bush contra salim hamdan 1
[Ionathan Mahler] Abogados de combatientes enemigos retenidos en Guantánamo esperan defender sus casos ante la Corte Suprema.
En 1996, Salim Hamdan, un yemení de 26 años de gruesos bigotes y rizado pelo negro, estaba trabajando como taxista de media jornada, dividiendo sus modestos ingresos entre el colchón que arrendaba en una hacinada pensión en la sucia y agitada ciudad de Sana, y su dosis diaria de hojas de khat, el estimulante que mastican la mayoría de los hombres yemeníes. Entonces, un día, los pocos horizontes de su vida cambiaron: fue reclutado para la guerra santa yihad. Se unió a otros 35 musulmanes, la mayoría yemeníes que se estaban preparando para ir a Tayikistán para pelear junto a la pequeña resistencia de ese país contra el gobierno apoyado por los rusos.
Uno de los líderes del grupo era un joven seguro de sí mismo llamado Nasser al-Bahru. Hamdan, un hijo único huérfano de un pueblo rural del sur de Yemen, se sentía espontáneamente atraído hacia las personalidades fuertes. Aunque era dos años menor que él, al-Bahri, que provenía de una familia de clase media alta en Jidda, Arabia Saudí, era mucho más mundano y refinado que Hamdan y era sin la menor duda la persona más educada que jamás había conocido. Al-Bahri había estudiado economía en la universidad, pero también poseía un profundo conocimiento del Corán, y se había convertido, cuando en su adolescencia de rebeló contra su educación burguesa, en un devoto musulmán. Hablaba con facilidad y convincentemente sobre las penurias de los musulmanes en el mundo, y había viajado extensamente a lugares tan remotos como Bosnia y Somalia, para defender a sus oprimidos hermanos musulmanes.
Hamdan, que había estudiado el equivalente de cuarto básico, no era particularmente religioso y no tenía grandes planes en su vida, aparte que esperaba casarse algún día, adoptó sin embargo la idea de convertirse en soldado de la guerra santa. Tampoco le molestaba que el viaje fuera a ser pagado -al-Bahri le contó que el grupo había recibido dinero de varias organizaciones de beneficencia musulmanas saudíes- ni que además fuera a recibir un salario.
Los combatientes se reunieron en Jalalabad, Afganistán, y empezaron a trasladarse hacia Tayikistán, primero en jeep y luego, cuando los caminos se hicieron intransitables, a pie. Tras seis meses de travesía en el montañoso Afganistán, a menudo cubierto de nieve, regresaron a la frontera tayik.
Sin saber qué hace, uno de los combatientes propuso ir a ver a un hombre llamado Osama bin Laden, un jeque bien conocido entre los radicales islamitas que dirigía un grupo militante de yihadistas musulmanes itinerantes llamado Al Qaeda. Bin Laden había sido expulsado de Sudán no hacía mucho y se había asentado en Afganistán, desde donde planeaba reconstruir Al Qaeda con la ayuda de sus nuevos anfitriones, los talibanes. Bin Laden se ganó su reputación durante la campaña contra los soviéticos en Afganistán en los años ochenta, pero ahora estaba reclutando soldados para su nueva cruzada para expulsar a Estados Unidos de la Península Arábica.
Al-Bahri, Hamdan y el resto del grupo volvieron a cruzar Afganistán para llegar a la casa de bin Laden en Farm Hada, un pueblo en las afueras de Jalalabad, no demasiado lejos del Paso Khyber. Llegaron allá a fines de 1996 poco antes del Ramadán, la época más sagrada del año. Durante tres días bin Laden predicó a los nuevos reclutas sobre el imperativo religioso de revertir la perniciosa presencia estadounidense en el golfo. Diecisiete de los 35 combatientes originales decidieron quedarse; Hamdan y al-Bahri estaban entre ellos.
