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ira en ciudad china


[Edward Cody] Contra los ricos y los poderosos. Golpiza de estudiante enciende disturbios y saqueo.
Chizhou, China. Liu Lang, un estudiante de informática menudo y con grandes gafas, volvió a su ciudad natal de Chizhou para las vacaciones de verano. Hacia las 2 y media de la calurosa tarde del 26 de junio, pasaba pedaleando en su bicicleta junto al mercado de verduras en el centro, en la calle de Cuibai.
Por la misma calle en sentido contrario venía Wu Junxing, gerente general adjunto de un hospital en la cercana Anqing, en un sedán Toyota negro de aspecto nuevo. Wu, acompañado por un amigo y dos guardaespaldas, había llegado a Chinzhou ese día para asistir a las ceremonias de inauguración de un nuevo hospital privado y, dijeron socios, sondear el mercado para decidir si invertiría en sus propias instalaciones.
El brillante sedán de cuatro puertas de Wu chocó contra la bicicleta de Liu y lo lanzó violentamente al suelo. Casi inmediatamente, dijeron testigos, Liu, 22, y Wu, 34, empezaron a discutir sobre quién tenía la culpa. En el calor de la disputa, dijeron, Liu estropeó uno de los espejos retrovisores, lo que provocó que los musculosos guardaespaldas salieran del coche y golpearan al delgado joven.
La golpiza, parte de un incidente de tráfico menor una lenta tarde de domingo, atizó la chispa de la ira. La chispa se convirtió en disturbios, que se extendieron durante ocho caóticas horas de cólera contra la fascinación del Partido Comunista de China con los hombres de negocios, los beneficios y el crecimiento económico.
Después de ver lo que había pasado a Liu, la "gente de a pie" de Chizhou, según se llamaron a sí mismos, se levantaron contra lo que perciben como la inclinación de su gobierno local de tomar partido por los inversores contra la propia Chizhou. Hacia el final de la tarde, había 10.000 vecinos de Chinzhou en la calle, algunos de los cuales quemaron coches policiales, apedrearon a las tropas y saquearon un supermercado cercano.
La violencia en el centro de Chizhou sorprendió a las autoridades de esta ciudad de apariencia moderna de 120.000 habitantes, en las ricas tierras agrícolas aluviales de la provincia de Anhui cerca del río Yangtze, a unos 400 kilómetros al sudoeste de Shanghai. Consternados funcionarios del ayuntamiento deploraron el impacto de su campaña para atraer a inversores y ampliar la base económica de Chinzhou. Dijeron que los que tenían la culpa eran "elementos ilegales".
Pero los disturbios aquí, como otros estallidos en ciudades chinas, apuntaban de hecho contra los funcionarios del Partido Comunista y bien conectados hombres de negocios que controlan Chinzhou. Antes de que retornara la calma a las ciudades, los disturbios se habían convertido en una rebelión contra la estrecha conexión en la China moderna entre los grandes negocios y el gobierno comunista.
"Cuando la rabia hierve en tu corazón durante tanto tiempo, tiene que explotar", dijo un hombre de Chizhou que estuvo en la muchedumbre esa noche.
Mientras el Partido Comunista lucha por prolongar el rápido crecimiento económico que se ha convertido en su nueva ideología, la asociación oficial con los negocios ha generado resentimiento entre los que han quedado atrás: campesinos cuyos campos se convirtieron en parques industriales, trabajadores cuyas fábricas de la época socialista se hunden, jóvenes que trabajan en la cadena de montaje por 60 dólares al mes.
A sus ojos, el partido que asumió el poder en China hace 56 años como el adalid de los campesinos y trabajadores parece haber cambiado de lado, amparando a los empresarios capitalistas en lugar de a los pobres como parte de la nueva ética de enriquecimiento en el que el soborno juega un importante papel.
Hace poco el resentimiento explotó en violentas protestas, a pesar de draconianas leyes contra los intentos de cuestionar el dominio del partido. Aunque la censura de prensa impide un conteo independiente, el diario de gobierno Ta Kung Pao dijo que el ministro de Seguridad Pública, Zhou Yongkang calculaba que 3.76 millones de chinos estuvieron implicados en 74.000 "incidentes de masa" durante 2004.
Impedir que los disturbios se extiendan se ha convertido en una seria preocupación del presidente Hu Jintao y sus lugartenientes, que llaman periódicamente a la estabilidad como condición de más progreso económico. Saben que la apuesta es alta. Si los violentos estallidos se descontrolan, podrían socavar el auge chino y, en última instancia, el poder del partido.
Wu y sus compañeros acababan de terminar un largo almuerzo empapado de cerveza en una terraza cuando ocurrió la colisión, de acuerdo a Cao Yefa, funcionario del Departamento de Propaganda del Partido Comunista de Chizhou.
Los dos guardaespaldas de Wu eran del personal de seguridad del Hospital Xie He de Anquing. Como describieron testigos, ambos llevaban el pelo al corto estilo militar y sus camisetas negras dejaban ver brazos musculosos decorados con tatuajes.
Cuando Liu cayó al suelo, los dos guardias continuaron golpeándolo con zapatos puntudos, dijeron los testigos. Tres docenas de tenderos del mercado de verduras cercano y taxistas de bicicletas ociosos se reunieron alrededor y gritaron al par que dejaran de golpearlo.
El Toyota de Wu, dijeron más tarde, llevaba matrículas de la vecina provincia de Jiangsu. Wu, según parecía, era uno de los ricos desconocidos que los ansiosos dirigentes del partido estaban tratando de seducir. Además, cuando los policías de una comisaría cercana se acercaron a investigar, dijeron funcionarios y testigos, Wu y sus guardaespaldas se negaron a cooperar -los primeros signos de arrogancia que según dijeron los participantes contribuyeron a encender la violencia.
Wu, en su vehículo, rechazaba sus preguntas con impaciencia, recordaron testigos, diciendo: "No me toquen. Aléjense de mi coche".
