gay pobre, gay rico
[David Colman] Auge de propiedad inmobiliaria desplaza a gays pobres.
Provincetown, Massachusetts, Estados Unidos. Un visitante nuevo que pase en bicicleta por la Calle Comercial una tarde de verano, obtendrá un doble golpe de turismo de balneario costero y de una colorida bohemia que no se encuentran en ningún otro lugar.
Deslizándose entre las pequeñas e históricas casas del East End, te toparás con una pila de madera, muebles y escombros en el patio de George Bryant, un historiador local. Más allá, mientras la gente empieza a agolparse en la angosta calle, pasarás frente a galerías de arte, la tienda Womencrafts y la boutique Freak Street.
Pronto estarás pedaleando por el centro de la ciudad, el escenario al aire libre de artistas callejeros como Ellie Castillo, un valiente travesti de 73 años. Pasas frente a las reinonas en Crown & Anchor y un alejamiento con desayuno que ondea la bandera del arco iris. Cerca del final del área comercial está el hotel Boatslip, donde el té bailable de la tarde está terminando y sacando a la calle a cientos de hombres gay.
Amistosa, flamante, abrumadoramente gay: Provincetown es todavía todas esas cosas y la primera impresión lo confirma. Pero quédate un rato y encontrarás una imagen menos que perfecta. El auge de la propiedad inmobiliaria ha causado inquietud, oponiendo a ricos recién llegados y urbanistas contra los pueblerinos, artistas y espíritus libres que imprimen al enclave su carácter bohemio y que ahora temen ser desplazados.
Las fricciones entre el nuevo dinero y las viejas costumbres no es nada nuevo en los retiros veraniegos. Pero lo que transforma la batalla de Provincetown es inhabitual es que es en gran parte una lucha de clases dentro del mundo gay. Durante casi 30 años, Provincetown ha atraído a todo el espectro de personas que representa la bandera del arco iris: gays y lesbianas, viejos y jóvenes, ricos y pobres. Ahora, dice mucha gente aquí, con la creciente brecha entre los que tienen y los que no, la ciudad que enorgullecía de su tolerancia está empezando a parecerse al resto de Estados Unidos.
"Es un microcosmos de un cambio más amplio, de la lenta incorporación de la cultura gay en la cultura en general", dice Andrew Sullivan, el escritor gay, que compró aquí un pequeño apartamento cuando los precios eran más accesibles. "Es el aburguesamiento del mundo gay".
Sullivan ha visto la transformación del muelle donde vive de un lascivo lugar de sexo y drogas en un fantástico condominio habitado casi enteramente por parejas heterosexuales y homosexuales. Los matrimonios han avivado la transformación, dijo. Celebrando casi un sexto de los matrimonios gay en Massachusetts, Provincetown, dijo, se está re-inventando como una utopía de las parejas homosexuales de clase media alta.
"Lo que estamos viendo son más y más casas de huéspedes y restaurantes convirtiéndose en condominios, y la razón es clara: ha subido el valor de la propiedad inmobiliaria", dijo Gary Reinhardt, presidente de la Comisión Urbanística de Apelaciones. "Eso significa en lo esencial que hay menos lugares para quedarse y menos cosas que hacer para los visitantes transitorios y así el mercado transitorio desaparecerá lentamente".
El precio promedio de una casa para una familia aumentó en un 33 por ciento en los últimos 2 años, de acuerdo al Warren Group, una compañía de archivos de propiedad inmobiliaria de Boston. Aterrizan cada vez más aviones a chorro privados en el pequeño aeropuerto de Provincetown.
Los alojamientos con desayuno están desapareciendo, como en todo Cape Rod. En Provincetown, los alojamientos están siendo comprados por hombres gay y lesbianas ricas y convertidos en casas unifamiliares o condominios. En la temporada alta, muchos han estado vacíos durante semanas, afectando aun más el mercado de cafeterías y restaurantes. Con el aumento de los valores de la propiedad, las vallas y setos de privacidad se están elevando.
