día del juicio de un nazi
[Richard A. Serrano] Josias Kumpf, 80, puede ser deportado. El antiguo soldado de las SS alemanas niega haber matado a judíos. "Yo era un tipo bueno", dice -pero no puede repetirlo ante una superviviente de un campo de exterminio.
Racine, Wisconsin. Dos abogados del gobierno llamaron a la puerta de una rústica casa de ladrillos aquí hace dos años y, al no obtener respuesta, se dirigieron hacia la parte de atrás. Allá encontraron a un viejo sentado en una silla de patio, solo. Llevaba una gorra para protegerse del sol de la tarde. Observó que uno de los abogados estaba embarazada, y limpió otra silla. Siéntese, dijo.
Josias Kumpf había estado viviendo en Estados Unidos durante casi medio siglo. Había sido un ciudadano estadounidense durante 40 años. Se había casado, criado a cinco hijos y trabajado durante 35 años rellenando embutidos en una fábrica de Chicago. Jubilado y viudo, con la salud deteriorada, estaba viviendo en la casa de su hija, en Racine.
Sus visitantes eran abogados del ministerio de Justicia. Habían llegado para preguntarle por sus documentos de inmigración. Había otro asunto más importante, pero antes de que pudieran decir algo, Kumpf, 80, se echó a reír. Él sabía por qué estaban allí. Sin motivo, saludó con el brazo: Sieg Heil'. Hablaron durante más de una hora, y Kumpf firmó una declaración jurada de cuatro páginas, 17 puntos, manuscrita, que los abogados habían redactado ahí en el patio.
Sí, él había sido un "soldado de Hitler". Sí, había participado en el temido cuerpo nazi de las SS y era centinela de prisioneros judíos como guardia de la unidad de Calaveras de las SS en un campo de concentración en Polonia.
Pero, agregó, "no tengo nada que ocultar. No le hice nada a nadie. Tengo las manos limpias".
En mayo Kumpf se convirtió en el ex nazi número 100 procesado exitosamente por la Oficina de Investigaciones Especiales del ministerio de Justicia. Un juez federal de Milwaukee ordenó que se le revocara la ciudadanía y, en caso de que se rechazaran sus apelaciones, sea deportado.
La unidad de Justicia fue formada en 1979 para identificar, localizar y expulsar a ex nazis que llegaron a Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Con una dotación de abogados e historiadores, la oficina descubrió a Kumpf tras comparar los recién descubiertos archivos Axis y las listas de enrolamiento de las SS, con documentos de inmigración estadounidenses.
En todos estos casos, funcionarios federales están corriendo contra el tiempo. Del mismo modo que los veteranos de la Primera Guerra Mundial están muriendo, también mueren los que pelearon al otro lado. Y también están muriendo los sobrevivientes de los campos de concentración que podrían identificar a sus perseguidores.
Mientras los recuerdos se desvanecen, los informes de atrocidades individuales se hacen más turbios. Así que quizás no se sepa nunca con certeza qué papel jugó Kumpf el 3 de noviembre de 1943, en el campo de trabajos forzados de Trawniki, en Polonia.
Lo que se sabe es: Los prisioneros judíos habían sido obligados a cavar un laberinto de trincheras y luego tenderse en ellas, desnudos. Guardias armados de ametralladoras los mataron entonces, de a cien cada vez, hasta que miles de ellos llenaron la tierra. Los nazis tocaron música por los altavoces del campo para apagar los gritos, esa mañana, tarde y noche. Cuanto terminaron, hasta 10.000 cuerpos fueron quemados.
Kumpf dice que no se le puede considerar responsable de lo que pasó ese día. Pero al menos una sobreviviente de Trawniki, Vivian Chakin, de Beverly Hills, se burla de eso.
Chakin, como Kumpf, inmigró a este país; ella también se convirtió en ciudadana estadounidense y formó a una familia. Pero perdió en los campos a sus padres y a su único hermano. Quiere que Kumpf sea deportado.
"Tuvo una buena vida. Tuvo una familia", dijo Chakin, 78. "Eso es lo que mi familia no tuvo. Eso es lo que mi hermano nunca tuvo. ¿Por qué no hacerle sentir algo del sufrimiento? ¿No deberíamos castigarlo?"