Durante los próximos años los dos hombres trabajaron para bin Laden, primero en Farm Hada, y luego, cuando se trasladaron en 1997 por razones de seguridad, en un recinto mejor fortificado en el desierto en las afueras de Kandahar. En 1999 la vida de al-Bahri y Hamdan se entrelazaron todavía más. A instancias de bin Laden y con su ayuda económica, se casaron con unas hermanas yemeníes en Sana y volvieron a Afganistán con sus nuevas esposas.
Sin embargo, hacia el 11 de septiembre de 2001, los senderos de al-Bahri y Hamdan se habían bifurcado. Al-Bahri estaba en Yemen en la cárcel por sus vínculos con el atentado con bomba de Al Qaeda contra un destructor de la Marina norteamericana, el U.S.S. Cole, en 2000. Hamdan estaba todavía con bin Laden, aunque no por demasiado tiempo. A fines de noviembre de 2001, durante la campaña militar norteamericana en Afganistán, fue capturado cerca de la frontera de Afganistán por un grupo de señores de la guerra afganos. Lo amarraron con cables eléctricos y en cuestión de días lo entregaron a los americanos por una recompensa de cinco mil dólares.
Empezaron los interrogatorios y Hamdan fue pronto identificado como Saqr al-Jedawi, su apodo durante sus años con bin Laden. Pasó los siguientes seis meses en campos de prisioneros norteamericanos en Bagram y Kandahar, antes de ser trasladado a la Bahía de Guantánamo en mayo de 2002.
Hoy, Salim Hamdan vive en Guantánamo en una celda de 1.8 por 2.7 metros, a la espera de su juicio por un tribunal militar especial instalado por decreto presidencial tras el 11 de septiembre de 2001. Si todo sale de acuerdo a los planes del gobierno de Bush, Hamdan será procesado por violar las leyes de la guerra al conspirar para cometer actos de terrorismo contra Estados Unidos. El gobierno ha revelado poco de su caso contra Hamdan -mi retrato se deriva principalmente de sus abogados, familiares y al-Bahri-, pero lo ha acusado de delitos graves, incluyendo el transporte de armas y haber sido guardaespaldas de bin Laden. Si lo encuentran culpable de todos los cargos Hamdan puede ser condenado a cadena perpetua.
Los abogados de Hamdan, un abogado de la Marina nombrado por el gobierno y un profesor de la Facultad de Leyes de la Universidad de Georgetown, no niegan que su defendido haya trabajado directamente para bin Laden, pero restan importancia a su militancia en Al Qaeda, retratándolo como un empleado, un conductor sin educación y lejos de ser un musulmán devoto, y un mecánico que estaba agradecido por su salario pero que en general ignoraba los planes terroristas de la empresa para la que trabajaba. Además, dicen que los tribunales, conocidos oficialmente como comisiones militares, son ilegales y han demandado al gobierno estadounidense por bloquear sus intentos de avanzar con el juicio.
Esta primavera los abogados del detenido tendrán la posibilidad de defender su caso ante la Corte Suprema, cuando esta vea el caso de Hamdan contra Rumsfeld. El mero nombre garantiza que será uno de los alegatos más estrechamente observados del año, y la resolución final tendrá importantes implicaciones no sólo para Hamdan y el resto de los detenidos de Guantánamo, sino también para los poderes de guerra presidenciales y muy posiblemente para el futuro de la democracia en Oriente Medio. Si la guerra contra el terrorismo, en el fondo, es una batalla para mostrar al mundo musulmán que hay una alternativa a las teocracias represivas y a los dictadores autocráticos, nada es más importante que el modo en que el gobierno norteamericano haga justicia en el caso de detenidos como Salim Hamdan. La práctica norteamericana en tiempos de guerra ha sido retener a los combatientes capturados hasta el término de las hostilidades, cuando ya no hay peligro de que los prisioneros liberados vuelvan al campo de batalla. Sin embargo, en este caso el campo de batalla no está en el mapa y las hostilidades podrían continuar durante décadas. De momento, el gobierno ha clasificado ampliamente a casi todos los más de 500 detenidos en Guantánamo como combatientes enemigos, pero eventualmente tendrá que empezar a distinguirlos con más precisión. Este proceso implica algunas preguntas difíciles: ¿Son todos los musulmanes que han obedecido al llamado de la guerra santa igualmente culpables? ¿Qué detenidos representan una amenaza para Estados Unidos? ¿A quién vale la pena procesar, y cómo?
