revuelta obrera en china
[Edward Cody] Sin un canal normal para quejarse, los trabajadores textiles optan por la huelga.
Xizhou, China. Un flaco trabajador con una camiseta roja se agachó junto a una aporreada motocicleta de la policía y, estirando la mano con un mechero, puso fuego a la gasolina que goteaba. Las llamas inmediatamente envolvieron al vehículo, recordaron unos testigos, y un negro humo se elevó como una aceitosa nube, señalando que la huelga salvaje de la Fábrica de Textiles Futai se había convertido en una revuelta.
Antes de que terminara el día, cientos de policías anti-disturbios habían lanzado bombas lacrimógenas y golpeado con porras a una muchedumbre de 3.000 encolerizados obreros, los que, dijeron testigos, habían atacado coches y buses con piedras, ladrillos y cáscaras de sandía. Gritando demandas de salarios más altos, los trabajadores pelearon como pudieron, pero finalmente la mayoría de ellos huyó. Unos pocos heridos terminaron en el hospital, dijeron amigos y familiares, y unos 20 fueron detenidos.
Los disturbios, en la mañana del 3 de junio, tuvieron sus orígenes en la posición del gobierno chino que no permite la formación de organizaciones independientes, incluyendo los sindicatos no-gubernamentales, como canales independientes y fiables de las quejas de los trabajadores. Fueron los primeros para la consternada Xizhou, una zona industrial en el borde nordeste de la ciudad de Guangzhou, en el bochornoso Delta del Río Perla. Pero en China hay miles de estallidos semejantes cada año -por campesinos que han perdido sus tierras, obreros despedidos y aldeanos que se sienten engañados por funcionarios corruptos.
Las protestas se han convertido en una importante preocupación para el gobierno del Partido Comunista en Pekín en una época de meteórico crecimiento económico y masiva emigración de las aldeas a las fábricas, aumentando las perspectivas de una amplia inestabilidad que podría potencialmente minar el control del estado por el partido. En aparente reconocimiento del peligro, el presidente Hu Jintao y sus lugartenientes han hecho llamados a "una sociedad armónica" y "estabilidad social", un refrán de sus apariciones en público.
Trabajadores y campesinos chinos corren un alto riesgo de ser encarcelados cuando recurren a las protestas. Sin embargo, un análisis de los disturbios muestra por qué, con creciente frecuencia, siguen protestando. Como en otros incidentes, la violencia de Futai implicó a gente pobre y de pocos estudios que sentían que se les había hecho una injusticia y no tenían representantes para hacer algo sobre el asunto. En algún momento, su desazón se convirtió en enfado, y el enfado en ira.
Reducción de la Paga
Los problemas en Futai empezaron el último día de mayo, cuando los trabajadores recibieron sus salarios mensuales a eso de las 4 de la tarde. Para muchos, los recibos de pago generados por ordenador contenían intolerables noticias. Antes recibían al mes entre 60 y 100 dólares por tejer suéteres; ahora les estaban pagando entre 40 y 50 dólares, e incluso menos, dijeron.
Eso, se quejaron los trabajadores, no era suficiente compensación para turnos de trabajo de 11 horas y un solo día de descanso al mes -el día después de la paga. Así que esta vez, en lugar de marcharse a la lavandería o entrar a un café cibernético, muchos de los jóvenes trabajadores inmigrantes pasaron su 1 de junio libre en largas y enfadadas conversaciones.
A pesar de los sentimientos agrios, el 2 de junio los trabajadores volvieron como de costumbre a las máquinas tejedoras. Desde entonces se les paga por cada docena de suéteres que tejen; pero si producen menos, no se les paga.
Pero había refunfuños entre las hileras de máquinas. Al poco tiempo, de acuerdo a los que estuvieron presentes, los trabajadores cuyos salarios habían sido reducidos se alejaron de las máquinas y se quedaron parados, sin hacer nada. A medida que pasaba el tiempo, se unieron un creciente número de obreros. Los testigos dijeron que obreros que habían participado en la interrupción del trabajo, acosaron a los que habían tratado de seguir trabajando. Hacia el mediodía, dijeron, casi la mitad de los trabajadores de la fábrica se negaban a seguir tejiendo suéteres.
