gb prohíbe ideas perversas
Tony Blair quiere amordazar el debate en una sociedad libre.
Realmente, nadie quiere reprochar a Tony Blair en momentos en que se esfuerza por hacer frente a la amenaza del terrorismo islámico doméstico. Después de una ronda de mortíferos atentados con bomba y una segunda de atentados frustrados a apenas dos semanas de intervalo, todo el mundo sabe que sus temores no son exactamente una alucinación. En este caso, la mayoría de la gente en Estados Unidos, así como de Gran Bretaña, preferirían a un ministro que va demasiado lejos, antes que a uno que se quede corto.
En una declaración la semana pasada elogió la "tolerancia y buen carácter" de su pueblo, pero dijo que tenían "la convicción de que una minoría pequeña y fanática abuse de esta tolerancia y bondad". Procedió a revelar un plan para expulsar a nacionales extranjeros, como por ejemplo clérigos islámicos militantes, que muestren simpatía por el terrorismo.
Su plan permitirá la deportación de cualquier no-ciudadano que sea culpable de "fomentar el odio" o "justificar o avalar... la violencia" o "ensalcen el terrorismo". Para los que provienen del extranjero, declaró Blair, "vivir aquí implica un deber. Ese deber es compartir y defender los valores sobre los que se sostiene el modo de vida de los británicos".
Dejó sin explicar por qué ese deber se aplicaría solamente a nacionales extranjeros. ¿Los británicos nacidos en el país tienen incluso una mayor obligación de no criticar o rechazar esos valores? ¿Por qué debería permitirse que alguien cuestione los ideales comunes del pueblo británico?
La razón, por supuesto, es que el debate sin trabas es el fundamento de una sociedad libre, y uno de los logros más loables de la democracia británica. Si la expresión abierta de los británicos realiza una función vital -informar y estimular la reflexión-, ¿por qué esa expresión abierta de inmigrantes y visitantes extranjeros no fomenta igualmente ese propósito?
El problema con el programa de Blair no es que quiera reprimir las actividades terroristas emprendidas por radicales importados. La violencia y otras formas de criminalidad merecen una persecución y castigo rigurosos. Pero su plan de penalizar las ideas y palabras prohibidas va más allá de atacar las actividades terroristas. Entrar a una librería radical te podría costar el trabajo.
Si un líder islámico radical recluta a terroristas suicidas, les ayuda a planear sus crímenes o incita a matar gente, no debería ser deportado -debería ser juzgado y encerrado. Sin embargo, Blair quiere expulsar a cualquiera que simplemente exprese ideas que podrían ser quizás peligrosas.
Esa prohibición es una red que atrapará por igual a peces pequeños que tiburones. Podría significar que cualquiera que elogie el liderazgo de Yasser Arafat podría empezar a empacar. Le pasaría lo mismo a cualquiera que expresara la menor simpatía por los contras nicaragüenses, que gozaron en el pasado del apoyo de Reagan. Lo mismo en cuanto a Nelson Mandela, que dirigió un grupo guerrillero armado antes de convertirse en un símbolo de fraternidad.
El punto es que cualquiera que diga algo positivo sobre Nelson Mandela podrá ser expulsado. El punto es que hay una enorme brecha entre "justificar" la violencia y participar en actividades terroristas.
De hecho, la historia de la libertad de expresión es sobre todo la historia de aprender a tolerar declaraciones que pueden potencialmente causar daños verdaderos. Permitimos que el Ku Klux Klan organice manifestaciones, aunque podría inspirar a la gente a actos de violencia racial. Permitimos los congresos del Partido Comunista, aunque podrían organizar células armadas de revolucionarias. Dejamos que la gente defienda y abogue por puntos de vista extremos porque tenemos fe en el valor del debate para denunciar los errores y descubrir la verdad.
Y no definimos la verdad según la nacionalidad del parlante. Uno de los principios jurídicos fundamentales en este país es que los derechos constitucionales son propiedad no sólo de los ciudadanos americanos, sino de todos los que viven aquí. Un inmigrante residente o un visitante no puede ser castigado por decir cosas que el resto de nosotros sí podemos decir.
Los británicos piensan que somos de esta opinión solamente porque no estamos siendo atacados. Pero las mantuvimos incluso en medio de la peor amenaza de la historia. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno trató de despojar de la ciudadanía a un inmigrante alemán que predicaba el nazismo mientras nosotros peleábamos contra Hitler. Pero la Corte Suprema dijo que no expulsaría a nadie por expresar "puntos de vista de apariencia siniestra que los ciudadanos nativos pueden expresar con impunidad".
Blair presume que si los jóvenes musulmanes son aislados de la retórica incendiaria, no se convertirán en terroristas. Pero haciendo callar a unos pocos predicadores radicales no silenciará sus ideas. En la era de internet, cualquiera que quiera oír llamados a la yihad los puede oír al instante.