Uno de los líderes del grupo era un joven seguro de sí mismo llamado Nasser al-Bahru. Hamdan, un hijo único huérfano de un pueblo rural del sur de Yemen, se sentía espontáneamente atraído hacia las personalidades fuertes. Aunque era dos años menor que él, al-Bahri, que provenía de una familia de clase media alta en Jidda, Arabia Saudí, era mucho más mundano y refinado que Hamdan y era sin la menor duda la persona más educada que jamás había conocido. Al-Bahri había estudiado economía en la universidad, pero también poseía un profundo conocimiento del Corán, y se había convertido, cuando en su adolescencia de rebeló contra su educación burguesa, en un devoto musulmán. Hablaba con facilidad y convincentemente sobre las penurias de los musulmanes en el mundo, y había viajado extensamente a lugares tan remotos como Bosnia y Somalia, para defender a sus oprimidos hermanos musulmanes.
Hamdan, que había estudiado el equivalente de cuarto básico, no era particularmente religioso y no tenía grandes planes en su vida, aparte que esperaba casarse algún día, adoptó sin embargo la idea de convertirse en soldado de la guerra santa. Tampoco le molestaba que el viaje fuera a ser pagado -al-Bahri le contó que el grupo había recibido dinero de varias organizaciones de beneficencia musulmanas saudíes- ni que además fuera a recibir un salario.
Los combatientes se reunieron en Jalalabad, Afganistán, y empezaron a trasladarse hacia Tayikistán, primero en jeep y luego, cuando los caminos se hicieron intransitables, a pie. Tras seis meses de travesía en el montañoso Afganistán, a menudo cubierto de nieve, regresaron a la frontera tayik.
Sin saber qué hace, uno de los combatientes propuso ir a ver a un hombre llamado Osama bin Laden, un jeque bien conocido entre los radicales islamitas que dirigía un grupo militante de yihadistas musulmanes itinerantes llamado Al Qaeda. Bin Laden había sido expulsado de Sudán no hacía mucho y se había asentado en Afganistán, desde donde planeaba reconstruir Al Qaeda con la ayuda de sus nuevos anfitriones, los talibanes. Bin Laden se ganó su reputación durante la campaña contra los soviéticos en Afganistán en los años ochenta, pero ahora estaba reclutando soldados para su nueva cruzada para expulsar a Estados Unidos de la Península Arábica.
Al-Bahri, Hamdan y el resto del grupo volvieron a cruzar Afganistán para llegar a la casa de bin Laden en Farm Hada, un pueblo en las afueras de Jalalabad, no demasiado lejos del Paso Khyber. Llegaron allá a fines de 1996 poco antes del Ramadán, la época más sagrada del año. Durante tres días bin Laden predicó a los nuevos reclutas sobre el imperativo religioso de revertir la perniciosa presencia estadounidense en el golfo. Diecisiete de los 35 combatientes originales decidieron quedarse; Hamdan y al-Bahri estaban entre ellos.
Durante los próximos años los dos hombres trabajaron para bin Laden, primero en Farm Hada, y luego, cuando se trasladaron en 1997 por razones de seguridad, en un recinto mejor fortificado en el desierto en las afueras de Kandahar. En 1999 la vida de al-Bahri y Hamdan se entrelazaron todavía más. A instancias de bin Laden y con su ayuda económica, se casaron con unas hermanas yemeníes en Sana y volvieron a Afganistán con sus nuevas esposas.
