zombis por teléfono
[David L. Ulin] En la última novela de Stephen King, una señal convierte a los usuarios de celulares en zombis homicidas.
Siempre he imaginado a Stephen King como el Steven Spielberg de la literatura. Como Spielberg, King empezó a principios de los años setenta y se convirtió rápidamente en su propia industria de clásicos, a menudo pasado por alto o reprendido por el establishment de la crítica literaria. Aun más, los dos comparten lo que se puede llamar una visión de base, un instinto por las escenas insignificantes, los pequeños detalles, de los que surgen pequeños trozos de drama. En la obra de Spielberg, los momentos más conmovedores son los más apacibles: unos niños insultándose en torno a una mesa suburbana, un niño gritando por su perro perdido apenas segundos antes del explosivo cataclismo de un ataque de tiburones. King, también, es un maestro de esta suerte de matiz, desarrollando sus historias de horror desde las circunstancias y personajes más normales -un choque de coches en un camino nevado, un conserje en un viejo hotel, un escritor sin inspiración llorando la muerte de su esposa en la soledad de un refugio a orillas de un lago de Maine.
La nueva novela de King, ‘Cell’, opera a partir de esa estética, tejiendo una fantasía apocalíptica a partir de eventos cotidianos. Empezando con una simple, y sin embargo terrorífica suposición -¿ué pasaría si todos los celulares emitieran de pronto una señal que convirtiera a sus usuarios en zombis homicidas?-, el libro propone un paisaje de pesadilla hecho más horrible por la proximidad al mundo que conocemos. Para Clay, el protagonista sin teléfono de la novela, las cosas se desencadenan en un instante: en un momento está en las afueras de Boston Common, esperando comprar un helado Mister Softee, y al segundo siguiente está huyendo para salvar su vida por Boylston Street, después de haber visto a una chica adolescente usar sus propios dientes para desgarrar la garganta de una mujer.
"Tuve tiempo de pensar si acaso se había vuelto loca", escribe King, "y si no me estaba imaginando todo esto en un manicomio en algún lugar. En Juniper Hill, en Augusta, quizás, entre inyecciones de Thorazine". Sin embargo, no mucho después, Clay comprende que esa realidad es el manicomio, y que "esto es lo que hacemos. Esto es lo que ocurre cuando el fondo se seca. Cuando no hay cámaras que giren, no hay edificios en llamas, no hay un Anderson Cooper diciendo: ‘Y ahora, de vuelta a los estudios de la CNN en Atlanta’. Esto es lo que ocurre cuando la Seguridad Nacional ha sido suspendida debido a la falta de cordura".
La idea de que un impulso electrónico maligno ("el Pulso", lo llama King) podría en esencia erradicar todo, es la definición misma del concepto: Casi pide que lo filmen. Sin embargo, como es a menudo el caso con King, aquí hay mucho más que una limitada glosa de la cultura popular. Entre los epígrafes de ‘Cell’ hay uno de Konrad Lorenz -"La agresión humana es instintiva. Los humanos no han creado ningún tipo de agresión ritualizada ni mecanismo inhibidor para asegurar la supervivencia de la especie. Por esta razón el hombre es considerado un animal muy peligroso"- y en todo el libro, King retorna a la pregunta de qué ocurre cuando se raspa el barniz de la civilización. "En el fondo", le dice a Clay un antiguo director de la escuela básica a mitad de la novela, "no somos Homo sapiens de ninguna manera. Nuestra esencia es la locura. El impulso principal es el asesinato. Lo que Darwin fue demasiado amable como para decir, mis amigos, es que nosotros llegamos a dominar la tierra no porque seamos los más inteligentes, o incluso los más malos, sino porque hemos sido siempre los más locos, las [criaturas] más homicidas de la selva. Y eso es lo que dejó ver el Pulso hace cinco días".
Es difícilmente una idea nueva en King; sus narrativas más efectivas tratan menos con horrores sobrenaturales que con la lobreguez del alma. ‘Cell’, entonces, es apenas una entrega más en la larga carrera del autor en su pesquisa del lado oscuro de la humanidad, la violencia y el vicio que, tanto como todo lo demás, nos hace ser lo que somos.