Los agentes de policía, dos agentes de servicio y un auxiliar, colocaron al maltrecho Liu en un taxi y lo despacharon hacia el Hospital Popular de Chizhou, donde más tarde los médicos dijeron que tenía la mandíbula y la nariz quebradas y múltiples contusiones. De acuerdos a testigos e informes oficiales, los policías ordenaron a Wu y sus tres acompañantes a seguirlos a la comisaría: a unos 330 metros por la calle de Cuibai, a la derecha del Supermercado Donghuadong y a 54 metros por la calle de Quipu.
Turbados por la actitud de Wu y la vista de las sangrientas heridas de Liu, los taxistas de bicicleta y los tenderos de verduras siguieron a pie, seguidos por un creciente número de transeúntes. Gente de la muchedumbre sacaron sus móviles para llamar a amigos y familiares, aumentando más su número. Hacia las 3 y media, dijeron testigos, varios miles de personas se habían reunido en la comisaría.
Uno de los que llegó fue el padre de Liu, que, dijeron testigos, empezó a discutir con Wu y sus guardaespaldas. Enfurecido, cogió un candado de motocicletas y, enarbolándola, rompió el parabrisas de Wu, dijeron los testigos. Los agentes de policía, que sólo eran tres, no hicieron nada.
La hostilidad escaló rápidamente, dijeron los que estuvieron presentes, alimentada por rumores pasados de persona en persona o por el móvil.
A muchos dijeron que Liu era un estudiante de 16 años que iba en camino a casa después de los exámenes finales, y que había muerto debido a sus heridas antes de llegar al hospital. A otros, que los guardaespaldas habían apuñalado al taxista de bicicleta que estaba tratando de proteger al joven herido. Y la mayoría se enteró de que Wu fue oído diciendo a la policía que no había nada de que preocuparse porque, al darle 35.000 dólares al padre de Liu, podía hacer desaparecer ese problema.
Las acciones de Wu y sus acompañantes indignaron aun más a la multitud, dijeron testigos. Cao, el funcionario de propaganda del partido, dijo que los cuatro hombres provocaron a los tres agentes de policía y los insultaron con un acento que los delataba como afuerinos.
"Quizás es porque son gente rica, rica pero sin educación", dijo Cao en una entrevista telefónica. "No saben cómo comportarse, y desprecian a los otros".
Gente en la multitud, que seguía creciendo a medida que continuaba el enfrentamiento, pidieron a los tres agentes de policía que les entregaran a Wu y sus acompañantes, de acuerdo a varias personas presentes en esos momentos. En lugar de eso, los cuatro fueron ingresados a la comisaría. Pero los dos guardaespaldas volvieron al coche y sacaron cuchillos, probablemente para protegerse a sí mismos, según testigos e informes oficiales.
"Esos tipos trataron de matar a uno de nuestros hijos", gritó alguien en la multitud, de acuerdo a los que estuvieron presentes. "¿Cómo se atreven? ¡Vamos a por ellos!"
Los agentes de policía superados en número, persuadieron a los dos matones que entregaran sus cuchillos y los metieron a una furgoneta policial para trasladarlos a la cárcel central. Pero en un gesto que indignó a la multitud, no fueron esposados. Para muchos de los que estaban en la calle, a los dos se los llevaban por su seguridad, no para castigarlos.
"¿Por qué los dejáis ir?", gritaba la gente, de acuerdo a varias versiones de testigos. Un motociclista que estaba en la multitud estaba todavía indignado una semana después por el incidente de las esposas. "Eso es ilegal", gritó en una larga conversación durante la cual describió la escena. "¿Por qué no les puso la policía, esposas?", preguntó. "Eran ricos, así que no tenían miedo de nada".
Entretanto, Wu había estado mirando a la muchedumbre desde una ventana del segundo piso arriba de la comisaría de policía. "Cuando lo vi sonreír con suficiencia, me puse realmente furioso", dijo el motociclista, un hombre nervudo con shorts y una camiseta tanque.
Con la rabia hirviendo, la turba bloqueó la furgoneta policial, exigiendo que les entregaran a los dos guardaespaldas. Se aparecieron unos 50 policías anti-disturbios con cascos y uniformes de faena, dijeron testigos. Fueron recibidos por una lluvia de piedras y botellas desde una multitud que ahora llegaba a las 10.000 personas. Las unidades anti-disturbios se llevaron a toda prisa a los guardaespaldas a un lugar seguro, dijeron los testigos, pero agentes desarmados no eran suficientes para controlar la situación.
Cuatro fueron heridos y el resto se retiró rápidamente, dijeron las autoridades. Los heridos, dijeron oficiales, estuvieron hospitalizados durante más de una semana. "Tenían miedo de morir", dijo alguien de la multitud que, como los otros entrevistados, se negaron a revelar sus nombres por temor a ser arrestados.
Hacia las 5 de la tarde, la envalentonada turba volcó su atención hacia el sedán de Wu, lo volcaron, lo abollaron con rocas y luego le encendieron fuego con encendedores, dijeron los testigos. Dos horas más tarde dos coches de la policía sufrieron la misma suerte, agregaron, y la furgoneta policial fue también destrozada y quemada. Los fuegos fueron tan intensos que chamuscaron la entrada de la comisaría de policía, dijo Cao.
La multitud vitoreó y gritó a la vista del incendio de los vehículos del gobierno. Varias personas allá esa noche dijeron que la revuelta se había convertido en una guerra contra el sistema que aguijoneaba a la policía local a proteger a desconocidos ricos en lugar de defender a un vecino. Uno de los que estuvieron presentes, entrevistado extensamente, se refirieron a la multitud como "la gente de a pie", un término usado frecuentemente en China para distinguir a los civiles corrientes de los ricos o poderosos.
"Son gente rica, y siempre se comportan como matones con la gente pobre", dijo uno de una de las legiones que hombres que transportan a clientes en Chizhou en la parte de atrás de motocicletas y que jugaron un rol prominente en los incidentes.