El acento alemán de Kumpf sigue siendo fuerte y su cara redonda deja ver su edad. A veces los vecinos lo ven sacar a pasear a su desaliñado perro gris por Rodney Lane. Otras veces lo ven montado en su cortacésped.
"Es un hombre recto, y yo lo dejaría tranquilo", dijo Tom Fosbinder, un vecino. "Incluso antes de que saliera en las noticias, me dijo que él no había tenido opción, que era un adolescente cuando los alemanes llamaron a su puerta, armados, y lo reclutaron para el ejército".
Kumpf y su familia no hablarán sobre su pasado mientras esté recurriendo la orden de deportación. Pero su historia está bien documentada en deposiciones, declaraciones juradas, documentos históricos y otros papeles que forman parte del intento del gobierno para deportarlo.
Un alemán étnico, Kumpf nació el 7 de abril de 1925, en Neu Pasua, Yugoslavia. Asistió a la iglesia luterana de la localidad y, tras tres años en la escuela, la abandonó para ayudar a su padre en su pequeña granja de caballos. Como la mayoría de los 8.000 habitantes del pueblo, los Kumpf eran pobres.
Era un hombre grande, de 1 metro 83, de ojos castaños y pelo negro. Lo llamaban el Schwarze Hund' [Perro Negro]. "Aquí hay un hombre fuerte", dijo el año pasado a los fiscales, golpeándose el pecho en el despacho del fiscal en el centro de Milwaukee, cuando prestaba declaración. "En el pasado era fuerte. Fuerte".
El ejército alemán marchó contra Neu Pasua en el otoño de 1942. Kumpf tenía 17 cuando le ordenaron presentarse al servicio en la estación de trenes del pueblo.
A los jóvenes que no abordaban el tren, dijo Kumpf, "los fusilaban contra la muralla". Algunos trataron de huir, y "fueron traídos de vuelta y fusilados frente a nosotros".
Valdis O. Lumans, un historiador alemán requerido por el abogado de Kumpf, dijo que Kumpf "ciertamente no era de los más entusiastas. No se presentó voluntariamente. Ellos llegaron y se lo llevaron".
El ejército incorporó a Kumpf como soldado raso y le dieron el uniforme gris y verde de las SS. Su gorra tenía una calavera bordada, lo mismo que el cuello de su camisa. Se grabó un tatuaje nazi debajo de su brazo izquierda. Le entregaron armas de fuego y le enseñaron a usar un rifle, una metralleta y una ametralladora liviana.
Durante 11 meses fue asignado como guardia de torre y centinela en varios campos en Alemania. Miles de prisioneros llegaron en camión y por tren. Miles de ellos no sobrevivieron.
"Los miro, cómo se los llevan", dijo. Muchos iban a los crematorios. "Escucho decir que ellos meten a la gente ahí, y eso es todo", declaró Kumpf. "Y no vuelven a salir, eso es lo que me dicen".
El 29 de octubre de 1943, Kumpf y otros de su batallón de Calaveras abordaron trenes hacia Trawniki, el terreno de una fábrica de azúcar abandonada, al este de Polonia. Llegaron temprano la mañana del 3 de noviembre. Los nazis, fastidiados por una serie de pequeñas revueltas en otros campos, estaban reprimiendo.
Los hombres judíos de Trawniki ya habían sido obligados a cavar trincheras en zig-zag; les dijeron que les proporcionarían refugio en caso de un ataque aéreo. Antes del alba, los despertaron al sonido de marchas y valses de Johan Strauss que resonaban de los altavoces del campo.
Completamente desnudos y pinchados con porras y cachiporras de goma -algunos fueron matados a balazos por no caminar rápido-, los prisioneros fueron llevados a las trincheras, cien a la vez. No todos marcharon en silencio. Algunos de ellos, como si tratando de apagar la música, gritaron: "¡Shema Israel!" [Escucha, oh Israel].
Cuando los abogados del gobierno tomaron declaración a Kumpf en Milwaukee, insistió en que no era un asesino. "Yo era un tipo bueno entonces, y sigo siendo bueno ahora", dijo. "No le hago daño a nadie, ni siquiera a las moscas -si se portan bien".
Pero los fiscales no estaba preparados para confrontarlo con Trawniki. Desde un punto de vista jurídico, demostrar que había entrado fraudulentamente sería suficiente para expulsarlo. Expulsarlo era lo más importante, dijeron.
