murió gerard reve
[Wilfred Takken] Sobrio e íntimo funeral. Unos mil lectores, amigos y familiares mostraron la semana pasada sus últimos respetos a Gerard Reve, el más importante escritor holandés del siglo 20. "Conocí a Gerard Reve como un hombre que vino a Machelen a encontrar la paz, y la encontró".
Machelen aan de Leie, Bélgica. "Lo recordamos cuando rompen los capullos y renace la primavera", oró el Padre Gabriël Desmaele. Está en el cementerio a la cabeza del ataúd de madera y pronuncia -como el católico tolerante que es- una oración judía para los difuntos. Asperja con una brocha con agua bendita el ataúd y lo rodea de incienso. Entonces la gente se dispersa y el viudo, Joop Schafthuizen, abandona el círculo para pararse a la puerta del cementerio y saludar a los cientos de personas que llegaron hasta allí. El ataúd permanece abierto sobre el suelo, bajo una imagen de Jesucristo. Hay confusión entre los holandeses presentes en este cementerio belga. ¿Por qué no se lo ha enterrado?
Es Sábado Santo, vísperas de Pascua, cuando empieza la fiesta de la resurrección. En Machelen aan de Leie, a 26 kilómetros de Brujas, se entierra al vecino Gerard Reve. Para los miles de norteños que se han acercado al cementerio, la tarde termina con algo de confusión: antes de que el ataúd desaparezca en la tierra, un agente con gorra de béisbol y una chaqueta furiosamente naranja saca a la gente del cementerio. De cierto modo oculto a la vista, los enterradores dejan caer el ataúd en la sepultura. Es una costumbre belga, se explica a los holandeses: el entierro mismo ha de ocurrir sin espectadores. Sí pueden todos pasar junto al ataúd, asperjar agua bendita, depositar rosas y tocar brevemente la madera.
Algunas horas antes, mucho antes del inicio de la ceremonia, la iglesia de Sint Michiel Cornelius y Ghislenus estaba llena. No llegaron varios miles de personas como se creía, y las pantallas y altavoces instalados fuera de la iglesia no son necesarios.
Había asientos para 550 personas, y espacio para que otras 550 siguieran el servicio de pie. Llegaron unas mil personas, entre ellos escritores como Hugo Claus, Jef Geeraerts, Tom Lanoye y Ramsey Nasr, que se sentaron delante. El subsecretario Medy van der Laan (Cultuur) también está presente; también el editor Wouter van Orschot, empleados de la última editorial de Reves, de Bezige Bij, los hijos y nietos de su difunto hermano Karel van ‘t Reve. El actor y fotógrafo Thom Hofman está en un púlpito. Muchos escritores y artistas que se esperaba, no han llegado.
El coche funerario, un Chevrolet Impala gris, de Funerarium Van de Vyver, de Zulte, va delante. Atrás camina Schafthuizen, apoyado por dos amigas. Pareciera que estos días ha envejecido años.
El altar está cubierto de flores blancas, desde ya para Pascua. "El blanco", dice el Padre Desmaele, "es el color de la calidez, de la luz del sol, de la esperanza, de la redención, de la resurrección de la muerte". Debido a que una misa fúnebre tan cerca de Pascua es poco habitual, no se recordará a Reve con una misa santa, sino con un servicio más simple, dirigido por el padre confesor de Reve, el Padre Desmaele. El señor es mi pastor, canta el Coro Parroquial, y el Requiem aeternam. Desmaele lee un sermón personal. Moviéndose levemente sobre su lugar cuenta de sus encuentros con el famoso vecino. "Conocí a Gerard Reve como un hombre que vino a Machelen a encontrar la paz, y la encontró", dice, "con un vasito de vino y un pedacito de queso". Con simpática arrogancia refiere, con cada anécdota, el lugar dónde encontrarla en la obra de Reve ("¡página 178!"). También lee algunos poemas religiosos.
Sobre las dudas que muchos abrigan sobre la sinceridad de la ruidosa religiosidad de Reve, dice Desmaele: "Lo hacía por las apariencias, por el espectáculo, pero lo creía desde lo más profundo de su corazón". Lee el poema ‘Credo’, de Reve: No hay nada que esperar, ninguna esperanza de nada: / no me queda más que la muerte y la oscuridad. / Lo veo y no titubeo: Quién quiera que sea / Lo amo, con todo mi corazón, y toda mi sangre". Desmaele guarda silencio, y dice luego: "Queridos míos, esto no puede ser comedia, ¿verdad?"
