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ideales por comida


[Barbara Demick] Segundo artículo sobre Corea del Norte. [Tras ‘Vida Dura en Corea']. El hambre está llevando a los norcoreanos a empezar empresas capitalistas, debilitando el férreo control del régimen comunista.
Durante la mayor parte de su vida, Kim Hui Suk ha recitado los dichos del fundador de Corea del Norte, Kim Il Sung, y no tuvo nunca un momento de duda: Los capitalistas eran los enemigos. El individualismo era demoníaco.
Pero entonces cayó el desastre sobre su ciudad natal, Chongjin, en la remota costa este de Corea del Norte. Las fábricas se quedaron sin combustibles. Dejaron de repartirse las raciones de alimentos. Mientras miraba sucumbir poco a poco a su familia ante el hambre -su suegra, su marido y su hijo morirían finalmente de inanición-, Kim se dio cuenta de que tenía que cambiar.
Aunque era conocida como una persona estricta, sobornó a un burócrata para poder vender su apartamento. Luego, sin otras habilidades comerciales que su capacidad de sacar cuentas con un ábaco, usó las ganancias de la venta para establecerse en el mercado negro, venteando bizcochos y destilados que elaboraba con maíz.
Por semejantes delitos, Kim arriesgaba la cadena perpetua. Pero obedecer las reglas habría significado su sentencia de muerte.
"La gente simple y bondadosa que hacía lo que se le decía -ellos fueron los primeros en morir de hambre", dijo Kim, una abuela de voz suave que vive ahora en Corea del Sur y ha adoptado un nuevo nombre para proteger a sus familiares que todavía viven en el Norte.
La hambruna que mató a 2 millones de norcoreanos a mediados de los años noventa y la muerte del fundador del país, Kim Il Sung, desencadenaron en 1994 grandes cambios en el desconocido país comunista.
Los mercados están brotando a la sombra de fábricas abandonadas, las influencias extranjeras están ampliando las fronteras, la inflación es galopante y la corrupción, desaforada. Ha surgido una pequeña clase de nuevos ricos, incluso en momentos en que un grupo mucho más grande ha sido obligado a trocar todo por el alimento.
Esta es la imagen de la vida en Corea del Norte que es descrita por más de 30 personas de Chongjin, la tercera ciudad del país. Algunos son desertores que viven en Corea del Sur. Otros fueron entrevistados en China, a la que entraron ilegalmente a trabajar o mendigar. En este reportaje también se han utilizado informes de socorristas y videos hechos en Chongjin ilegalmente por vecinos descontentos.
Aunque el régimen norcoreano tiene la reputación de ser el último Gran Hermano, la gente de Chongjin dice que la gente acata cada vez menos lo que ordena el gobierno. Hay poco que pueda llamarse disensión política, pero los residentes describen una agobiante sensación de desilusión que sigue en gran parte sin formulación.
"La gente no es idiota. Todos creemos que nuestro gobierno tiene la culpa de nuestra terrible situación", dijo un minero del carbón de 39 años, de Chongjin, que fue entrevistado a fines del año pasado durante una visita a China. "Todos sabemos lo que pensamos, y todos pensamos lo mismo. No necesitamos hablar sobre ello".
Kim Sun Bok, 32, un antiguo obrero que llegó a Corea del Sur en el verano pasado, dijo que el país "está cambiando increíblemente".
"Ya no es la vieja Corea del Norte, excepto el nombre".

Hace una década, cuando la gente en Chongjin necesitaba nuevos pantalones, tenían que ir a tiendas de propiedad del estado que vendían artículos de monótonos marrones o una apagada sombra de índigo. Los alimentos y otros artículos de primera necesidad eran racionados. A veces el gobierno permitía la venta de verduras cultivadas en casa, pero hasta los cepillos de pelo debían comprarse en alguna de las tiendas oficiales.
Hoy, la gente puede comprar en mercados en todo Chongjin -el resultado de un estallido de empresas permitidas a regañadientes por las autoridades. Se puede comprar de casi todo -helados de China, devedés pirateados, coches, Biblias, ordenadores, propiedades inmobiliarias y sexo-, pero sólo los que pueden pagar los altos precios.
