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auge y ocaso de narcotraficante india


[Sarah Kershaw][Véase la primera parte, Paraíso de Traficantes en Reservas Indias]. Tras salir de la cárcel apenas puede alimentar malamente a sus hijas, pero juró que no volvería a vender drogas.
Reserva India Lummi, Washington, Estados Unidos. Durante un tiempo, la habitación 246 del Motel Scottish Lodge, a veinte kilómetros al sur de la frontera canadiense, fue el paraíso de Eugenia Phair.
Con sus manchadas alfombras, el hedor a vómito y al humo rancio de cigarrillos, el lavamanos de su cuarto de baño emborronados de marcas de quemaduras de los cocineros de crack que habían alojado antes en el cuarto, la habitación 246 era donde empezó a tomar vuelo su negocio de tráfico de drogas, dijo, la primera sede de lo que se convertiría en una bien organizada y lucrativa banda de narcotraficantes en la reserva y alrededores.
En los años siguientes, Phair, 26, una india lummi, y su familia, hicieron tanto dinero como para marearse, mientras escalaba como un cohete hacia la cima en el ansioso y despiadado mundo del narcotráfico indio, vendiendo analgésicos, dijo, a todo el mundo, entre ellos agentes tribales y drogadictos desempleados.
"Fue como una respuesta a nuestras oraciones", dijo Phair, que fue dejada en libertad el 6 de febrero después de cumplir una sentencia de veinte meses en una penitenciaría del estado. "Si naciste en la miseria y luego tuvieras la oportunidad de hacerte rico, ¿no optarías por ser rico? Si has vivido toda tu vida en la miseria y tuvieras la oportunidad de ser rico, ¿qué harías tú? Es casi imposible. Yo nunca tuve nada, nunca tuve ropas nuevas, nunca tuve ropa de escuela, nunca tuve nada. Y luego puedes enviar a tus niños a una buena escuela y verte bien y adaptarte. Yo nunca me adapté".
Phair es una de los cientos de traficantes que florecieron en el estallido del narcotráfico en territorios indios. Se están haciendo ricos con la adicción de sus vecinos, sacando provecho de la agobiante pobreza y de los nuevos ricos de los casinos y de las debilidades de la ley en tierras indias, de acuerdo a funcionarios tribales y otros y a Phair, que describió su vida como cabecilla de una banda de narcotraficantes en llamadas telefónicas, cartas y entrevistas durante el año pasado.
Desde el principio -ella vivía con su novio en un cuarto del motel Scottish Lodge, mientras sus tres hijas vivían con su padre, Eugene, en otro- Phair aprendió lo fácil que era introducir contrabando para un grupo de mujeres indias que trabajaban para ella como camellos.
Las mujeres cruzaban las fronteras a Canadá y compraban pastillas OxyContin en las calles de Vancouver. Ocultaban las pastillas en condones en sus vaginas, volvían a cruzar la frontera y se las entregaban a Phair, que las vendía en la reserva y alrededores al doble del precio de compra.

La nación lummi, de cuatro mil personas, es una inhóspita tierra de comedores de cangrejos, recolectores de almejas y pescadores de salmón en las costas de la bahía de Bellingham en Washington del Noroeste. Aquí creció Phair, orgullosa de ser lummi, dijo, aunque los niños blancos en la escuela la llamaban lummi dummy [boba]. Creció en medio de drogadictos, muerte y delincuentes, y cuando se hizo mayor quebró la ley varias veces, y fue condenada por robo, allanamiento de morada y posesión de mercaderías robadas.
En sus días de apogeo como narcotraficante, la adicción a la OxyContin ya se había convertido en una plaga en todo el país, y las drogas estaban empezando a rivalizar con el alcohol como el principal vicio en muchas reservas. Cuando Phair estaba vendiendo píldoras, el comercio en OxyContin estaba explotando aquí, por un valor de 1.5 millones de dólares en 2003, dicen funcionarios tribales, duplicando ese año los beneficios del Silver Reef Casino de la tribu y muchas más veces los de la abatida industria del salmón, que fue en el pasado el pilar de la economía de la tribu.
Admitió repetidas veces que su decisión de convertirse en vendedora de drogas perjudicó a su familia, ya que debió abandonar a sus hijas cuando fue enviada a la cárcel, y a numerosas otras personas de su frágil tribu.
"He hecho más víctimas que nadie aquí", dijo en una entrevista desde la cárcel. "Mis víctimas son los niños cuyos padres usaron las drogas que yo vendía".
