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el dinero lo cambia todo


[Jennie Yabroff] A pesar de las tendencias nivelizadoras de las últimas décadas, el dinero sigue dividiendo a la gente.
A Greta Gilbertson la pilló desprevenida su hija de 9 años, que asiste a una escuela privada en el Upper West Side, cuando le pidió un celular.
"Le respondí bruscamente", recuerda la señora Gilberton, profesora asistente en la Universidad Fordham, en el Bronx. "Le dije: ‘No te creas que eres una niña rica, porque no lo eres'". Aunque su hija expresa rara vez envidia de sus amigas más acomodadas, dice Gilbertson, fue un ‘momento espontáneo' que reveló su ansiedad por estar en un mundo donde otros padres tienen más dinero que ella.
Carol Paik, ex abogado que se casó con un colega de un prominente bufete de abogados de Nueva York, se encontró a sí misma al otro lado de la ecuación del dinero. Cuando volvió a la universidad en 2002 para sacar una maestría en escritura creativa en Columbia, su anillo de compromiso de diamante llamó la atención de su nuevo grupo de amigos. "Cuando estaba trabajando", dijo, "nunca pensé en el anillo, y no parecía nada especial".
Pero en la escuela, dijo, "la gente decía cosas como: ‘Es un diamante realmente grande', y no lo decían necesariamente para felicitarme". Así que empezó a sacarse el anillo antes de entrar a clases.
Si, como dice Samuel Butler, las amistades son como el dinero, más fáciles de hacer que de conservar, las diferencias económicas pueden agregar otro obstáculo más a su mantención. Más amigos y conocidos se encuentran ahora en diferentes puntos del espectro económico, dicen estudiosos y sociólogos, gracias a amplios cambios sociales como la educación superior -basada en la meritocracia-, la diversidad en el mercado laboral y la disparidad de ingresos entre las profesiones.
A medida que la gente con cuentas bancarias de diferente tamaño se reúne en lugares comunes, hay amplia causa de torpezas sociales, que pueden tensar las relaciones, a veces hasta el punto de rompimiento. Muchos se descubren luchando con complejos sentimientos sobre el dinero y la autoestima, e improvisando estrategias para hacerles frente.
"El verdadero problema no es el dinero, sino el poder que te da el dinero", dice Dalton Conley, profesor de sociología y director del Centro para Investigaciones Avanzadas en Ciencias Sociales, de la Universidad de Nueva York, que estudia temas en torno a la riqueza y las clases. "El dinero hace explícitas las desigualdades en una relación, así que trabajamos duro para minimizarlo como una forma de tacto".
Para Gilbertson eso significa no invitar a las amigas de su hija a jugar porque, dijo, su apartamento en Washington Heights es pequeño y está en un barrio que algunos padres considerarían marginal. Por la misma razón, organizó una fiesta de pizzas para el cumpleaños de su hija en la Y.M.C.A. local.
Para la señora Paik, eso significaba no invitar a sus compañeras de curso a su departamento de tres dormitorios de la preguerra en el Upper West Side, porque muchas de ellas vivían en residencias estudiantiles y temía que ellas pensaran que estaba alardeando. "No quería introducir esa barrera", dijo.
Los incómodos efectos del dinero son explorados en la película reciente ‘Friends with Money', en la que aparecen cuatro amigas ricas y una que apenas sobrevive. En una temprana escena las amigas se reúnen para cenar cuando Olivia, un ex maestra (Jennifer Aniston), anuncia que ha empezado a trabajar como criada. Momentos después Franny (Joan Cusack) dice que ella y su marido harán una donación de dos millones de dólares a la escuela básica de su niño. Cuando otra amiga pregunta por qué no le da el dinero a Olivia, todo el mundo ríe incómodamente y cambian de tema.
"Se habla de dinero muy difícilmente; es un tema tabú", dice Nicole Holofcener, guionista y directora de ‘Friends With Money'. "Toma trabajo con amigos cercanos; tengo que hacer un esfuerzo consciente para hablar sobre temas relacionados con el dinero que surgen entre nosotros".
Las barreras económicas de la amistad han emergido en parte porque otras barreras están desapareciendo, dicen los sociólogos. La universidad, donde la gente forma algunas de las amistades más intensas de sus vidas, es una olla podrida de las diferencias económicas. Estudiantes de familias con club de campo y estudiantes becarios son puestos a vivir juntos, pertenecen a los mismos clubes de atletismo y van juntos a clases.