La meca del comercio detallista es el mercado de Sunam, una estructura con marcos de madera con un tejado de hojalata corrugada apretujada entre dos fábricas en ruinas.
Los pasillos rebosan de pepinos frescos, tomates, melocotones, cebollinos, sandías y coles, como se ve en un inusual video hecho el año pasado por Osaka, el grupo de derechos humanos con sede en Japón -Rescue the North Korean People. Todo lo demás viene de China: cinturones, zapatos, paraguas, libretas, bandejas, cazuelas de aluminio, cuchillos, palas, coches de juguete, detergentes, champús, lociones, cremas para las manos y maquillaje.
Todas las siete municipalidades de Chongjin cuentan con un mercado controlado por el estado. Sunam, el más grande de la ciudad, está creciendo, y algunos dicen que tiene más variedad de productos que el mercado mayor de Pyongyang. Muchos vendedores llevan sus permisos prendidos al lado derecho del pecho, mientras las obligatorios botones con Kim Il Sung deben llevarse en el corazón.

Aunque los mercados se han estado expandiendo durante más de una década, fue sólo en 2002 y 2003 que el gobierno promulgó reformas económicas que aligeraron algunas de las prohibiciones que los afectaban. La mayoría de los vendedores son mujeres más viejas, como Kim Hui Suk, 60, una diminuta mujer con una corta permanente y de ropas inmaculadas.
A principio de los años noventa trabajaba en la guardería de una fábrica textil cuando la producción encalló repentinamente. A los hombres se les ordenó permanecer en sus puestos de trabajo, pero los cuadros del Partido de los Trabajadores en la fábrica empezaron a murmurar que las mujeres casadas, o ajumas deberían tener un segundo empleo para mantener a sus familias.
"Estaba claro que las ajumas tenían que salir a hacer dinero o la familia moriría de hambre", dijo Kim.
Primero trató de criar cerdos, encerrándolos en un cobertizo junto a su edificio de apartamentos en el centro de la ciudad y alimentándolos con los restos de la preparación del queso de soja. Pero la electricidad y el agua eran demasiado irregulares para mantener el negocio.
En 1995, Kim vendió su apartamento en el selecto barrio de Shinam y compró uno más barato, esperando usar las ganancias para importar arroz desde el campo. Pero eso también fracasó cuando se lesionó la espalda y no pudo seguir trabajando.
La situación de la familia se hizo desesperada. El empleador de su marido, una emisora de radio provincial, dejó de pagarle el salario y se acabó la distribución de alimentos. En 1996, su suegra murió de inanición, y su marido la siguió al año siguiente.
"Primero se puso muy, muy delgada y luego se hinchó. Sus últimas palabras fueron: ‘Bebamos una botella de vino, vamos a un restaurante a pasarlo bien", recordó Kim. "Me entristeció no poder cumplir su último deseo".
En 1998, el hijo de 26 años de Kim, que había sido un luchador y un gimnasta, debilitó con el hambre y contrajo neumonía. Una inyección de penicilina del mercado le habría costado 40 won, lo mismo que suficiente maíz en polvo para alimentarse a sí misma y sus tres hijas durante una semana. Optó por el maíz y vio a su hijo sucumbir ante la infección.
Pero Kim no se rindió. Volvió a intercambiar apartamentos y utilizó el dinero para empezar otro negocio -esta vez haciendo bizcochos y neungju, un potente destilado ilegal de maíz. Si los compradores no tenían dinero, aceptaba guindilla en polvo o cualquier cosa que le pudiera servir.
"Teníamos justo lo suficiente como para poner comida en la mesa", dijo Kim.

Gran parte del comercio en Chongjin no ha sido todavía autorizado oficialmente, así que tiene un aire improvisado. El dinero cambia de manos sobre los carros de madera que pueden ser empujados a prisa en caso de necesidad. Los que no pueden permitirse carros, venden sus artículos sobre lonas estiradas sobre la tierra.
Las boutiques de moda son arrejuntadas con pértigas y cuerdas de tender ropa, alegrando el monocromático paisaje con chillones rosados y estampados. Algunas ropas no llevan etiqueta y los vendedores susurran que estos artículos vienen de araet dongne, o "el pueblo de abajo", un eufemismo para Corea del Sur, cuyos productos son ilegales en el Norte.
