juez en rehabilitación
[Kate Zernike] Reconsidera nociones sobre crimen y castigo después de pasar años en la cárcel, en la compañía de gente a la que él mismo había sentenciado.
Golden Valley, Minnesota, Estados Unidos. En su última noche tras las rejas, Roland Amundson estaba sentado en la biblioteca de la cárcel cuando lo cubrió la larga sombra de alguien parado junto a él. Miró hacia arriba y vio al recluso más temido de la cárcel, un ex cabecilla de una pandilla de moteros que había sido condenado por matar a un hombre en una pelea en un bar -un asesinato tan violento que el tribunal dobló la sentencia normal.
El hombre quería hablar.
Amundson había sido un juez de apelaciones que mantuvo la sentencia inusualmente estricta. Ahora era otro recluso más, el preso número 209383. "Me preguntó si me acordaba de él", dijo Amundson en una entrevista en diciembre. "Quería que supiera que no me guardaba rencor".
El encuentro en octubre, dijo Amundson, fue uno más de una docena de ocasiones en los tres años y medio que estuvo en la cárcel, en que fue confrontado por reclusos cuyas sentencias habían sido dictadas por él o mantenidas por él en sus 15 años de trabajo como juez. Esas experiencias y otros asuntos de Amundson en relación con su condena -para su sentencia los fiscales usaron sus propias palabras para justificar una pena más larga- estremecieron la visión del mundo de un hombre que, desde el banquillo, pensaba que sabía todo lo que había que saber sobre crimen y castigo.
Hasta 2001, Amundson, 56, fue un juez muy estimado de la Corte de Apelaciones de Minnesota, el segundo tribunal superior del estado. Había sido mencionado en círculos de jueces como un probable nominado a la Corte Suprema del estado, era un orador popular, miembro de directorios de asociaciones de beneficencia en Minneapolis, y parecía que conocía a todo el mundo. Los colegas lo describían como brillante y encantador.
Luego fue sorprendido robando 400 mil dólares del fondo que gestionaba para una mujer con la capacidad mental de un niño de tres años, dinero que gastó en pisos de mármol y un piano para su casa así como en trenes en miniatura, esculturas y cubiertos de porcelana para 80 comensales, todos en eBay.
Ahora, cumpliendo los últimos meses de su condena en una casa de transición aquí, Amundson está participando en una difícil y humillante ronda de auto-reflexión, analizando la justicia penal desde una rara y doble perspectiva, al mismo tiempo que se ocupa de labores meniales, como retirar nieve y llevar pedidos a la imprenta para una compañía de máquinas de coser a la que representó como abogado años atrás.
"Los jueces pueden decir que ellos no tienen idea de lo que pasa en una cárcel", dijo Amundson en una desgastado sillón en la casa de transición. "Pero si sabes lo que está pasando y sigues siendo severo, que Dios se ampare de ti. Si eres parte del sistema que hace las cosas que hace, que Dios te ampare".
Como Sol Wachtler, el ex presidente de la Corte de Apelaciones de Nueva York, que se declaró culpable en un caso de acoso y pasó 13 meses en una prisión federal a principio de los años noventa, Amundson pertenece a un pequeño grupo de distinguidos jueces desechos por las leyes que habían prometido aplicar, que más tarde pidieron ser redimidos.
En el caso de Amundson, es una transformación que algunos de los que perjudicó encuentran poco convincente. "No creo que piense que ha hecho algo malo", dijo Karen Dove, tutora de la víctima de Amundson.
Los fiscales dicen que son escépticos de que Amundson haya aprendido mucho estando en la cárcel; dicen que continúa creyendo que merece un trato especial. En un momento, trató de incorporarse en un programa para un campo de entrenamiento que habría reducido su sentencia a la mitad; los fiscales rechazaron su petición, argumentando que el programa se había iniciado para reclusos con problemas de drogas o analfabetos.
Hace poco, Amundson hizo arquear las cejas de muchos con una postal de Navidad con un dibujo de una bola y una cadena rota. Incluía citas de Dostoievski y Solzhenitsyn sobre el valor redentor de la cárcel, así como una foto de Amundson con sus cuatro hijos mayores -haciendo recordar a algunos de sus detractores todas las vidas que destruyó.
"Fue otro indicio de que aún no ha visto la luz", dijo Dove.