Mientras aquí muchos imaginan una versión gay de Nantucket, Reinhardt dijo que no estaba seguro de que la transformación pare ahí. "Creo que Provincetown será menos y menos gay", dijo.
Los cambios no son nuevos en este histórico pueblo en la punta de Cape Cod, adonde llegaron primero los Peregrinos en 1620 antes de seguir hacia Plymouth. Apretujada en menos de 20 kilómetros cuadrados, Provincetown fue un pueblo de pescadores, un colonia artística y desde fines de los años sesenta, un balneario en gran parte gay. El pueblo todavía atrae a conocidos artistas, incluyendo al director John Waters, el dramaturgo Tony Kushner, la humorista Kate Clinton y el novelista Michael Cunningham.
Pero la mayoría compró casas aquí hace años, cuando los precios eran más razonables. Algunos podían pagar un lugar, pero dicen que se desmoralizaron con lo que había y se limitaron a alquilar.
"Me gustaría comprar propiedad aquí", dijo Waters, que ha pasado los veranos en Provincetown durante 41 años. "He visto condominios espantosos, llenos de garrafas de gasolina, por precios que te hacen reír. Yo no los compraría ni por un tercio de su precio".
Casi nadie pone en duda que la ciudad está cambiando. La pregunta es qué hacer con ello. "De eso estamos hablando ahora, cómo hacer para que Provincetown siga siendo Provincetown", dijo Cheryl Andrews, presidente de la Comisión de Concejales. "Atravesamos por una transición".
El ayuntamiento, dijo, se ha hecho famoso por su política de no intervención cuando se trata de actividades comerciales y seguirá probablemente así, incluso aunque la transformación de los hoteles en condominios dañe al turismo. Además, dijo, "alguna gente ha estado siguiendo los cambios, y dicen que no está tan mal".
"Alguna de la gente más vieja no quiere estar codo a codo con un miltrillón de personas todo el verano", dijo Andrews.
David Martin, un comerciante que compró aquí una casa hace 8 años y ahora pilotea su propio avión entre Provincetown y Nueva York, dice que las quejas sobre el aburguesamiento son sólo uvas agrias.
"La población de Provincetown está envejeciendo, nos guste o no", dijo. "Se trata de quejarse sobre la situación versus aceptar lo que es inevitable". Martin posee una tienda de licores en la ciudad y dice que se ha dado cuenta de que los clientes están comprando más licores y vinos caros. "Es un ciclo antiguo en la propiedad inmobiliaria que es común en todas partes", dijo. "Woodstock ahora es completamente exclusivo, y era antes un pueblo hippie".
Las contenidas tensiones en Provincetown estallaron en julio, cuando un diario local, The Banner, publicó una carta de Brian Farley, un corredor hipotecario, criticando el abarrotado patio de Bryant en el East End y llamando a Bryant un "propietario inmerecido". Farley dijo que los nuevos propietarios de la ciudad merecían algo mejor, agregando: "El decoro de Provincetown se refleja en su propiedad inmobiliaria".
Bryant se ha negado a sacar los escombros y dice que se siente perseguido por los que le dicen qué hacer con su propiedad.
Tia Scalcione, una pintora e impresora que ha vivido aquí permanentemente durante cuatro años y trabaja en cuatro empleos para llegar a fin de mes, dijo que un agente inmobiliario la despertó días atrás insistiéndole en que retirara su tabla de surf y traje de neopreno de la parte exterior de su apartamento. El condominio de al lado estaba siendo mostrado a compradores, dijo, y el agente pensaba que sus cosas ahí eran demasiado feas.
"Es cada vez menos atractivo", dijo Scalcione sobre Provincetown. "Mis amigos que venían antes, me decían: Con lo que gastamos en Provincetown podríamos viajar a Europa'. Así que la gente que viene tiene más dinero, y son menos interesantes. No son los artistas ni los inadaptados de que han hecho de este lugar lo que es".
