivas a menos que sean apoyadas ampliamente por los europeos, con o sin resoluciones de Naciones Unidas. Sería incluso mejor una amenaza europea de impedir la mayor parte de las inversiones y comercio.
Quizás más importante, la eliminación de los liberales del gobierno iraní facilitarían la tarea de los gobiernos occidentales para ponerse explícitamente de lado del desmoralizado pero todavía importante movimiento pro-democracia de Irán, incluso si eso ofende a Ahmadinejad. Después de todo, el nuevo presidente no merece tanta atención. No ofrece soluciones reales a los problemas de su país; sus políticas populistas están condenadas al fracaso. Para mejor o peor, su elección no ha hecho más que agudizar los dos retos del régimen iraní: la revolución interna o el aislamiento internacional.
28 de junio de 2005
©washington post
©traducción mQh
Ahmadinejad, 49, ex alcalde de Teherán, ofreció un mensaje de populismo económico e implícitamente un rechazo del régimen político iraní. Eso aparentemente le ganó un triunfo electoral aplastante entre los iraníes que optaron no votar -mientras una gran parte de la oposición apoyó el boicot- al ex presidente Ali Akbar Hashemi Rafsanjani, 70, el símbolo del desacreditado antiguo régimen. Pero aunque ha prometido un gobierno moderado, es más probable que el nuevo presidente restrinja más que tolere más libertades políticas y personales de los iraníes. También tiene considerable menos interés que Rafsanjani en tener mejores relaciones con inversores y gobiernos occidentales, incluyendo a Estados Unidos. Apoya decididamente el programa nuclear de Irán, y podría fomentar un auspicio más agresivo de actividades terroristas iraníes contra Israel o fuerzas norteamericanas en Iraq.
El gobierno de Bush y otros gobiernos occidentales querrán observar cuidadosamente los giros negativos de la política exterior iraní en los próximos meses. Pero la elección de Ahmadinejad también significa que Irán estará más que nunca en manos del clero chií y del jefe religioso supremo, el ayatollah Alí Khamenei. Khamenei puede todavía preferir la búsqueda de un acuerdo con los gobiernos europeos que podrían frenar el programa nuclear de Irán: De todos modos, esa es la esperanza a la que se aferrarán los gobiernos. En los últimos meses el gobierno de Bush ha respaldado sabiamente a la diplomacia europea, al mismo tiempo que mantiene su derecho a insistir en que Irán sea llevado ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas por violar el Tratado de No-Proliferación nuclear. Aunque no hay razón para dar la bienvenida al nuevo presidente iraní ofreciéndole nuevas concesiones, tampoco hay un motivo inmediato para abandonar el enfoque actual, a menos que Irán rompa su moratoria para el procesamiento de combustibles que podría producir materiales para fabricar una bomba atómica.
Tanto el gobierno de Bush como los gobiernos europeos necesitan empezar a trabajar juntos, en un plan B mejor. Tal como está, parece improbable que con la intervención del Consejo de Seguridad se logre mucho, ya que tanto China como Rusia bloquean cualquier imposición de sanciones por parte de Estados Unidos. Se dice que el gobierno está trabajando en nuevos modos de parar la proliferación iraní desde fuera, penalizando a las compañías que proporcionen materiales claves. Aunque mejor que nada, esas medidas no serán efectivas a menos que sean apoyadas ampliamente por los europeos, con o sin resoluciones de Naciones Unidas. Sería incluso mejor una amenaza europea de impedir la mayor parte de las inversiones y comercio.
Quizás más importante, la eliminación de los liberales del gobierno iraní facilitarían la tarea de los gobiernos occidentales para ponerse explícitamente de lado del desmoralizado pero todavía importante movimiento pro-democracia de Irán, incluso si eso ofende a Ahmadinejad. Después de todo, el nuevo presidente no merece tanta atención. No ofrece soluciones reales a los problemas de su país; sus políticas populistas están condenadas al fracaso. Para mejor o peor, su elección no ha hecho más que agudizar los dos retos del régimen iraní: la revolución interna o el aislamiento internacional.
28 de junio de 2005
©washington post
©traducción mQh
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