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ingredientes de rebelión


[Sebastian Rotella] Un proyecto de vivienda fue símbolo de la violencia que azotó a Francia este otoño. Pero tres visiones de la Losa rompen los estereotipos.
Argenteuil, Francia. Mourad escudriñó su frío mundo de cemento. El nombre oficial del complejo habitacional, un ventoso corredor de torres atiborradas con 17 mil personas, es Valle de la Plata. Su apodo: la Losa.
"Es muy simple", dijo Mourad. "Hay una frontera entre París y aquí, entre ricos y pobres. Y no se puede cruzar nunca".
Mourad, 25, y sus amigos, se han refugiado del frío en un vestíbulo de un destartalado rascacielos. Fuera en la explanada expuesta a la intemperie, las madres se encorvaban detrás de los cochecitos. Los niños corrían tras un balón de fútbol, echando nubes de aliento, en las cercanías de los oxidados almacenes cerrados. Un musulmán fundamentalista y gordinflón -túnica djellaba y medias deportivas y zapatillas- acarreaba las compras con su esposa cubierta de negro, cuyo velo sólo dejaba ver sus ojos.
Los jóvenes observaban la explanada, una expansión de pasillos y plazas sobre el nivel de la calle, y sucios túneles para el tránsito abajo. Ha sido su jardín de juegos, mercado, campo de batalla. Tal como lo ve Mourad, las líneas de batalla se trazaron mucho antes de que las revueltas de este otoño convirtieran a la Losa en el escenario de una drama nacional.
"Esperan que los chicos se vuelvan violentos antes de buscar soluciones", dijo Mourad, un hombre bajo y delgado con expresivos ojos marrones. "No se trata de justificarlos. Pero ¿de qué otro modo se van a hacer oír?"
Los disturbios empezaron el 27 de octubre a unos 25 kilómetros al este de Argenteuil tras la electrocución accidental de dos adolescentes que se escondían de la policía en una subestación de energía. Una ola de incendios y violencia se extendió desde el cordón industrial de París hacia todo el país durante tres semanas y causó unos 240 millones de dólares en daños, los peores disturbios en Francia durante décadas.
Esta ciudad de unos 100.000 habitantes sufrió menos destrozos que otras áreas: unos 30 coches quemados, algo de vandalismo, reyertas dispersas. Pero la Losa jugó un importante papel simbólico en el choque entre los jóvenes y el estado.
Dos días antes del inicio de los disturbios, el prepotente ministro francés del Interior llegó a la ciudad, acompañado por una falange de policías y periodistas. El ministro, Nicolas Sarkozy, llegó a las 10 y media de la noche, una hora en la que la Losa puede haber camorra.
Lo recibieron unos 200 jóvenes que le gritaron insultos y arrojaron desechos. Durante el tumulto, Sarkozy se refirió a los jóvenes rufianes con una palabra que significa ‘gentuza’ o ‘matones’. El incidente se convirtió en un lema de batalla de los alborotadores en todo el país.
"Fue como si hubiera preparado para una función de teatro, eso de llegar aquí tarde por la noche, durante el Ramadán, con todos esos policías anti-disturbios", dijo Mourad, que estaba en la explanada pero niega haberle arrojado alguna cosa. "Fue una provocación. Es por eso que los chicos respondieron de esa manera".
Dos noches después, en un incidente más tranquilo pero emblemático, el alcalde Georges Mothrom descubrió después del término de una reunión en la Losa que su coche había sido quemado. Cuando miraba el vehículo calcinado, lo rodearon 15 jóvenes. Después de algunos instantes de nerviosismo -mitad conversación, mitad enfrentamiento- un activista de la comunidad acudió en socorro del alcalde.
Mourad, el alcalde y el activista vivieron un microcosmos de la crisis urbana de Francia de modos marcadamente diferentes. Vista a través de sus ojos, la Losa se despoja de los estereotipos e hipérboles y se convierte en algo menos hostil y más esperanzador que su reputación.
Sin embargo, lucha contra una miríada de problemas que requieren no solamente más trabajos y más polis, sino también un profundo cambio en cómo se relacionan los franceses unos con otros.