Los compradores pueden comprar sacos de arroz de 40 kilos estampados con banderas estadounidenses, y bizcochos y tallarines de maíz producidos por tres fábricas de Chongjin gestionadas por el Programa Mundial de Alimentación de Naciones Unidas -todos proyectos de ayuda humanitaria.Alguna gente corta el pelo o reparan bicicletas, aunque furtivamente pues se supone que estos trabajos son controlados por la Oficina de Aparatos Domésticos del gobierno.
"Se vienen al mercado con una silla y un espejo y cortan el pelo", dijo Kim. "La policía puede aparecer en cualquier momento, detenerlos y requisar sus tijeras".
Otro negocio nuevo es el local de ordenadores. Se parece a un café cibernético, pero como no hay acceso a internet en Corea del Norte, lo usan principalmente adolescentes para jugar video games.
Hay más productos disponibles, pero la inflación los coloca fuera del alcance de la mayoría de la gente. El precio del arroz ha subido casi en ocho veces desde las reformas económicas de 2002, a 525 won por libra; un obrero promedio gana 2.500 won al mes -casi 1 dólar a la tasa de cambio no autorizada.
Funcionarios del Programa Mundial de Alimentación en Corea del Norte dicen que la gran mayoría de la población está peor desde los cambios económicos, especialmente los obreros, los funcionarios civiles, los jubilados y todos los demás con ingresos fijos. Pero también hay quienes se han hecho ricos. Los vecinos pobres de Chongjin los llaman peyorativamente donbulrae, o insectos del dinero.
"Hay gente que empezó haciendo negocios muy temprano y aprendieron a manejar las cuerdas", dijo un profesor de matemáticas jubilado de 64 años que vende conejos en el mercado. "Pero los que como nosotros éramos leales y creíamos en el estado, somos los que más estamos sufriendo".

Si el centro económico de Chongjin es el mercado de Sunam, su corazón político es la Plaza de Pohang, una enorme plaza dominada por una estatua de bronce de Kim Il Sung de 7 metros 60.
La hierba aquí está ordenadamente cortada, los arbustos podados y el pavimento en buenas condiciones. Incluso aunque el resto de la ciudad no tiene electricidad, la estatua está bañada en luz. Al otro lado de la calle, un limpio edificio alberga una exposición permanente de la flor nacional, una begonia híbrida llamada kimjongilia, en honor del presidente actual Kim Jong Il.
Debido a que la práctica de la religión está prohibida, la Plaza de Pohang es considerada como un centro espiritual. Los recién casados posan para fotografías en sus mejores ropas, inclinándose ante la estatua de modo que su unión sea simbólicamente bendecida.
Cuando murió Kim Il Sung el 8 de julio de 1994, medio millón de personas llegaron a la Plaza de Pohang a pagar sus respetos bajo una diluvial lluvia y un asfixiante calor. Pero incluso entre las devotas multitudes, había descontentos.
Uno era Ok Hui, la hija mayor del empresario Kim Hui Suk. Aunque ocupaba obedientemente su lugar en el gentío, la tristeza que sentía venía del presentimiento de que Kim Jong Il sería peor que su padre.
"Yo iba día y noche, como todos los demás. Tú tenías que... Pero no podía llorar", recordó Ok Hui, ahora de 39, que no quiere que se publique su apellido.
Ok Hui trabajaba en la unidad de propaganda de una empresa constructora, un trabajo que implicaba salir a dar vueltas en un camión con un megáfono, exhortando a los trabajadores a esforzarse por la patria. Pero no creía en lo que predicaba.
Su padre le había enseñado a desconfiar del régimen. Como periodista y miembro del Partido de los Trabajadores, sabía más sobre el mundo exterior que mucha gente y se daba cuenta de lo lejos que estaba Corea del Norte de Corea del Sur y China.
"Él y sus amigos que quedaban hablando en la noche cuando mi madre salía, y hablaban de lo ladrón que era Kim Jong Il", dijo Ok Hui.
Su madre, sin embargo, era una fiel seguidora. "Yo vivía sólo para el mariscal. Nunca pensé otra cosa", dijo Kim Hui Suk. "Incluso cuando murieron mi marido y mi hijo, pensé que era mi culpa".