Los oradores para la ocasión son el escritor Erwin Mortier, el editor Bert de Groot y el biólogo Wim Bergmans, que fue amigo de Reve desde 1968. El relato de Bermans es conmovedor en toda su desnuda sinceridad. Por momento desaparece el circo de Reve, y un amigo toma la palabra. "Necesitaba un oído, y yo no encontraba terrible ser ese oído". Bergmans cuenta que una vez fue Reve a una exposición, atraído por el seductor subtítulo: Jóvenes Alemanes. Según Bergmans tenía Reve la imagen de jóvenes y atractivos turistas alemanes en su mente, y para su desilusión se trataba de pintores abstractos. "Recorrió las salas con la cabeza hundida entre los hombros, farfullando audiblemente: ‘A Gerardito no le gustan estas cosas’"
El servicio se compone de cuatro oraciones y música, con Kristof (flauta traversa) y Filip Martens (órgano), Yves Senden (órgano de iglesia) y con voces de la soprano Hilde Coppé. Se toca a los compositores favoritos de Reve, Vivaldi y Bach. Durante la aspersión y el incienso del ataúd, la soprano Hilde Coppé canta el aria ‘When I am laid in earth’, de Henri Purcell. Al salir de la iglesia, el coro entona In paradisum.
Pasando junto al estero de Leie, frente a pintorescas granjas, nuevos bungalows y feas fábricas, la procesión se dirige al camposanto. Los coches funerarios aceleran, por lo que los asistentes deben apurar firmemente el paso. Hugo Claus, que acaba de cumplir 77, se queda atrás.
La lista de prominentes holandeses que no se aparecieron es interminable -honrar a un escritor apreciado con un funeral oficial como en el resto del mundo, parece ser en los Países Bajos algo impensable-, pero no pensemos en los ausentes. Ese, y ese, eh, ¿sabes?, sus nombres serán olvidados mucho antes que el de Reve. Pensemos en los miles que sí han llegado, en el hombre que besó el ataúd, en los muchos que pusieron sus manos sobre la caja y no la quieren dejar. Hay muñecos de peluches entre las flores: un católico menino, y un burro color gris ratón. En los miles a quienes los libros de Reve ofrecían una risa liberadora y lágrimas de reconciliación. En las personas -entre ellas sus antiguos amantes Teigetje y Woelrat en sus trajes hechos por ellos mismos- que se quedaron junto a la tumba, incapaces de decir adiós, hasta que el palafrenero de mono azul les pide enfáticamente que se marchen a casa, de modo que pueda empezar a cubrir de tierra la sepultura.
Junto a la tumba hay una sencilla cruz de madera con una estampita de Reve pegada encima. En ella hay un poema de Richard Minne, con una foto de Rineke Dijkstra, que tomó Reve en 2004, cuando su espíritu ya vivía en la confusión del Alzheimer. Junto a él yace otro grande: Luc Hollevoet, que murió ahogado a los 23 en una operación de rescate. Una hora más tarde Machelen está nuevamente vacío, excepción hecha de sus habitantes y unos visitantes norteños que se han quedado a beber. Comienza a lloviznar.
Es Sábado Santo, vísperas de Pascua, cuando empieza la fiesta de la resurrección. En Machelen aan de Leie, a 26 kilómetros de Brujas, se entierra al vecino Gerard Reve. Para los miles de norteños que se han acercado al cementerio, la tarde termina con algo de confusión: antes de que el ataúd desaparezca en la tierra, un agente con gorra de béisbol y una chaqueta furiosamente naranja saca a la gente del cementerio. De cierto modo oculto a la vista, los enterradores dejan caer el ataúd en la sepultura. Es una costumbre belga, se explica a los holandeses: el entierro mismo ha de ocurrir sin espectadores. Sí pueden todos pasar junto al ataúd, asperjar agua bendita, depositar rosas y tocar brevemente la madera.
Algunas horas antes, mucho antes del inicio de la ceremonia, la iglesia de Sint Michiel Cornelius y Ghislenus estaba llena. No llegaron varios miles de personas como se creía, y las pantallas y altavoces instalados fuera de la iglesia no son necesarios.
Había asientos para 550 personas, y espacio para que otras 550 siguieran el servicio de pie. Llegaron unas mil personas, entre ellos escritores como Hugo Claus, Jef Geeraerts, Tom Lanoye y Ramsey Nasr, que se sentaron delante. El subsecretario Medy van der Laan (Cultuur) también está presente; también el editor Wouter van Orschot, empleados de la última editorial de Reves, de Bezige Bij, los hijos y nietos de su difunto hermano Karel van ‘t Reve. El actor y fotógrafo Thom Hofman está en un púlpito. Muchos escritores y artistas que se esperaba, no han llegado.
El coche funerario, un Chevrolet Impala gris, de Funerarium Van de Vyver, de Zulte, va delante. Atrás camina Schafthuizen, apoyado por dos amigas. Pareciera que estos días ha envejecido años.
