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el informante del klan


[Jonathan Yardley] Cuarenta años después, no se sabe si fue leal al FBI o al Ku Klux Klan.
La noche del 25 de marzo de 1965, después de una manifestación por el derecho a voto en Montgomery, la capital de Alabama, Viola Liuzzo salió en su Oldsmobile en dirección a Selma, a 80 kilómetros. Era una mujer blanca de Detroit; tenía 39 años. Sus pasajeros eran otras tres mujeres blancas y dos negros.
En Selma dejó a las tres mujeres y uno de los hombres. Entonces se ofreció a llevar al pasajero que restaba, Leroy Moton, un joven negro de 19 años, de Alabama, de vuelta a Montgomery. A pocos kilómetros de la ciudad, empezaron a ser seguidos por un Chevrolet Impala. De repente, se colocó detrás de ellos y sus ocupantes comenzaron a dispararles. El Oldsmobile giró bruscamente hacia un prado. Uno de los hombres en el Chevrolet dijo: "Les di a los dos. Esa zorra y ese canalla están muertos y en el infierno".
Moton sobrevivió con heridas leves, pero Liuzzo estaba muerta. Aterrorizado, Moton corrió a lo largo del camino a la búsqueda de ayuda. Tarde esa noche, un ayudante de la activista por los derechos civiles, Hosea Williams, llamó por teléfono al marido de Liuzzo, Jim, que, como sus hijos, estaba paralizado por el dolor ante la noticia. El presidente Lyndon Johnson y el director del FBI, J. Edgar Hoover fueron notificados y empezó la cacería de los asesinos. Nadie tenía optimismo. Los agentes de policía estarían "buscando una aguja en un pajar", como dijo Hoover, porque no había "pistas no sospechosos", y el asesinato había ocurrido en el condado de Lowndes, sobre el que el fiscal general de Alabama, Richmond Flowers, dijo, citando a sus hombres: "Más odio que aquí no hay en ninguna parte".
Sin embargo, después de algo más de 24 horas Johnson dijo al país que se había detenido a cuatro hombres: Eugene Thomas, William Orville Eaton, Collie Leroy Wilkins y Gary Thomas Rowe Jr., todos miembros de la Guarida Eastview Nº13 del Ku Klux Klan, de Birmingham. Pero el cuarto hombre, Rowe, de hecho no fue ni detenido ni encarcelado. Era, y lo había sido durante cuatro años, un informante encubierto del FBI, y ahora estaba a punto de tener que revelar su identidad, si declaraba ante el tribunal contra sus tres compañeros del Klan. Parecía como si una gran victoria estuviera esperando al movimiento por los derechos civiles en el Sur y sus aliados en Washington, una victoria que se ganaría en un lugar con el que sólo rivalizaba el condado de Neshoba, en Mississippi, como el bastión más encarnizado y violento del odio y racismo blancos.
La historia fue la noticia de la época, pero en cuatro décadas ha desaparecido de la memoria de la opinión pública. El movimiento por los derechos civiles tenía demasiados mártires y Viola Liuzzo había desaparecido en medio de la multitud, aunque se distinguía por ser blanca y mujer, y aunque se publicara hace siete años un biografía sobre ella. Sin embargo, ahora su historia ha vuelto a la vida en ‘The Informant'. Como lo deja claro el título de Gary May, se concentra en Gary Thomas Rowe antes que en Liuzzo, pero hay buenas razones para eso. Devastador como fue su asesinato para su propia familia, la historia más grande y más importante es la de la relación de Rowe con el FBI, y viceversa, ya que hace surgir serias preguntas sobre el precio que paga la opinión pública cuando las agencias del orden público se meten a la cama con personajes indeseables con la esperanza de obtener información desde dentro sobre organizaciones peligrosas y violentas -preguntas que obviamente son de particular urgencia en momentos en que Estados Unidos y sus aliados intentan infiltrar las organizaciones terroristas.
El FBI de Hoover retrataba a Rowe como un héroe porque los ocasionales fragmentos de información que entregaba, pero de heroico no tenía absolutamente nada. Cuando un agente llamado Barret G. Kemp lo reclutó en 1960, parecía mucho más un enemigo que un aliado: "Reunía todas las características de un miembro del Klan de Alabama: Era joven, 26, con el temperamento exaltado y la costumbre de resolver las disputas a puñetazos. Estudió hasta octavo y tenía antecedentes policiales, y sabía manejar armas de fuego y explosivos. La historia de su carrera estaba llena de altibajos... No era un racista rabioso, pero no le gustaban los negros ni sus aliados ‘negros blancos' que estaba causando problemas en todo el Sur". También quería ser poli, "alguien que quería desesperadamente ser policía, pero no estaba calificado para el trabajo". Cuando un agente del FBI lo reclutó, se sintió en el séptimo cielo:
"Kemp lo rescató de una vida aburrida como camarero de media jornada, gorila y maquinista...; fue convertido en un agente encubierto del FBI, y entró en un mundo de reuniones a medianoche, nombres secretos, entregas de mensajes, peligrosos aprietos, aventuras raras y la posibilidad de hacer líos sin preocuparse de las consecuencias".
Que es más o menos exactamente lo que hacía. Aunque había sido contratado primero por el FBI, y luego por el Klan, estaba transformándose en un verdadero miembro del Klan con exceso de celo. Profesaba un gran amor por su país, pero lo que realmente le gustaba era pegarle a la gente, y la misión del FBI le daba carta blanca para hacer precisamente eso: "Para obtener información, así como para proteger su propia cobertura y su vida, participaría con sus compañeros del Klan en lo que llamaban ‘trabajo misionero' -atacar a agitadores negros y blancos y otros ‘agitadores desconocidos' que estaban minando el ‘modo de vida sureño'", y lo hacía con gran entusiasmo. Cuando los Viajeros de la Libertad [Freedom Riders] llegaron a Birmingham en 1961, el ministerio de Justicia informó después: "Rowe fue uno del puñado de miembros que más responsabilidades tienen en la violencia", una actuación que continuó mientras estuvo bajo la protección del "velo protector" del FBI.
Así, "durante 1962 y 1963, Rowe tenía antecedentes de estar implicado en los atentados con bomba en Birmingham", de los que hubo tantos que la ciudad llegó a ser conocida como Bombingham. En cuanto al más espantoso de estos, la explosión en la Iglesia Bautista de la Calle 16 en septiembre de 1963 que mató a cuatro niñas, May concluye que -en el mejor de los casos- "Rowe, consciente o inconscientemente, desvió al FBI de los verdaderos culpables, tuvo dificultades en explicar dónde se encontraba la noche en que se colocó la bomba y fue incapaz de identificar correctamente a los hombres que fueron finalmente condenados por el atentado contra la iglesia" y que -en el peor de los casos- "puede posiblemente haber tenido conocimiento previo de que se iba a colocar una bomba en la iglesia o puede él mismo haber participado en el atentado".
El papel de Rowe en el asesinato de Viola Liuzzo es igualmente turbio. Él estaba en el coche con los hombres que se sabe que dispararon contra ella. No está claro si él también disparó. En este como en muchos otros aspectos del caso, las historias han cambiado (incluyendo la de Rowe mismo) y las declaraciones han sido contradictorias. Sin embargo, una cosa es segura: Rowe no hizo nada para impedir el asesinato de Luzzio y por tanto fue cómplice de él. También lo fue, por extensión, el FBI. La familia Liuzzo inició un pleito contra el gobierno federal dos décadas más tarde, por "juicio fraudulento bajo la Ley Federal de Reclamaciones", que fue rechazado por un juez que hizo la escandalosa afirmación de que "Rowe no era un ‘hombre peligroso o violento', sino un modelo de funcionario público -‘quizás el mejor informante' en el Sur". Así, el caso terminó como había empezado: en la oscuridad, envuelto en el misterio y las sospechas. Que gran parte de estas se ciernen sobre el FBI es comprensible, ya que su relación con Gary Thomas Rowe no era ni tan clara ni productiva como afirmaba la agencia. May escribe: "Los logros de Rowe como informante eran... limitados y a menudo ambiguos, reflejando al informante mismo. A veces incluso él se preguntaba por la necesidad de infiltrar al Klan; según sus cálculos, había una docena de miembros violentos del Klan en la Guarida Eastview Nº13, y todos sabían quiénes eran. Creía que con vigilarlos de cerca, la violencia desaparecería. Los otros en la Guarida se contentaban con escuchar diatribas racistas, mirar ‘El Nacimiento de una Nación' y disfrutar de la compañía de gente como ellos".
Eso era fácil para el FBI, que con Hoover quería jugar a policías y ladrones, y a los espías. Si había demasiada testosterona en la Guarida, también había mucho en el FBI. Sería reconfortante pensar que el FBI ha aprendido algo de esta historia, pero el sentido común y la historia cuentan otra cosa. También lo hace el elegante libro de Gary May, que nos devuelve esa espantosa época con increíble verosimilitud y cuenta, de manera ejemplar, una historia aleccionadora de verdadera importancia. Su personaje central, Gary Thomas Rowe, murió en 1998, "en la ruina y con 6.000 dólares de deuda", pero los inquietantes interrogantes que plantea su historia continúan sin resolver.

Libro reseñado:
The Informant
The FBI, the Ku Klux Klan, and the Murder of Viola Liuzzo
Gary May
Yale University
431 pp. $35

Se puede escribir al autor a: yardleyj@washpost.com.

3 de julio de 2005
©washington post
©traducción mQh

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