Ok Hui y su madre tenían frecuentes riñas. "¿Por qué me hiciste nacer en este terrible país?", recuerda Ok Hui, fastidiando a su madre.
"¡Cállate! ¡Estás traicionando a tu país!", replicó Kim.
"¿A quién quieres más? ¿A Kim Jong Il o a mí?", dijo su hija.
El régimen era probablemente menos querido en Chongjin que en otros lugares de Corea del Norte. En su provincia de Hamgyong del Norte se había acabado antes que en otras áreas y las tasas de muerte por inanición estaban entre las más altas del país.
La gente de Chongjin tiene la reputación de ser los más independientes de Corea del Norte. Un famoso informe sobre disturbios se concentra en la ciudad. En 1995 oficiales de alta jerarquía del cuerpo del ejército 6 en Chongjin fueron ejecutados por deslealtad y toda la unidad, calculada en 40.000 hombres, fue licenciada. Todavía no está claro si el incidente fue un intento de insurrección o un caso de corrupción.
Chongjin es conocida por sus violentas guerras de bandas y a veces es difícil distinguir entre disturbios políticos y delitos corrientes. Hubo crecientes incidentes de robos e insubordinación. En las fábricas, obreros desesperados desarmaron las máquinas o retiraron los cables de cobre para venderlos y comprar comida.
Las ejecuciones públicas de los pelotones de fusilamiento se realizaban junto al mercado de Senam y en la calle del parque juvenil -que en el pasado era un popular paseo de enamorados.
En una aldea llamada Ihyon-ri en las afueras de Chongjin, una banda sospechada de actividades contra el gobierno mató a un agente de la seguridad nacional que había tratado de infiltrarse en el grupo, dijo la antigua maestra de kindergarten Seo Kyong Hui.
"Este tipo era de mi pueblo. Lo habían enviado a informarse sobre un grupo que estaba implicado en actividades sospechosas", dijo. "Lo descubrieron y lo apedrearon hasta la muerte".
Las brigadas de trabajo salían temprano en la mañana para lavar las pintadas contra el régimen hechas en la noche, de acuerdo a grupos de derechos humanos, pero la mayoría de la gente tenía demasiado miedo como para expresar su descontento. Hablar mal del gobierno es todavía considerado una blasfemia.
Para desalentar las actividades contra el régimen, Corea del Norte penaliza los "delitos políticos" relegando a familias enteras a áreas remotas o campos de trabajos forzados.
"Si tuvieras otra vida, darías gustosamente esta para derrocar a este gobierno", dijo Seo, la maestra. "Pero tú no eres el único castigado. Toda tu familia es enviada al infierno".

Aunque el régimen de Kim Jong Il se debilita, muchos de sus hombres fuertes se están haciendo ricos. Muchos de los ricos de Chongjin son miembros del Partido de los Trabajadores o están vinculados a los militares o a los servicios de seguridad. En la nueva economía, usan sus vínculos con el poder para hacer negocios con China, conseguir permisos comerciales, extraer sobornos y vender favores burocráticos.
"Los que tienen poder en Corea del Norte siempre encuentran la manera de hacer dinero", dijo Joo Sung Ha, 31, que creció en Chongjin y trabaja ahora como periodista en Seúl.
Joo era el consentido hijo único de un importante funcionario, y su familia vivía en Shinam, en las colinas al norte de la ciudad con vistas al océano. Según estándares de Corea del Sur o China, las casas unifamiliares con hileras de pescados y calamares secándose en los tejados no son nada especial. Pero para los norcoreanos, son mansiones.
La familia Joo tenía una casa de bloques de cemento de 186 metros cuadrados y un jardín tapiado dos veces ese tamaño. El jardín fue crucial para proteger a la familia de la hambruna, aunque tuvieron que vérselas con soldados hambrientos que escalaban las murallas y robaban patatas y coles.
Las familias norcoreanas miden su posición social por la cantidad de armarios que poseen, y la familia de Joo tenía cinco -más un televisor, una nevera, una grabadora, una máquina de coser, un ventilador eléctrico y una cámara. No tenían teléfono ni coche -en esa época eran impensables, incluso para una familia de buena situación-, aunque sí una bicicleta.
