cruzando la frontera ilegalmente
Dos jóvenes limpian el polvoriento parabrisas y controlan las luces de freno mientras tres inmigrantes esperan silenciosos en la casa.
Finalmente llega el chofer, un estadounidense que da nerviosas pitadas a un cigarrillo barato y se llama a sí mismo Trent. Lo acompaña Félix, el robusto jefe de la banda.
"¡Vénganse!", grita uno de los pandilleros. Uno por uno, los inmigrantes se meten en el maletero, doblándose para caber. La mujer titubea. Se persigna. Se mete en él.
Acurrucados uno junto al otro, los inmigrantes miran hacia arriba al transportista.
"No tomará más de 20 minutos", promete. "No se muevan", agrega, cerrando la portezuela del maletero. Minutos después, Trent conduce el coche por un mar de tráfico, avanzando poco a poco hacia la fila de cabinas de inspección estadounidenses en la frontera.
Las operaciones de contrabando como esta -bandas mexicanas trabajando con choferes estadounidenses- son una ocurrencia diaria en las dos principales entradas de vehículos a California, un fenómeno que tiene frustradas a las autoridades estadounidenses.
En el último año fiscal se capturó 4078 veces a choferes americanos por sospechas de transportar a inmigrantes a través de los puertos de entrada San Ysidro y Otay Mesa en San Diego. La cifra se ha quedado floteando en unas cuatro mil capturas desde que el número de coches de contrabandistas empezara a aumentar hace seis años. Los agentes estadounidenses sólo pueden revisar una fracción de los estimados 64 mil vehículos que cruzan diariamente. Incluso si los choferes son sorprendidos, son normalmente dejados en libertad. Sólo 279 choferes han sido acusados de transportar de extranjeros ilegales.
Las autoridades federales dicen que se encuentran sobrepasadas.
El ministro de Seguridad Interior, Michael Chertoff, en una visita reciente a San Ysidro, dijo que comprendía la situación de los fiscales federales.
"Hay un montón de delincuencia", dijo. "Simplemente no hay suficientes fiscales y jueces para ocuparse de todo". Chertoff prometió más procesos por el transporte de extranjeros en el futuro. Las autoridades de los puertos anunciaron la semana pasada que los choferes que sean capturados transportando ilegales serán multados con cinco mil dólares por la primera vez, y diez mil por las veces subsiguientes.
Los contrabandistas provienen de todos los sectores de la sociedad -veteranos sin casa, madres solteras, ancianos y estudiantes universitarios. Algunos conductores son drogadictos o jugadores que pasan por períodos de mala racha.
Félix dice que emplea a muchos estadounidenses como Trent, que a su vez alquila a otras organizaciones de transporte de ilegales. Dando órdenes constantemente a través de sus celulares, Félix tiene una palabra en código para los choferes norteamericanos: monos.
"Siempre llegan los monos", dice Félix con un destello pícaro en sus ojos.
Félix, como muchos contrabandistas, proporciona a los choferes estadías gratuitas en moteles en Tijuana, incluyendo comidas y drogas. Un chofer que haga tres cruces a la semana puede ganar más de cien mil dólares al año, dijo Trent.
No hay nada como el sentimiento de euforia que siente, dice Trent, cuando pasa sin problemas por la aduana, un sentimiento de alivio mezclado con satisfacción. Después de ayudar a los inmigrantes a descender del coche, algunos le dan la mano y se lo agradecen.
Entre cruces, Trent sueña con jubilar temprano y gasta sus ganancias en su "debilidad por las chicas latinas", normalmente prostitutas. "A fin de cuentas se resume en esto: Es una vida tan fácil, que te seduce", dice.
Yo conocí a Félix cuando hacía un reportaje en el que aparecía un productor mexicano de películas de bajo presupuesto. El productor dijo que conocía a un contrabandista de seres humanos -Félix, su financista y un actor ocasional- e invitó a Félix a cenar con nosotros en un restaurante del centro de Tijuana.
Durante la entrevista, Félix me invitó a que lo acompañara en una operación de transporte, pero en varias ocasiones durante un período de cinco meses no llegó a las citas fijadas.
Un día el otoño pasado, Félix me invitó a pasar por su casa. Un taxista, guiado por Félix por teléfono, me condujo por las serpenteantes calles llenas de boches hacia su casa en una colina.
Félix me dio la mano a la entrada de acero de su propiedad amurallada y me introdujo a Trent. Los dos accedieron a ser entrevistados a condición de que no se revelaran sus identidades.
Félix no dijo por qué había accedido a que lo acompañara. Dijo que confiaba en mí y que no creía que un artículo dañara sus intereses.
Durante la visita de ocho horas, me di cuenta de que probablemente presenciaría actividades delictivas y que el acuerdo limitaría mi capacidad para revelar detalles.
Pero la compensación era que obtendría acceso al mundo del transporte ilegal que sigue siendo un problema serio para Estados Unidos.
