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las putas también envejecen


[William Grimes] A la sombra de una ciudad dedicada al placer.
Por lo que se recuerda, el vecindario conocido como Heera Mandi, metido en la parte norte de la ciudad amurallada de Lahore, Pakistán, ha sido siempre un barrio rojo. El nombre significa Mercado del Diamante, pero antes de que llegaran los británicos a mediados del siglo 19, ya era un bien establecido centro de placer, un lugar donde los hombres paquistaníes podían apartarse de matrimonios convenidos y pasar un tiempo con mujeres guapas, educadas en las artes del canto, la danza y la seducción.
El viejo barrio, con sus destartalados edificios, está en las últimas. Las legendarias cortesanas de Heera Mandi, que en el pasado eran solicitadas príncipes y emperadores, son un recuerdo lejano; su papel se ha reducido mucho, como las geishas de Japón. El cliente de hoy es más probablemente un gordo empresario luciendo un Rolex y conduciendo un Range Rover. Las mujeres, adiestradas apresuradamente, bailan a la música que sale resonando de una casetera, si es que bailan. Algunas apenas son adolescentes. El arte ha cedido el paso al comercio. "En esos días era bueno, pero todo eso ha cambiado", recuerda una vieja prostituta. "A nadie le preocupa el canto y el baile. Nos preparamos durante años, y ahora nadie lo hace".
Louise Brown, una académica británica que estudia el comercial sexual en Asia, pasó siete años, intermitentemente, viviendo en Heera Mandi. ‘The Dancing Girls of Lahore', su informe a la vez escalofriante y cálido sobre un vecindario donde las reglas parecen estar cambiando, excepto las que mantienen a las mujeres paquistaníes en un estado de abyecta servidumbre.
Brown, autora de ‘Sex Slaves: The Trafficking of Women in Asia', posee el ojo de un sociólogo y la apreciación de una novelista de su entorno y del drama humano que se representa ante ella. Pasa casi tanto tiempo describiendo la comida en las calles de Lahore, y los festivales religiosos, como al análisis de la lúgubre economía del comercio sexual. Su principal personaje, Maha, una prostituta en la cuesta abajo de su carrera, adquiere vida en tres dimensiones, realizada completamente en el limitado mundo que ha definido la vida de su madre, abuela y bisabuela antes de ella. En Heera Mandi, la prostitución es una profesión familiar.
Maha, como Broen, tiene olfato para los más sutiles matices de clase. Sus miserias y triunfos dependen de ellos. En la flor de la vida, como el resto de las mujeres del barrio, exigía precios altos. A los 12 fue vendida a un rico jeque en Dubai para un solo encuentro. Más tarde gozó de la protección de hombres poderosos y ricos, los que en Pakistán se espera que mantengan a varias amantes. Las prostitutas se refieren a esos clientes como sus maridos y, si tiene suerte, pueden acumular suficiente dinero y regalos, mientras reciben a varios hombres a la vez, para procurarse una jubilación cómoda.
Pero a medida que pasan los años, los clientes son más numerosos y menos adinerados. Maha, en sus treinta, con sobrepeso y cansada después de parir cinco hijos, ahora depende de la incierta caridad del irresponsable Adnan, el empresario enganchado al opio que una vez le puso una bonita casa fuera de Heera Mandi, pero hace poco le pidió que volviera al viejo barrio. "Estoy vieja y acabada", dice Maha a la autora, que escribe: "Probablemente tiene razón. La historia de Maha es corriente: las mujeres guapas de Heera Mandi ganan una suspensión temporal de los burdeles en sus veinte, sólo para volver en sus treinta. Maha ha vuelto al lugar donde nació y al que perteneció siempre".
Las fortunas familiares son sombrías, y Brown mira con pena mientras Maha prepara a sus tres hijas en el oficio. Con una prosa elocuente y breve, explica las duras reglas del juego. Adnan era la última oportunidad de Maha. Cuando la deje, pues la dejará, se verá en dificultades para encontrar a otro protector. Su hijo no se podrá casar decentemente. A menos que sus hijas estuvieran a la altura de las circunstancias, terminaría en Tibbi Gali, el mercado sexual barato, donde las mujeres más viejas se venden por tan poco como 20 rupias, el precio de una botella de Coca. Maha, bella en el pasado, fogosa y orgullosa, todavía se refiere a sí misma como una "mujer de mil rupias -169 dolares".
Brown analiza perspicazmente esta fanfarronada, a menudo oída en Heera Mandi. Manteniendo una fachada próspera, las prostitutas defienden sus precios. También, sin darse cuenta, causan su propia miseria. La mayoría de las mujeres acceden por menos de 10.000 rupias, pero aceptan sin protestar los reclamos de sus hermanas. "Las mujeres piensan que son sólo sus negocios los malos, que son sólo ellas las que no pueden pagar el alquiler, que son sólo sus maridos los malos", escribe Brown. "No me creen cuando les cuento que las vidas de otras mujeres también están en la ruina, y ellas me dicen que no debo contar a nadie de sus dificultades".
Maha es una luchadora, y Brown describe su vida con todos sus detalles sensuales. Está todo: las largas horas de tedio puntuadas por viciosas peleas con sus hijas y vecinas; la búsqueda de consuelo en alimentos que engordan y jarabe para la tos con codeína; la firme creencia en la magia negra y los hechizos; los tambaleantes cambios de ánimo, de negra desesperación a vertiginosa esperanza. Quizás las niñas puedan hacerse un hueco en el cine. (El barrio ha producido muchas de las estrellas de cine de Pakistán). O, quizás, Nena, la hija más atractiva y consumada de Maha, pueda encontrar una vasija con oro en un extremo del arco iris en las giras sexuales a los países del Golfo Pérsico, o en los protectores brazos de un cliente rico. No hay finales felices. Pero contra toda probabilidad, las mujeres como Maha de algún modo sobreviven. Brown, sorprendentemente, logra que parezca plausible.

20 de julio de 2005
©new york times
©traducción mQh


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