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marines judíos en 1945


[Tom Brokaw] Atrapados en el Holocausto.
Sesenta años después, todavía estamos escudriñando los triunfos y errores de la Segunda Guerra Mundia, los héroes y los canallas, los mitos y las terribles verdades, las grandes historias y las pequeñas, tratando de entender las varias capas de una época que el historiador británico John Keegan ha calificado como el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad.

Aunque todas las grandes piezas han sido montadas en la mesa de la historia hace ya algún tiempo, es el descubrimiento de episodios poco conocidos los que aumentan constantemente nuestro aprecio, fascinación y repulsión ante el brutal choque de civilizaciones en el corazón del siglo 20.
El libro de Roger Cohen, ‘Soldiers and Slaves', meticulosa y apasionadamente documentado, es uno de esos hallazgos. Es la historia de marines americanos que fueron capturados por los alemanes a fines de 1944 y enviados a un infame campo de trabajos forzados donde entraron en el oscuro mundo del Holocausto.
Muchos de los casi 350 soldados, aunque no todos, eran judíos, y fueron separados por los nazis para ser enviados a un campo que eran tan brutal y deshumanizador que los soldados que sobrevivieron fueron reconocidos como supervivientes del Holocausto.
Cohen, escritor internacional en general y antiguo editor internacional del New York Times que escribe la columna Globalist para el International Herald Tribune, dedica el libro a la memoria de Charles Guggenheim, un hombre elegante y de voz suave que fue un galardonado cineasta de documentales. Guggenheim pasó los últimos años de su vida investigando y filmando el destino que habría sido el suyo si hubiera zarpado hacia Europa con su unidad, el regimiento de infantería 106. En lugar de eso, una infección del pie lo mantuvo en casa.
Los que fueron participaron en el invierno de 1944 en la Batalla de las Ardenas, el desesperado contraataque de las fuerzas nazis contra posiciones americanas en la profunda nieve de un invierno belga. Fue una batalla feroz y las líneas americanas se estiraron tanto que los alemanes fueron capaces de tomar prisioneros a miles de marines.
William J. Shapiro, médico con la División de Infantería Nº28. Tenía 19 y era hijo de inmigrantes judíos-rusos que había crecido en el Bronx, donde sus padres se preocupaban más sobre la asimilación en la cultura americana y en la supervivencia económica que sobre su identidad judía.
"Yo no era judío cuando fui a la guerra", dijo Shapiro. "Yo era un soldado americano". Sin embargo, como otros marines judíos, sus placas de identificación tenían una H, de Hebreo. Cuando los alemanes rodearon su posición a mediados de diciembre de 1944, Shapiro borró la placa, pero no su nombre, de modo que sus captores alemanes le reservaron, a él y otros judíos americanos capturados, un lugar en un infierno poco conocido llamado Berga.
Berga era un campo nazi de trabajos forzados más pequeños en el este de Alemania. En los últimos meses de la guerra, los estrategas de Hitler lo escogieron como el sitio de un frenético esfuerzo para desarrollar un combustible sintético para mantener en la guerra al Tercer Reich. Embarcaron a los prisioneros judíos de otros campos de concentración, incluyendo a Buchenwald, a Berga, y los obligaron, junto con prisioneros de guerra norteamericanos, a empezar a ahuecar una montaña para construir un centro de producción subterráneo.
Las bestiales condiciones de trabajo, la ausencia de cuidados médicos y alimentación, y la crueldad de los guardias nazis, especialmente un alemán con una larga hoja de antecedentes criminales de antes de la guerra, condujo rápidamente a los americanos con nombres como Goldin y Lubinsky a una primordial lucha por la supervivencia. Otros -Goldman, Schultz, Rosen, Cantor- murieron como resultado de enfermedades, golpizas y malnutrición. También murieron así americanos no-judíos, como Young, Johnson y Osborn.
No murieron en el campo de Berga sino en una poco conocida marcha hacia la muerte en abril de 1945, cuando los alemanes empezaron una frenética retirada hacia el oeste a medida que los rusos les cerraban el este, una retirada forzada que se reclamó la vida de 50 soldados americanos en menos de dos semanas. Dos docenas más murieron en el campo, de modo que para mediados de abril de 1945 un 20 por ciento de los americanos embarcados a Berga en febrero de 1945 ya habían muerto como resultado de las indescriptibles y crueles condiciones.
Cohen, basándose en la investigación original de Guggenheim, trazaron a los supervivientes para pedirles relatos de primera mano de sus vidas entonces y ahora y su continuada lucha de 60 años más tarde para vivir con los recuerdos de esa atroz experiencia. Cuenta sobre el singular papel de Johann (Hans) Kaste, un alemán-americano que fue un modelo de dignidad de un soldado y, después, de la rabia cuando al finalizar la guerra persiguió a uno de sus torturadores nazis.
En medio de la dura prueba americana, Cohen también documenta la extraordinaria odisea de Mordecai Hauer, un joven judío-húngaro que sobrevivió a Auschwitz, Buchenwald y Berga mientras perdía a casi todos los miembros de su familia inmediata. La única conexión de Hauer con los americanos es que estaban en Berga al mismo tiempo, pero su historia es tan convincente e incluida con tanta destreza que mejora el relato principal, antes que debilitarlo.
¿Quién puede condenar a un periodista por querer escribir todo lo que ha descubierto sobre la inhumanidad, crueldad, injusticia, coraje y supervivencia en un mundo subterráneo gobernado por una servil devoción a ‘Befehl ist Befehl' -una orden es una orden?
Como ‘Soldiers and Slaves' nos hace recordar de manera inolvidable, la Segunda Guerra Mundial fue una épica militar y una lucha política que seis décadas después sigue sacando lo grotesco de su cicatrizado paisaje y sigue, sin embargo, inspirando los recuerdos de una época en que el mundo se volvió loco.

7 de julio de 2005
11 de mayo de 2005
©new york times
©traducción mQh

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