"¡La paga no es razonable!", gritaron los activistas, de acuerdo a varios trabajadores que estaban en el taller de la fábrica. "¡Paremos el trabajo!"
Ese día, los obreros en huelga, dirigidos por los que más vieron reducidos sus salarios, entregaron una lista escrita de reivindicaciones a sus capataces de unidad y les pidieron que las entregaran a la gerencia de la fábrica. Pidieron más dinero y garantías de que no habría fluctuaciones abruptas de sus salarios.
Sus demandas fueron respondidas por la policía.
La dirección de Futai reaccionó a las reivindicaciones fijando una reunión de ejecutivos para el día siguiente, y discutir la posibilidad de subir los salarios. Pero nadie se lo dijo a los trabajadores.
Wu Huihai, jefe de operaciones de la compañía que es propietaria de la fábrica, fue informado del problema en curso en la tarde del 2 de junio, recordó, y rápidamente llamó a los directores a una reunión para el 3 de junio. Expresó asombro de que los trabajadores pensaran que sus exigencias estaban siendo ignoradas.
"Si yo simplemente me tapara los oídos, podría ser", dijo. "Pero no. Yo fijé una reunión para el día siguiente".
Wu Huiquan, cuyo Grupo Fu Xun, con sede en Hong Kong, posee la Fábrica de Textiles Futai, dijo que las relaciones de su compañía con los trabajadores eran tan buenas que, en contraste con otras fábricas de la región, no tenía problemas en mantener a suficientes trabajadores para que la compañía funcionara a toda capacidad.
"Si las condiciones no fueran buenas, los trabajadores no vendrían", dijo Wu Huihai, que fue entrevistado en la sede de la compañía en Hong Kong.
Los trabajadores de la fábrica Futai, una de las 10 gestionadas por Fu Xin en un negocio de 100 millones de dólares al año, ganan un promedio de 85 a 105 dólares al mes, y los que son más ágiles y con más experiencia ganan considerablemente más, dijo Wu Huihai.
Kenneth Wan, director de ventas de subproductos de Fu Xin, dijo que la reducción salarial de mayo para algunos trabajadores, especialmente los con menos experiencia, se debió a fluctuaciones estacionales. Wan dijo que sus pagas fueron afectadas por la anual escasez de pedidos a principios de la primavera. Los cheques del 31, dijo, reflejaban la cantidad de suéteres hechos en abril, normalmente un mes flojo.
"Todos los años es lo mismo", dijo. "Febrero, marzo, abril, siempre ocurre eso. El problema siempre empieza en abril o en marzo".
Reivindicaciones Ignoradas
Cuando el 3 de junio a las 7 de la mañana los trabajadores empezaron a llenar de nuevo el inmenso taller de Futai, el resentimiento se respiraba. Un obrero llamado Liu, que accedió a contar lo que había pasado a condición de que se usara solamente su nombre de pila, dijo que esa húmeda mañana la acción laboral estaba en la cabeza de todo el mundo.
Hace mucho tiempo que las huelgas son prohibidas en China. Liu y los otros sabían que cualquiera que fuera identificado como dirigente podía terminar en la cárcel. Además, todos necesitaban trabajar; trabajar en la fábrica fue la razón por la que dejaron sus pueblos natales, en primer lugar.
Pero se había alcanzado el punto de ebullición. Liu, 28, un gordo con una imagen de su ex novia tatuada en su brazo, dijo que la petición del día anterior de salarios más altos todavía no había sido respondida, por lo menos que se supiera en la fábrica.
"Si hubiese habido una respuesta, no habría habido huelga", dijo uno de los activistas.
A pesar de las palabras de estímulo de los capataces, casi nadie empezó a tejer esa mañana. Los obreros del Grupo 3, una de las cinco unidades de la fábrica, empezaron a gritar: "¡No aumento, no trabajo!" Los obreros del Grupo 4 se unieron rápidamente, de acuerdo a los presentes, y los gritos se extendieron a los otros grupos.