El Soldado Enfadado
El vestíbulo resonó cuando dos niños pasaron jugando, dando porrazos contra una hilera de buzones de madera.
Mourad los reprendió calmamente. Llevaba vaqueros y una chaqueta de estilo militar abrochada hasta el cuello. Mostró un carnet de identidad militar. Una carrera en el ejército lo había alejado del desempleo, las drogas y la cárcel. Tiene un apartamento, un noche, una novia. Pero su modesto logro sólo ha exacerbado su resentimiento."Una vez le pasé este carnet a un policía que me paró para chequear mis papeles", dijo, con una sonrisa melancólica. "Se me rió en la cara. Pensaba que era una broma. Se la llevó a sus superiores, riéndose. Pero cuando volvió, venía pálido. Me saludó. ‘Perdón, cometí un error’. Ese tipo de cosas te hacen enfurecer".
Mourad pidió la reserva de su apellido debido a su profesión. Nació en Francia. Es hijo de un conserje marroquí.
"Nuestros padres trabajaron duro en Francia", dijo Mourad. "Tratamos de integrarnos. Esta es una sociedad que no quiere que nos integremos. Nos trajeron a este sitio circular con estas torres y nos dijeron que era la única opción, la única perspectiva: Pueden vivir aquí toda la vida, con todos sus primos".
Los antecedentes delictivos de Mourad consisten en una detención juvenil, pero describe una letanía de problemas con la policía. Dice que la policía trata a la Losa como si fuera una colonia y acosa a los jóvenes.
Especialmente si se aventuran hacia las luces de la capital.
"Una vez fui de Argenteuil a los Campos Elíseos y los polis me pararon seis veces", dijo. "¡Seis veces! Cuando cojo el metro hacia el centro y los encuentro patrullando, me levanto automáticamente" -dijo, extendiendo los brazos- "para que me puedan cachear".
Los jóvenes de aquí ven pocas caras como las suyas en la policía, la política y el comercio. Ya no hay trabajo en las fábricas que antes empleaban a muchos de sus padres.
"Todo lo que pueden imaginar es trabajar con sus manos", dijo Mourad. "En mecánica los chicos, las chicas como cajeras. O, digámoslo derechamente, vendiendo drogas... Estos tipos no toleran la escuela. La mayoría de sus padres no saben ni leer ni escribir".
Mourad abordó a un tosco africano de 15 años que se acercaba por el vestíbulo: "¡Hey, Dari! ¿Qué te gustaría ser?"
Dari frunció el ceño pensativamente. "¡Delincuente!". Dari continuó: "La escuela apesta. A los maestros no les gustan ni los africanos ni los árabes".
Mourad cree que finalmente la Losa dio voz a toda esa alienación en el incidente con Sarkozy, el ministro del Interior, y la quemazón del coche del alcalde.
"Los chicos no quemaron diez coches en ese estacionamiento", dijo. "Sólo quemaron uno: el del alcalde. Estaban enviando un mensaje político".

