crisis en cementerio de poetas
[Elizabeth Rosenthal] El cementerio de los poetas extranjeros en Roma necesita urgentes reparaciones. Aquí yacen, entre muchos otros, Shelley y Gramsci.
Roma, Italia. Este diminuto cementerio general tiene posiblemente la más alta densidad de huesos de gente importante y famosa que cualquier lugar del mundo: el hacinado último descanso de poetas como Keats y Shelley, decenas de diplomáticos, la familia Bulgari, el hijo único de Goethe y Antonio Gramsci, el fundador del comunismo europeo, para mencionar sólo a algunos. El cementerio (en italiano, cimitero acattolico), conocido también ampliamente como el Cementerio Protestante, aunque contiene las tumbas de judíos y otros no cristianos, es el camposanto más antiguo todavía en uso en Europa, dicen los conservacionistas.
Más que eso, es difícil pensar en otro sitio urbano que sea tan célebre -cementerio o no- que, con sus altos cipreses protege un batiburrillo de elaboradas y eclécticas tumbas y monumentos anidados en una colina a la sombra de la Pirámide de Cestio (12 antes de Cristo) y una sección de la antigua muralla aureliana de la ciudad.
"Pensar que uno puede ser enterrado en un lugar tan dulce, hace que uno se enamore de la muerte", escribió Shelley varios años antes de que se ahogara y fuera enterrado aquí.
Pero hoy, este precioso retazo del paraíso se está desmoronando y atraviesa una crisis económica, aunque fue agregado recientemente a la lista del Fondo de Monumentos Históricos del Mundo de 2006, que agrupa a los cien sitios del planeta que corren más peligro. Muchos de sus importantes documentos se están desmoronando como las osamentas cuyo lugar de reposo deben señalar, erosionados por la polución y años de abandono arqueológico. El paisaje está cubierto de vegetación, anegado y con los desagües en mal estado.
"Se ve romántico y fino, pero las piedras se están deshaciendo", dice Valerie Magar, una especialista en conservación del Centro Internacional para el Estudio de la Preservación y Restauración de Bienes Culturales de Naciones Unidas, que realizó en el verano pasado una evaluación de diez semanas del cementerio.
"Es un sitio que exige un montón de tratamiento", dijo. "Se necesita hacer un montón de cosas, y el precio excede con mucho el presupuesto del cementerio".
Sin fuentes consistentes de apoyo económico general del gobierno italiano -o de cualquiera-, el cementerio privado hace frente a una interrogante sobre su liquidez que es común a muchos importantes y antiguos camposantos, dicen expertos. "El cementerio ha sobrevivido a muchas de las familias de la gente que está sepultada allá, que normalmente se preocuparían por el estado de los sitios", dijo John Stubbs, vice-presidente del fondo de monumentos. "Falta el dinero para el mantenimiento más elemental, así que cuando las estructuras envejecen, simplemente son olvidadas".
Parte del problema es que el cementerio, que fue fundado en 1734, ha sido siempre una suerte de paria en este país católico, donde el Vaticano subvenciona tradicionalmente la mayor parte de los costes de las obras públicas. Durante siglos fue el único lugar donde se podía sepultar legalmente a los no-católicos de Roma; el Vaticano le asignó terrenos fuera de las murallas de la ciudad, ya que los no creyentes no podían ser enterrados en las tierras consagradas de Roma.
Aunque cuenta ahora con cuatro mil tumbas, en esta ciudad llena a tope de reliquias antiguas el gobierno italiano no lo ha considerado nunca un sitio histórico merecedor de financiamiento público, en contraste con el Père-Lachaise de París.
Aunque deteriorado sigue siendo un testimonio único a la a veces inexplicable aventura amorosa que muchos extranjeros -artistas, filósofos, banqueros, diplomáticos, aristócratas caprichosos- han tenido con esta ciudad, donde cada uno de sus ajados monumentos es un declaración de alguien que eligió morir y ser enterrado aquí, antes que volver a casa.
Por esa razón, el sitio es actualmente gestionado por un comité de embajadores extranjeros voluntarios en Roma. Pero esta estructura ad hoc quiere decir que hay poco dinero que se destine para el mantenimiento general, y es vulnerable al movimiento de personal diplomático. Los últimos meses han sido particularmente inquietantes porque el embajador holandés, que presidió el comité durante largo tiempo, se jubiló, y el embajador danés, que lo sucedió, dejó Roma por otro trabajo.
"Es un cementerio bonito, pero necesita realmente un mejor sistema de dotaciones", dijo Stubbs. "Hay un amplio rango de piedras. Y hay una larga lista de cosas que deben ser hechas para preservarlo".