Entonces los trabajadores del Grupo 5 cortaron la electricidad del Grupo 3, dijeron los obreros, por lo que la gente del Grupo 3 se apresuró a cortar al Grupo 1. En ese punto, por razones todavía desconocidas, se cortó todo el suministro de electricidad del barrio, de acuerdo a trabajadores y directores de la fábrica, y todas las máquinas dejaron de funcionar.
"¡Se acabó el trabajo!", gritó uno de los capataces, dijo un obrero, y todos cruzaron las puertas de la fábrica hacia las polvorientas calles.
Rabia en las Calles
Fuera de la puerta de rejas de hierro, la mayoría de los trabajadores se habían reunido en un cruce donde los vendedores callejeros rebosan las aceras. Gritaron sus demandas de salarios más altos. El tráfico empezó a atascarse en tres direcciones; las bocinas chillaban, los conductores despotricaban. Algunos obreros respondieron arrojando cáscaras de sandías que encontraron debajo de los mostradores de los vendedores. Al poco rato, de acuerdo a trabajadores en el lugar de los incidentes, la ruidosa turba empezó a arrojar piedras.
Al ver eso, dijeron los trabajadores, una media docena de miembros desarmados del Personal de Seguridad y Protección de Xizhou, llegaron con sus motocicletas rojas y empezaron a empujar a los arremolinados trabajadores con sus bastones rojo-blanco-azul de 1 metro y medio de largo. Los obreros en huelga se enteraron luego de que un automovilista molesto había llamado a la policía para quejarse de que el cruce estaba bloqueado y de que les estaban lanzando piedras.
Los guardias de seguridad, en sus uniformes verde claro, son ampliamente despreciados por el cuerpo de trabajadores inmigrantes de Futai. Pagados por la comunidad para mantener el orden y proteger los edificios, chocaban frecuentemente con los jóvenes trabajadores de fuera de la ciudad. Además, recibían de cada trabajador 2 dólares al mes por concepto de "sanitación" -a cambio de nada, se quejaron los trabajadores- y a menudo visitaban los dormitorios a las 2 o 3 de la mañana para controlar si los que estaban dentro habían pagado sus cuotas.
Lo que había sido una situación volátil, se transformó en confrontación. Muchos obreros empezaron a pelear de vuelta, lanzando piedras a los guardias de seguridad. En respuesta, los guardias empezaron a golpear con sus bastones a la gente.
"La rabia de la gente estaba explotando como un incendio", dijo un trabajador que estaba en la multitud. "Un montón de gente odia a los tipos de seguridad, porque están siempre intimidando a los trabajadores. Nos quitan el dinero sin darnos una buena razón".
Superados en números, los guardias tenían pocas posibilidades. Huyeron, abandonando sus motocicletas. Los trabajadores las cogieron de inmediato, dijeron Liu y los otros, dándoles de patadas y aporreándolas con piedras.
Cuando los guardias huían, llegó una furgoneta con policías regulares, y fueron recibidos con una lluvia de piedras. A la misma hora, cerca de las 9 de la mañana, los trabajadores dijeron que habían oído a un director gritar por la ventana del segundo piso: "Si no volvéis ahora, no llegaremos a nada".
Liu dijo que un agente de policía le pidió ayuda para persuadir a los trabajadores a que volviesen al terreno de la fábrica antes de que la violencia empeorara. "Yo dije: ¿Cómo? Son miles'", dijo. La respuesta a las dos preguntas fueron más piedras, de acuerdo a obreros en el lugar. Los agentes trataron de dispersar a la muchedumbre con porras y persiguieron a los trabajadores dentro del terreno de la fábrica.
Fue entonces que el humo negro empezó a elevarse de la motocicleta quemada, señalando un serio rompimiento de la ley y el cruce de una línea. Muchos trabajadores retrocedieron, temerosos de que el vehículo en llamas explotara. Pero pronto volvieron a avanzar, arrojando piedras contra los choques bloqueados, la furgoneta y los policías con bastones.