Al final, su plan promete sacrificar la libertad sin mejorar la seguridad. Blair quiere que los extranjeros que van a Gran Bretaña "defiendan los valores sobre los que se sostiene el modo de vida de los británicos". Podrían responder: Después de usted.
Steve Chapman es miembro del consejo editorial de la Tribune. E-mail: schapman@tribune.com
11 de agosto de 2005
©chicago tribune
©traducción mQh
En una declaración la semana pasada elogió la "tolerancia y buen carácter" de su pueblo, pero dijo que tenían "la convicción de que una minoría pequeña y fanática abuse de esta tolerancia y bondad". Procedió a revelar un plan para expulsar a nacionales extranjeros, como por ejemplo clérigos islámicos militantes, que muestren simpatía por el terrorismo.
Su plan permitirá la deportación de cualquier no-ciudadano que sea culpable de "fomentar el odio" o "justificar o avalar... la violencia" o "ensalcen el terrorismo". Para los que provienen del extranjero, declaró Blair, "vivir aquí implica un deber. Ese deber es compartir y defender los valores sobre los que se sostiene el modo de vida de los británicos".
Dejó sin explicar por qué ese deber se aplicaría solamente a nacionales extranjeros. ¿Los británicos nacidos en el país tienen incluso una mayor obligación de no criticar o rechazar esos valores? ¿Por qué debería permitirse que alguien cuestione los ideales comunes del pueblo británico?
La razón, por supuesto, es que el debate sin trabas es el fundamento de una sociedad libre, y uno de los logros más loables de la democracia británica. Si la expresión abierta de los británicos realiza una función vital -informar y estimular la reflexión-, ¿por qué esa expresión abierta de inmigrantes y visitantes extranjeros no fomenta igualmente ese propósito?
El problema con el programa de Blair no es que quiera reprimir las actividades terroristas emprendidas por radicales importados. La violencia y otras formas de criminalidad merecen una persecución y castigo rigurosos. Pero su plan de penalizar las ideas y palabras prohibidas va más allá de atacar las actividades terroristas. Entrar a una librería radical te podría costar el trabajo.
Si un líder islámico radical recluta a terroristas suicidas, les ayuda a planear sus crímenes o incita a matar gente, no debería ser deportado -debería ser juzgado y encerrado. Sin embargo, Blair quiere expulsar a cualquiera que simplemente exprese ideas que podrían ser quizás peligrosas.
Esa prohibición es una red que atrapará por igual a peces pequeños que tiburones. Podría significar que cualquiera que elogie el liderazgo de Yasser Arafat podría empezar a empacar. Le pasaría lo mismo a cualquiera que expresara la menor simpatía por los contras nicaragüenses, que gozaron en el pasado del apoyo de Reagan. Lo mismo en cuanto a Nelson Mandela, que dirigió un grupo guerrillero armado antes de convertirse en un símbolo de fraternidad.
El punto es que cualquiera que diga algo positivo sobre Nelson Mandela podrá ser expulsado. El punto es que hay una enorme brecha entre "justificar" la violencia y participar en actividades terroristas.
De hecho, la historia de la libertad de expresión es sobre todo la historia de aprender a tolerar declaraciones que pueden potencialmente causar daños verdaderos. Permitimos que el Ku Klux Klan organice manifestaciones, aunque podría inspirar a la gente a actos de violencia racial. Permitimos los congresos del Partido Comunista, aunque podrían organizar células armadas de revolucionarias. Dejamos que la gente defienda y abogue por puntos de vista extremos porque tenemos fe en el valor del debate para denunciar los errores y descubrir la verdad.
Y no definimos la verdad según la nacionalidad del parlante. Uno de los principios jurídicos fundamentales en este país es que los derechos constitucionales son propiedad no sólo de los ciudadanos americanos, sino de todos los que viven aquí. Un inmigrante residente o un visitante no puede ser castigado por decir cosas que el resto de nosotros sí podemos decir.
Los británicos piensan que somos de esta opinión solamente porque no estamos siendo atacados. Pero las mantuvimos incluso en medio de la peor amenaza de la historia. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno trató de despojar de la ciudadanía a un inmigrante alemán que predicaba el nazismo mientras nosotros peleábamos contra Hitler. Pero la Corte Suprema dijo que no expulsaría a nadie por expresar "puntos de vista de apariencia siniestra que los ciudadanos nativos pueden expresar con impunidad".
Blair presume que si los jóvenes musulmanes son aislados de la retórica incendiaria, no se convertirán en terroristas. Pero haciendo callar a unos pocos predicadores radicales no silenciará sus ideas. En la era de internet, cualquiera que quiera oír llamados a la yihad los puede oír al instante.
Al final, su plan promete sacrificar la libertad sin mejorar la seguridad. Blair quiere que los extranjeros que van a Gran Bretaña "defiendan los valores sobre los que se sostiene el modo de vida de los británicos". Podrían responder: Después de usted.
Steve Chapman es miembro del consejo editorial de la Tribune. E-mail: schapman@tribune.com
11 de agosto de 2005
©chicago tribune
©traducción mQh
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