quién mató a christopher marlowe 2
[Stephen Greenblatt] Pero se sabe que Marlowe, en los años en la unversidad, trabajaba para el espionaje isabelino cuyo fin era erradicar la disidencia católica.
Sólo he conocido (por lo que sé) a un espía. Era un joven académico de Alemania del Este, experto en Shakespeare, al que conocí en 1996 en el Congreso Mundial sobre Shakespeare, en Berlín occidental. Era, según me dijo entonces, su primer viaje fuera de Alemania del Este, y lo felicité por su excelente dominio del inglés. "No es por mis méritos", replicó, modesto, "si no por los del sistema educativo de la República Democrática Alemana". En 1989, cuando cayó el Muro y la República Democrática Alemana se derrumbó, empecé a recibir cartas de mi joven conocido. Las cartas, elocuentes y angustiadas, expresaban su creciente desencanto tras la secuela de embarazosas revelaciones que estaban saliendo a luz sobre los lujos secretos de los líderes de Alemania del Este. Ahora soy suficientemente cínico, confieso, como para anticipar que lo que seguiría sería una petición de una carta de recomendación para una beca o una posición académica en Estados Unidos. Yo no era fuerte, pero antes de que llegara la petición, hubo una sorprendente revelación.
Los archivos de la Stasi estado siendo publicados, y en su cuarta o quinta carta mi amistad académica me escribió que tenía que admitir algo: su viaje a Berlín occidental en 1986 no era, de hecho, su primera visita a Occidente. Escribió que había sido durante unos años, un espía contra la OTAN en varias ciudades europeas. Sus motivos, me aseguró, eran completamente idealistas. No formaba parte del ejército secreto de informantes domésticos que escudriñaban las vidas privadas de prácticamente todos los ciudadanos de Alemania del Este. Más bien, pensaba que había un peligroso desequilibrio entre los bloques de Occidente y del Este y había tenido la oportunidad de contribuir con su pequeña parte a asegurar la estabilidad y paz mundiales. Me preguntaba si aun sabiendo esto, podría escribir una carta de recomendación a su nombre, una carta en la que yo debería hablar de él como académico, y no como espía. Quería continuar sus estudios renacentistas y, en particular, escribir un libro sobre Christopher Marlowe.
Le dije que me encantaría escribir una carta sobre su erudición -yo admiraba en particular un ensayo que había publicado sobre las escenas de tumultos en ‘Coriolanus'- pero tendría que mencionar que había sido un espía alemán. No me parecía que fuera inherentemente deshonroso ser espía para tu propio país, y podía escribir legítimamente, le dije, que su experiencia le podría servir de orientación en su intento de entender a Marlowe. Pero también tenía otras razones para no acceder a ningún intento de ocultar esta información. Después de todo, yo no tenía idea de lo que él pudiera haber hecho ni qué torcida ruta había seguido para llegar a esas capitales europeas donde había trabajado como espía. Después de un largo silencio, recibí otra carta.
Dijo que había decidido emprender lo que los alemanes llaman Vergangenheitsbewältigung, un ajuste de cuentas público con el pasado. Estaba obligado a hacerlo debido a la revelación de nuevos documentos que complicaban su declaración anterior de que nunca había participado en el espionaje interno. Cuando estaba siendo reclutado para el servicio de espionaje, sus superiores le pidieron que demostrara sus habilidades -como condición para ser enviado al extranjero en una importante misión- escribiendo informes sobre varios de sus compañeros y profesores en la facultad. Me dijo que le habían prometido que los informes no serían nunca utilizados; que eran simples ejercicios para probar su competencia. Pero ahora estaba consternado, profundamente acongojado de descubrir que, en realidad, habían sido usados para perjudicar las vidas de las personas sobre las que había escrito. Había, inconscientemente, por supuesto, y en toda inocencia, traicionado a sus amigos y maestros.
No respondí esta carta y nunca volví a saber de él. Un amigo que se enteró de sus andanzas me contó hace poco que estaba dictando clases de alemán en una escuela secundaria y se sentía bastante amargado de que su carrera hubiera sido arruinada, mientras que otros de la Stasi, en niveles mucho más altos que él, habían emergido ilesos en el nuevo orden mundial.
¿Cómo fue reclutado Marlowe para el espionaje isabelino? ¿Qué tuvo que hacer para probar que era competente? No lo sabemos. Pero podemos, creo, tener razonable certeza de que fuera lo que fuera, implicaba una considerable mezcla de mala fe, traición, y engaño. El hecho de que las autoridades universitarias creyeran que el estudiante de teología estaba a punto de huir a Rheims significa casi ciertamente que Marlowe había estado cultivando activamente su reputación como disidente católico, que no era solamente un apacible leal a la antigua religión, sino que estaba decidido a participar en intentos sediciosos para reinstaurarla.
Esta reputación le habría dado acceso a la comunidad clandestina de Cambridge, una asociación religiosa de jóvenes píos que adoraban los ritos romanos y temían por la condenación de sus almas, soñadores nostálgicos, santones y mártires, románticos atormentados que idealizaban a María, la reina de los escoceses, conspiradores maquiavélicos que soñaban con hacer derrumbar el estado, aventureros borrachos, visionarios, idealistas, ideólogos, intelectuales, mercenarios a la paga de España o Francia, fervientes creyentes que se aferraban testarudamente a la fe de sus ancestros. Las actividades de los espías isabelinos no eran solamente la observación cuidadosa, recordando y comunicando detalles comprometedores a las autoridades; la tarea también implicaba, normalmente hablando, la provocación. Un agente doble exitoso debía atraer a sus objetivos, alentarlos en sus tramas, apuntalar su endeble confianza, empujarles hacia derroteros más violentos. Luego saltaría la trampa, y el crédulo intrigante se encontraría en las hábiles manos de Topcliffe, el torturador de la Reina, y en camino hacia una terrible muerte en el cadalso.
