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diez años de srebrenica


[David Rhode] Recuerdos que atormentan.
Srebrenica, Bosbia y Herzogovina. Hace una década, aquí en el este de Bosnia, Camila Omanovic amarró una cuerda a un tubo de hierro en una fábrica abandonada. Pidió a Dios que la perdonara y trató de ahorcarse.
Días antes, soldados serbo-bosnios habían dominado a los 370 pobremente armados soldados holandeses de Naciones Unidas que protegían Srebrenica, un enclave de 40.000 bosnios musulmanes que había sido declarado un "área segura" bajo protección de Naciones Unidas. En el último y más brutal capítulo de cuatro años de guerra étnica -y la peor masacre desde la Segunda Guerra Mundial-, las fuerzas serbias capturaron y mataron a más de 7.000 hombres y niños musulmanes. El marido de Omanovic era uno de ellos.
Convencida de que sería violada, torturada y asesinada, Omanovic prefirió el suicidio. Pero dos chicos adolescentes la vieron, pidieron ayuda y los soldados holandeses la colocaron en el suelo.
Mientras se espera que hasta 50.000 personas se reúnan aquí el lunes para conmemorar el décimo aniversario de los asesinatos -crímenes de guerra que los jueces han declarado que fue genocidio- y las expulsiones forzosas de más de 30.000 mujeres y niños musulmanes, tres vidas meditan sobre los cambios en Srebrenica, y cómo persisten los horrores de entonces.
Un serbo-bosnio que llegó a Srebrenica al día siguiente de la caída de la ciudad y ayudó a salvar a dos musulmanes de Srebrenica, se había hundido en una vida ensombrecida por una economía anémica, mafias criminales y una testaruda ignorancia sobre el alcance de la masacre. Un soldado holandés todavía sirve en su unidad, pero lo acosa el recuerdo de Srebrenica. Omanovic y 2.900 musulmanes más han vuelto a la ciudad determinados a revertir la meta serbia de crear un estado serbio "étnicamente puro" en Bosnia. "Nadie pensó que seríamos capaces de volver", dijo Omanovic, cuya cara enrojece de orgullo. "No tengo miedo".

La Tumba de un Marido
Hoy, Omanovic es una mujer cambiada.
Una mujer frágil y conmocionada cuando fue entrevistada justo después de la caída de la ciudad hace diez años, se mostró asertiva y animada un viernes noche reciente en la nueva casa de huéspedes de su hermano en Srebrenica. Rió, movió las manos en el aire y sacudió su cabeza incrédula mientras explicaba cómo se había armado de coraje para volver a casa.
"Todos teníamos miedo de volver, porque todos tenemos malos recuerdos", dijo, rodeada de viejos amigos musulmanes. "Pensé que nunca volvería aquí".
Su retorno a casa es parte de un proyecto estadounidense, europeo y canadiense de 21 millones de dólares para retornar a los musulmanes a Srebrenica y reconstruir la ciudad. El progreso ha sido lento, y algunos sobrevivientes de Srebrenica acusan a Estados Unidos y Europa de tibieza. Dicen que los musulmanes están volviendo porque son pobres y no tienen dónde ir. Los dos líderes serbios acusados de cargos de genocidio en el asesinato, Radovan Karadiz y Ratko Mladic, siguen fugitivos.
Para Omanovic, todo musulmán que retorne aquí es una victoria. Los musulmanes conforman ahora un 40 por ciento de la población. El alcalde de la ciudad es musulmán. El 40 por ciento del cuerpo de policía es musulmán. A la escuela secundaria de 600 alumnos serbios, asisten 40 niños musulmanes.
Omanovic trabaja como contable en la misma fábrica donde trató de ahorcarse. Ahora alberga las oficinas administrativas de un extenso monumento conmemorativo a los muertos de Srebrenica. Uno de los adolescentes que ayudaron a salvarla, es ahora un agente de policía de la ciudad; el otro es un guardia del monumento. Tras ser expulsados de Srebrenica, Omanovic vivió en el centro de Bosnia, una región dominada por los musulmanes. El año pasado le ofrecieron trabajar como contable en el monumento. No pudo dormir durante tres noches. La embargaban visiones de la guerra, y una inesperada nostalgia de Srebrenica. Había otra cosa que la tiraba: la tumba de su marido.
Los análisis de ADN han permitido identificar a 2.070 musulmanes encontrados en los bosques y en fosas comunes. Los investigadores descubrieron el cuerpo del marido de Omanovic, un ingeniero al que ella llama "mi querido Ahmet', en el sitio de una emboscada. Su cuerpo carecía de cabeza y de una de sus manos.
"Mi alma se regocija", dijo. "Me siento cerca de él. Voy a su tumba".
Omanovic vive en una calle en gran parte de casas abandonadas. Sus vecinos son otras ocho viudas musulmanas.
Ignorando los rumores de que la ciudad está embrujada, las mujeres han vuelto a empezar una competencia de antes de la guerra que honra los más bellos jardines de Srebrenica. Entre las abandonadas casas de los muertos, crecen jardines de rosas rojas cuidadosamente cultivadas.
"Me gustaría que la ciudad volviera a ser como era", dijo Omanovic.
Cuando se reunió con la antigua secretaria de su marido, una mujer serbia, se abrazaron. Sus cuerpos temblaron, y lloraron. En la cola del banco local, los serbios señalan a Omanovic que avance hacia la caja.
Pero ella y otras vecinas dicen que los musulmanes y serbios de la ciudad viven en mundos paralelos. Socializan rara vez. Los dos lados, dicen, ocultan sus verdaderas emociones.
"Son muy amables, me saludan con besos", dijo. "Después de todo lo que pasó, yo sé que están simplemente actuando".