El Alcalde en la Vanguardia
La noche del 27 de octubre, el alcalde Mothron aparcó su sedán Peugeot 407 y se encaminó por una rampa hacia un encuentro en la explanada con los residentes. Iba solo.
"Siempre voy a cualquier barrio, sin mirar la hora", dijo Mothron. "Nunca sufrí ningún ataque de tipo personal. Nunca pensé que podría pasar algo, incluso dejé en el coche mi maletín con las llaves de la casa, mis tarjetas de crédito, todo".
Mothron es un hombre sólido, de gafas, de 57 años, de manos regordetas. Proviene de una familia de vinateros. Su bisabuelo fue alcalde hace un siglo, cuando la ciudad atraía a los parisinos, que visitaban sus viñedos, granjas y las riberas del Sena bordeadas de árboles que fueron inmortalizadas por los pintores impresionistas.
Aquí la industria floreció después de la Primera Guerra Mundial y se construyeron complejos habitacionales como residencia temporal de inmigrantes portugueses e italianos. Los primeros residentes eran en su mayoría franceses, así como inmigrantes portugueses e italianos, que se han reasentado en las cercanías, en barrios de casas pareadas en calles angostas, donde hoy todavía se encuentran cafés franco-portugueses y carteles anunciando paseos de caridad para las víctimas de los incendios forestales de Portugal.
Los nuevos inmigrantes, sobre todo argelinos, poblaron rápidamente la Losa. El diseño de esta aldea de concreto de 7 acres, con dos torres cilíndricas azules del famoso arquitecto Roland Castro, fue considerado audaz cuando se iniciaron las obras a mediados de los años sesenta. El Valle de la Plata personificaba las teorías de planificación igualitarias de muchos de los suburbios de clase obrera. El viejo Partido Comunista gobernó la ciudad durante un récord de 67 años.
Pero la prática de apilar a familias numerosas y pobres unas encima de otras, resultó ser una mala política. La decadencia se acentuó en los años ochenta. Había peleas entre pandillas y pequeños disturbios.
Hoy un 70 por ciento de los residentes de la Losa son de bajos ingresos. En adición a la población dominante que ahora es de origen norafricano, un número significativo de familias provienen de las antiguas colonias francesas del África sub-sahariano.
En 1992 el gobierno anunció un proyecto de remodelación de 125 millones de dólares. "Se gastó un montón de ese dinero en estudios, pero muy poco en los resultados", dijo Mothron.
En 2001 su partido de centro-derecha reemplazó a la izquierda, que no había avanzado demasiado en implicar a las minorías en la vida política. En 2002 París destinó 330 millones adicionales para proyectos de vivienda social aquí. Se construyó un nuevo ayuntamiento, un centro de salud y un supermercado de acero y cristal en la plaza circular que está en el corazón de la explanada.
"Ha vuelto la esperanza, excepto que en el lado social tenemos grandes problemas con los chicos que dejan la escuela demasiado pronto", dijo Mothron. "Callejean, venden drogas, y provocaron enormes problemas hace algunas semanas".
Mothron apoya a Sarkozy. Pero reconoce que tenía dudas sobre el plan del ministro del Interior de inspeccionar una nueva comisaría de policía en la Losa horas tan tardías, con un numeroso entorno policial. Cuando el alcalde y Sarkozy emergieron por una escalera exterior hacia un chapuzón de insultos, dijo Mothron, se dieron cuenta de que los agitadores habían organizado una respuesta a la demostración de fuerza del ministro.
La policía identificó a extremistas islámicos entre los cabecillas, aunque los extremistas no tuvieron un papel importante en las revueltas.
"Hubo gritos e insultos", dijo el alcalde. "Estaba que ardía. Las cámaras lo estaban filmando todo. El ministro estaba algo agitado. Cuando caminábamos hacia la comisaría, el ministro le dijo a alguien en un balcón: ‘No se preocupe, nos desharemos de esta gentuza’".
Dos noches más tardes, la ‘gentuza’ envió al alcalde un nuevo mensaje en el aparcamiento. Los 15 jóvenes que rodearon a Mothron junto a los humeantes restos del coche, se estaban burlando más que amenazando, recuerda.
"Con una sonrisita, uno de ellos dijo: ‘No sabíamos que era su coche’. Entonces me preguntó: ‘¿No piensa usted que la visita de Sarkozy y lo que dijo enfadaron a algunos y le quemaron el coche?’ Les dije a los jóvenes que era de mala leche hacerlo a mis espaldas... Me sentía desolado, porque entonces yo me había dedicado a esta ciudad".