Las quejas sobre Miss Ellie y otros artistas callejeros están obligando al ayuntamiento a que considere una restricción de sus actividades. Entretanto, muchas de las reinonas ya no se contonean vestidas para divertirse; las que hay aquí son profesionales, con espectáculos que promover y cuentas que pagar. Chasers, el bar del pueblo que es exclusivamente lésbico, cerrará este verano. Un enorme hotel en East End, el Best Western Tides, ha sido vendido a urbanistas que planean subdividir la propiedad en terrenos para casas grandes. También se ha puesto a la venta un camping de propiedad de una familia, aumentando las expectativas de otro proyecto habitacional.
Y más simbólicamente, el Boatslip puede desaparecer el verano próximo. Construido en 1969, el hotel de 45 habitaciones no es solamente el empleador más importante de la ciudad durante el verano, sino un centro social de hombres gay, y ofrece encantadoras escenas diurnas de piscina con su visitado té bailable. En julio, el hotel aceptó una oferta de 14 millones de dólares de un grupo de urbanistas. Se cree que los precios de los condominios ahí volverán a subir.
Pero la venta ha sido impugnada en tribunales por el director de operaciones del hotel, Richard Ferrell, propietario en un 40 por ciento, que dice que llegó a un acuerdo verbal para comprar la parte de los otros dueños antes de que le hicieran esa oferta más alta. Dice que conservará el hotel. Tiene aliados: una pareja de Provincetown, Roland St. Jean y Orlando Del Valle, han estado reuniendo firmas para una petición para impedir la venta.
El trato del Boatslip sólo ha aumentado la ansiedad sobre el creciente mercado inmobiliario. La tierra utilizable para la construcción es escasa; las propiedades frente a la playa son muy limitadas y llegan a costar hasta 1.500 dólares por metro cuadrado, precios excesivos en los Hamptons e incluso en Nantucket. Mucha gente dice que el mercado hizo un cambio decisivo en el verano pasado cuando Robert Duffy, presidente de Marc Jacobs, pagó 4.3 millones de dólares por una modesta casa en la costanera, en un terreno de menos de media hectárea. La casa fue rápidamente derruida y se está construyendo una nueva.
Los precios altos son incluso más pronunciados en el extremo bajo del mercado. Los asideros que quieren la mayoría de los compradores son difíciles de conseguir. Un condominio pequeño cuesta normalmente entre 300.000 y 400.000 dólares.
El mercado al rojo vivo y los cambios sociales que ha ocasionado está siendo recibido en todas partes con indignación e ironía. "Provincetown Da la Bienvenida a los Millonarios" fue el tema de una fiesta de disfraces el 14 de julio, ofrecida por John Dowd, un paisajista. Antes este verano durante la Semana de la Familia, Ryan Landry, una popular artista realizadora y agente de la vida nocturna, cantó una agria versión rescrita de la canción de B-52, Private Idaho', titulándola Private Provincetown'.
Pero Waters, que ha pasado de director de cine underground a nombre conocido, dijo que los cambios están ocurriendo en todo Estados Unidos. "Vivimos en una época mucho menos bohemia", dijo Waters. "Afuerino es una palabra tan gastada... No hay ningún movimiento juvenil que valga la pena; no hay hippies, no hay roqueros punquis. El mundo ha cambiado. Alguna gente gay son más convencionales que mis padres".
Sin embargo, dijo, piensa que es alentador que el arrogantemente flamante Provincetown no se rinda tan fácilmente. El hecho de que Miss Ellie todavía esté cantando My Way' frente al ayuntamiento es suficiente, dijo. "Para mí", dijo Waters, "es todavía el Provincetown que me gusta. Todavía ves a familias que vienen a sacarse fotos con las reinonas y a mirar a la gente gay. Es hilarante".
Otros son más nostálgicos. Patrick Lamerson, un profesor de secundaria en Boston que ha estado viniendo a Provincetown durante casi 10 años, dijo que la escisión en la ciudad era menos entre ricos y pobres que entre "gays que necesitan una comunidad y gays que no". Y los que no la necesitan, dijo, finalmente prevalecerán y el Provincetown que conoce seguirá el mismo camino que otros bastiones de la bohemia que tuvieron su momento y han desaparecido.