En el apogeo de su negocio, Phair llegó a controlar de 12 a 15 mujeres lummi que se movilizaban entre Canadá y Estados Unidos todos los días, cada una volviendo con 60 a 80 píldoras en sus cuerpos. En la frontera los agentes hacían pocas preguntas, dijo Phair. Las revisiones de las cavidades corporales son raras, reconocen las autoridades, y Phair dijo que varias de sus camellos se libraban de los controles diciendo que habían sido violadas o que estaban embarazadas y que un examen sería demasiado traumático.
Los viajes al otro lado de la frontera eran tan exitosos, dijo Phair, que cuando fue detenida en junio de 2004, estaba vendiendo 30 mil dólares de píldoras al día, de los que recogía más del cincuenta por ciento en beneficios.
Phair, que tiene un tatuaje de un par de garras de oso, un símbolo de fortaleza en la cultura lummi, en su torso, se alimentaba de palomitas y carne enlatada. Su único recuerdo de Navidad de su infancia era haber encontrado un vestido -dos tallas menos que la suya- y un viejo camión de madera abandonado rápidamente debajo de un esquelético árbol de Navidad por su madre borracha.
Pero para cuando fue detenida, dos años después de que los detectives empezaran a interceptar sus teléfonos en el motel Scottish Lodge, sus niñas llevaban ropa de 200 dólares y jugaban con caras muñecas -incluyendo una que tenía su propia limusina en miniatura de cien dólares. A su hijita de cuatro, Janyha, le hacían la manicura y pedicura en un salón de belleza. Para ella misma se compró un Ford Expedition y ropas caras y utilizó el dinero de las drogas pagar su adicción a las apuestas.
"Era reconfortante decir que querías dejarlo, pero en realidad tenías que seguir haciéndolo para sostener un estilo de vida al que te habías acostumbrado", dijo en una llamada desde un teléfono público en la Cárcel de Mujeres del Estado de Washington en Gig Harbor. "Te pasas un montón de películas".
Phair dijo que ella era una de las pocas en su banda de narcotraficantes, de la que era miembro su padre Eugene, que se puso desaliñada y codiciosa con las drogas. Ella no usaba las pastillas, y sus familiares dijeron que era verdad. Ella estaba enganchada al dinero.
Su padre y abuela, que ambos de beneficiaron abundantemente de la empresa, dijeron en entrevistas que Phair estaba siempre al tanto de todo. Ella dijo que practicaba sus "instintos de narcotraficante".
"No te vuelves ricas enganchada a tu propia mercadería", dijo Phair. "No puedes usar las drogas que estás vendiendo. Eso te hará fracasar".

Como Cualquier Mamá
Para ella, un día típico como narcotraficantes, escribió Phair en una carta, se veía como el día de "cualquier mamá".
"Saludaría a mis bebés en la cocina", dijo. "Janyha ya habría puesto los tazones. Ella elegirían los cereales. Janyha serviría la leche, porque es la niña grande y eso es lo que hacen las niñas grandes".
Phair rizaría el cabello de Janyha, o le haría una coleta. Su padre se ocupaba del más bebito, Payton, y de los gemelos, Kayani, niña, y Keonday, niño. Phair llevaba a Janyha al jardín infantil o al preescolar.
Después de dejarla allá, encendía el celular y empezaba el frenesí del negocio, dijo, "respondiendo llamada tras llamada", conduciendo en su Expedition o citándose frente al casino lummi, donde el caos y el ruido facilitaban pasar desapercibido.
Phair dijo que su decisión de convertirse en narcotraficante fue instantánea, aunque había considerado esa posibilidad antes.
Había estado trabajando en la caja del casino en el turno de la tarde, por 9.50 dólares la hora. Pero después de que nacieran los gemelos, a los seis meses, se reportó a menudo enferma y perdió el trabajo. Empezó a recibir su seguridad social.
Pero veía que toda la gente a su alrededor, la gente en la reserva, estaba ganando dinero, rápidamente, contrabandeando analgésicos desde Canadá. Una amiga cercana lo estaba haciendo, y esta amiga tenía una furgoneta nueva, un televisor de pantalla grande y una nevera llena.
"Yo quería esas cosas", dijo. "Quería que mi hija tuviera el camión de Barbie de quinientos dólares, quería que los gemelos tuvieran cosas que los ayudaran a aprender a gatear".