El Activista Autosuficiente
Cuando Lahcene Adalou vio al alcalde rodeados de jóvenes y no titubeó.
Adalou se hizo camino en el grupo hacia el alcalde, temiendo lo peor. Regañó a los jóvenes, a algunos de los cuales conocía del club deportivo que ayudaba a gestionar.
"Salieron de repente de todas partes, como ratas", dijo Adalou cuando recordaba el incidente del estacionamiento, con unas desordenadas hebras de pelo en cabeza calva. "Les hablé en árabe. Les dije: ‘Es Ramadán. No tenéis vergüenza’. Entonces se sintieron desconcertados. Pero dijeron: ‘Lahcene, ¿quién eres tú? ¿El protector de Mothron? ¿Su chofer?’ Llevé al alcalde a su casa. Pocos días después alguien dejó una carta amenazante en mi coche".
Mientras contaba su versión, Adalou, un hombre animado de 42 años con un saco beige y corbata, indicaba la ruta en la explanada. Con su acento argelino describió las mejoras desde que había llegado hace 13 años: iluminación más clara, edificios remodelados, tiendas nuevas. Para aliviar el hacinamiento y humanizar el ambiente, el gobierno está demoliendo algunos de los rascacielos más antiguos, que se han convertido en armatostes semi vacíos.
"Está más limpio, más seguro, mejor", dijo, y señaló algunos objetivos de las revueltas. "Trataron de quemar la guardería infantil Gavroche. Quemaron algunos tachos de basura. Trataron de quemar la comisaría de policía. ¿Ves las marcas negras en las paredes? Estaban llenas de graffiti con insultos contra la policía, los judíos, Sarkozy. Me ponía mal".
Adalou tiene un diploma médico argelino, pero no consiguió una licencia aquí. Ha trabajado como conserje de una escuela y ahorró suficiente dinero para abrir una panadería industrial. Tiene dos hijas que asisten a una escuela local.
Se ha convertido en un activista. Dice que habla por las familias que trabajan duro y mantienen la boca cerrada.
Con obstinada impaciencia, Adalou dice que los jóvenes deberían dejar de quejarse.
"Para mí, es una suerte estar en Francia", dijo. "Aquí hay trabajo. Pero estos chicos no hacen lo suficiente. Nacieron en Francia. Reciben subsidios, vivienda. Muchos prefieren dormir hasta el mediodía, y ganar dinero sin trabajar".
Sin embargo, dijo, los adolescente necesitan urgentemente un centro juvenil para ayudarles a evitar a los reclutadores, especialmente a los extremistas religiosos.
"Es verdad, aquí hay mezquitas fundamentalistas, templos en los sótanos", dijo. "Francia va a lamentar haber dejado que se hicieran tan poderosos".
Desde 1998 la población musulmana de la ciudad ha crecido en un 30 por ciento, hasta 20 mil. Los feligreses argelinos tradicionales asisten a la mezquita más grande, el Instituto Islámico Al Ihsan, en una antigua y dilapidada fábrica Renault. Los funcionarios del ayuntamiento consideran moderada a la mezquita; sus líderes ayudaron a mantener la paz durante las revueltas.
Pero los extremistas frecuentan al menos cuatro de las mezquitas más pequeñas de la ciudad. El año pasado, la policía puso bajo arresto domiciliario a un notorio imán irakí.
Adalou dijo que había sentido escalofríos al ver a los extremistas molestando a Sarkozy, su héroe.
"Los vi gritar: ‘Alá es grande’, contra Sarkozy", dijo Adalou. "Me sentí avergonzado... Él es un ministro joven, trabajador, y yo lo apoyo. La gente se que queja de que los ministros pasan el tiempo en sus oficinas. Pero cuando viene, se quejan de que es una provocación. ¡Absurdo!"

Cruzando Fronteras
Los franceses concuerdan en que deben superar la brecha entre los adoquines de París y el concreto de la Losa.
Algunos de los problemas más difíciles tienen que ver con los intangibles problemas de identidad y movilidad social. En lugares como la Losa, donde incluso un soldado se puede sentir como ciudadano de segunda clase, se necesitan ilusiones.
Observando la explanada desde el centro social que dirige, Sadika Nhari acusa a los dos lados. Aunque los jóvenes de la localidad se quejan de discriminación, también sufren de la actitud ‘lo queremos todo ahora’ de una sociedad materialista, dijo Nhari, cuyo centro se llama la Casa de Todos.
"Yo también provengo de una familia de inmigrantes, pero aprendí a hablar para poder expresarme", dijo Nhari. "Estos chicos sólo saben expresarse a través de la violencia".
Entretanto, la burocracia pone dinero en "zonas urbanas sensibles", y se esfuerza por entender a la gente que vive aquí.
"A los policías no les enseñan a hablar con la gente", dijo. "A los profesores tampoco: Tienen miedo, son jóvenes, los envían llenos de prejuicios a la zona. ¿Cómo se podrían comunicar?"
Los guetos se han convertido un tablero de ajedrez político.
"Todos están jugando a la política", dijo Nhari. "Sarkozy, los musulmanes, los grupos políticos. Todos dicen: ‘Yo soy que el calmó las cosas’". Asociaciones como la Casa de Todos y Valdocco, una agencia católica juvenil, tratan de romper las barreras.
"Una mujer de otro vecindario que vino a nuestro centro por primera vez, dijo que estaba muy contenta", dijo Nhari. "Dijo: ‘Estaba preocupada, pero está bien. Nadie me quemó el coche’".

30 de diciembre de 2005
©http://www.latimes.com/news/nationworld/world/la-fg-slab28dec28,0,6736812,full.story?coll=la-home-world
©traducción mQh

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