El problema con ‘Cell’, sin embargo, es que aunque King trate de explorar estos instintos traicioneros y fundamentales, no logra crear un mundo en el que podamos asentarnos, o personajes que realmente nos interesen. Es un problema desde las primeras páginas de la novela, que nos hacen zambullir directamente en la historia, sin ofrecer ninguna posibilidad de que descubramos quiénes somos. A diferencia de ‘La milla verde’ o ‘Misery’ -cada una de las cuales se desenvuelve a un ritmo más mesurado, permitiendo la reflexión, la introspección-, ‘Cell’ no entrega suficiente acceso a los pensamientos íntimos de Clay, a sus meditaciones, a las operaciones de su mente. Incluso su deseo de encontrar a Johnny, su hijo de 12, en casa en Maine cuando ataca el Pulso, parece frío, menos un asunto de intensidad orgánica que una convención de la forma.
Clay hace ruido acerca de lo mucho que quiere al niño. Y expresa emociones similares hacia sus amigos Tom, Alice y Jordan, supervivientes como él con los que viaja de noche, cuando los que llaman se reúnen en un extraño estado alfa colectivo, al norte de una devastada Massachusetts. Sin embargo, debido a que las cosas pasan tan rápido (todo el libro no dura más de un par de semanas), sus sentimientos no se hacen nunca carne, dejando a ‘Cell’ como un trabajo apresurado, lejos de estar completamente terminado.
Para crédito de King, deja la novela con un final abierto, no revelando nunca, por ejemplo, la fuente del Pulso, si se trata de la obra de humanos o de alguna fuerza sobrenatural. "Si lo analizas tranquilamente, verás que tengo razón", le dice Tom a Clay. "Este fue ciertamente una especie de acto terrorista, ¿no crees?" Sin embargo, mientras King hacer flotar esta idea en todo el libro, hay demasiados fenómenos inexplicables -la telepatía de grupo de los que hacen las llamadas, su capacidad de levitar- como para que la tesis del terrorismo tenga algún sentido. Y el fin de mundo tampoco parece tan terrible (aunque suene raro decirlo) una vez que empieza y se convierte en rutina.
Quizás el problema es que King está escribiendo demasiado, o demasiado rápidamente, que su jactanciosa productividad finalmente le ha pedido cuentas. Aunque ha disminuido la velocidad estos últimos tiempos, desde 1974 ha publicado más de 50 libros. Pero más al punto, creo que ‘Cell’ tropieza porque sus intenciones son poco claras. ¿Es una novela de horror? ¿Una historia ejemplar? Cuando le preguntaron de qué trataba ‘Parque jurásico’, King dijo: "De dinosaurios cazando niños", pero ‘Cell’ no gira sobre nada.
La nueva novela de King, ‘Cell’, opera a partir de esa estética, tejiendo una fantasía apocalíptica a partir de eventos cotidianos. Empezando con una simple, y sin embargo terrorífica suposición -¿ué pasaría si todos los celulares emitieran de pronto una señal que convirtiera a sus usuarios en zombis homicidas?-, el libro propone un paisaje de pesadilla hecho más horrible por la proximidad al mundo que conocemos. Para Clay, el protagonista sin teléfono de la novela, las cosas se desencadenan en un instante: en un momento está en las afueras de Boston Common, esperando comprar un helado Mister Softee, y al segundo siguiente está huyendo para salvar su vida por Boylston Street, después de haber visto a una chica adolescente usar sus propios dientes para desgarrar la garganta de una mujer.
"Tuve tiempo de pensar si acaso se había vuelto loca", escribe King, "y si no me estaba imaginando todo esto en un manicomio en algún lugar. En Juniper Hill, en Augusta, quizás, entre inyecciones de Thorazine". Sin embargo, no mucho después, Clay comprende que esa realidad es el manicomio, y que "esto es lo que hacemos. Esto es lo que ocurre cuando el fondo se seca. Cuando no hay cámaras que giren, no hay edificios en llamas, no hay un Anderson Cooper diciendo: ‘Y ahora, de vuelta a los estudios de la CNN en Atlanta’. Esto es lo que ocurre cuando la Seguridad Nacional ha sido suspendida debido a la falta de cordura".