De cualquier modo, dijo, el Provincetown gay tiene mucho futuro. "Debería ser documentado, y llorado, y recordado", dijo, "y entonces la gente podrá seguir adelante".
3 de septiembre de 2005
©new york times
©traducción mQh
Deslizándose entre las pequeñas e históricas casas del East End, te toparás con una pila de madera, muebles y escombros en el patio de George Bryant, un historiador local. Más allá, mientras la gente empieza a agolparse en la angosta calle, pasarás frente a galerías de arte, la tienda Womencrafts y la boutique Freak Street.
Pronto estarás pedaleando por el centro de la ciudad, el escenario al aire libre de artistas callejeros como Ellie Castillo, un valiente travesti de 73 años. Pasas frente a las reinonas en Crown & Anchor y un alejamiento con desayuno que ondea la bandera del arco iris. Cerca del final del área comercial está el hotel Boatslip, donde el té bailable de la tarde está terminando y sacando a la calle a cientos de hombres gay.
Amistosa, flamante, abrumadoramente gay: Provincetown es todavía todas esas cosas y la primera impresión lo confirma. Pero quédate un rato y encontrarás una imagen menos que perfecta. El auge de la propiedad inmobiliaria ha causado inquietud, oponiendo a ricos recién llegados y urbanistas contra los pueblerinos, artistas y espíritus libres que imprimen al enclave su carácter bohemio y que ahora temen ser desplazados.
Las fricciones entre el nuevo dinero y las viejas costumbres no es nada nuevo en los retiros veraniegos. Pero lo que transforma la batalla de Provincetown es inhabitual es que es en gran parte una lucha de clases dentro del mundo gay. Durante casi 30 años, Provincetown ha atraído a todo el espectro de personas que representa la bandera del arco iris: gays y lesbianas, viejos y jóvenes, ricos y pobres. Ahora, dice mucha gente aquí, con la creciente brecha entre los que tienen y los que no, la ciudad que enorgullecía de su tolerancia está empezando a parecerse al resto de Estados Unidos.
"Es un microcosmos de un cambio más amplio, de la lenta incorporación de la cultura gay en la cultura en general", dice Andrew Sullivan, el escritor gay, que compró aquí un pequeño apartamento cuando los precios eran más accesibles. "Es el aburguesamiento del mundo gay".
Sullivan ha visto la transformación del muelle donde vive de un lascivo lugar de sexo y drogas en un fantástico condominio habitado casi enteramente por parejas heterosexuales y homosexuales. Los matrimonios han avivado la transformación, dijo. Celebrando casi un sexto de los matrimonios gay en Massachusetts, Provincetown, dijo, se está re-inventando como una utopía de las parejas homosexuales de clase media alta.
"Lo que estamos viendo son más y más casas de huéspedes y restaurantes convirtiéndose en condominios, y la razón es clara: ha subido el valor de la propiedad inmobiliaria", dijo Gary Reinhardt, presidente de la Comisión Urbanística de Apelaciones. "Eso significa en lo esencial que hay menos lugares para quedarse y menos cosas que hacer para los visitantes transitorios y así el mercado transitorio desaparecerá lentamente".
El precio promedio de una casa para una familia aumentó en un 33 por ciento en los últimos 2 años, de acuerdo al Warren Group, una compañía de archivos de propiedad inmobiliaria de Boston. Aterrizan cada vez más aviones a chorro privados en el pequeño aeropuerto de Provincetown.
Los alojamientos con desayuno están desapareciendo, como en todo Cape Rod. En Provincetown, los alojamientos están siendo comprados por hombres gay y lesbianas ricas y convertidos en casas unifamiliares o condominios. En la temporada alta, muchos han estado vacíos durante semanas, afectando aun más el mercado de cafeterías y restaurantes. Con el aumento de los valores de la propiedad, las vallas y setos de privacidad se están elevando.
Mientras aquí muchos imaginan una versión gay de Nantucket, Reinhardt dijo que no estaba seguro de que la transformación pare ahí. "Creo que Provincetown será menos y menos gay", dijo.
