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la mamá de la paz


[Ellen Goodman] El efecto radioactivo de la voz de una madre.
Los titulares de esta mañana la llamaban "la mamá de la paz". Es un título que personaliza y trivializa al mismo tiempo a la larguirucha mujer de voz aguda que ha estado acampando en Crawford, Tejas. Es un apodo que, a la vez, le otorga y desconoce autoridad para pronunciarse contra la guerra, con una autoridad moral ganada del modo más doloroso posible, a través de la pérdida de su hijo.
Estamos ahora terminando la Semana Dos en Camp Casey. El fenómeno de agosto de 2005 no son las mordidas de tiburones o mujeres desaparecidas, sino una madre que se apareció a la puerta de las vacaciones del presidente. Cindy Sheehan llegó movida por un impulso, intempestivamente, para preguntar al presidente de Estados Unidos por qué había "matado" a su hijo, el "niño amoroso" cuya breve vida lleva tatuada en su tobillo izquierdo: "Casey ‘79-‘04".
Si la Semana Uno fue la Creación de una Celebridad, con cobertura de 24 horas, la Semana Dos nos trajo la reacción y los blogueros. Reyes conservadores del cable, como Bill O'Reilly, demostraron que ni siquiera la muerte de un niño garantiza inmunidad frente al ataque. El iconoclasta Cristopher Hitchens la recibió con un regocijo que antes reservaba a la Madre Teresa.
En la Semana Uno, los grupos contra la guerra encontraron una cara para su causa y promovieron páginas de Cindy en internet y encuentros y vigilias. En la Semana Dos, partidarios de la guerra trataron de concentrar las protestas contra la guerra en Cindy. La llamaron "el Emblema de la Rendición" y "la Madre Más Bochornosa de Estados Unidos". Pero, de hecho, esta mujer, de un imprudente coraje nacido del dolor y la rabia -"Desde que mataron a mi hijo, no le tengo miedo a nada"-, dirige su reto a los "votantes indecisos" de esta guerra. Presenta una imagen diferente de esos inquietos americanos que hasta ahora se han tragado la lengua y sus dudas por respeto a los caídos en la guerra y sus familias.
El activismo de la "mamá de la paz" no ha creado la paz en su familia. Ella y su marido sufrieron de diferente manera hasta el anuncio: "Marido de la ‘Mamá de la Paz' Pide el Divorcio'". Las tías y tíos en el lado pro-guerra de la familia la criticaron por "preferir sus propios intereses a la búsqueda de notoriedad a expensas del buen nombre y reputación de su hijo".
En realidad, no hay modo de saber qué pensaba Casey Sheehan sobre la paz o la mamá. Era un monaguillo que quería ser asistente de capellán militar, y terminó como mecánico de todoterrenos y murió tratando de rescatar a unos soldados heridos. Pero la división en su familia refleja una fisura en la familia americana sobre cómo rendir homenaje a los caídos. Como la mamá de especialista del ejército Wilfredo Urbina, que quiere tener éxito "para que todo este dolor sirva para algo". O como Cindy Sheehan, que le dijo al presidente que no "use el nombre de mi hijo ni el mío para justificar más asesinatos".
Esta guerra fue presentada a la opinión pública como un asunto de defensa contra armas de destrucción masiva. Pero esas armas no aparecieron nunca.
Luego se nos dijo que Iraq estaba en la primera línea en la guerra contra los terroristas: "Es mejor allá, que acá". Pero la evidencia muestra que la gran mayoría de los combatientes extranjeros no son terroristas redesplegados sino reclutas nuevos radicalizados por la guerra misma. Hace poco, se nos dijo que mantuviéramos "el curso" para garantizar la democracia en Iraq. Pero mientras los iraquíes disputan sobre una constitución que no se parecerá en nada a una como la nuestra, la lista de justificaciones se hace más corta y el apoyo de la guerra, más débil".
En su conjunto, los sondeos muestran que una mayoría de los americanos ahora creen que fue un error enviar tropas a la guerra, que los resultados no valen la pérdida de vidas americanas y que la guerra no nos ha hecho más seguros.
El argumento más poderoso de queja y que el presidente repite una y otra vez es que "el mejor modo de rendir homenaje a las vidas que se han perdido en esta guerra es completar la misión".
Entonces llegó Cindy Sheehan.
Hasta ahora, el eslogan "Apoya Nuestras Tropas" significaba "Apoya la Guerra". Los dos parecían inseparables. Criticar la guerra era como criticar a las tropas. Pero en un polvoriento y caluroso camino de Tejas, Sheehan cercenó el vínculo.
Así la pregunta no es si el presidente hablará con ella. No lo hará. Tampoco es si habla a nombre de su hijo. Nunca lo sabremos. No es si es "simplemente una mamá" o una agitadora anti-Bush. Es las dos cosas. Es si los casi 1.900 estadounidenses que han muerto, han muerto en una guerra de lujo y lo doloroso que es reconocerlo. Es si podemos seguir honrando esas muertas con más muertes.
No es una sorpresa que "la mamá de la paz" se haya convertido en un blanco de la guerra sobre la guerra. Si tiene éxito, la Casa Blanca habrá perdido quizás la última y más poderosa justificación que ofrece a una descorazonada opinión pública estadounidense. En cuanto a eso, no hay modo de salir del pantano de Iraq. Excepto saliendo.

Se puede escribir a la autora a: ellengoodman@globe.com.

21 de agosto de 2005
©boston globe
©traducción mQh


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