"Los aparatos eléctricos no nos servían porque no había electricidad", dijo Joo. "Lo más importante era la bicicleta, porque los buses y tranvías dejaron de circular".
Joo asistió a la mejor escuela primaria de Chongjin, el instituto de lenguas extranjeras de la ciudad, y finalmente a la universidad más importante del país, la Universidad de Kim Il Sung, en Pyongyang. Nunca conoció a un angloparlante en el Norte, ni a ningún extranjero en realidad, pero adiestró su oído con videos de la BBC y películas de Hollywood prohibidas.
"A veces miraba ‘Lo Que el Viento Se Llevó' dos veces al día. A los demás los podían arrestar por mirar películas de Hollywood", recordó.
Las miradas de Joo en la cultura occidental corroyó su lealtad al sistema. "Me vi a mi misma 20 años después en el momento más importante de mi carrera y Corea del Norte se estaría derrumbando", dijo.
Mientras muchos de sus compañeros de estudio trabajaban para el servicio de noticias de propaganda del régimen, Joo logró volver a Chongjin, donde enseñó en la escuela secundaria hasta que se escapó en 2001.
"La gente de nuestro vecindario no lo podía entender", dijo Joo, que sigue en contacto con la familia. "Pensaban que yo lo tenía todo".
Kim Hye Young, actriz, nació también en una cuna de oro. Su padre, Kim Du Seon, era funcionario de una compañía comercial que vendía champiñones y pescado en China. Aprendió a hacerse camino entre la burocracia usando sus contactos con el ejército y los servicios de seguridad.
"Si uno de los oficiales tenía una boda en la familia, vendrían a recoger un par de cajas de vino", dijo el viejo Kim.
A medida que el comercio con China se hizo más importante, la familia prosperó. Se movilizaban en un coche de la compañía y comían en el mejor restaurante de Chongjin.
Mientras crecía, Kim mostró don por el teatro, y por medio de su talento se transformó en miembro de la elite por su propio derecho. Su mejor papel lo tuvo en una obra titulada ‘El fuerte y el justo', en la que representaba a una espía que da su vida por Corea del Norte.
Cuando la pieza ganó el primer lugar en el festival de drama de Pyongyang en 1996, fue recibida por Kim Jong Il. Todavía pasmada con el recuerdo, dijo que el presidente le dio la mano y una estilográfica.
"Yo sabía que, como actriz, tenía un importante papel en promover la ideología de mi país", dijo Kim.
Kim y sus hermanas no sintieron la hambruna, y su madre dijo que se esforzó por protegerlas.
"Mis hijas todavía no saben cuántos niños murieron de hambre en nuestro vecindario", dijo su madre, Choe Geum Lan. Tampoco les contó que su padre, como resultado de sus viajes de negocios a China, estaba cada vez más pesimista sobre el futuro de Corea del Norte.
En 1998, cuando Kim fue a casa desde Pyongyang de vacaciones, sus padres le dijeron que la familia pensaba visitar a una tía en Musan, una ciudad cerca de la frontera china. No fue sino hasta que cruzaron al otro lado que Kim y sus hermanas adolescentes se enteraron que había huido.
Kim, ahora de 29 y haciendo publicidad para pasta dental en Corea del Sur, es uno de los pocos desertores que dice que no quería dejar su país.
"Yo estaba contenta con mi vida", dijo.

Hoy, las elites de Corea del Norte están todavía mejor, y en sus casas tienen teléfonos e incluso coches.
"Ahora, por 4.000 o 5.000 dólares cualquiera puede comprar un coche. Antes no podías ni siquiera inscribir tu propio coche. Ni lo soñábamos", dijo Kim Yong Il, un desertor de Chongjin que vive en Seúl.
Hace poco logró enviar a su familia Chongjin un ordenador de contrabando de China. Las compañías estatales de Corea del Norte no tienen ordenadores, así que están ansiosas de contratar a gente que sí tienen. "Si tienes un ordenador, puedes conseguir un trabajo", dijo.
Los visitantes se han choqueado con el nuevo y conspicuo consumo en Chongjin.