Pero implacablemente alegre -"Entre en mis aposentos", saludó a un visitante, mostrando con su brazo el pequeño cubículo con un sillón de cuero metido en un rincón en la compañía de máquinas de coser cerca de Eden Prairie -Amundson dijo que quería usar su experiencia para promover la importancia de la rehabilitación en la cárcel.
Después de un boom de la población penitenciaria, ahora hay un número récord de ex convictos que salen todos los años de la cárcel -unos 640 mil al año, un aumento de un 40 por ciento en la última década- y más de la mitad de ellos terminan nuevamente en ella. Los funcionarios están experimentando en todo el país con modos de facilitar la reintegración y prevenir la reincidencia con tratamientos para casos de drogas o formación profesional.
Amundson podría salir 23 meses antes, en abril, por buena conducta. Ha entregado su licencia legal y con pocas perspectivas de un futuro, dice que quiere fundar casas para hombres que salen de la cárcel, dándoles un lugar donde vivir y ayudarlos con otros obstáculos a una reintegración exitosa.
Como juez, Amundson dice que no había pensado nunca más allá de la sentencia; ahora ha visto las consecuencias en sus compañeros en la cárcel.
"Yo sabía que la época de la rehabilitación había pasado, pero no tenía ni idea de que la habíamos reducido a un almacenaje y no creo que muchos jueces lo sepan", dijo.
Amundson recuerda a un hombre al que envió a prisión, que había sido condenado por matar a sus padres después de que ellos abusaran de él. Tenía 18 años y fue condenado a 18 años.
"A los 34 será completamente incapaz de vivir en sociedad", dijo Amundson. "Ha sido criado por funcionarios correccionales".
Amundson, que es abiertamente homosexual, sigue luchando en los tribunales por un caso de tutoría con su ex pareja sobre sus cuatro hijos adoptados en Rusia. En la prisión, le amargaron las restricciones a la comunicación con los hijos. Lo que determina una reintegración exitosa en la sociedad, dijo, es el apoyo de la familia.
"No sé si hay un grupo de hombres con tanta necesidad de padres como los que están en la cárcel", dijo. "Se trata de hombres que necesitan padres y sin embargo estás destruyendo su relación con sus hijos".
Cuando empezó a adoptar niños en 1998, Amundson había estado robando durante tres años. Había montado un trust a principio de los años noventa para la hija retardada de un millonario distribuidor de cerveza al que conocía de los días en que representaba a los mayoristas de cerveza del estado. Cuando el hombre murió, Amundson se convirtió en el único fideicomisario.
Recuerda haber metido la mano en la gaveta de su escritorio y sacar los primeros 85 cheques que falsificó. "Era como si fuera otro el que lo estaba haciendo", dijo.
Dove y otra mujer que trabajaba para la mujer retardada, ahora en la treintena, empezó a sospechar en 2001 cuando pidieron dinero a Amundson para colocar un nuevo tejado en la casa de la mujer y él dijo que el trust estaba vacío. Siete años antes, cuando se había determinado la herencia del padre, tenía un valor de 600 mil dólares.
Retrospectivamente, Amundson dice que quería que lo atraparan.
"Estaba cansado de ser Rolly Amundson, cansado de estar al servicio de todo el mundo, estaba simplemente cansado", dijo. "Este fue mi manera de poner fin a todo eso".
Amy Klobuchar, fiscal del condado de Hennepin, lo ve en términos más simples. "Creo que él era codicioso y quería llevar un estilo de vida que no se podía pagar", dijo en diciembre.
Amundson renunció como juez y accedió a declararse culpable, pero regateó la sentencia, dijo Klobuchar, tratando de evitar una sentencia de cárcel. En 2002 trató de reducir la sentencia argumentando que sufría de un trastorno bipolar, pero los fiscales señalaron que había escrito una opinión rechazando como atenuantes los factores psicológicos. Pidieron una sentencia 12 meses más larga que lo sugerido por la directivas: el juez Amundson mismo, observaron, había escrito opiniones manteniendo sentencias largas en casos en que la víctima era particularmente vulnerable.
El juez sentenció a Amundson a 69 meses, como había pedido la acusación, diciendo que había estado ebrio de poder y que había actuado no movido por la depresión sino por la convicción de que tenía derecho a hacerlo. Amundson llamó a una larga lista de testigos prominentes -su pastor, una antigua Miss America, un ex embajador- para alegar contra la severa sentencia.