La idea de que un impulso electrónico maligno ("el Pulso", lo llama King) podría en esencia erradicar todo, es la definición misma del concepto: Casi pide que lo filmen. Sin embargo, como es a menudo el caso con King, aquí hay mucho más que una limitada glosa de la cultura popular. Entre los epígrafes de ‘Cell’ hay uno de Konrad Lorenz -"La agresión humana es instintiva. Los humanos no han creado ningún tipo de agresión ritualizada ni mecanismo inhibidor para asegurar la supervivencia de la especie. Por esta razón el hombre es considerado un animal muy peligroso"- y en todo el libro, King retorna a la pregunta de qué ocurre cuando se raspa el barniz de la civilización. "En el fondo", le dice a Clay un antiguo director de la escuela básica a mitad de la novela, "no somos Homo sapiens de ninguna manera. Nuestra esencia es la locura. El impulso principal es el asesinato. Lo que Darwin fue demasiado amable como para decir, mis amigos, es que nosotros llegamos a dominar la tierra no porque seamos los más inteligentes, o incluso los más malos, sino porque hemos sido siempre los más locos, las [criaturas] más homicidas de la selva. Y eso es lo que dejó ver el Pulso hace cinco días".
Es difícilmente una idea nueva en King; sus narrativas más efectivas tratan menos con horrores sobrenaturales que con la lobreguez del alma. ‘Cell’, entonces, es apenas una entrega más en la larga carrera del autor en su pesquisa del lado oscuro de la humanidad, la violencia y el vicio que, tanto como todo lo demás, nos hace ser lo que somos.
El problema con ‘Cell’, sin embargo, es que aunque King trate de explorar estos instintos traicioneros y fundamentales, no logra crear un mundo en el que podamos asentarnos, o personajes que realmente nos interesen. Es un problema desde las primeras páginas de la novela, que nos hacen zambullir directamente en la historia, sin ofrecer ninguna posibilidad de que descubramos quiénes somos. A diferencia de ‘La milla verde’ o ‘Misery’ -cada una de las cuales se desenvuelve a un ritmo más mesurado, permitiendo la reflexión, la introspección-, ‘Cell’ no entrega suficiente acceso a los pensamientos íntimos de Clay, a sus meditaciones, a las operaciones de su mente. Incluso su deseo de encontrar a Johnny, su hijo de 12, en casa en Maine cuando ataca el Pulso, parece frío, menos un asunto de intensidad orgánica que una convención de la forma.
Clay hace ruido acerca de lo mucho que quiere al niño. Y expresa emociones similares hacia sus amigos Tom, Alice y Jordan, supervivientes como él con los que viaja de noche, cuando los que llaman se reúnen en un extraño estado alfa colectivo, al norte de una devastada Massachusetts. Sin embargo, debido a que las cosas pasan tan rápido (todo el libro no dura más de un par de semanas), sus sentimientos no se hacen nunca carne, dejando a ‘Cell’ como un trabajo apresurado, lejos de estar completamente terminado.
Para crédito de King, deja la novela con un final abierto, no revelando nunca, por ejemplo, la fuente del Pulso, si se trata de la obra de humanos o de alguna fuerza sobrenatural. "Si lo analizas tranquilamente, verás que tengo razón", le dice Tom a Clay. "Este fue ciertamente una especie de acto terrorista, ¿no crees?" Sin embargo, mientras King hacer flotar esta idea en todo el libro, hay demasiados fenómenos inexplicables -la telepatía de grupo de los que hacen las llamadas, su capacidad de levitar- como para que la tesis del terrorismo tenga algún sentido. Y el fin de mundo tampoco parece tan terrible (aunque suene raro decirlo) una vez que empieza y se convierte en rutina.
Quizás el problema es que King está escribiendo demasiado, o demasiado rápidamente, que su jactanciosa productividad finalmente le ha pedido cuentas. Aunque ha disminuido la velocidad estos últimos tiempos, desde 1974 ha publicado más de 50 libros. Pero más al punto, creo que ‘Cell’ tropieza porque sus intenciones son poco claras. ¿Es una novela de horror? ¿Una historia ejemplar? Cuando le preguntaron de qué trataba ‘Parque jurásico’, King dijo: "De dinosaurios cazando niños", pero ‘Cell’ no gira sobre nada.
24 de enero de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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