La guerra de Kumpf terminó en el otoño de 1945, cuando fue liberado de un campo de prisioneros de guerra ruso. Había sido capturado por el ejército ruso después de salir de Trawniki y ser enviado a luchar al frente oriental. Más tarde se reunió con su padre en Austria, se casó, y, por consejo de un amigo en Chicago, decidió marcharse a Estados Unidos.
Elizabeth B. White, historiadora jefe de la Oficina de Investigaciones Especiales, dijo que el 21 de marzo de 1956, Kumpf solicitó un visado de inmigración para entrar a Estados Unidos. Visitó el consulado norteamericano en Salzburg, Austria, y afirmó en su solicitud que su lugar de residencia de 1942 a 1945 era el "Ejército Alemán: Alemania, Polonia, Francia".
Durante la entrevista con Kumpf, dijo White, "no reveló su período de servicio como guardia armado de las Calaveras de las SS". Richard Bloomfield, entonces vice-cónsul norteamericano en Austria, dijo a los fiscales que el sistema era lamentablemente poco estricto.
Bloomfield procesó innumerables solicitudes de visados, pero no pudo recordar específicamente a Kumpf. "No habría accedido nunca a dar un visado a alguien que hubiese admitido que era un guardia nazi en un campo de concentración", dijo Bloomfield. "Es por eso que obtuvieron visados. Mintieron. Pero si yo hubiera sabido que habían sido guardias en un campo de concentración, esa habría sido una razón para denegarlos".
Los fiscales interrogaron a Kumpf en Milwaukee sobre sus visitas al consulado austriaco.
"¿Por qué no dijo que había sido un guardia en Trawniki?"
"No me lo preguntaron", dijo.
"¿No dijo usted que había sido de las SS?"
"Tampoco me preguntaron eso".
Kumpf recibió una visa de inmigración y el 25 de mayo de 1956 entró a Estados Unidos, por Nueva York. Se asentó en Chicago y empezó a trabajar en una fábrica de vienesas.
Ocho años después, pidió su naturalización como ciudadano norteamericano. Otra vez, apuntó su pasado como: "Ejército Alemán, 1942-1945". Bajo juramento, Kumpf dijo a un oficial de inmigración norteamericano que sólo había sido un soldado. El 9 de mayo de 1964, recibió su certificado de naturalización.
Durante cuatro décadas, dijo a los fiscales, "fui feliz en Estados Unidos".
Cuando los dos abogados llegaron a su patio en marzo de 2003, sabían que Kumpf era algo más que sólo un soldado de la infantería alemana. Sabían que había sido de las Calaveras de las SS, y había llegado a Trawniki justo cuando los primeros prisioneros desnudos estaban siendo amontonados en las trincheras.
Los fiscales le preguntaron sobre Trawniki, y admitió que había estado allí. Pero también dijo que nunca había dicho a los funcionarios de inmigración norteamericanos que había pertenecido a las SS. "Me quedé callado", dijo Kumpf a los fiscales, explicando que su posición había sido no contar nada sobre Trawniki. Luego, de acuerdo a Michelle L. Heyer, la fiscal embarazada a la que Kumpf ofreció una silla, se pasó un dedo a lo largo de la boca.
Más tarde tendría que responder a sus preguntas sobre Trawniki.
Los fiscales han revisado cientos de entrevistas con otros guardias de las SS tomadas por las autoridades alemanas en los años sesenta, cuando el país estaba empezando a enfrentarse a su pasado.
"Todo esto asunto es lo más espantoso que he visto en mi vida", recordó un guardia, Martin Diekman. "A menudo vi que, después de disparar un tiro, los judíos sólo quedaban heridos y eran enterrados más o menos vivos junto con los cuerpos de las otras víctimas, sin que los heridos recibieran el llamado tiro de gracia".
Diekmann agregó: "Pero yo mismo no disparé".
Aleksandr Kurisa, un oficial de las SS de Ucrania, dijo: "Podías oír los gemidos, llantos, y los gritos de esos condenados a muerte. Todos los judíos de Trawniki fueron exterminados".
Kurisa agregó: "Yo no participé directamente".
Luego, lo que hubo fueron las historias de los supervivientes.