Por su parte, Klobuchar tenía lo que llamó sus "ángeles guardianes", dos acusados negros que estaban casualmente en la sala del tribunal después de haber comparecido por cargos de drogas, y estaban sentados en primera fila expresando su indignación por los testimonios de los amigos de Amundson.
"No creo que debiese haber sido tratado de otra manera que los otros que han entrado a su propio tribunal", dijo.
El hombre quería hablar.
Amundson había sido un juez de apelaciones que mantuvo la sentencia inusualmente estricta. Ahora era otro recluso más, el preso número 209383. "Me preguntó si me acordaba de él", dijo Amundson en una entrevista en diciembre. "Quería que supiera que no me guardaba rencor".
El encuentro en octubre, dijo Amundson, fue uno más de una docena de ocasiones en los tres años y medio que estuvo en la cárcel, en que fue confrontado por reclusos cuyas sentencias habían sido dictadas por él o mantenidas por él en sus 15 años de trabajo como juez. Esas experiencias y otros asuntos de Amundson en relación con su condena -para su sentencia los fiscales usaron sus propias palabras para justificar una pena más larga- estremecieron la visión del mundo de un hombre que, desde el banquillo, pensaba que sabía todo lo que había que saber sobre crimen y castigo.
Hasta 2001, Amundson, 56, fue un juez muy estimado de la Corte de Apelaciones de Minnesota, el segundo tribunal superior del estado. Había sido mencionado en círculos de jueces como un probable nominado a la Corte Suprema del estado, era un orador popular, miembro de directorios de asociaciones de beneficencia en Minneapolis, y parecía que conocía a todo el mundo. Los colegas lo describían como brillante y encantador.
Luego fue sorprendido robando 400 mil dólares del fondo que gestionaba para una mujer con la capacidad mental de un niño de tres años, dinero que gastó en pisos de mármol y un piano para su casa así como en trenes en miniatura, esculturas y cubiertos de porcelana para 80 comensales, todos en eBay.
Ahora, cumpliendo los últimos meses de su condena en una casa de transición aquí, Amundson está participando en una difícil y humillante ronda de auto-reflexión, analizando la justicia penal desde una rara y doble perspectiva, al mismo tiempo que se ocupa de labores meniales, como retirar nieve y llevar pedidos a la imprenta para una compañía de máquinas de coser a la que representó como abogado años atrás.
"Los jueces pueden decir que ellos no tienen idea de lo que pasa en una cárcel", dijo Amundson en una desgastado sillón en la casa de transición. "Pero si sabes lo que está pasando y sigues siendo severo, que Dios se ampare de ti. Si eres parte del sistema que hace las cosas que hace, que Dios te ampare".
Como Sol Wachtler, el ex presidente de la Corte de Apelaciones de Nueva York, que se declaró culpable en un caso de acoso y pasó 13 meses en una prisión federal a principio de los años noventa, Amundson pertenece a un pequeño grupo de distinguidos jueces desechos por las leyes que habían prometido aplicar, que más tarde pidieron ser redimidos.
En el caso de Amundson, es una transformación que algunos de los que perjudicó encuentran poco convincente. "No creo que piense que ha hecho algo malo", dijo Karen Dove, tutora de la víctima de Amundson.
Los fiscales dicen que son escépticos de que Amundson haya aprendido mucho estando en la cárcel; dicen que continúa creyendo que merece un trato especial. En un momento, trató de incorporarse en un programa para un campo de entrenamiento que habría reducido su sentencia a la mitad; los fiscales rechazaron su petición, argumentando que el programa se había iniciado para reclusos con problemas de drogas o analfabetos.
Hace poco, Amundson hizo arquear las cejas de muchos con una postal de Navidad con un dibujo de una bola y una cadena rota. Incluía citas de Dostoievski y Solzhenitsyn sobre el valor redentor de la cárcel, así como una foto de Amundson con sus cuatro hijos mayores -haciendo recordar a algunos de sus detractores todas las vidas que destruyó.
"Fue otro indicio de que aún no ha visto la luz", dijo Dove.
Pero implacablemente alegre -"Entre en mis aposentos", saludó a un visitante, mostrando con su brazo el pequeño cubículo con un sillón de cuero metido en un rincón en la compañía de máquinas de coser cerca de Eden Prairie -Amundson dijo que quería usar su experiencia para promover la importancia de la rehabilitación en la cárcel.