El enfrentamiento de cuatro horas terminó sólo cuando aparecieron varios cientos de policías anti-disturbios con uniformes de camuflaje. Vadearon entre la muchedumbre, dijeron los trabajadores, y lanzaron gases lacrimógenos a cualquier grupo de gente, deteniendo a cualquiera que se opusiera. Muchos trabajadores fueron golpeados con bastones negros, dijeron testigos, y al menos dos jóvenes con camisetas rojas fueron detenidos.
"Si te negabas a salir, te arrestaban, incluso si no habías hecho otra cosa que estar parado ahí", dijo Liu. Para escapar de la redada, se escondió en una librería.
Hacia las 11 de la mañana, la multitud había desaparecido. La policía anti-disturbios se quedó haciendo guardia para asegurarse de que los obreros no volvieran. La mayoría de los trabajadores se marchó a almorzar, y luego se arrastraron hacia sus máquinas de coser, en pequeños grupos, en la tarde.
La mayoría de los arrestados fueron dejados en libertad a las 9 de la noche, dijeron los trabajadores, después de largos interrogatorios por la policía para identificar a los que habían dirigido la huelga, y a los que habían prendido fuego a la motocicleta. Pero unos 20 siguieron detenidos durante semanas, dijeron colegas y familiares, sin que se permitiera visitarlos o llevarles dinero o ropa.
Tres de los prisioneros -sus cabezas rapadas, con manos y pies esposados, con uniformes grises parecidos a pijamas- fueron llevados, siete días después, a las puertas de la fábrica y fueron obligados a posar para que la policía sacara fotos, dijeron unos vendedores de frutas.
Pero los obreros no vieron ese episodio. Para entonces, estaban todos dentro cosiendo suéteres y esperando ver cuánto les pagarían a fines de junio.
La reunión de los directivos para el 3 de junio nunca se realizó. Pero esa tarde, mientras la policía se arremolinaba en la calle llena de basura, un aviso de la compañía fue colgado en una pared de la fábrica. Los directores revisarían la situación, prometía la nota, y tratarían de mejorar los niveles salariales de la temporada floja.
19 de julio de 2005
©washington post
©traducción mQh
Antes de que terminara el día, cientos de policías anti-disturbios habían lanzado bombas lacrimógenas y golpeado con porras a una muchedumbre de 3.000 encolerizados obreros, los que, dijeron testigos, habían atacado coches y buses con piedras, ladrillos y cáscaras de sandía. Gritando demandas de salarios más altos, los trabajadores pelearon como pudieron, pero finalmente la mayoría de ellos huyó. Unos pocos heridos terminaron en el hospital, dijeron amigos y familiares, y unos 20 fueron detenidos.
Los disturbios, en la mañana del 3 de junio, tuvieron sus orígenes en la posición del gobierno chino que no permite la formación de organizaciones independientes, incluyendo los sindicatos no-gubernamentales, como canales independientes y fiables de las quejas de los trabajadores. Fueron los primeros para la consternada Xizhou, una zona industrial en el borde nordeste de la ciudad de Guangzhou, en el bochornoso Delta del Río Perla. Pero en China hay miles de estallidos semejantes cada año -por campesinos que han perdido sus tierras, obreros despedidos y aldeanos que se sienten engañados por funcionarios corruptos.
Las protestas se han convertido en una importante preocupación para el gobierno del Partido Comunista en Pekín en una época de meteórico crecimiento económico y masiva emigración de las aldeas a las fábricas, aumentando las perspectivas de una amplia inestabilidad que podría potencialmente minar el control del estado por el partido. En aparente reconocimiento del peligro, el presidente Hu Jintao y sus lugartenientes han hecho llamados a "una sociedad armónica" y "estabilidad social", un refrán de sus apariciones en público.