Estera Rubinstein yació todo el día entre los muertos. En entrevistas con una comisión histórica judía poco después de la guerra, dijo:
"Nos llevaron a las fosas y vi a soldados de las SS parados con ametralladoras y disparando en la cabeza a mujeres desnudas. Las fosas ya estaban rellenas de cadáveres. Como no quería mirarlos cuando me mataran, oculté mi cara con las manos y salté en una fosa gritando ¡Shema Israel!'"
No le dieron. Pero cuando los cuerpos cayeron sobre ella, le dio frío. "Estaba apretada entre los cuerpos... Quise gritar, pero no podía. Era como si me hubieran estrangulado".
Un guardia de las SS levantó su cabeza, para ver si estaba viva. Pero ella tenía la cara llena de sangre y el soldado siguió adelante. Oyó cómo sacaban a otros y lo "terminaban". Entre todo eso, sus oídos eran inundados por valses. Luego, cuando cayó la noche y estuvo tranquilo, dijo, gateó sobre los cadáveres y huyó a través de los campos. Semanas más tarde, llegó a Varsovia, a 160 kilómetros.
Cuando Rubinstein estaba saliendo de Trawniki, Chakin, entonces de 14, estaba llegando.
Ella recuerda ver que los cuerpos rebosaban las trincheras. Pocos días después, dijo, una cuadrilla de prisioneros debió quemar a los muertos. Cuando terminaron, los guardias los mataron a ellos.
A Chakin y otras prisioneras les ordenaron asear las barracas y encontraron a un niño de 4 llamado Mark escondido debajo de una pila de ropa de cama vieja. La madre y hermano de Mark habían sido asesinados antes en la guerra; su padre había sido matado después de ayudar a quemar los cadáveres. Al principio los alemanes dejaron que las mujeres conservaran al niño. Lo cuidaron durante cinco meses, alentándolo a no perder la esperanza. Luego las SS también se llevaron a Mark.
"Porque ellos", dijo, "tampoco conservaban a los niños".
Chakin, con su voz crispada de rabia, agregó: "Me preguntáis qué pienso sobre él, sobre este Josias Kumpf, y yo pregunto: ¿Cómo es que llegó a los ochenta?'"
En su deposición en el salón de conferencias en el quinto piso en el despacho del fiscal estadounidense, Kumpf -ahora en el estrado, confrontado por dos fiscales con documentos de las SS que lo conectan con Trawniki- sostuvo que él no había disparado. Insistió en que era simplemente un guardia de perímetro, y estaba a una distancia de las trincheras de los asesinatos.
Cuando llegó en tren esa mañana, dijo, él y otros guardias de las SS tomaron desayuno. Entonces oyeron gritos y disparos. "La gente estaba en el hoyo... Caminé hasta allá y miré. Me di vuelta... y dije, lo lamento, esto no es para mí, eso es lo que dije a mis amigos".
Terminó su desayuno, café y pan de centeno con mantequilla. Dijo que le ordenaron vigilar, de asegurarse que nadie escapara.
"Vi cómo mataban a alguna gente", dijo. "Le dispararon a alguna gente y no lo hicieron bien, así que todavía se movían, sabes. Eso es lo que teníamos que vigilar, de no se escaparan de ahí".
Luego, dijo Kumpf: "Todo el mundo estaba excitado porque había tantos muertos, sabes. Yo no estaba excitado. Yo estaba triste".
El 10 de mayo, el juez de distrito Lynn Adelman, de Milwaukee, recovó la ciudadanía de Kumpf. Resolvió que Kumpf había mentido sobre su pasado a las autoridades de inmigración. "La ciudadanía americana", dijo el juez, "se otorga solamente a los que satisfacen las normas elementales que impone la ley".
El juez determinó además que la mera presencia de Kumpf en el campo significaba que él "abogaba o colaboró personalmente" en la masacre, y como resultado no podía haber siquiera solicitado un visado estadounidense en primer lugar.
El abogado de Kumpf, Peter Rogers, dijo que apelaría ante la Corte de Apelaciones de la 7ª Sala. Si su cliente es obligado a dejar el país, dijo Rogers, "no está claro dónde podría ir. Un montón de países no acepta a gente en estas circunstancias".
Mientras espera, su destino lejos de estar en sus manos, Kumpf a menudo despierta agitado por sus pesadillas. Había esperado durante años mantener su secreto sobre Trawniki.