No hay letreros hacia el cementerio, cuya entrada es un camino estrecho, lleno de baches, al otro lado de unos talleres de mecánica y fábricas. Los visitantes pueden dejar una donación en una caja en la puerta. Pero al entrar por la puerta, se entra en un onírico batiburrillo de elaborados monumentos que parecen darse de codazos unos a otros peleando por el espacio en estas escarpadas y atiborradas colinas cubiertas de vegetación.
Dado que Roma ha sido durante largo tiempo un imán para atletas expatriados, no debería sorprender que los monumentos tiendan a ser exóticos: recargado de ángeles, adornados con laureles y cubiertos de palabras.
La tumba de Shelley, que se aferra a un pequeño hueco en la muralla aureliana, lleva una inscripción de ‘La tempestad’, de Shakespeare: "Nothing of Him that Doth Fade, But Doth Suffer a Sea Change, Into Something Rich and Strange" [Nada en él se deshará, pues el mar le cambia todo en un bien maravilloso].
Más abajo en la colina está la magnífica escultura ‘Angel of Grief’, del escultor estadounidense W.W. Story para la tumba de su esposa Emelyn. Un retrato icónico del pesar, describe a un esbelto ángel, con la cabeza y los brazos cubriendo la lápida. (Se erigió una réplica en la Universidad de Stanford como homenaje a las víctimas del terremoto de San Francisco de 1906).
"El cementerio está lleno de una bella escultura funeraria y tiene una gran concentración de artistas, escritores y diplomáticos de todos los países", dice Catherine Payling, directora de la Casa Keats-Shelley en Roma, recitando de un tirón una lista parcial de residentes interesantes:
Johan Ackerblad, el diplomático y arqueólogo sueco del siglo 18, que ayudó a descifrar la Piedra Rosetta; John Bell, un importante cirujano escocés del siglo 18; Josef Myslivecek, el compositor checo que inspiró a Mozart y de quien se dice que inventó el quinteto de cuerdas; Belinda Lee, una actriz británica que murió en un accidente automovilístico en el sur de California en 1961, a los 27; Karl Pavlovich Briullov, el primer pintor ruso de renombre internacional, que murió aquí en 1852; y Gregory Corso, el poeta americano de la generación beat.
Aunque muchas de las tumbas más famosas o más nuevas gozan de fondos privados o de fundaciones para su mantenimiento (la Casa Keats-Shelley sólo se ocupa de las de esos dos poetas), casi la mitad no reciben nada en absoluto, dijo Payling.
Y las tumbas arruinadas de los que han muerto hace mucho tiempo a menudo tienen las historias más misteriosas e interesantes: Está la sencilla tumba de William Harding, de Scarboro, que murió en 1821, a los 31, "mientras hacía un tour de Italia para admirar las curiosidades de su naturaleza y su arte, antiguo y moderno", explica su leyenda.
Está Elizabeth Phelps, una estadounidense que luchó por el sufragio femenino y la independencia de Cuba en el siglo 19, enterrada aquí porque quería estar cerca del poeta Shelley. Quizás lo más asombroso es el monumento que lleva un relieve de un ángel recogiendo a una niña adolescente, erigida por una madre apenada para albergar el cuerpo de su hija de 16 años, Rosa, y en honor de la memoria de su marido, Benjamin. Su ápice lo sostiene ahora un montón de cuerdas.
Rosa se ahogó a principios del siglo 19 mientras montaba su caballo en el Río Tevere durante una inundación repentina, "debido a la pendiente del crecido río y al estado encabritado del caballo", explica el monumento. Benjamin desapareció durante una "misión especial" en Viena.
"Al que se detenga para meditar sobre esta historia de pesares, que se asiente en su mente esta terrible lección la precariedad de la felicidad humana", advierte el monumento, en inglés e italiano.
Todo esto, y el cementerio tiene solo un conservador, y, ocasionalmente, un tallista. "Hay muchas lápidas que no han sido tratadas nunca, y corremos el riesgo de perderlas", dijo Magar.
Stubbs dijo que había una gran necesidad de revisión y conservación de las tumbas, de muchas de las cuales deben cerrarse sus junturas y repararse sus lápidas. Una muralla que divide al cementerio -construido por embajadas extranjeras en el siglo 19 para impedir que los fanáticos católicos profanaran las tumbas no católicas- debería probablemente ser removida, sugirió. Hasta 1870 las lápidas en el cementerio no podían llevar ningún símbolo religioso ni referencias a la redención, ya que ese era un sendero que sólo los católicos podían transitar.
Los conservadores esperan que la lista del Fondo de Monumentos del Mundo destine fondos de modo que se pueda reparar el cementerio, devolverle su antigua gloria y preservar los importantes monumentos en su interior.