Trabajadores y campesinos chinos corren un alto riesgo de ser encarcelados cuando recurren a las protestas. Sin embargo, un análisis de los disturbios muestra por qué, con creciente frecuencia, siguen protestando. Como en otros incidentes, la violencia de Futai implicó a gente pobre y de pocos estudios que sentían que se les había hecho una injusticia y no tenían representantes para hacer algo sobre el asunto. En algún momento, su desazón se convirtió en enfado, y el enfado en ira.
Reducción de la Paga
Los problemas en Futai empezaron el último día de mayo, cuando los trabajadores recibieron sus salarios mensuales a eso de las 4 de la tarde. Para muchos, los recibos de pago generados por ordenador contenían intolerables noticias. Antes recibían al mes entre 60 y 100 dólares por tejer suéteres; ahora les estaban pagando entre 40 y 50 dólares, e incluso menos, dijeron.
Eso, se quejaron los trabajadores, no era suficiente compensación para turnos de trabajo de 11 horas y un solo día de descanso al mes -el día después de la paga. Así que esta vez, en lugar de marcharse a la lavandería o entrar a un café cibernético, muchos de los jóvenes trabajadores inmigrantes pasaron su 1 de junio libre en largas y enfadadas conversaciones.
A pesar de los sentimientos agrios, el 2 de junio los trabajadores volvieron como de costumbre a las máquinas tejedoras. Desde entonces se les paga por cada docena de suéteres que tejen; pero si producen menos, no se les paga.
Pero había refunfuños entre las hileras de máquinas. Al poco tiempo, de acuerdo a los que estuvieron presentes, los trabajadores cuyos salarios habían sido reducidos se alejaron de las máquinas y se quedaron parados, sin hacer nada. A medida que pasaba el tiempo, se unieron un creciente número de obreros. Los testigos dijeron que obreros que habían participado en la interrupción del trabajo, acosaron a los que habían tratado de seguir trabajando. Hacia el mediodía, dijeron, casi la mitad de los trabajadores de la fábrica se negaban a seguir tejiendo suéteres.
"¡La paga no es razonable!", gritaron los activistas, de acuerdo a varios trabajadores que estaban en el taller de la fábrica. "¡Paremos el trabajo!"
Ese día, los obreros en huelga, dirigidos por los que más vieron reducidos sus salarios, entregaron una lista escrita de reivindicaciones a sus capataces de unidad y les pidieron que las entregaran a la gerencia de la fábrica. Pidieron más dinero y garantías de que no habría fluctuaciones abruptas de sus salarios.
Sus demandas fueron respondidas por la policía.
La dirección de Futai reaccionó a las reivindicaciones fijando una reunión de ejecutivos para el día siguiente, y discutir la posibilidad de subir los salarios. Pero nadie se lo dijo a los trabajadores.
Wu Huihai, jefe de operaciones de la compañía que es propietaria de la fábrica, fue informado del problema en curso en la tarde del 2 de junio, recordó, y rápidamente llamó a los directores a una reunión para el 3 de junio. Expresó asombro de que los trabajadores pensaran que sus exigencias estaban siendo ignoradas.
"Si yo simplemente me tapara los oídos, podría ser", dijo. "Pero no. Yo fijé una reunión para el día siguiente".
Wu Huiquan, cuyo Grupo Fu Xun, con sede en Hong Kong, posee la Fábrica de Textiles Futai, dijo que las relaciones de su compañía con los trabajadores eran tan buenas que, en contraste con otras fábricas de la región, no tenía problemas en mantener a suficientes trabajadores para que la compañía funcionara a toda capacidad.
"Si las condiciones no fueran buenas, los trabajadores no vendrían", dijo Wu Huihai, que fue entrevistado en la sede de la compañía en Hong Kong.
Los trabajadores de la fábrica Futai, una de las 10 gestionadas por Fu Xin en un negocio de 100 millones de dólares al año, ganan un promedio de 85 a 105 dólares al mes, y los que son más ágiles y con más experiencia ganan considerablemente más, dijo Wu Huihai.