Jeung Young Tai, un académico surcoreano que estaba en Chongjin entregando ayuda del gobierno surcoreano, observó a un barrigón parado frente al Hotel Chonmasan junto a un Lexus nuevo.
Y en una calurosa primavera en Kyongsong, en las afueras de la ciudad, vio a una mujer llevando un perro faldero -una vista sorprendente en un país donde hay tan poca comida que las únicas mascota son los pececillos de colores.
"Tienes la impresión de que hay una tremenda brecha entre los ricos y los pobres y que la brecha está creciendo", dijo Jeung.
El lado negativo, por supuesto, es que los pobres se están haciendo más pobres.

En Chongjin, los que están debajo del montón se encuentran en la estación de trenes.
El cavernoso edificio luce un enorme retrato de Kim Il Sung sobre la entrada y un reloj de granito que rara vez tiene la hora correcta. Da a una enorme plaza atiborrada de gente que espera los trenes -a veces durante días, porque los trenes no tienen horarios fijos- y gente que no está esperando nada.
Son los sin casa, muchos de ellos niños. Son llamados los kotchebi, o golondrinas, porque recorren las calles y a veces las ciudades a la búsqueda de comida. Muchos se reúnen en la estación de Chongjin, porque es un centro importante y los viajeros tienen más que dar.
Una toma de video del año pasado hecha por un oficial militar y vendida a la televisión japonesa NTV, captó a niños descalzos cerca de estación con ropas rotas y sucias peleando por un frasco de kimchi casi vacío. Un niño avanzaba rápidamente por el pavimento sobre sus nalgas; el narrador dijo que los dedos de sus pies habían sido corroídos por congelamiento.

Kim Hyok sabe lo fácil que es para un niño terminar en la estación; él pasó la mejor parte de dos años viviendo aquí.
"Si no puedes encontrar a nadie o si se fueron de casa, es muy probable que los encuentres en la estación", dijo Kim, ahora de 23 y viviendo en Corea del Sur.
La madre de Kim murió cuando él empezaba a caminar y fue criado por su padre, que era miembro del partido y empleado de una unidad militar que vendía pescado en China. Durante su infancia, Kim, su padre y un hermano mayor vivían en relativa comodidad en un apartamento de varios pisos en el distrito de Sunam.
Cuando en 1993 el gobierno dejó de repartir raciones, el padre de Kim usó sus conexiones para colocar a sus hijos en un orfelinato a 97 kilómetros.
Kim, que entonces tenía 12, no lamentaba dejar su casa. Se pensaba que vivir en un orfelinato era un privilegio porque tenían comida.
En 1997, justo antes de su cumpleaños 16, Kim se "graduó" del orfelinato. Se subió a un tren de vuelta a Chongjin, pero cuando llegó a su vecindario, las cosas no le parecieron familiares. No había electricidad. Muchos edificios de apartamentos no tenían cristales en las ventanas y parecían estar vacíos.
Subió los ocho pisos en la más completa oscuridad hasta el apartamento de su familia, oyó llorar a un bebé y se preguntó quién podría ser. Confundido y asustado, llamó a la puerta.
Una joven pareja abrió la puerta y le dijeron que su padre se había mudado hacía tiempo, pero había dejado un mensaje: Que lo buscara en la estación.
El fenómeno de la vagancia es un testamento a lo mucho que ha cambiado Corea del Norte. Antes de la hambruna, el gobierno controlaba los movimientos de la gente de manera tan estricta que no podían siquiera soñar con visitar a un familiar en un pueblo cercano sin un permiso de viaje -menos podían vender sus casas. No aparecerse por el trabajo podía atraer a la policía a la casa.
Pero a medida que la gente se embarcaba en búsquedas cada vez más desesperada de comida, las familias se dividieron. Con pocos teléfonos y un servicio de correos que apenas funciona, padres e hijos se separaron.
"La gente simplemente se echó a caminar porque tenían hambre", dijo Kim. "Vendían sus apartamentos por unas pocas bolsas de arroz".
Kim nunca encontró a su padre. Tampoco encontró nunca a su hermano, que había dejado el orfelinato un año antes.
