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tedio mortal


[Richard Morgan] Muchos de los huéspedes del Sun Bright Hotel son ilegales. Los nuevos esclavos.
Nueva York, Estados Unidos. Después de más de dos años de riñas con otro inquilino, finalmente Lin Senfeng hizo callar a Yang Jinhua. Un día de octubre, a la hora de almuerzo, Lin irrumpió en el vestíbulo del Sun Bright Hotel, en Chinatown, el edificio donde vivían los dos, cubierto de sangre. Una parte era suya, y manaba de las palmas de sus manos heridas. El resto era de Yang, salpicada por la cara de Lin. "¡Llamen a la policía", gritó Lin. "¡No quiero que muera!"
Cuando llegó la policía, siguieron el rastro de sangre que los hizo subir cuatro pisos de escaleras hasta el cuerpo de Yang, que estaba en ropa interior y chancletas. De acuerdo a la confesión escrita que dio Lin a la policía, se había estado sintiendo deprimido debido a problemas en el trabajo y hastiado de Yang y sus provocaciones: cogió un cuchillo de cuatro pulgadas que usaba para pelar fruta y se lo enterró a Yang en el cuello, brazos, cara y pecho. El médico forense determinó más tarde que le había rajado el corazón a Yang.
Después de que hallaran el cadáver, Lin, 28, se quedó en el vestíbulo, abatido y en silencio, y extendió sus manos para ser esposado cuando lo llevaron a la cárcel, donde espera la resolución de su caso. Mientras eso ocurría, en el hotel las especulaciones de los otros huéspedes se volvieron hacia Yee Szegim, otro inquilino del Sun Bright, que había perdido su trabajo de cocinero y, una lluviosa tarde de abril de 2004, caminó hasta el Puente de Manhattan y se lanzó hacia su muerte.
Los tres trabajaban en restaurantes chinos. Ellos, y gente como ellos son, para la mayoría de los neoyorquinos, en gran parte desconocidos; el contacto físico se limita a rápidos intercambios sobre las mesas de los restaurantes, o a una breve mirada a través de la puerta abierta de una cocina. Pero ocasionalmente espasmos de violencia delatan la desolación de su mundo, una desolación causada por factores como la pobreza, las barreras idiomáticas y la opaca condición de los inmigrantes.
Lo que sigue son instantáneas de ese mundo.
El Sun Bright Hotel, también conocido como el Sun, un edificio de color merengue en la calle Hester y el Bowery, con una planta baja ocupada por una hilera de joyerías, es una de las residencias de estilo internado para trabajadores de restaurantes que salpican Chinatown. Antes de ser el Sun, esta estructura de seis pisos, construida en 1880, fue el Union Hotel, uno de las docenas de hoteles para personas solas en la zona del Bowery en los años cincuenta y sesenta.
En estos días el Sun es propiedad de Su Fanguang. Su, que también se hace llamar William Su, fue retratado en un diario de Chinatown cuando envió dos mil dólares a la mujer, hija y madre de Yang después de su asesinato.
Aunque Su no quiso comentar el homicidio, confirmó que había enviado el dinero. También dijo que era dueño de otros tres hoteles en Chinatown, uno para mujeres. Sus nombres suenan impresionantes cuando se los traduce al inglés: Grand Hotel, Fortune Hotel, Eternity Hotel.
Para entrar al Sun hoy, un visitante debe pasar junto a un teléfono público fuera de servicio, una enorme escalera roja flanqueada por paredes que han sido hace poco pintadas de blanco. Al final de la escalera hay unos carteles en chino que declaran que los inquilinos deben ser hombres solteros y especifican algunas normas de la casa: no escupir en el suelo, no fumar en el hueco de la escalera, por favor tire de la cisterna.
A la izquierda de los carteles hay una puerta de metal cerrada, la puerta del hotel; para pasar al vestíbulo del hotel, el visitante debe esperar a que el recepcionista la abra apretando un botón en su mesón. El vestíbulo es una habitación pequeña, amarilla, sin sillas.