Kenneth Wan, director de ventas de subproductos de Fu Xin, dijo que la reducción salarial de mayo para algunos trabajadores, especialmente los con menos experiencia, se debió a fluctuaciones estacionales. Wan dijo que sus pagas fueron afectadas por la anual escasez de pedidos a principios de la primavera. Los cheques del 31, dijo, reflejaban la cantidad de suéteres hechos en abril, normalmente un mes flojo.
"Todos los años es lo mismo", dijo. "Febrero, marzo, abril, siempre ocurre eso. El problema siempre empieza en abril o en marzo".
Reivindicaciones Ignoradas
Cuando el 3 de junio a las 7 de la mañana los trabajadores empezaron a llenar de nuevo el inmenso taller de Futai, el resentimiento se respiraba. Un obrero llamado Liu, que accedió a contar lo que había pasado a condición de que se usara solamente su nombre de pila, dijo que esa húmeda mañana la acción laboral estaba en la cabeza de todo el mundo.
Hace mucho tiempo que las huelgas son prohibidas en China. Liu y los otros sabían que cualquiera que fuera identificado como dirigente podía terminar en la cárcel. Además, todos necesitaban trabajar; trabajar en la fábrica fue la razón por la que dejaron sus pueblos natales, en primer lugar.
Pero se había alcanzado el punto de ebullición. Liu, 28, un gordo con una imagen de su ex novia tatuada en su brazo, dijo que la petición del día anterior de salarios más altos todavía no había sido respondida, por lo menos que se supiera en la fábrica.
"Si hubiese habido una respuesta, no habría habido huelga", dijo uno de los activistas.
A pesar de las palabras de estímulo de los capataces, casi nadie empezó a tejer esa mañana. Los obreros del Grupo 3, una de las cinco unidades de la fábrica, empezaron a gritar: "¡No aumento, no trabajo!" Los obreros del Grupo 4 se unieron rápidamente, de acuerdo a los presentes, y los gritos se extendieron a los otros grupos.
Entonces los trabajadores del Grupo 5 cortaron la electricidad del Grupo 3, dijeron los obreros, por lo que la gente del Grupo 3 se apresuró a cortar al Grupo 1. En ese punto, por razones todavía desconocidas, se cortó todo el suministro de electricidad del barrio, de acuerdo a trabajadores y directores de la fábrica, y todas las máquinas dejaron de funcionar.
"¡Se acabó el trabajo!", gritó uno de los capataces, dijo un obrero, y todos cruzaron las puertas de la fábrica hacia las polvorientas calles.
Rabia en las Calles
Fuera de la puerta de rejas de hierro, la mayoría de los trabajadores se habían reunido en un cruce donde los vendedores callejeros rebosan las aceras. Gritaron sus demandas de salarios más altos. El tráfico empezó a atascarse en tres direcciones; las bocinas chillaban, los conductores despotricaban. Algunos obreros respondieron arrojando cáscaras de sandías que encontraron debajo de los mostradores de los vendedores. Al poco rato, de acuerdo a trabajadores en el lugar de los incidentes, la ruidosa turba empezó a arrojar piedras.
Al ver eso, dijeron los trabajadores, una media docena de miembros desarmados del Personal de Seguridad y Protección de Xizhou, llegaron con sus motocicletas rojas y empezaron a empujar a los arremolinados trabajadores con sus bastones rojo-blanco-azul de 1 metro y medio de largo. Los obreros en huelga se enteraron luego de que un automovilista molesto había llamado a la policía para quejarse de que el cruce estaba bloqueado y de que les estaban lanzando piedras.
Los guardias de seguridad, en sus uniformes verde claro, son ampliamente despreciados por el cuerpo de trabajadores inmigrantes de Futai. Pagados por la comunidad para mantener el orden y proteger los edificios, chocaban frecuentemente con los jóvenes trabajadores de fuera de la ciudad. Además, recibían de cada trabajador 2 dólares al mes por concepto de "sanitación" -a cambio de nada, se quejaron los trabajadores- y a menudo visitaban los dormitorios a las 2 o 3 de la mañana para controlar si los que estaban dentro habían pagado sus cuotas.