Sin tener dónde ir, Kim terminó en la estación. Por la noche, dormía apretujado en un estrecho espacio designado para una puerta de hierro corrediza. De día, merodeaba cerca de los vendedores de comida en la plaza. A menudo trabajaba con una banda de otros niños -unos de ellos volcarían el carro de un vendedor y los otros recogerían lo que cayera.
"Si no eres rápido, no comes", dijo Kim, que incluso hoy en Corea del Sur llevan el signo de la malnutrición crónica, con una cabeza que parece demasiado grande para un tórax horriblemente chico.
Kim empezó a brincar en los lentos trenes que pasan por Chongjin en ruta a la frontera china. Una vez a bordo, Kim treparía hasta el techo de un vagón, se aplastaba contra la superficie para evitar los cables eléctricos arriba y usando su mochila como almohada, viajaba durante horas.
En la frontera vadeaba hasta el otro lado del río para pregonar los artículos que llevaba en la mochila: artículos caseros comprados a vecinos de Chongjin, que estaban vendiendo sus posesiones.
En 1998, Kim fue detenido por las autoridades chinas, que no reconocen a los norcoreanos como refugiados. Fue enviado de vuelta a Corea del Norte y pasó dos años en un campo de prisioneros antes de escapar de nuevo a China en 2000, donde fue eventualmente recogido por misioneros y llevado a Corea del Sur.
Por cada persona sin casa que sobrevivió, muchos más probablemente murieron. Kim Hui Suk recuerda una escena particularmente macabra en la estación de trenes.
"Una vez los vi cargar tres cadáveres en un carro", dijo Kim. "Un tipo, un hombre en los cuarenta, estaba todavía consciente. Sus ojos todavía parpadeaban, pero igual se lo estaban llevando".
Aunque las filas de los sin casa se han reducido desde lo peor de la hambruna, gente de Corea del Norte dice que todavía son considerables.
"Si alguien desaparece, no sabes si cayó muerto en el camino o si se marchó a China", dijo el minero.
Unos 100.000 norcoreanos han escapado a China en los últimos 10 años. Muchos han terminado volviendo a Corea del Norte, sea porque son deportados o porque extrañaban a sus familias. A menudo vuelven con dinero, mercaderías y extrañas nuevas ideas.
Los contrabandistas acarrean cofres que pueden contener hasta 1.000 DVDs pirateados. Telenovelas surcoreanas, películas sobre la Guerra de Corea y películas de acción de Hollywood están entre los más populares. Incluso la pornografía se está haciendo con un mercado.Es un cambio radical para un país tan puritano que hasta hace poco las mujeres no podían andar en bicicleta porque se pensaba que era muy provocativo. Seo Kyong Hui, la maestra, dijo que cuando ella dejó Corea del Norte en 1998, "yo tenía 26, y todavía no sabía cómo se concebían los bebés".
Incluso hoy a las mujeres se las prohíbe llevar faldas cortas o blusas sin mangas, y ni hombres ni mujeres pueden llevar vaqueros. Las infracciones te ganan reproches de la policía de costumbres.
Pero es una batalla perdida pretender sellar herméticamente el país. Hace apenas unos años, los norcoreanos de a pie podía hacer llamadas telefónicas sólo desde las oficinas de correo. Llamar al extranjero era prácticamente imposible. Ahora alguna gente lleva móviles chinos y paga para viajar a la frontera y recibir una señal para llamar al extranjero.
Los contrabandistas también traen radios chinos baratas. A diferencia de las radios norcoreanas, que son presintonizadas a emisoras oficiales, los modelos chinos pueden sintonizar con cualquier emisora, incluso con programas surcoreanos o las emisiones en coreano de la Radio Asia Libre.
En el pasado, ser capturado con contrabando de este tipo enviaba a la persona a una cárcel política. Hoy, es más probable que el personal de seguridad confisque el artículo ilícito para su uso personal.
Cuando un policía detuvo a Ok Hui, la hija del empresario, con una radio china en 2001, la primera pregunta que hizo fue: "¿Así que sabes cómo funciona esto?"
Apuntó las frecuencias de las emisoras de radio surcoreanas.
"¿No tienes audífonos de modo que puedas escuchar sin que nadie te oiga?", preguntó entonces el oficial.