"Hay una increíble expansión de la educación superior", dice Conley. "Más gente de orígenes más variados va a la universidad. También hay más admisiones a instituciones de elite en base al mérito".
De acuerdo a datos compilados por Thomas Mortenson, investigador del Pell Institute en Washington, 42 por ciento de los adultos jóvenes (de 18 a 24 años) del grupo inferior de ingresos familiares se matricularon en la universidad en 2003, en comparación con el 28 por ciento en 1970. La matrícula de los estudiantes de ingresos medios también aumentaron. La participación de estudiantes de las familias de más altos ingresos cambió poco, con un 80 por ciento matriculados en universidades en 2003, en comparación con el 74 por ciento en 1970.
Una vez que los amigos de la universidad salen del campus, su status económico puede diferir ampliamente dependiendo de sus carreras. Mientras hace 20 años un joven abogado y un nuevo instructor universitario podrían haberse lamentado sobre sus trabajos mientras bebían café y rosquillas, hoy el abogado sería capaz de invitar al ayudante universitario a cenar a un restaurante con dos camareros de vinos y un experto en quesos.
En la Universidad de Nueva York, por ejemplo, los ayudantes ganan 35.300 dólares por el actual año académico, de 24.500 para el año académico 1985-1986, de acuerdo a Asociación Americana de Profesores Universitarios. Un asociado de primer año en una importante firma de abogados en Nueva York puede ganar hasta 170 mil dólares con un bono de fin de año, en comparación con los 53 mil dólares, incluyendo el bono, que ganaba en 1985.
"En Nueva York estamos en las primeras líneas del aumento de la desigualdad en los ingresos porque está ocurriendo en la mitad superior de la escala de distribución del ingreso", dice Conley. "La diferencia entre el medio y el tope ha crecido de manera increíble".
Aunque los ricos pueden refugiarse en edificios con porteros o en barrios caros, otras tendencias en la sociedad llevan a los ricos a convivir con gente no tan rica. El aburguesamiento, un movimiento urbano que se extiende desde Prospect Heights, Brooklyn, hasta el centro de Los Angeles, lleva a la clase profesional a vivir en barrios obreros. Se mezclan cuando sus hijos asisten a las mismas escuelas y participan en las mismas ligas del atletismo.

Sentirse torpe por las diferencias en valor neto no es solamente un tema para los que están abajo de la ecuación. Algunos ricos -especialmente los jóvenes- tienen problemas en admitir que son diferentes.
"Supuestamente somos una sociedad sin clases,
y eso es obviamente completamente falso, pero la gente no quiere reconocer que esas diferencias existen", dice Jamie Johnson, 26, heredera de la fortuna Johnson & Johnson. Él exploró las opiniones sobre el dinero entre sus compañeros en su documental de 2003, ‘Nacidos ricos' [Born Rich]. Su nuevo documental, ‘The One Percent', que se estrenó en el Festival de Cine de Tribeca este 29 de abril, examina la influencia política de los estadounidenses ricos.
Johnson dice que algunos de sus amigos con dinero actúan como si tuvieran menos recursos de los que tienen, ostentando que toman el metro y diciendo que no pueden pagarse un taxi. "Lo hacen para evitar la desazón que surge cuando se advierten distinciones de clase social", dice.
La presión para ajustarse económicamente puede ser especialmente intensa para los adolescentes y adultos jóvenes. Marisa Gordon, 27, contable de una agencia de publicidad de tamaño medio de Manhattan, recuerda que como estudiante de la Universidad de Siracusa, su compañera de cuarto resentía que Gordon tuviera más dinero que ella. La compañera hizo comentarios cuando Gordon una vez llegó a casa con un par de chándales Diesel y lloraba porque no podía comprar el mismo perfume Issey Miyake.
Aunque ella y su compañera de cuarto son todavía amigas, Gordon dice que los temas sobre el dinero contribuyeron al hecho de que ahora no son tan cercanas como antes. Ahora es su hermana menor, una estudiante de primer año de Siracusa, la que está sintiendo el mismo tipo de presión competitiva que sentía la compañera de Gordon. La hermana pidió a sus padres una bolsa Louis Vuitton porque, dijo Gordon, "todo el mundo en la escuela tiene una bolsa de Louis".
Suze Orman, escritora de asuntos económicos y conferencista cuyo último libro es ‘The Money Book for the Young, Fabulous and Broke' (Riverhead Hardcover), dice que los adultos jóvenes pueden incluso endeudarse para mantenerse a la altura de sus amigos.