Un día del verano de 2001, Phair reunió trescientos dólares y convenció a una amiga que la llevara a Canadá y la dejara en un barrio infestado de drogas en el centro de Vancouver. Allá vio a narcotraficantes en BMW y todo el mundo estaba vendiendo. Todo lo que tenía que hacer era preguntarle a cualquiera que pasara. "¿Conoces a alguien que tenga 50 ochentas?", refiriéndose a las tabletas de OxyContin [oxicodona] de 80 miligramos, conocidas como green monsters en el negocio ilegal de las drogas. Siempre había alguien.
Ese primer día en Canadá, dijo Phair, compró 25 pastillas y las llevó a hurtadillas a la reserva en su andrajoso sujetador, en los calcetines de segunda mano y zapatos baratos de la Family Bargain Store. En una tarde vendió todas las tabletas en la reserva, y se ganó 750 dólares, más que duplicando su dinero.

Las Camellos
Cuando empezó en el motel Scottish Lodge en el otoño de 2002, Phair pagaba a su camellos cien dólares por viaje, de acuerdo a las actas judiciales. Pero dijo que a medida que crecieron sus negocios, empezó a pagarles más a las mujeres, todas ellas de la reserva con una tasa de desempleo cercana al 60 por ciento en esa época, hasta llegar a los 600 dólares por viaje. Por unas pocas horas de trabajo, estaban ganando el doble de lo que recibía Phair en sus cheques mensuales de la seguridad social.
Pero cuando las autoridades empezaron a oler la operación -agentes fronterizos dijeron que las mujeres pasaban cojeando, andando como patos- las camellos de Phair propusieron ocultar las drogas en objetos religiosos, la parafernalia sagrada, espiritual, que los indios llevan consigo para reuniones internacionales al otro lado de la frontera.
Otros contrabandistas usaron a menudo esa estrategia, dijo Phair, sabiendo que los agentes fronterizos habían sido instruidos de tratar los objetos religiosos con delicadeza.
Pero Phair dijo que ella trazó una línea en cuanto a ocultar las drogas en esos objetos. Era estricta con su pequeño ejército de contrabandistas, diciéndoles que ella se negaba a insultar a su Creador ocultando drogas en la parafernalia sagrada. "Eso sería como liar porretes con páginas de la Biblia", dijo.
La competencia entre las organizaciones indias que introducen drogas desde Canadá hacia la reserva lummi era febril, dijo Phair. Otras bandas de traficantes de drogas, dijo, trataban de seducir a sus camellos ofreciéndoles más dinero o amenazándolas con delatarlas a las autoridades aduaneras. Algunas tenían conexiones con el gobierno tribal, dijo, y recibían datos de la policía lummi sobre allanamientos inminentes.
Así que controlaba estrechamente a sus camellos.
"Tienes que ser capaz de estar en un cuarto lleno de desconocidos y analizar a todo el mundo", dijo. "No puedes perder las drogas. No puedes estar aquí para una venta de drogas frente a cien personas y cometer errores".
Cuando su negocio despegó, usó el dinero de las drogas para enviar a sus tres hijos mayores a escuelas privadas, clases de karate y peluqueros. Llenó las neveras de sus parientes y les compró leña para el invierno.
"Janyja iba siempre muy de punta en blanco", dijo el padre de Phair.
En la reserva, Phair era un traficante bien conocida, de acuerdo a ella misma, sus familiares y las actas del tribunal. El presidente de la Nación Lummim Darrel Hillaire, dijo que aunque OxyContin y otras drogas destrozaron a su pueblo, él dudaba de Phair hubiera vendido drogas a funcionarios tribales de alto nivel. Reconoció, sin embargo, que Phair puede haber vendido drogas a algunos de los cientos de personas que trabajan para la tribu.
Sus compradores, dijo Phair, incluían a una pareja cuyo niño de dos años murió después de comerse una píldoras de OxyContin que encontró debajo de la alfombra, una muerte sobre la que se habló mucho en la reserva que sembró la alarma en el gobierno tribal. Juró desterrar a los traficantes de drogas de la tribu.
La pareja, dijo Phair, trató más tarde de trocar las ropas del bebé muerto -una diminuta chaqueta de plumón, calcetines que todavía estaban en sus colgadores de plásticos Kmart, y un lote de pañales nuevos en una caja abierta, todo metido en una bolsa negra de basura- por OxyContin. Phair dijo que los había rechazado.