Aquí la frontera -una extensión de 23 kilómetros cercada por vallas dobles, focos de estadio y cientos de agentes de la Patrulla Fronteriza- es una de las fronteras más fuertemente vigiladas del país.
Ahora que los cruces por los puertos de entrada se hace cada vez más difícil, Tijuana se ha convertido en un importante campo de operaciones para viajes en coche ilegales en la frontera del sudoeste.
El número de inmigrantes ilegales capturados dentro de vehículos en el puerto de entrada de San Ysidro se ha cuadruplicado desde 2000, de 10.600 a 40.055 en 2005.
Los jefes, como Félix, son normalmente mexicanos y cobran a los inmigrantes hasta 2.500 dólares. Prefieren trabajar con choferes americanos para que crucen la frontera con sus clientes.
Los inmigrantes son escondidos en salpicaderos ahuecados, radiadores y en "atáudes" soldados en la parte de abajo de los vehículos. Los inspectores han hallado a inmigrantes en piñatas, en alfombras enrolladas y en tanques de gasolina. Algunos ni siquiera se ocultan, con la esperanza de pasar como pasajeros.
Las autoridades federales se concentran en iniciar procesos contra choferes que ponen en peligro la vida de los inmigrantes. De acuerdo a actas judiciales, por ejemplo, Norma Martínez-Warnett fue condenada en 2004 tras haber tratado de introducir a tres niños en un Honda Acura a una temperatura de 49 grados Celsius. Un niño estaba metido en un compartimento especial en el asiento trasero y los agentes lo localizaron después de oír sus gritos.
El día de mi visita a Félix en su casa de la colina, Trent llega desgreñado y soñoliento después de una larga noche en el barrio rojo. Félix llama por teléfono mientras mira un partido de fútbol mexicano en la televisión.
Dando vueltas en los alrededores están los subalternos de Félix: tres delincuentes convictos aparatosamente tatuados. Los hombres fueron deportados de Estados Unidos y trabajan ahora para Félix reclutando y trasladando a los conductores.
Durante un almuerzo de carnitas cocinadas por la madre de Félix, Trent y Félix discuten los trucos del oficio, la ética del transporte de personas y su colaboración.
Félix y Trent dicen que se conocieron hace algunos años, poco después de que Trent apareciera en Tijuana con 12 centavos en los bolsillos. Trent dice que vivía en una casa bonita en un suburbio de California del Sur cuando su matrimonio tocó fondo. Su esposa le pidió el divorcio, se marchó con sus cuatro hijos y, dijo Trent, él se quedó en la ruina.
En el barrio rojo de Tijuana, uno de los reclutadores de Félix le hizo una oferta irresistible: 500 dólares por persona.
Trent demostró rápidamente ser un chofer fiable, dice Félix, a diferencia de los muchos otros que ha empleado. Los choferes potenciales son a menudo drogadictos que deben ser "curados", dice Félix, antes de que les den trabajos.
¿El remedio de Félix? Les da un presente de una última dosis antes de someterlos a una terapia intensiva: Un régimen de desintoxicación en seco que consiste en una afeitada, un corte de pelo y montones de duchas frías, dice Félix.
Trent, dice Félix, no es un drogadicto y gracias a su aspecto serio y su actitud decidida, se ha convertido en uno de sus mejores conductores.
Trent, que habla algo de español, considera que el transporte de ilegales es "ilegal, pero no inmoral". Dice que él no transporta drogas, y dijo que los inmigrantes que introducía en el país era gente trabajadora que contribuía a la sociedad americana y apoyaba a sus familias en México.
Trent dice que el trabajo del transporte le permite vivir bastante bien, gracias a Félix, del que Trent dijo que es más generoso que otros transportistas con los que había trabajado.
"Lo que me impresionó sobre él es que cuando terminas una misión, te pregunta: ‘¿Necesitas algo... comida, drogas, chicas?’ Se ocupa de ti", dice Trent.
Trent dice que lleva una buena vida, a pesar de todo lo que gasta en mujeres. "Desgraciadamente se comen una parte importante de mis ingresos", dice. "Me han robado, engañado, sedado y me he enamorado de algunas".
Una razón de la largueza de Félix con los conductores es la larga espera entre cruces mientras los contrabandistas organizan a los pasajeros. Trent puede pasar días sin trabajo, dice. Cuando finalmente lo llaman, la espera para lanzar el cruce puede tomar horas, justo como hoy.
Después de comer, Félix riega las plantas, juega con sus jóvenes hijas y se reúne con sus compinches.
Miran una película mexicana de bajo presupuesto sobre una guerra entre carteles de la droga. Félix financió parcialmente la película, y tuvo un papel como pistolero. Cuando el personaje de Félix es agujereado por las balas, se tambalea hacia su muerte con dramáticos gestos, haciendo reír a carcajadas a todos los presentes en la habitación, incluyendo a Félix.
"Deberías haber sido actor", le dice su hermana.