Pero ahora, dijo, es demasiado tarde. "Estoy en problemas", más que nunca antes, dijo.
12 de julio de 2005
©los angeles times
©traducción mQh
Josias Kumpf había estado viviendo en Estados Unidos durante casi medio siglo. Había sido un ciudadano estadounidense durante 40 años. Se había casado, criado a cinco hijos y trabajado durante 35 años rellenando embutidos en una fábrica de Chicago. Jubilado y viudo, con la salud deteriorada, estaba viviendo en la casa de su hija, en Racine.
Sus visitantes eran abogados del ministerio de Justicia. Habían llegado para preguntarle por sus documentos de inmigración. Había otro asunto más importante, pero antes de que pudieran decir algo, Kumpf, 80, se echó a reír. Él sabía por qué estaban allí. Sin motivo, saludó con el brazo: Sieg Heil'. Hablaron durante más de una hora, y Kumpf firmó una declaración jurada de cuatro páginas, 17 puntos, manuscrita, que los abogados habían redactado ahí en el patio.
Sí, él había sido un "soldado de Hitler". Sí, había participado en el temido cuerpo nazi de las SS y era centinela de prisioneros judíos como guardia de la unidad de Calaveras de las SS en un campo de concentración en Polonia.
Pero, agregó, "no tengo nada que ocultar. No le hice nada a nadie. Tengo las manos limpias".
En mayo Kumpf se convirtió en el ex nazi número 100 procesado exitosamente por la Oficina de Investigaciones Especiales del ministerio de Justicia. Un juez federal de Milwaukee ordenó que se le revocara la ciudadanía y, en caso de que se rechazaran sus apelaciones, sea deportado.
La unidad de Justicia fue formada en 1979 para identificar, localizar y expulsar a ex nazis que llegaron a Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Con una dotación de abogados e historiadores, la oficina descubrió a Kumpf tras comparar los recién descubiertos archivos Axis y las listas de enrolamiento de las SS, con documentos de inmigración estadounidenses.
En todos estos casos, funcionarios federales están corriendo contra el tiempo. Del mismo modo que los veteranos de la Primera Guerra Mundial están muriendo, también mueren los que pelearon al otro lado. Y también están muriendo los sobrevivientes de los campos de concentración que podrían identificar a sus perseguidores.
Mientras los recuerdos se desvanecen, los informes de atrocidades individuales se hacen más turbios. Así que quizás no se sepa nunca con certeza qué papel jugó Kumpf el 3 de noviembre de 1943, en el campo de trabajos forzados de Trawniki, en Polonia.
Lo que se sabe es: Los prisioneros judíos habían sido obligados a cavar un laberinto de trincheras y luego tenderse en ellas, desnudos. Guardias armados de ametralladoras los mataron entonces, de a cien cada vez, hasta que miles de ellos llenaron la tierra. Los nazis tocaron música por los altavoces del campo para apagar los gritos, esa mañana, tarde y noche. Cuanto terminaron, hasta 10.000 cuerpos fueron quemados.
Kumpf dice que no se le puede considerar responsable de lo que pasó ese día. Pero al menos una sobreviviente de Trawniki, Vivian Chakin, de Beverly Hills, se burla de eso.
Chakin, como Kumpf, inmigró a este país; ella también se convirtió en ciudadana estadounidense y formó a una familia. Pero perdió en los campos a sus padres y a su único hermano. Quiere que Kumpf sea deportado.
"Tuvo una buena vida. Tuvo una familia", dijo Chakin, 78. "Eso es lo que mi familia no tuvo. Eso es lo que mi hermano nunca tuvo. ¿Por qué no hacerle sentir algo del sufrimiento? ¿No deberíamos castigarlo?"
El acento alemán de Kumpf sigue siendo fuerte y su cara redonda deja ver su edad. A veces los vecinos lo ven sacar a pasear a su desaliñado perro gris por Rodney Lane. Otras veces lo ven montado en su cortacésped.
"Es un hombre recto, y yo lo dejaría tranquilo", dijo Tom Fosbinder, un vecino. "Incluso antes de que saliera en las noticias, me dijo que él no había tenido opción, que era un adolescente cuando los alemanes llamaron a su puerta, armados, y lo reclutaron para el ejército".