Sabemos que Marlowe finalmente atravesó hasta el continente -fue detenido y acusado de falsificación de monedas en 1592, en la ciudad holandesa de Flushing, donde compartía un cuarto con Richard Baines, un siniestro espía del gobierno- pero su trabajo, como el de mi conocido alemán, tendría que haber comenzado en casa, entre sus compañeros de la universidad.
Los archivos de la Stasi estado siendo publicados, y en su cuarta o quinta carta mi amistad académica me escribió que tenía que admitir algo: su viaje a Berlín occidental en 1986 no era, de hecho, su primera visita a Occidente. Escribió que había sido durante unos años, un espía contra la OTAN en varias ciudades europeas. Sus motivos, me aseguró, eran completamente idealistas. No formaba parte del ejército secreto de informantes domésticos que escudriñaban las vidas privadas de prácticamente todos los ciudadanos de Alemania del Este. Más bien, pensaba que había un peligroso desequilibrio entre los bloques de Occidente y del Este y había tenido la oportunidad de contribuir con su pequeña parte a asegurar la estabilidad y paz mundiales. Me preguntaba si aun sabiendo esto, podría escribir una carta de recomendación a su nombre, una carta en la que yo debería hablar de él como académico, y no como espía. Quería continuar sus estudios renacentistas y, en particular, escribir un libro sobre Christopher Marlowe.
Le dije que me encantaría escribir una carta sobre su erudición -yo admiraba en particular un ensayo que había publicado sobre las escenas de tumultos en ‘Coriolanus'- pero tendría que mencionar que había sido un espía alemán. No me parecía que fuera inherentemente deshonroso ser espía para tu propio país, y podía escribir legítimamente, le dije, que su experiencia le podría servir de orientación en su intento de entender a Marlowe. Pero también tenía otras razones para no acceder a ningún intento de ocultar esta información. Después de todo, yo no tenía idea de lo que él pudiera haber hecho ni qué torcida ruta había seguido para llegar a esas capitales europeas donde había trabajado como espía. Después de un largo silencio, recibí otra carta.
Dijo que había decidido emprender lo que los alemanes llaman Vergangenheitsbewältigung, un ajuste de cuentas público con el pasado. Estaba obligado a hacerlo debido a la revelación de nuevos documentos que complicaban su declaración anterior de que nunca había participado en el espionaje interno. Cuando estaba siendo reclutado para el servicio de espionaje, sus superiores le pidieron que demostrara sus habilidades -como condición para ser enviado al extranjero en una importante misión- escribiendo informes sobre varios de sus compañeros y profesores en la facultad. Me dijo que le habían prometido que los informes no serían nunca utilizados; que eran simples ejercicios para probar su competencia. Pero ahora estaba consternado, profundamente acongojado de descubrir que, en realidad, habían sido usados para perjudicar las vidas de las personas sobre las que había escrito. Había, inconscientemente, por supuesto, y en toda inocencia, traicionado a sus amigos y maestros.
No respondí esta carta y nunca volví a saber de él. Un amigo que se enteró de sus andanzas me contó hace poco que estaba dictando clases de alemán en una escuela secundaria y se sentía bastante amargado de que su carrera hubiera sido arruinada, mientras que otros de la Stasi, en niveles mucho más altos que él, habían emergido ilesos en el nuevo orden mundial.
¿Cómo fue reclutado Marlowe para el espionaje isabelino? ¿Qué tuvo que hacer para probar que era competente? No lo sabemos. Pero podemos, creo, tener razonable certeza de que fuera lo que fuera, implicaba una considerable mezcla de mala fe, traición, y engaño. El hecho de que las autoridades universitarias creyeran que el estudiante de teología estaba a punto de huir a Rheims significa casi ciertamente que Marlowe había estado cultivando activamente su reputación como disidente católico, que no era solamente un apacible leal a la antigua religión, sino que estaba decidido a participar en intentos sediciosos para reinstaurarla.
Esta reputación le habría dado acceso a la comunidad clandestina de Cambridge, una asociación religiosa de jóvenes píos que adoraban los ritos romanos y temían por la condenación de sus almas, soñadores nostálgicos, santones y mártires, románticos atormentados que idealizaban a María, la reina de los escoceses, conspiradores maquiavélicos que soñaban con hacer derrumbar el estado, aventureros borrachos, visionarios, idealistas, ideólogos, intelectuales, mercenarios a la paga de España o Francia, fervientes creyentes que se aferraban testarudamente a la fe de sus ancestros. Las actividades de los espías isabelinos no eran solamente la observación cuidadosa, recordando y comunicando detalles comprometedores a las autoridades; la tarea también implicaba, normalmente hablando, la provocación. Un agente doble exitoso debía atraer a sus objetivos, alentarlos en sus tramas, apuntalar su endeble confianza, empujarles hacia derroteros más violentos. Luego saltaría la trampa, y el crédulo intrigante se encontraría en las hábiles manos de Topcliffe, el torturador de la Reina, y en camino hacia una terrible muerte en el cadalso.
Sabemos que Marlowe finalmente atravesó hasta el continente -fue detenido y acusado de falsificación de monedas en 1592, en la ciudad holandesa de Flushing, donde compartía un cuarto con Richard Baines, un siniestro espía del gobierno- pero su trabajo, como el de mi conocido alemán, tendría que haber comenzado en casa, entre sus compañeros de la universidad.
6 de abril de 2006
©new york review of books
©traducción mQh
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