Mochilas y Mah-Jongg
Un constante flujo de inquilinos sube y baja la escalera roja. Generalmente bien afeitados, llevan brillantes zapatos con puntera de cuero, pantalones planchados y camisas almidonadas, y cargan mochilas estudiantiles equipadas con mallas para colocar botellas de agua, o de esas pequeñas maletas con ruedas que prefieren las azafatas de vuelo. Algunos equipajes de los inquilinos, sin embargo, no son más que bolsas de la compra de plástico y bolsas de basura.
Los inquilinos subsisten sobre la base de gachas de cereales, frutos secos y restos de comidas de restaurantes. En el hotel son habituales las riñas por el ruido -celulares, reproductores de DVDés- y por el uso de los servicios, efectos personales usados sin permiso, y por dónde se dejan los grasientos envoltorios de papel y otras basuras.
Por la noche, hombres jóvenes charlan por los celulares mientras los mayores beben y juegan mah-jongg y a las cartas, como chor dai dee, un primo lejano del gin rummy. Debido a que en Chinatown se hablan tres dialectos del chino -cantonés, fujinés y mandarín-, que son mutuamente ininteligibles, es durante estos juegos que surgen amistades. El deleite de los ganadores y los lloriqueos de los perdedores no necesitan traducción.

Aire Fresco Por Quince Dólares
Oficialmente, el Sun prohíbe las visitas. Pero pocas semanas después del asesinato, un inquilino llamado Don llevó a un visitante a su habitación en el cuarto piso. Los pasillos olían mal, y los pisos estaban cubiertos, en partes, por mugrientos restos.
Don, que sólo dio su nombre de pila porque, como muchos de los huéspedes del hotel, es un inmigrante ilegal, abrió su puerta de un empujón. Pero se sorprendió cuando el visitante asomó su cabeza dentro. ¿Qué había que mirar ahí?
Era un típico cuarto de hotel, de un metro ochenta por un metro ochenta. Aunque tenía paredes frontales y traseras, los lados eran paneles de un metro ochenta de alto; arriba había un cielo raso hecho de rejas de metal que impedían que un inquilino pudiese trepar al espacio de otra persona. La dura maleta color mostaza de Don estaba metida debajo de su cama, un tablón cubierto por una sucia colcha y mantas.
De acuerdo a Su, el precio por día de estos cuartos es de diez a quince dólares. Son más caros los que están cerca de alguna ventana -Lin tenía una habitación de quince dólares- y ofrecen el aire fresco que entra a través de las rejas del cielo raso.
Cada piso alberga a ochenta huéspedes, que comparten un solo cuarto de baño (dos duchas, cuatro inodoros y una ración diaria de ocho rollos de papel higiénico). Los baños son aseados una o dos veces al día por un equipo de cuatro personas. Las ratas y ratones son mantenidos a raya por varios gatos callejeros que han hecho del Sun un refugio de indigentes propio.