Kumpf y su familia no hablarán sobre su pasado mientras esté recurriendo la orden de deportación. Pero su historia está bien documentada en deposiciones, declaraciones juradas, documentos históricos y otros papeles que forman parte del intento del gobierno para deportarlo.
Un alemán étnico, Kumpf nació el 7 de abril de 1925, en Neu Pasua, Yugoslavia. Asistió a la iglesia luterana de la localidad y, tras tres años en la escuela, la abandonó para ayudar a su padre en su pequeña granja de caballos. Como la mayoría de los 8.000 habitantes del pueblo, los Kumpf eran pobres.
Era un hombre grande, de 1 metro 83, de ojos castaños y pelo negro. Lo llamaban el Schwarze Hund' [Perro Negro]. "Aquí hay un hombre fuerte", dijo el año pasado a los fiscales, golpeándose el pecho en el despacho del fiscal en el centro de Milwaukee, cuando prestaba declaración. "En el pasado era fuerte. Fuerte".
El ejército alemán marchó contra Neu Pasua en el otoño de 1942. Kumpf tenía 17 cuando le ordenaron presentarse al servicio en la estación de trenes del pueblo.
A los jóvenes que no abordaban el tren, dijo Kumpf, "los fusilaban contra la muralla". Algunos trataron de huir, y "fueron traídos de vuelta y fusilados frente a nosotros".
Valdis O. Lumans, un historiador alemán requerido por el abogado de Kumpf, dijo que Kumpf "ciertamente no era de los más entusiastas. No se presentó voluntariamente. Ellos llegaron y se lo llevaron".
El ejército incorporó a Kumpf como soldado raso y le dieron el uniforme gris y verde de las SS. Su gorra tenía una calavera bordada, lo mismo que el cuello de su camisa. Se grabó un tatuaje nazi debajo de su brazo izquierda. Le entregaron armas de fuego y le enseñaron a usar un rifle, una metralleta y una ametralladora liviana.
Durante 11 meses fue asignado como guardia de torre y centinela en varios campos en Alemania. Miles de prisioneros llegaron en camión y por tren. Miles de ellos no sobrevivieron.
"Los miro, cómo se los llevan", dijo. Muchos iban a los crematorios. "Escucho decir que ellos meten a la gente ahí, y eso es todo", declaró Kumpf. "Y no vuelven a salir, eso es lo que me dicen".
El 29 de octubre de 1943, Kumpf y otros de su batallón de Calaveras abordaron trenes hacia Trawniki, el terreno de una fábrica de azúcar abandonada, al este de Polonia. Llegaron temprano la mañana del 3 de noviembre. Los nazis, fastidiados por una serie de pequeñas revueltas en otros campos, estaban reprimiendo.
Los hombres judíos de Trawniki ya habían sido obligados a cavar trincheras en zig-zag; les dijeron que les proporcionarían refugio en caso de un ataque aéreo. Antes del alba, los despertaron al sonido de marchas y valses de Johan Strauss que resonaban de los altavoces del campo.
Completamente desnudos y pinchados con porras y cachiporras de goma -algunos fueron matados a balazos por no caminar rápido-, los prisioneros fueron llevados a las trincheras, cien a la vez. No todos marcharon en silencio. Algunos de ellos, como si tratando de apagar la música, gritaron: "¡Shema Israel!" [Escucha, oh Israel].
Cuando los abogados del gobierno tomaron declaración a Kumpf en Milwaukee, insistió en que no era un asesino. "Yo era un tipo bueno entonces, y sigo siendo bueno ahora", dijo. "No le hago daño a nadie, ni siquiera a las moscas -si se portan bien".
Pero los fiscales no estaba preparados para confrontarlo con Trawniki. Desde un punto de vista jurídico, demostrar que había entrado fraudulentamente sería suficiente para expulsarlo. Expulsarlo era lo más importante, dijeron.
La guerra de Kumpf terminó en el otoño de 1945, cuando fue liberado de un campo de prisioneros de guerra ruso. Había sido capturado por el ejército ruso después de salir de Trawniki y ser enviado a luchar al frente oriental. Más tarde se reunió con su padre en Austria, se casó, y, por consejo de un amigo en Chicago, decidió marcharse a Estados Unidos.