"Eso afectó mis creencias espirituales", dijo. "Es como matar a tu niño. Nadie debería tener esas ropas. Yo casi vomité cuando me lo propusieron". Agregó: "Fue entonces que quise dejarlo todo. Eso me enfermó físicamente. Eso es enfermizo. Le dije: ‘Tu bebé acaba de morir’, y no les importaba. Creo que ni siquiera se daban cuenta; no pensaban que estuvieran haciendo nada malo".
Se negó a vender OxyContin a la pareja, dijo, pero siguió vendiendo la droga a otros. Y dejaba que su padre, un cangrejero al que le gustaba la cerveza y su brazo derecho, vendiera green monsters por ochenta dólares cada uno, veinte dólares más que su precio, para que pagara su hábito.
"Era la gran vida", dijo el señor Phair, 50, en una entrevista en la pequeña y atestada casa de su madre en la reserva, donde estaba viviendo después de pasar un año en la cárcel del condado por su participación en la banda de traficantes de su hija. "El dinero -los chicos siempre tenían todo lo que querían, todos eran felices, nadie pasaba hambre. No salíamos a quedar hechos polvo en el agua".
Phair también daba píldoras a su abuela, Mavis Revey, 69, que también tuvo que cumplir una pena de prisión por vender OxyContin, aunque no trabajaba con su nieta.
Recuerda que creció comiendo ‘alimentos básicos’ -fideos y queso, cacahuetes, melocotones y fruta de cóctel enlatada-, alimentos proporcionados por el gobierno. Pero a veces ni siquiera tenían comida, dijo Phair, y cuando tenía siete años, "para que no me quejara de que no había nada que comer, mi madre me emborrachaba".
Sus recuerdos más tempranos incluyen haber presenciado una discusión de borrachos entre sus padres, una de las muchas que llevaron finalmente a su separación. Recuerda haber estado dando vueltas en una furgoneta durante esa discusión; en su memoria se quedó grabada la imagen de una lata de cerveza Ranier, una de las varias docenas desparramadas en el coche, con su enorme y curvilíneo logo rojo "R".
Su madre trataba de aplacarla con regalos, dijo, incluso con un gatito.
"Yo quería a ese gatito", escribió en una carta llena de errores ortográficos y gramaticales que no volvería a cometer después de sacar su diploma de la secundaria en la cárcel. "Pero un día me arañó y lo maté. Yo era apenas una niña. Y recuerdo que yo importaba tan poco que nadie me prestó atención, y lo envolví y durante cuatro días nadie se enteró de que estaba muerto".
De adolescente tuvo montones de problemas. A los 13 pasó dos años en el reformatorio cuando tenía 13, por varios delitos, entre otros por apuñalar a un hombre que estaba tratando de violar a un familiar, dijo, y se llevó su coche. A los 24 Phair fue arrestada por su negocio de OxyContin después de vender los analgésicos a un detective encubierto.

Red de Dolor
Phair se dijo a sí misma muchas veces que su negocio de drogas era como un pulpo cuyos tentáculos estrechaban a un montón de gente: las camellos estaban dispuestas a hacer cualquier cosa por el dinero; sus desafortunados padre y abuela, los adictos de su tribu, la madre adoptiva lummi que cuidó a las tres hijas más grandes de Phair mientras estuvo en prisión -todos ellos víctimas de la epidemia de drogas en territorio indio.
El marido de Phair, Joel DeRuscha, 26, con el que se casó en 2003, está cumpliendo los últimos dos años de una condena de prisión por cuatro años por posesión de cocaína y marihuana, asuntos no relacionados por su banda de drogas. Su hermano y su cuñada están cuidando a Payton, que vive como Phair dijo que quería, con una madre hogareña, una familia que va a Disneyland de vacaciones. Payton, el bebé que tuvo con DeRuscha, llama "Mami" a su tía.
"Lo llamo dominó", dijo la cuñada, Carole Foldenhauer. "Una persona sale en una dirección, y ¿cuántas piezas se caen a raíz de eso?"
Payton tenía sólo unos meses cuando su madre fue enviada a prisión. Recién ha empezado a verla de nuevo en las últimas semanas. Foldenhauer dijo que cuando pasa con Payton frente a un McDonald’s, donde estuvo hace poco con su madre, Payton grita o canta: "¡Gena, Gena, Gena!"
El padre de Phair y su abuela dijeron que creían que Phair podría caer de nuevo fácilmente en el negocio de las drogas.
"Cuando estás en la cárcel", dijo su padre, "es como estar en un sueño. Estás debajo de una nube rosada. Cambias todas las cosas que quieres cambiar, y luego sales", pero "creo que es probable que ella tenga que volver a vender drogas".