Un Padre Frenético
Los hombres viven entrando y saliendo del Sun, pero algunos lo han convertido en su residencia permanente. El hotel funciona principalmente como una parada para hombres que van de restaurante en restaurante por el país. Muchos trabajadores chinos emigran a Nueva York, y muchos trabajan en restaurantes en la ciudad, pero también muchos viajan regularmente en autobús y furgonetas para trabajar en restaurantes chinos en todo Estados Unidos.
Los hombres del Sun hacen el listado de los lugares donde han estado en un caos de ciudades y estados: Ohio, Florida, Filadelfia, Atlanta, Carolina del Sur. No dicen mucho sobre esos lugares; es como si en sus cabezas hubiese poca diferencia entre Dallas y Nueva Jersey. El inglés de muchos sólo les permite memorizar el código de área de sus destinaciones: 404 para Atlanta, 214 para Dallas.
Agotados después de algunas semanas o meses de trabajo, los hombres del Sun vuelven al hotel por unos pocos días antes de volver a marcharse. Lin, por ejemplo, había tenido cuatro trabajos en un mes; en su confesión dijo que había apuñalado a Yang porque acababa de perder su quinto empleo, en Baltimore, y pensó que Yang era, de algún modo, responsable.
En el duro mundo de los inmigrantes, el viaje y la desesperación a menudo vienen juntas. Pocas semanas después del homicidio, un hombre llegó al Sun en un taxi llevando una pequeña bolsa y una foto de su hijo, sonriendo frente al Puente Portal Dorado [Golden Gate Bridge]. Mostraba frenéticamente la foto a cualquiera que se animara a mirar. Un hombre de chaqueta beige adornada con las palabras ‘Members Only', que estaba parado, fumando, en la calle frente al Sun, miró y sacudió la cabeza.
El visitante subió a brincos la escalera y empezó a discutir con el recepcionista. Incluso le mostró la foto a un no-chino, repitiendo con un pesado acento una sola palabra en inglés: "Please".

Veintiuna y Vida Dura
Una semana y media después de la desesperada visita del padre, dos residentes del Sun se encontraban a tres cuadras de distancia en la Sincere Agency, una oficina de empleo de una habitación debajo del Puente de Manhattan. Uno de ellos, un hombre de 46 con un traje de mezclilla, dijo que trabajaba trece horas al día, seis días a la semana, y dormía cinco horas por noche. Ambos hablaban mandarín.
Mientras esperaban nuevos trabajos, la charla derivó pronto hacia las apuestas, una manera popular entre los vecinos de Chinatown de complementar sus ingresos. Una vez que los restaurantes cierran por la noche, los trabajadores atiborran los autobuses con destino a Foxwoods o Mohegan Sun en Connecticut o el Hilton en Atlantic City, donde se quedan hasta el amanecer.
"Me gusta la veintiuna", dice el hombre de vaqueros. "Sólo los idiotas juegan a las tragaperras". Riendo, señaló a su amigo de bigote, que también tiene 46 años.
Aunque la mayoría de los vecinos de Chinatown usan parte de sus ingresos para pagar deudas contraídas para ser introducidos clandestinamente en el país, un coste que hoy es de unos 68 mil dólares por persona, los dos llegaron legalmente con visas de turismo. Pero se quedaron.
"Puedo volver a China en cualquier momento", dijo el hombre de mezclilla. "Pero no puedo volver a Estados Unidos".
Su amigo dijo: "La vida es dura aquí. Lo único bueno es el dinero. De otro modo, me volvería a casa".
"La verdad es que aquí somos esclavos", dijo el hombre de vaqueros. "Somos los nuevos negros. Como te digo".
"Los chinos son listos", dice el hombre de bigote. "Nuestros cerebros funcionan bien. Pero no sabemos inglés. Todo lo que podemos hacer es cocinar comida china".
Interrogados sobre qué hacen para sobrevivir, el hombre de mezclilla dijo, riendo, en mal inglés: "Yo hago tu pollo".
Lin, el hombre que confesó haber apuñalado a Yang, está en Rikers Island. Su abogado, Jeff Traub, de Traub & Traub, un bufete en Lower Manhattan, dijo que la base de la defensa de Lin será que sufría de un "trastorno emocional extremo".
Durante varias semanas después de su detención, Lin permaneció en el centro de detención en Lower Manhattan conocido como las Tumbas. Le daban tres comidas calientes al día, una ducha y tiempo en una sala de recreación. Su cela tenía una cama individual, un fregadero, un inodoro, una estantería para sus efectos personales, incluso una ventana. Medía más de cinco metros cuadrados, casi el doble de su cuarto en el Sun Bright Hotel.

19 de febrero de 2006
©new york times
©traducción mQh
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