Elizabeth B. White, historiadora jefe de la Oficina de Investigaciones Especiales, dijo que el 21 de marzo de 1956, Kumpf solicitó un visado de inmigración para entrar a Estados Unidos. Visitó el consulado norteamericano en Salzburg, Austria, y afirmó en su solicitud que su lugar de residencia de 1942 a 1945 era el "Ejército Alemán: Alemania, Polonia, Francia".
Durante la entrevista con Kumpf, dijo White, "no reveló su período de servicio como guardia armado de las Calaveras de las SS". Richard Bloomfield, entonces vice-cónsul norteamericano en Austria, dijo a los fiscales que el sistema era lamentablemente poco estricto.
Bloomfield procesó innumerables solicitudes de visados, pero no pudo recordar específicamente a Kumpf. "No habría accedido nunca a dar un visado a alguien que hubiese admitido que era un guardia nazi en un campo de concentración", dijo Bloomfield. "Es por eso que obtuvieron visados. Mintieron. Pero si yo hubiera sabido que habían sido guardias en un campo de concentración, esa habría sido una razón para denegarlos".
Los fiscales interrogaron a Kumpf en Milwaukee sobre sus visitas al consulado austriaco.
"¿Por qué no dijo que había sido un guardia en Trawniki?"
"No me lo preguntaron", dijo.
"¿No dijo usted que había sido de las SS?"
"Tampoco me preguntaron eso".
Kumpf recibió una visa de inmigración y el 25 de mayo de 1956 entró a Estados Unidos, por Nueva York. Se asentó en Chicago y empezó a trabajar en una fábrica de vienesas.
Ocho años después, pidió su naturalización como ciudadano norteamericano. Otra vez, apuntó su pasado como: "Ejército Alemán, 1942-1945". Bajo juramento, Kumpf dijo a un oficial de inmigración norteamericano que sólo había sido un soldado. El 9 de mayo de 1964, recibió su certificado de naturalización.
Durante cuatro décadas, dijo a los fiscales, "fui feliz en Estados Unidos".
Cuando los dos abogados llegaron a su patio en marzo de 2003, sabían que Kumpf era algo más que sólo un soldado de la infantería alemana. Sabían que había sido de las Calaveras de las SS, y había llegado a Trawniki justo cuando los primeros prisioneros desnudos estaban siendo amontonados en las trincheras.
Los fiscales le preguntaron sobre Trawniki, y admitió que había estado allí. Pero también dijo que nunca había dicho a los funcionarios de inmigración norteamericanos que había pertenecido a las SS. "Me quedé callado", dijo Kumpf a los fiscales, explicando que su posición había sido no contar nada sobre Trawniki. Luego, de acuerdo a Michelle L. Heyer, la fiscal embarazada a la que Kumpf ofreció una silla, se pasó un dedo a lo largo de la boca.
Más tarde tendría que responder a sus preguntas sobre Trawniki.
Los fiscales han revisado cientos de entrevistas con otros guardias de las SS tomadas por las autoridades alemanas en los años sesenta, cuando el país estaba empezando a enfrentarse a su pasado.
"Todo esto asunto es lo más espantoso que he visto en mi vida", recordó un guardia, Martin Diekman. "A menudo vi que, después de disparar un tiro, los judíos sólo quedaban heridos y eran enterrados más o menos vivos junto con los cuerpos de las otras víctimas, sin que los heridos recibieran el llamado tiro de gracia".
Diekmann agregó: "Pero yo mismo no disparé".
Aleksandr Kurisa, un oficial de las SS de Ucrania, dijo: "Podías oír los gemidos, llantos, y los gritos de esos condenados a muerte. Todos los judíos de Trawniki fueron exterminados".
Kurisa agregó: "Yo no participé directamente".
Luego, lo que hubo fueron las historias de los supervivientes.
Estera Rubinstein yació todo el día entre los muertos. En entrevistas con una comisión histórica judía poco después de la guerra, dijo:
"Nos llevaron a las fosas y vi a soldados de las SS parados con ametralladoras y disparando en la cabeza a mujeres desnudas. Las fosas ya estaban rellenas de cadáveres. Como no quería mirarlos cuando me mataran, oculté mi cara con las manos y salté en una fosa gritando ¡Shema Israel!'"
No le dieron. Pero cuando los cuerpos cayeron sobre ella, le dio frío. "Estaba apretada entre los cuerpos... Quise gritar, pero no podía. Era como si me hubieran estrangulado".