Durante todo el siglo 19 y entrado el 20, el pequeño cementerio era casi un lugar de peregrinación, venerado por los escritores, dijo Payling. Daisy Miller, la heroína de la novela de Henry James, fue enterrada aquí. Después de una audiencia con el Papa Pío IX en 1877, Oscar Wilde visitó el cementerio, y lo proclamó "el sitio más sagrado de Roma".
Más que eso, es difícil pensar en otro sitio urbano que sea tan célebre -cementerio o no- que, con sus altos cipreses protege un batiburrillo de elaboradas y eclécticas tumbas y monumentos anidados en una colina a la sombra de la Pirámide de Cestio (12 antes de Cristo) y una sección de la antigua muralla aureliana de la ciudad.
"Pensar que uno puede ser enterrado en un lugar tan dulce, hace que uno se enamore de la muerte", escribió Shelley varios años antes de que se ahogara y fuera enterrado aquí.
Pero hoy, este precioso retazo del paraíso se está desmoronando y atraviesa una crisis económica, aunque fue agregado recientemente a la lista del Fondo de Monumentos Históricos del Mundo de 2006, que agrupa a los cien sitios del planeta que corren más peligro. Muchos de sus importantes documentos se están desmoronando como las osamentas cuyo lugar de reposo deben señalar, erosionados por la polución y años de abandono arqueológico. El paisaje está cubierto de vegetación, anegado y con los desagües en mal estado.
"Se ve romántico y fino, pero las piedras se están deshaciendo", dice Valerie Magar, una especialista en conservación del Centro Internacional para el Estudio de la Preservación y Restauración de Bienes Culturales de Naciones Unidas, que realizó en el verano pasado una evaluación de diez semanas del cementerio.
"Es un sitio que exige un montón de tratamiento", dijo. "Se necesita hacer un montón de cosas, y el precio excede con mucho el presupuesto del cementerio".
Sin fuentes consistentes de apoyo económico general del gobierno italiano -o de cualquiera-, el cementerio privado hace frente a una interrogante sobre su liquidez que es común a muchos importantes y antiguos camposantos, dicen expertos. "El cementerio ha sobrevivido a muchas de las familias de la gente que está sepultada allá, que normalmente se preocuparían por el estado de los sitios", dijo John Stubbs, vice-presidente del fondo de monumentos. "Falta el dinero para el mantenimiento más elemental, así que cuando las estructuras envejecen, simplemente son olvidadas".
Parte del problema es que el cementerio, que fue fundado en 1734, ha sido siempre una suerte de paria en este país católico, donde el Vaticano subvenciona tradicionalmente la mayor parte de los costes de las obras públicas. Durante siglos fue el único lugar donde se podía sepultar legalmente a los no-católicos de Roma; el Vaticano le asignó terrenos fuera de las murallas de la ciudad, ya que los no creyentes no podían ser enterrados en las tierras consagradas de Roma.
Aunque cuenta ahora con cuatro mil tumbas, en esta ciudad llena a tope de reliquias antiguas el gobierno italiano no lo ha considerado nunca un sitio histórico merecedor de financiamiento público, en contraste con el Père-Lachaise de París.
Aunque deteriorado sigue siendo un testimonio único a la a veces inexplicable aventura amorosa que muchos extranjeros -artistas, filósofos, banqueros, diplomáticos, aristócratas caprichosos- han tenido con esta ciudad, donde cada uno de sus ajados monumentos es un declaración de alguien que eligió morir y ser enterrado aquí, antes que volver a casa.
Por esa razón, el sitio es actualmente gestionado por un comité de embajadores extranjeros voluntarios en Roma. Pero esta estructura ad hoc quiere decir que hay poco dinero que se destine para el mantenimiento general, y es vulnerable al movimiento de personal diplomático. Los últimos meses han sido particularmente inquietantes porque el embajador holandés, que presidió el comité durante largo tiempo, se jubiló, y el embajador danés, que lo sucedió, dejó Roma por otro trabajo.
"Es un cementerio bonito, pero necesita realmente un mejor sistema de dotaciones", dijo Stubbs. "Hay un amplio rango de piedras. Y hay una larga lista de cosas que deben ser hechas para preservarlo".
No hay letreros hacia el cementerio, cuya entrada es un camino estrecho, lleno de baches, al otro lado de unos talleres de mecánica y fábricas. Los visitantes pueden dejar una donación en una caja en la puerta. Pero al entrar por la puerta, se entra en un onírico batiburrillo de elaborados monumentos que parecen darse de codazos unos a otros peleando por el espacio en estas escarpadas y atiborradas colinas cubiertas de vegetación.