Sin embargo, hacia el 11 de septiembre de 2001, los senderos de al-Bahri y Hamdan se habían bifurcado. Al-Bahri estaba en Yemen en la cárcel por sus vínculos con el atentado con bomba de Al Qaeda contra un destructor de la Marina norteamericana, el U.S.S. Cole, en 2000. Hamdan estaba todavía con bin Laden, aunque no por demasiado tiempo. A fines de noviembre de 2001, durante la campaña militar norteamericana en Afganistán, fue capturado cerca de la frontera de Afganistán por un grupo de señores de la guerra afganos. Lo amarraron con cables eléctricos y en cuestión de días lo entregaron a los americanos por una recompensa de cinco mil dólares.
Empezaron los interrogatorios y Hamdan fue pronto identificado como Saqr al-Jedawi, su apodo durante sus años con bin Laden. Pasó los siguientes seis meses en campos de prisioneros norteamericanos en Bagram y Kandahar, antes de ser trasladado a la Bahía de Guantánamo en mayo de 2002.
Hoy, Salim Hamdan vive en Guantánamo en una celda de 1.8 por 2.7 metros, a la espera de su juicio por un tribunal militar especial instalado por decreto presidencial tras el 11 de septiembre de 2001. Si todo sale de acuerdo a los planes del gobierno de Bush, Hamdan será procesado por violar las leyes de la guerra al conspirar para cometer actos de terrorismo contra Estados Unidos. El gobierno ha revelado poco de su caso contra Hamdan -mi retrato se deriva principalmente de sus abogados, familiares y al-Bahri-, pero lo ha acusado de delitos graves, incluyendo el transporte de armas y haber sido guardaespaldas de bin Laden. Si lo encuentran culpable de todos los cargos Hamdan puede ser condenado a cadena perpetua.
Los abogados de Hamdan, un abogado de la Marina nombrado por el gobierno y un profesor de la Facultad de Leyes de la Universidad de Georgetown, no niegan que su defendido haya trabajado directamente para bin Laden, pero restan importancia a su militancia en Al Qaeda, retratándolo como un empleado, un conductor sin educación y lejos de ser un musulmán devoto, y un mecánico que estaba agradecido por su salario pero que en general ignoraba los planes terroristas de la empresa para la que trabajaba. Además, dicen que los tribunales, conocidos oficialmente como comisiones militares, son ilegales y han demandado al gobierno estadounidense por bloquear sus intentos de avanzar con el juicio.
Esta primavera los abogados del detenido tendrán la posibilidad de defender su caso ante la Corte Suprema, cuando esta vea el caso de Hamdan contra Rumsfeld. El mero nombre garantiza que será uno de los alegatos más estrechamente observados del año, y la resolución final tendrá importantes implicaciones no sólo para Hamdan y el resto de los detenidos de Guantánamo, sino también para los poderes de guerra presidenciales y muy posiblemente para el futuro de la democracia en Oriente Medio. Si la guerra contra el terrorismo, en el fondo, es una batalla para mostrar al mundo musulmán que hay una alternativa a las teocracias represivas y a los dictadores autocráticos, nada es más importante que el modo en que el gobierno norteamericano haga justicia en el caso de detenidos como Salim Hamdan. La práctica norteamericana en tiempos de guerra ha sido retener a los combatientes capturados hasta el término de las hostilidades, cuando ya no hay peligro de que los prisioneros liberados vuelvan al campo de batalla. Sin embargo, en este caso el campo de batalla no está en el mapa y las hostilidades podrían continuar durante décadas. De momento, el gobierno ha clasificado ampliamente a casi todos los más de 500 detenidos en Guantánamo como combatientes enemigos, pero eventualmente tendrá que empezar a distinguirlos con más precisión. Este proceso implica algunas preguntas difíciles: ¿Son todos los musulmanes que han obedecido al llamado de la guerra santa igualmente culpables? ¿Qué detenidos representan una amenaza para Estados Unidos? ¿A quién vale la pena procesar, y cómo?
8 de enero de 2006
©new york times
©traducción mQh
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