Y las tentaciones y dificultades ya han surgido.
Una semana antes de su libertad, el marido de Phair llamó desde la cárcel y le preguntó si podía "ayudar a un amigo", que saldría pronto de la cárcel, tomando contacto con sus viejos contactos en el mundo de las drogas.
"Se supone que está en mi campo", dijo después de la conversación, jurando que se divorciaría de él por ello. "Este es el último lugar que esperaba que ocurriera esto. Ahora no puedo perder la concentración".
Después de eso, Phair cortó los contactos tanto con su marido como con su suegra, a la que llamó "Mamá" y que alguna vez simbolizó el mundo de la clase media blanca que creyó que la rescataría de su pasado.
DeRusha dijo que sólo propuso que hiciera unas llamadas telefónicas para ayudarla, porque parecía "preocupada" por el dinero. Phair dijo que la implicación era que ella probablemente se quedaría por una pequeña parte de los negocios de drogas que hiciera el amigo.
DeRusha dijo que su reacción lo asombraba. También se asombró su madre, Margaret, que visitó a Phair en la cárcel durante más de un año, enviándole ropa, gel de baño y cosméticos para un programa de trabajo en el que pasó los últimos dos meses de su sentencia y pensaba comprar una nueva cama para que Phair viviera con ella.
"Gena pasó de la dulzura a la frialdad de una serpiente", dijo la señora DeRusha. "No he hecho más que ayudarla. ¿Por qué me trata así?"

Posible Destierro
Phair tomó un trabajo temporal con Lummi Nation. Pero debido a que es una traficante convicta, corre el riesgo de ser desterrada, lo que le impediría trabajar para la tribu, vivir en la reserva o recibir asistencia económica de los lummi. Se le ha asignado una lúgubre pero sagrada tarea para la tribu: excavar los huesos de los ancestros, esqueletos de varios siglos de antigüedad que fueron descubiertos hace varios años durante la construcción de una planta depuradora.
Cuando descubrió de que sus tres hijas mayores dejarían sus hogares adoptivos cuatro meses antes de lo esperado y que empezarían a vivir con ella, pidió cupones de alimentos, pero fue rechazada porque su salario de 10 dólares la hora, además de las pagas por incapacidad de su enfermiza hija menor, no le permitían pedirlos. De momento, está viviendo con sus tres hijas en casa de su hermana Misty, en Bellingham, mientras está en la lista de espera para una vivienda social.
Payton seguirá viviendo con su tía y tío, lo que es un alivio para Phair, dijo. Sin embargo, está en lo esencial de vuelta en donde empezó: gana sólo cincuenta centavos más de lo que ganaba en el casino justo antes de convertirse en una traficante de drogas. Está viviendo en una casa estrecha con sus tres hijas, con tan poco dinero que ni siquiera puede pensar en vestirlas, para no decir nada de comprarles ropa de moda, dijo.
Pero insiste en que dejó para siempre el mundo del tráfico de drogas.
"Aprendí lo que es la felicidad y ahora estoy un poco confundida con las cosas materiales", escribió en su última carta desde la cárcel. "No tengo miedo de volver a vender drogas, porque sé que nunca volverá a ocurrir".
A principios de enero, Phair volvió a ver a su padre por primera vez desde que cayó en prisión. Con Misty, que la acompaña en su día con permiso de trabajo, lo visitó en casa de su abuela, donde todavía estaba viviendo, todavía recogiendo cangrejos y sobreviviendo, todavía bebiendo.
Ella y su padre no se abrazaron, y ella dijo que eso era normal.
Charlaron durante un rato. Ella le preguntó si acaso se veía gorda y él le dijo que él sí había engordado la última vez que estuvo en la cárcel. Encontró una fotografía de Janyha en su cuarto, casi de tamaño natural, una foto tridimensional que Phair compró por 150 dólares cuando estaba traficando, y se la regaló. Sus ojos se encendieron, tuvo un destello de su vieja vida ante ella, y la apretó firmemente, ansiosa de llevársela a su vacío cuarto en Billingham. Fumaron un cigarrillo en el porche de atrás; él se estaba ocultando de las autoridades tribales, y no quería ser visto desde la calle, dijo.
Cuando partió, su padre le dijo: "Llámame más tarde, Gena, como a las seis".
"No puedo, papá", dijo ella. "No me quedan monedas".

20 de febrero de 2006
©new york times
©traducción mQh
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