Después de un boom de la población penitenciaria, ahora hay un número récord de ex convictos que salen todos los años de la cárcel -unos 640 mil al año, un aumento de un 40 por ciento en la última década- y más de la mitad de ellos terminan nuevamente en ella. Los funcionarios están experimentando en todo el país con modos de facilitar la reintegración y prevenir la reincidencia con tratamientos para casos de drogas o formación profesional.
Amundson podría salir 23 meses antes, en abril, por buena conducta. Ha entregado su licencia legal y con pocas perspectivas de un futuro, dice que quiere fundar casas para hombres que salen de la cárcel, dándoles un lugar donde vivir y ayudarlos con otros obstáculos a una reintegración exitosa.
Como juez, Amundson dice que no había pensado nunca más allá de la sentencia; ahora ha visto las consecuencias en sus compañeros en la cárcel.
"Yo sabía que la época de la rehabilitación había pasado, pero no tenía ni idea de que la habíamos reducido a un almacenaje y no creo que muchos jueces lo sepan", dijo.
Amundson recuerda a un hombre al que envió a prisión, que había sido condenado por matar a sus padres después de que ellos abusaran de él. Tenía 18 años y fue condenado a 18 años.
"A los 34 será completamente incapaz de vivir en sociedad", dijo Amundson. "Ha sido criado por funcionarios correccionales".
Amundson, que es abiertamente homosexual, sigue luchando en los tribunales por un caso de tutoría con su ex pareja sobre sus cuatro hijos adoptados en Rusia. En la prisión, le amargaron las restricciones a la comunicación con los hijos. Lo que determina una reintegración exitosa en la sociedad, dijo, es el apoyo de la familia.
"No sé si hay un grupo de hombres con tanta necesidad de padres como los que están en la cárcel", dijo. "Se trata de hombres que necesitan padres y sin embargo estás destruyendo su relación con sus hijos".
Cuando empezó a adoptar niños en 1998, Amundson había estado robando durante tres años. Había montado un trust a principio de los años noventa para la hija retardada de un millonario distribuidor de cerveza al que conocía de los días en que representaba a los mayoristas de cerveza del estado. Cuando el hombre murió, Amundson se convirtió en el único fideicomisario.
Recuerda haber metido la mano en la gaveta de su escritorio y sacar los primeros 85 cheques que falsificó. "Era como si fuera otro el que lo estaba haciendo", dijo.
Dove y otra mujer que trabajaba para la mujer retardada, ahora en la treintena, empezó a sospechar en 2001 cuando pidieron dinero a Amundson para colocar un nuevo tejado en la casa de la mujer y él dijo que el trust estaba vacío. Siete años antes, cuando se había determinado la herencia del padre, tenía un valor de 600 mil dólares.
Retrospectivamente, Amundson dice que quería que lo atraparan.
"Estaba cansado de ser Rolly Amundson, cansado de estar al servicio de todo el mundo, estaba simplemente cansado", dijo. "Este fue mi manera de poner fin a todo eso".
Amy Klobuchar, fiscal del condado de Hennepin, lo ve en términos más simples. "Creo que él era codicioso y quería llevar un estilo de vida que no se podía pagar", dijo en diciembre.
Amundson renunció como juez y accedió a declararse culpable, pero regateó la sentencia, dijo Klobuchar, tratando de evitar una sentencia de cárcel. En 2002 trató de reducir la sentencia argumentando que sufría de un trastorno bipolar, pero los fiscales señalaron que había escrito una opinión rechazando como atenuantes los factores psicológicos. Pidieron una sentencia 12 meses más larga que lo sugerido por la directivas: el juez Amundson mismo, observaron, había escrito opiniones manteniendo sentencias largas en casos en que la víctima era particularmente vulnerable.
El juez sentenció a Amundson a 69 meses, como había pedido la acusación, diciendo que había estado ebrio de poder y que había actuado no movido por la depresión sino por la convicción de que tenía derecho a hacerlo. Amundson llamó a una larga lista de testigos prominentes -su pastor, una antigua Miss America, un ex embajador- para alegar contra la severa sentencia.
Por su parte, Klobuchar tenía lo que llamó sus "ángeles guardianes", dos acusados negros que estaban casualmente en la sala del tribunal después de haber comparecido por cargos de drogas, y estaban sentados en primera fila expresando su indignación por los testimonios de los amigos de Amundson.
"No creo que debiese haber sido tratado de otra manera que los otros que han entrado a su propio tribunal", dijo.
13 de enero de 2006
©new york times
©traducción mQh
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