El altar está cubierto de flores blancas, desde ya para Pascua. "El blanco", dice el Padre Desmaele, "es el color de la calidez, de la luz del sol, de la esperanza, de la redención, de la resurrección de la muerte". Debido a que una misa fúnebre tan cerca de Pascua es poco habitual, no se recordará a Reve con una misa santa, sino con un servicio más simple, dirigido por el padre confesor de Reve, el Padre Desmaele. El señor es mi pastor, canta el Coro Parroquial, y el Requiem aeternam. Desmaele lee un sermón personal. Moviéndose levemente sobre su lugar cuenta de sus encuentros con el famoso vecino. "Conocí a Gerard Reve como un hombre que vino a Machelen a encontrar la paz, y la encontró", dice, "con un vasito de vino y un pedacito de queso". Con simpática arrogancia refiere, con cada anécdota, el lugar dónde encontrarla en la obra de Reve ("¡página 178!"). También lee algunos poemas religiosos.
Sobre las dudas que muchos abrigan sobre la sinceridad de la ruidosa religiosidad de Reve, dice Desmaele: "Lo hacía por las apariencias, por el espectáculo, pero lo creía desde lo más profundo de su corazón". Lee el poema ‘Credo’, de Reve: No hay nada que esperar, ninguna esperanza de nada: / no me queda más que la muerte y la oscuridad. / Lo veo y no titubeo: Quién quiera que sea / Lo amo, con todo mi corazón, y toda mi sangre". Desmaele guarda silencio, y dice luego: "Queridos míos, esto no puede ser comedia, ¿verdad?"
Los oradores para la ocasión son el escritor Erwin Mortier, el editor Bert de Groot y el biólogo Wim Bergmans, que fue amigo de Reve desde 1968. El relato de Bermans es conmovedor en toda su desnuda sinceridad. Por momento desaparece el circo de Reve, y un amigo toma la palabra. "Necesitaba un oído, y yo no encontraba terrible ser ese oído". Bergmans cuenta que una vez fue Reve a una exposición, atraído por el seductor subtítulo: Jóvenes Alemanes. Según Bergmans tenía Reve la imagen de jóvenes y atractivos turistas alemanes en su mente, y para su desilusión se trataba de pintores abstractos. "Recorrió las salas con la cabeza hundida entre los hombros, farfullando audiblemente: ‘A Gerardito no le gustan estas cosas’"
El servicio se compone de cuatro oraciones y música, con Kristof (flauta traversa) y Filip Martens (órgano), Yves Senden (órgano de iglesia) y con voces de la soprano Hilde Coppé. Se toca a los compositores favoritos de Reve, Vivaldi y Bach. Durante la aspersión y el incienso del ataúd, la soprano Hilde Coppé canta el aria ‘When I am laid in earth’, de Henri Purcell. Al salir de la iglesia, el coro entona In paradisum.
Pasando junto al estero de Leie, frente a pintorescas granjas, nuevos bungalows y feas fábricas, la procesión se dirige al camposanto. Los coches funerarios aceleran, por lo que los asistentes deben apurar firmemente el paso. Hugo Claus, que acaba de cumplir 77, se queda atrás.
La lista de prominentes holandeses que no se aparecieron es interminable -honrar a un escritor apreciado con un funeral oficial como en el resto del mundo, parece ser en los Países Bajos algo impensable-, pero no pensemos en los ausentes. Ese, y ese, eh, ¿sabes?, sus nombres serán olvidados mucho antes que el de Reve. Pensemos en los miles que sí han llegado, en el hombre que besó el ataúd, en los muchos que pusieron sus manos sobre la caja y no la quieren dejar. Hay muñecos de peluches entre las flores: un católico menino, y un burro color gris ratón. En los miles a quienes los libros de Reve ofrecían una risa liberadora y lágrimas de reconciliación. En las personas -entre ellas sus antiguos amantes Teigetje y Woelrat en sus trajes hechos por ellos mismos- que se quedaron junto a la tumba, incapaces de decir adiós, hasta que el palafrenero de mono azul les pide enfáticamente que se marchen a casa, de modo que pueda empezar a cubrir de tierra la sepultura.
Junto a la tumba hay una sencilla cruz de madera con una estampita de Reve pegada encima. En ella hay un poema de Richard Minne, con una foto de Rineke Dijkstra, que tomó Reve en 2004, cuando su espíritu ya vivía en la confusión del Alzheimer. Junto a él yace otro grande: Luc Hollevoet, que murió ahogado a los 23 en una operación de rescate. Una hora más tarde Machelen está nuevamente vacío, excepción hecha de sus habitantes y unos visitantes norteños que se han quedado a beber. Comienza a lloviznar.
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