"A mí me parecen como palitroques", dice. "Mira a un grupo de amigas que caminan por la calle. A menudo se visten todas iguales: los mismos zapatos, los mismos cinturones, el mismo bolso".
Pero lo que no es fácilmente perceptible, dice Orman, es que una de las mujeres puede haber estado meses ahorrando para comprarse ese bolso caro, o más probablemente, lo está pagando a crédito. Sus amigas vestidas iguales, entretanto, tienen el salario o el dinero de la familia que les permite tener un clóset lleno de bolsos de diseñadores.
"Así es como nos metemos en problemas", dice Orman. "Pensamos que nuestras amigas son como nosotras y si nuestra amiga se puede comprar algo, nos engañamos a nosotras mismas diciéndonos que nosotros también podemos".
Mary Ochsner, una madre y ama de casa de San Clemente, California, terminó una amistad después de que salieran a superficies cuestiones de dinero. Había trabado amistad con una amiga después de la universidad cuando las dos, como dijo ella, "pasaban por períodos de mucha afluencia". Pero sus caminos se separaron cuando Ochsner se casó con un marine y su amiga con un hombre al que Oschner describió como un ejecutivo ambicioso. Dijo que su amiga se había convertido en una persona muy consciente de su status y fanfarroneaba sobre sus renovaciones en casa.
El insulto final vino, contó Ochsner, cuando invitó a la mujer a la fiesta de cumpleaños de su hija. La mujer apenas habló con alguien, pero trató de robarle la niñera ofreciéndole cinco dólares más por hora de lo que pagana Ochsner. Ochsner decidió que la amistad no valía tanto.
"No fue por el dinero", dijo. "El dinero me hizo darme cuenta de que ella tenía ambiciones sociales diferentes".
Quizás el ritual social más fraguada de peligros es cuando se trata de pagar la cuenta del restaurante. "Conozco a gente rica que tienen terribles problemas con la idea de quién va a pagar la cuenta", dice Johnson. "Pasan horas de terror antes de que llegue el momento".
Dijo que se había descubierto discutiendo sobre la cuenta con una amiga que no tenía tanto dinero. "A veces la gente se siente obligada a pagarte la cena porque no quieren que pienses que están esperando que yo pague la cena", dijo. "Realmente no es algo que me guste. Creo que es una desgracia que la gente se sienta insegura".
Ese desasosiego está también presente al otro lado de la división de ingresos. Un editor de 30 años, de Manhattan, que gana menos de 40 mil dólares al año fue recientemente a Miami por el fin de semana con amigos de la secundaria que trabajan ambos para fondos de inversiones.
"Estábamos en el Shore Club, en una suite que habíamos reservado; yo duermo en el sofá-cama y ellos la están pagando, que es terriblemente generoso de su parte", escribió el editor en un e-mail. No ha sido identificado para no herir a sus amigos. "Sin embargo, esta noche han reservado una mesa en Nobu, con Mansion" -un caro club nocturno- "para después. Yo voy gastar como una semana de salario en las próximas dos noches, probablemente más. Creo que vale la pena salir con ellos sin ninguno de los desagradables recordatorios de que nuestras vidas se han apartado seriamente desde la secundaria, pero me va a escocer cuando vuelva".
Mike Seely, 31, periodista en Seattle, organizó hace poco una cita de almuerzo con una amiga más rica que trabaja en política. Dijo que propuso una comida "donde no hay nada más caro que diez dólares, que es mi rango de precios". Pero ella propuso el Dahlia Lounge, un restaurante caro donde la ensalada de espinaca cuesta 14 dólares.
"Dije: ‘Seguro, siempre que sea a tu cuenta'", dijo.
Fue una de las pocas veces que se sintió cómodo de tratar el tema tan directamente, dijo, porque su amiga era la que quería un lugar más caro.
Incluso los que estudian el tópico como parte de su trabajo lo tienen difícil cuando se trata de dividir la cuenta. "Tengo amigos economistas que se sienten cómodos sólo cuando la cuenta se divide hasta el último céntimo", dice Conley. Sin embargo, se siente obligado a quedarse callado cuando se encuentra al otro lado de una mesa con un vaso de agua con un amigo que pide tres vasos de vino y luego propone partir la cuenta en dos.
"Probablemente es porque no quiero aparecer pequeño", explicó. "Estaría luchando contra normas sociales bastante fuertes".

7 de mayo de 2006
©new york times
©traducción mQh
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