Dado que Roma ha sido durante largo tiempo un imán para atletas expatriados, no debería sorprender que los monumentos tiendan a ser exóticos: recargado de ángeles, adornados con laureles y cubiertos de palabras.
La tumba de Shelley, que se aferra a un pequeño hueco en la muralla aureliana, lleva una inscripción de ‘La tempestad’, de Shakespeare: "Nothing of Him that Doth Fade, But Doth Suffer a Sea Change, Into Something Rich and Strange" [Nada en él se deshará, pues el mar le cambia todo en un bien maravilloso].
Más abajo en la colina está la magnífica escultura ‘Angel of Grief’, del escultor estadounidense W.W. Story para la tumba de su esposa Emelyn. Un retrato icónico del pesar, describe a un esbelto ángel, con la cabeza y los brazos cubriendo la lápida. (Se erigió una réplica en la Universidad de Stanford como homenaje a las víctimas del terremoto de San Francisco de 1906).
"El cementerio está lleno de una bella escultura funeraria y tiene una gran concentración de artistas, escritores y diplomáticos de todos los países", dice Catherine Payling, directora de la Casa Keats-Shelley en Roma, recitando de un tirón una lista parcial de residentes interesantes:
Johan Ackerblad, el diplomático y arqueólogo sueco del siglo 18, que ayudó a descifrar la Piedra Rosetta; John Bell, un importante cirujano escocés del siglo 18; Josef Myslivecek, el compositor checo que inspiró a Mozart y de quien se dice que inventó el quinteto de cuerdas; Belinda Lee, una actriz británica que murió en un accidente automovilístico en el sur de California en 1961, a los 27; Karl Pavlovich Briullov, el primer pintor ruso de renombre internacional, que murió aquí en 1852; y Gregory Corso, el poeta americano de la generación beat.
Aunque muchas de las tumbas más famosas o más nuevas gozan de fondos privados o de fundaciones para su mantenimiento (la Casa Keats-Shelley sólo se ocupa de las de esos dos poetas), casi la mitad no reciben nada en absoluto, dijo Payling.
Y las tumbas arruinadas de los que han muerto hace mucho tiempo a menudo tienen las historias más misteriosas e interesantes: Está la sencilla tumba de William Harding, de Scarboro, que murió en 1821, a los 31, "mientras hacía un tour de Italia para admirar las curiosidades de su naturaleza y su arte, antiguo y moderno", explica su leyenda.
Está Elizabeth Phelps, una estadounidense que luchó por el sufragio femenino y la independencia de Cuba en el siglo 19, enterrada aquí porque quería estar cerca del poeta Shelley. Quizás lo más asombroso es el monumento que lleva un relieve de un ángel recogiendo a una niña adolescente, erigida por una madre apenada para albergar el cuerpo de su hija de 16 años, Rosa, y en honor de la memoria de su marido, Benjamin. Su ápice lo sostiene ahora un montón de cuerdas.
Rosa se ahogó a principios del siglo 19 mientras montaba su caballo en el Río Tevere durante una inundación repentina, "debido a la pendiente del crecido río y al estado encabritado del caballo", explica el monumento. Benjamin desapareció durante una "misión especial" en Viena.
"Al que se detenga para meditar sobre esta historia de pesares, que se asiente en su mente esta terrible lección la precariedad de la felicidad humana", advierte el monumento, en inglés e italiano.
Todo esto, y el cementerio tiene solo un conservador, y, ocasionalmente, un tallista. "Hay muchas lápidas que no han sido tratadas nunca, y corremos el riesgo de perderlas", dijo Magar.
Stubbs dijo que había una gran necesidad de revisión y conservación de las tumbas, de muchas de las cuales deben cerrarse sus junturas y repararse sus lápidas. Una muralla que divide al cementerio -construido por embajadas extranjeras en el siglo 19 para impedir que los fanáticos católicos profanaran las tumbas no católicas- debería probablemente ser removida, sugirió. Hasta 1870 las lápidas en el cementerio no podían llevar ningún símbolo religioso ni referencias a la redención, ya que ese era un sendero que sólo los católicos podían transitar.
Los conservadores esperan que la lista del Fondo de Monumentos del Mundo destine fondos de modo que se pueda reparar el cementerio, devolverle su antigua gloria y preservar los importantes monumentos en su interior.
Durante todo el siglo 19 y entrado el 20, el pequeño cementerio era casi un lugar de peregrinación, venerado por los escritores, dijo Payling. Daisy Miller, la heroína de la novela de Henry James, fue enterrada aquí. Después de una audiencia con el Papa Pío IX en 1877, Oscar Wilde visitó el cementerio, y lo proclamó "el sitio más sagrado de Roma".
8 de febrero de 2006
©new york times
©traducción mQh
0 comentarios