Corea del Norte instruye a sus ciudadanos que el país es un paraíso socialista, pero el gobierno sabe que las influencias del exterior pueden fracturar sus ilusiones mantenidas con tanto esmero.
"La ideología burguesa anti-comunista está paralizando a las mentes sanas", advierte un documento del Partido de los Trabajadores datado en abril de 2005. "Si permitimos que nos influyan esas ideas nuevas, nuestra idealización absoluta del mariscal Kim Il Sung desaparecerá".
Entre los que lograron llegar a China, muchos describen el momento de revelación cuando descubren lo mal que están los norcoreanos.
Kim Ji Eun, un doctor de Chongjin, recuerda que vadeó el río Tumen parcialmente congelado en marzo de 1999, se tambaleó hasta una granja china y vio un plato de arroz blanco y carne en un patio.
"Al principio no me di cuenta. Pensé que quizás era para enfriarlo", recordó Kim, que ahora vive en Corea del Sur. "Entonces me di cuenta de que en China los perros viven mejor que incluso los miembros del partido en Corea del Norte".

Muchos residentes de Chongjin que son capturados tratando de huir del país terminan de vuelta en la ciudad, detrás de los alambres de púas del Centro de Detención de Nongpo.
Se ubica cerca de los rieles de trenes en una pantanosa área de la costa. Los prisioneros deben trabajar en los pesados arrozales cercanos o en la fábrica de ladrillos, donde la jornada de trabajo empieza a las 5 de la mañana.
Ok Hui fue una de los que pasó un tiempo en Nongpo. De naturaleza rebelde, se hartó del régimen de Corea del Norte y de un matrimonio difícil.
En septiembre de 2001, durante de los varios y frustrados intentos de fuga, fue detenida en Musan y llevada de vuelta a Chongjin por tren. Los guardias ataron a las prisioneras unas a otras amarrando fuertemente los cordones de los zapatos a sus pulgares.
En Nongpo, las reclusas dormían en literas de 10, tan apretujadas que tenían que dormir de lado. Las recién llegadas tenían que dormir abajo en el pasillo cerca de los retretes inundados. Las comidas consistían de una delgada y salada sopa, a veces con unos dientes de maíz crudos o un pedazo de patata cruda.
"Las murallas eran muy altas y rodeadas de alambres", dijo Ok Hui. "Una mujer trató de trepar la muralla. Casi la mataron a golpes. No puedes imaginarte cómo quedó. Nos obligaron a mirar".
Un día, cuando la asignaron a trabajar en los campos, vio a una anciana. Se sacó las bragas y las ofreció a la mujer a cambio de que entregara un mensaje a su madre. Las bragas son escasas en Corea del Norte, así que la mujer aceptó y accedió a enviar un telegrama a la madre de Ok Hui.
Con lo que había ganado en el mercado, Kim Hui Suk compró diez cajetillas de cigarrillos para un funcionario de seguridad para que dejara en libertad a su hija.
Algunos días después, el encargado de la prisión se apareció a hablar con Ok Hui y otras reclusas que estaban recogiendo maíz. Todos debían salir en libertad dentro de poco, y el administrador les instó a resistir las tentaciones del capitalismo e imperialismo y a que se dedicaran a Corea del Norte.
Luego pidió una votación a mano alzada: ¿Quién prometía no volver a huir a China?
Ninguna mujer levantó la mano.
"Todas estábamos pensando que nos habían contado mentiras toda la vida", recordó Ok Hui. "De hecho, toda nuestra vida era una mentira. Sentíamos una rabia terrible contra el sistema".
El administrador de la prisión miró a las mujeres acuclilladas en hosco silencio en el maizal.
"Bueno", dijo, "si volvéis a China, no os dejéis capturar".
Cuarenta días después de su liberación, Ok Hui volvió a escapar a China y llegó finalmente a Corea del Sur. Usó sus 8.000 dólares de subsidio de re-asentamiento del gobierno surcoreano para pagar a un intermediario y sacar ilegalmente a su madre de Corea del Norte. Hoy, Ok Hui trabaja en una funeraria y su madre como ama de llaves.

Jinna Park contribuyó a este reportaje.

8 de julio de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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