Los cambios no son nuevos en este histórico pueblo en la punta de Cape Cod, adonde llegaron primero los Peregrinos en 1620 antes de seguir hacia Plymouth. Apretujada en menos de 20 kilómetros cuadrados, Provincetown fue un pueblo de pescadores, un colonia artística y desde fines de los años sesenta, un balneario en gran parte gay. El pueblo todavía atrae a conocidos artistas, incluyendo al director John Waters, el dramaturgo Tony Kushner, la humorista Kate Clinton y el novelista Michael Cunningham.
Pero la mayoría compró casas aquí hace años, cuando los precios eran más razonables. Algunos podían pagar un lugar, pero dicen que se desmoralizaron con lo que había y se limitaron a alquilar.
"Me gustaría comprar propiedad aquí", dijo Waters, que ha pasado los veranos en Provincetown durante 41 años. "He visto condominios espantosos, llenos de garrafas de gasolina, por precios que te hacen reír. Yo no los compraría ni por un tercio de su precio".
Casi nadie pone en duda que la ciudad está cambiando. La pregunta es qué hacer con ello. "De eso estamos hablando ahora, cómo hacer para que Provincetown siga siendo Provincetown", dijo Cheryl Andrews, presidente de la Comisión de Concejales. "Atravesamos por una transición".
El ayuntamiento, dijo, se ha hecho famoso por su política de no intervención cuando se trata de actividades comerciales y seguirá probablemente así, incluso aunque la transformación de los hoteles en condominios dañe al turismo. Además, dijo, "alguna gente ha estado siguiendo los cambios, y dicen que no está tan mal".
"Alguna de la gente más vieja no quiere estar codo a codo con un miltrillón de personas todo el verano", dijo Andrews.
David Martin, un comerciante que compró aquí una casa hace 8 años y ahora pilotea su propio avión entre Provincetown y Nueva York, dice que las quejas sobre el aburguesamiento son sólo uvas agrias.
"La población de Provincetown está envejeciendo, nos guste o no", dijo. "Se trata de quejarse sobre la situación versus aceptar lo que es inevitable". Martin posee una tienda de licores en la ciudad y dice que se ha dado cuenta de que los clientes están comprando más licores y vinos caros. "Es un ciclo antiguo en la propiedad inmobiliaria que es común en todas partes", dijo. "Woodstock ahora es completamente exclusivo, y era antes un pueblo hippie".
Las contenidas tensiones en Provincetown estallaron en julio, cuando un diario local, The Banner, publicó una carta de Brian Farley, un corredor hipotecario, criticando el abarrotado patio de Bryant en el East End y llamando a Bryant un "propietario inmerecido". Farley dijo que los nuevos propietarios de la ciudad merecían algo mejor, agregando: "El decoro de Provincetown se refleja en su propiedad inmobiliaria".
Bryant se ha negado a sacar los escombros y dice que se siente perseguido por los que le dicen qué hacer con su propiedad.
Tia Scalcione, una pintora e impresora que ha vivido aquí permanentemente durante cuatro años y trabaja en cuatro empleos para llegar a fin de mes, dijo que un agente inmobiliario la despertó días atrás insistiéndole en que retirara su tabla de surf y traje de neopreno de la parte exterior de su apartamento. El condominio de al lado estaba siendo mostrado a compradores, dijo, y el agente pensaba que sus cosas ahí eran demasiado feas.
"Es cada vez menos atractivo", dijo Scalcione sobre Provincetown. "Mis amigos que venían antes, me decían: Con lo que gastamos en Provincetown podríamos viajar a Europa'. Así que la gente que viene tiene más dinero, y son menos interesantes. No son los artistas ni los inadaptados de que han hecho de este lugar lo que es".
Las quejas sobre Miss Ellie y otros artistas callejeros están obligando al ayuntamiento a que considere una restricción de sus actividades. Entretanto, muchas de las reinonas ya no se contonean vestidas para divertirse; las que hay aquí son profesionales, con espectáculos que promover y cuentas que pagar. Chasers, el bar del pueblo que es exclusivamente lésbico, cerrará este verano. Un enorme hotel en East End, el Best Western Tides, ha sido vendido a urbanistas que planean subdividir la propiedad en terrenos para casas grandes. También se ha puesto a la venta un camping de propiedad de una familia, aumentando las expectativas de otro proyecto habitacional.