Los mundos de las películas y del transporte de pasajeros comparten algunas similitudes, dice Félix. Piensa "convertir" a un estadounidense recién llegado que se ve como un tipo rudo, que lleva pantalones bombachos, en un majo y apacible surfer con pantalones cortos hasta la rodilla y una camiseta de colores. Un aire playero es mejor que una pinta de granuja urbano a la hora de cruzar a ilegales por la aduana. "Es como en las películas", dice Félix. "Hay que prepararlos propiamente".
Poco después, Félix recibe otra llamada en su celular, cuelga y le dice a Trent: ‘Hazme un favor. Date una ducha y aféitate. Vístete bien. Tenemos trabajo, en una hora".
La actitud relajada de los hombres se vuelve seria. Trent se apura hacia arriba, y Félix trata de responder las constantes llamadas a su celular.
Trent vuelve con pantalones de tela y un jersey beige, con la barbilla ensangrentada por un corte al afeitarse. Se suben al coche y Félix nos lleva a un viaje de media hora a través de la ciudad ahogada por el tráfico, hacia una casa en la ciudad donde nos esperan los inmigrantes. Del espejo retrovisor cuelgan las cuentas azules de un rosario. Nadie dice nada.
Cuando paran y Trent entra a un supermercado a comprar cigarrillos, Félix dice que Trent está inusualmente nervioso. Un chofer nervioso frente a inspectores norteamericanos -¿Qué haces en Tijuana? ¿Qué compraste?- no es nada bueno, dice.
Unas cejas sudorosas, ojos inquietos, hombros nerviosos pueden delatar a un transportista.
Antes, Trent se había jactado de ser capaz de engañar a cualquier inspector. "Todo tiene que ver con cómo te presentes", dijo. "Yo soy un profesional".
Pero justo antes de subir al coche, Trent confesó que tenía miedo. Trent ha sido sorprendido antes -no quiere decir cuántas veces- y si las autoridades presentan cargos, puede ser condenado a tres años de cárcel.
"La tensión me está matando. La puedes enmascarar, ocultar, aparentar que estás relajado. Pero la realidad es que tienes siempre una sensación que te corroe y se hace más fuerte a medida que te acercas a las cabinas", dijo.
Cuando llegan a la casa, el ambiente es tenso. La banda trabaja rápidamente, sabiendo que si llega la policía, sería fácil probar una acusación de transporte de ilegales. En México, eso significaría unos seis años de cárcel o, de acuerdo a Félix, una mordida de 15 mil dólares para que el caso sea desechado.
Trent recibe sus instrucciones: Tras pasar la aduana, debe dirigirse a un estacionamiento en un suburbio de San Diego, donde los inmigrantes serán recogidos por otro conductor.
Después de que los inmigrantes se apretujan en el maletero, los miembros de la banda miran debajo del coche para asegurarse de que la suspensión modificada no llame la atención de los inspectores.
Al volante, Trent estudia el salpicadero y enciende el desempañador, de modo que la respiración de los pasajeros no empañe las ventanillas.
Está enfadado con Félix porque le pagará menos dinero de los habituales 500 dólares por pasajero. "No soy un campista", dice. "Pero ya tocaremos ese tema más tarde".
Cuando Trent sale, Félix se agacha por la ventanilla. "Todo va a salir bien... No olvides el cinturín". Trent se abrocha el cinturón.
El trayecto hacia la frontera toma unos minutos.
Félix, que me lleva en su coche, lo sigue para asegurarse de que la policía no lo está siguiendo a Trent. Cuando Trent entra en las vías que llevan a los puestos de control fronterizos, Félix se para ante una pequeña casa y toca el claxon.
Ahora se trata de esperar. Félix recibe llamadas cada tantos minutos desde un puesto de observación cerca de la frontera. La fila de coches es más larga de lo habitual, una espera de al menos 40 minutos. Félix sabe que algunos inmigrantes, abrumados por la oscuridad y el calor en el maletero empiezan a gritar. La operación podría estropearse si algún inspector norteamericano pasara con un perro adiestrado para detectar drogas o seres humanos.
Como me contó Félix en un encuentro anterior: "Esos perros huelen el miedo".
Una mujer de edad mediana sale de la casa y se sube al coche de Félix. Ella aloja a los inmigrantes para él y Félix le debe dinero. Charlan sobre algunos de los buenos choferes de Félix. Un equipo formado por un padre y su hijo, de Texas, usaban las ganancias del transporte para pagar el tratamiento de cáncer del hijo.
Entonces el vigía de Félix llamó: Detuvieron a Trent.
Félix corta. "De algún modo metió la pata al responder las preguntas", dice.
Félix predice que las autoridades lo dejarán libre dentro de poco. "No le hacen nada a los choferes".
Como muestra una orden de detención federal más tarde, Trent será en realidad dejado en libertad, junto con otros 36 choferes estadounidenses capturados tratando de pasar a 61 inmigrantes en un período de cuatro días.
"Volverá mañana", dice Félix. "Y volveremos a intentarlo".
25 de enero de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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