Supermercado Saqueado
En esos momentos, uno de los ricos y poderosos recibió una fatídica llamada telefónica. Zhou Qingrao, dueño del Supermercado Donghuadong, dijo que la policía asediada en la comisaría había llamado pidiendo agua. Zhou llevó de inmediato una caja con seis botellas de agua mineral.
Zhou, un leal miembro del Partido Comunista y ex delegado en el Congreso Político Consultivo del Pueblo en Pekín, también encabeza la Asociación de Inversores de Chinzhou; su compañía posee el supermercado Donhuadong y otras cuatro tiendas del tipo Kmart en la región. Originalmente de Hangzhou, a 240 kilómetros al este, desde su llegada hace 20 años, Zhou se convirtió en una parte prominente de la clase de empresarios del partido que los indignados manifestantes en la calle se proponían atacar.
"Oí gritar a alguien: ‘El dueño del Supermercado Donghuadong es de la provincia de Zhejiang. ¡Saquémosle de aquí!", recordó en una conferencia telefónica. "Yo les grité: "No podéis hacer eso. Yo vivo aquí hace más de 20 años. He hecho un montón de contribuciones a Chinzhou'. Pero no me escucharon".
En lugar de eso, después de un repentino aguacero, atacaron. Gritando: "Uno, dos, tres!", y utilizando barras y zapatos duros, recordó Zhou, rompieron los ventanales y entraron en tropel.
Esa bochornosa noche, durante más de tres horas, los saqueadores se entretuvieron en su interior. Se llevaron botellas de vino de arroz y cerveza. Recogían puñados de pendientes de plata y collares de oro. Acarrearon hornos microondas y, de acuerdo a testigos, huyeron en la oscuridad con mantas, artículos de cosmética, perfumes, jabón e incluso cazuelas y sartenes.
"Pronto no quedaba nadie", dijo un taxista de motocicleta que estuvo en la muchedumbre.
Sólo después de las 11 de la noche, cuando llegaron 700 policías anti-disturbios de la provincial capital de Anhui, Hefei, terminó el saqueo. Para entonces, el primer piso era un desastre, y estaba vacío.
Desde entonces la policía ha realizado una docena de detenciones, dijeron las autoridades, incluyendo a tres personas acusadas en conexión con la paliza de Liu. La policía hizo varios videos de la revuelta, de acuerdo a testigos y versiones oficiales. Los taxistas de motocicletas dijeron que más de 30 personas han sido citadas a declarar por sus acciones captadas por las cámaras de video.
El nuevo secretario del Partido Comunista de la ciudad, Tong Huawei, que casualmente asumió al día siguiente de los disturbios, llamó a los inversores el 7 de julio para garantizarles que, a pesar de la violencia, él garantizaba un buen ambiente para los negocios. "Podéis contar con nosotros", dijo, de acuerdo a Zhou, que estuvo presente en la reunión.
Tong y el alcalde de Chinzhou, Xie Dexin, reiteraron su apoyo de los inversores privados al día siguiente en la ceremonia de reapertura del Supermercado Donghuadong después de reconstruir y reponer el primer piso. Se estimula a los inversionistas a invertir en Chizhou, dijeron, de acuerdo a un informe de sus discursos en el diario oficial, y esta ciudad será siempre un gran lugar donde hacer negocios.

Jin Ling contribuyó a este reportaje.

27 de agosto de 2005
1 de agosto de 2005
©washington post
©traducción mQh

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