Y más simbólicamente, el Boatslip puede desaparecer el verano próximo. Construido en 1969, el hotel de 45 habitaciones no es solamente el empleador más importante de la ciudad durante el verano, sino un centro social de hombres gay, y ofrece encantadoras escenas diurnas de piscina con su visitado té bailable. En julio, el hotel aceptó una oferta de 14 millones de dólares de un grupo de urbanistas. Se cree que los precios de los condominios ahí volverán a subir.
Pero la venta ha sido impugnada en tribunales por el director de operaciones del hotel, Richard Ferrell, propietario en un 40 por ciento, que dice que llegó a un acuerdo verbal para comprar la parte de los otros dueños antes de que le hicieran esa oferta más alta. Dice que conservará el hotel. Tiene aliados: una pareja de Provincetown, Roland St. Jean y Orlando Del Valle, han estado reuniendo firmas para una petición para impedir la venta.
El trato del Boatslip sólo ha aumentado la ansiedad sobre el creciente mercado inmobiliario. La tierra utilizable para la construcción es escasa; las propiedades frente a la playa son muy limitadas y llegan a costar hasta 1.500 dólares por metro cuadrado, precios excesivos en los Hamptons e incluso en Nantucket. Mucha gente dice que el mercado hizo un cambio decisivo en el verano pasado cuando Robert Duffy, presidente de Marc Jacobs, pagó 4.3 millones de dólares por una modesta casa en la costanera, en un terreno de menos de media hectárea. La casa fue rápidamente derruida y se está construyendo una nueva.
Los precios altos son incluso más pronunciados en el extremo bajo del mercado. Los asideros que quieren la mayoría de los compradores son difíciles de conseguir. Un condominio pequeño cuesta normalmente entre 300.000 y 400.000 dólares.
El mercado al rojo vivo y los cambios sociales que ha ocasionado está siendo recibido en todas partes con indignación e ironía. "Provincetown Da la Bienvenida a los Millonarios" fue el tema de una fiesta de disfraces el 14 de julio, ofrecida por John Dowd, un paisajista. Antes este verano durante la Semana de la Familia, Ryan Landry, una popular artista realizadora y agente de la vida nocturna, cantó una agria versión rescrita de la canción de B-52, Private Idaho', titulándola Private Provincetown'.
Pero Waters, que ha pasado de director de cine underground a nombre conocido, dijo que los cambios están ocurriendo en todo Estados Unidos. "Vivimos en una época mucho menos bohemia", dijo Waters. "Afuerino es una palabra tan gastada... No hay ningún movimiento juvenil que valga la pena; no hay hippies, no hay roqueros punquis. El mundo ha cambiado. Alguna gente gay son más convencionales que mis padres".
Sin embargo, dijo, piensa que es alentador que el arrogantemente flamante Provincetown no se rinda tan fácilmente. El hecho de que Miss Ellie todavía esté cantando My Way' frente al ayuntamiento es suficiente, dijo. "Para mí", dijo Waters, "es todavía el Provincetown que me gusta. Todavía ves a familias que vienen a sacarse fotos con las reinonas y a mirar a la gente gay. Es hilarante".
Otros son más nostálgicos. Patrick Lamerson, un profesor de secundaria en Boston que ha estado viniendo a Provincetown durante casi 10 años, dijo que la escisión en la ciudad era menos entre ricos y pobres que entre "gays que necesitan una comunidad y gays que no". Y los que no la necesitan, dijo, finalmente prevalecerán y el Provincetown que conoce seguirá el mismo camino que otros bastiones de la bohemia que tuvieron su momento y han desaparecido.
De cualquier modo, dijo, el Provincetown gay tiene mucho futuro. "Debería ser documentado, y llorado, y recordado", dijo, "y entonces la gente podrá seguir adelante".
3 de septiembre de 2005
©new york times
©traducción mQh
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