Amargura de Su Salvador
A un kilómetro y medio de la nueva casa de huéspedes de la familia Omanovic, está la casa de un antiguo soldado serbio que creció en Srebrenica. El antiguo soldado, un hombre de edad media, pidió hablar a condición de conservar el anonimato, porque teme la venganza de los nacionalistas serbios si estos se enteran de que salvó a dos musulmanes después de la caída de la ciudad.
En la época de la masacre, era soldado en el ejército y le ordenaron separar a un grupo de hombres musulmanes, la mayor parte viejos, de una multitud de refugiados, y subirlos a un camión, dijo. Divisó a dos viejos musulmanes que lo habían tratado con amabilidad cuando era niño: el antiguo maître d'hôtel en el restaurante de la localidad y su profesor favorito en la escuela secundaria.
Desafiando a un serbio de rango superior, le dijo a los dos viejos que se podían quedar con las mujeres.
En una entrevista separada, el profesor musulmán confirmó que el hombre le había salvado la vida y la del empleado del hotel.
Hoy, el antiguo soldado está más amargado y tiene menos confianza. Se quedó que los musulmanes tienen más trabajo en el ayuntamiento, la policía y las fábricas.
Como otros serbios locales, tiene envidia de los cambios en Srebrenica y minimiza la masacre y la responsabilidad serbia. Rechaza las numerosas evidencias forenses y dos confesiones de oficiales militares serbios en los juicios por crímenes de guerra, y cuestiona el número de muertos.
"El islam está financiando todo eso", dijo.
En entrevistas de hace una década, expresó confianza en que los serbios de Bosnia tengan un país separado. Pero mientras los musulmanes han vuelto a Srebrenica, la población serbia ha disminuido a 4.000, apenas un tercio de lo que era antes de la guerra. Dijo que la comunidad internacionales estaba obligando a los serbios a vivir con los musulmanes. "Todos sabemos lo que nos están imponiendo", dijo. "No somos tan estúpidos. Comprendemos".
Dice que los soldados de Naciones Unidas tendrán que quedarse en Bosnia hasta que una economía fuerte alivie las tensiones.
Pero también se muestra cínico sobre los nacionalistas serbios. En un momento después de la guerra, le dispararon cuando trató de separar una pelea en la que participaba un serbio. Diplomáticos occidentales han dicho que el serbio es miembro de una de las mafias nacionalistas serbias que florecen en el país.
El ex soldado predijo que el hombre no sería castigado nunca.
"Estamos peleando por un sistema", dijo, queriendo decir un estado serbio bien gobernado. "Y esto es lo que tenemos".

Soldado Holandés No Puede Olvidar
A 1.300 kilómetros al noroeste de Srebrenica, en Holanda, el sargento primero Theo Lutke, 34, piensa en la caída de la ciudad "casi todos los días".
"Creo que tengo una mochila llena de experiencias", dijo. "Esta experiencia estará siempre ahí".
Él y otros soldados holandeses de Naciones Unidas trataron de cumplir su función como escoltas no armado de los buses con mujeres y niños musulmanes que eran expulsados de la zona. Pero los soldados serbios les robaron a punta de pistola sus cascos azules de Naciones Unidas y sus chalecos antibalas y los usaron para engañar a los musulmanes para que se rindieran. Un soldado holandés fue obligado a subir a un vehículo robado de Naciones Unidas, le dieron un rifle y fue llevado a "cazar musulmanes" por los serbios. No encontraron a ninguno.
"No sé si podría volver a casa", dijo el sargento Lutke, que es uno de las pocas docenas de veteranos de Srebrenica que todavía sigue en el ejército holandés.
Cuando se conoció la dimensión de la masacre, Srebrenica se convirtió en un escándalo nacional en Holanda. Una exhaustiva investigación provocó la renuncia del primer ministro del país en 2002. El comandante del batallón holandés dijo que se mudó a España porque la gente en Holanda le gritaba "cobarde" en la calle.
El sargento Lutke pasó un tiempo meditando sobre sí mismo. "Me miraba al espejo y me preguntaba: ‘¿Hice todo lo que pude?'" Cree que sí. Y culpa a los nacionalistas serbios.
El gobierno holandés ha continuado desplegando soldados para Naciones Unidas, enviando tropas a Macedonia, Albania, Etiopía, Liberia, Afganistán e Iraq.
En junio de 2004, la unidad holandesa que sirvió en Srebrenica fue enviada al sur de Iraq. Cuatro helicópteros Apache respaldan a la unidad, la potencia de fuego que oficiales militares holandeses dicen que habrían retrasado o paralizado el avance serbio hacia Srebrenica. Como veterano de Srebrenica, al sargento Lutke le pasaron una patrulla.
"Te vuelves a sentir soldado", dijo. Sin embargo, después de que su patrulla matara a dos sospechosos de ser terroristas suicidas, los recuerdos de Srebrenica se agolparon en su mente. Volvió a casa antes de tiempo.
"Algo explotó dentro de mí", dijo, refiriéndose a esos recuerdos. "Quería dormir. Y no podía dormir. No podía".

Nicholas Wood contribuyó desde Bosnia en este artículo.

10 de julio de 2005
©new york times
©traducción mQh

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