Lo que había sido una situación volátil, se transformó en confrontación. Muchos obreros empezaron a pelear de vuelta, lanzando piedras a los guardias de seguridad. En respuesta, los guardias empezaron a golpear con sus bastones a la gente.
"La rabia de la gente estaba explotando como un incendio", dijo un trabajador que estaba en la multitud. "Un montón de gente odia a los tipos de seguridad, porque están siempre intimidando a los trabajadores. Nos quitan el dinero sin darnos una buena razón".
Superados en números, los guardias tenían pocas posibilidades. Huyeron, abandonando sus motocicletas. Los trabajadores las cogieron de inmediato, dijeron Liu y los otros, dándoles de patadas y aporreándolas con piedras.
Cuando los guardias huían, llegó una furgoneta con policías regulares, y fueron recibidos con una lluvia de piedras. A la misma hora, cerca de las 9 de la mañana, los trabajadores dijeron que habían oído a un director gritar por la ventana del segundo piso: "Si no volvéis ahora, no llegaremos a nada".
Liu dijo que un agente de policía le pidió ayuda para persuadir a los trabajadores a que volviesen al terreno de la fábrica antes de que la violencia empeorara. "Yo dije: ¿Cómo? Son miles'", dijo. La respuesta a las dos preguntas fueron más piedras, de acuerdo a obreros en el lugar. Los agentes trataron de dispersar a la muchedumbre con porras y persiguieron a los trabajadores dentro del terreno de la fábrica.
Fue entonces que el humo negro empezó a elevarse de la motocicleta quemada, señalando un serio rompimiento de la ley y el cruce de una línea. Muchos trabajadores retrocedieron, temerosos de que el vehículo en llamas explotara. Pero pronto volvieron a avanzar, arrojando piedras contra los choques bloqueados, la furgoneta y los policías con bastones.
El enfrentamiento de cuatro horas terminó sólo cuando aparecieron varios cientos de policías anti-disturbios con uniformes de camuflaje. Vadearon entre la muchedumbre, dijeron los trabajadores, y lanzaron gases lacrimógenos a cualquier grupo de gente, deteniendo a cualquiera que se opusiera. Muchos trabajadores fueron golpeados con bastones negros, dijeron testigos, y al menos dos jóvenes con camisetas rojas fueron detenidos.
"Si te negabas a salir, te arrestaban, incluso si no habías hecho otra cosa que estar parado ahí", dijo Liu. Para escapar de la redada, se escondió en una librería.
Hacia las 11 de la mañana, la multitud había desaparecido. La policía anti-disturbios se quedó haciendo guardia para asegurarse de que los obreros no volvieran. La mayoría de los trabajadores se marchó a almorzar, y luego se arrastraron hacia sus máquinas de coser, en pequeños grupos, en la tarde.
La mayoría de los arrestados fueron dejados en libertad a las 9 de la noche, dijeron los trabajadores, después de largos interrogatorios por la policía para identificar a los que habían dirigido la huelga, y a los que habían prendido fuego a la motocicleta. Pero unos 20 siguieron detenidos durante semanas, dijeron colegas y familiares, sin que se permitiera visitarlos o llevarles dinero o ropa.
Tres de los prisioneros -sus cabezas rapadas, con manos y pies esposados, con uniformes grises parecidos a pijamas- fueron llevados, siete días después, a las puertas de la fábrica y fueron obligados a posar para que la policía sacara fotos, dijeron unos vendedores de frutas.
Pero los obreros no vieron ese episodio. Para entonces, estaban todos dentro cosiendo suéteres y esperando ver cuánto les pagarían a fines de junio.
La reunión de los directivos para el 3 de junio nunca se realizó. Pero esa tarde, mientras la policía se arremolinaba en la calle llena de basura, un aviso de la compañía fue colgado en una pared de la fábrica. Los directores revisarían la situación, prometía la nota, y tratarían de mejorar los niveles salariales de la temporada floja.
19 de julio de 2005
©washington post
©traducción mQh
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