Un guardia de las SS levantó su cabeza, para ver si estaba viva. Pero ella tenía la cara llena de sangre y el soldado siguió adelante. Oyó cómo sacaban a otros y lo "terminaban". Entre todo eso, sus oídos eran inundados por valses. Luego, cuando cayó la noche y estuvo tranquilo, dijo, gateó sobre los cadáveres y huyó a través de los campos. Semanas más tarde, llegó a Varsovia, a 160 kilómetros.
Cuando Rubinstein estaba saliendo de Trawniki, Chakin, entonces de 14, estaba llegando.
Ella recuerda ver que los cuerpos rebosaban las trincheras. Pocos días después, dijo, una cuadrilla de prisioneros debió quemar a los muertos. Cuando terminaron, los guardias los mataron a ellos.
A Chakin y otras prisioneras les ordenaron asear las barracas y encontraron a un niño de 4 llamado Mark escondido debajo de una pila de ropa de cama vieja. La madre y hermano de Mark habían sido asesinados antes en la guerra; su padre había sido matado después de ayudar a quemar los cadáveres. Al principio los alemanes dejaron que las mujeres conservaran al niño. Lo cuidaron durante cinco meses, alentándolo a no perder la esperanza. Luego las SS también se llevaron a Mark.
"Porque ellos", dijo, "tampoco conservaban a los niños".
Chakin, con su voz crispada de rabia, agregó: "Me preguntáis qué pienso sobre él, sobre este Josias Kumpf, y yo pregunto: ¿Cómo es que llegó a los ochenta?'"
En su deposición en el salón de conferencias en el quinto piso en el despacho del fiscal estadounidense, Kumpf -ahora en el estrado, confrontado por dos fiscales con documentos de las SS que lo conectan con Trawniki- sostuvo que él no había disparado. Insistió en que era simplemente un guardia de perímetro, y estaba a una distancia de las trincheras de los asesinatos.
Cuando llegó en tren esa mañana, dijo, él y otros guardias de las SS tomaron desayuno. Entonces oyeron gritos y disparos. "La gente estaba en el hoyo... Caminé hasta allá y miré. Me di vuelta... y dije, lo lamento, esto no es para mí, eso es lo que dije a mis amigos".
Terminó su desayuno, café y pan de centeno con mantequilla. Dijo que le ordenaron vigilar, de asegurarse que nadie escapara.
"Vi cómo mataban a alguna gente", dijo. "Le dispararon a alguna gente y no lo hicieron bien, así que todavía se movían, sabes. Eso es lo que teníamos que vigilar, de no se escaparan de ahí".
Luego, dijo Kumpf: "Todo el mundo estaba excitado porque había tantos muertos, sabes. Yo no estaba excitado. Yo estaba triste".
El 10 de mayo, el juez de distrito Lynn Adelman, de Milwaukee, recovó la ciudadanía de Kumpf. Resolvió que Kumpf había mentido sobre su pasado a las autoridades de inmigración. "La ciudadanía americana", dijo el juez, "se otorga solamente a los que satisfacen las normas elementales que impone la ley".
El juez determinó además que la mera presencia de Kumpf en el campo significaba que él "abogaba o colaboró personalmente" en la masacre, y como resultado no podía haber siquiera solicitado un visado estadounidense en primer lugar.
El abogado de Kumpf, Peter Rogers, dijo que apelaría ante la Corte de Apelaciones de la 7ª Sala. Si su cliente es obligado a dejar el país, dijo Rogers, "no está claro dónde podría ir. Un montón de países no acepta a gente en estas circunstancias".
Mientras espera, su destino lejos de estar en sus manos, Kumpf a menudo despierta agitado por sus pesadillas. Había esperado durante años mantener su secreto sobre Trawniki.
Pero ahora, dijo, es demasiado tarde. "Estoy en problemas", más que nunca antes, dijo.
12 de julio de 2005
©los angeles times
©traducción mQh
1 comentario
alex -
y eh visto esta impocresia muchas veces
por que las "autoridades" no se preocupan de algo mas importante
o por que no se les pregunta a los judios donde esta el oro que se robaron de los nativos americanos?
o por que mataron a 20 millones de twelches en la conquista de argentina
judios son mentirosos, lobos sedientos de oro