vida suspendida en la cárcel
[Jenifer Warren] Sara Jane Olson pasó de ser la fugitiva de la guerrilla SLA a madre reclusa suburbana quitada de bulla.
Chowchilla, California, Estados Unidos. Poco después de las ocho durante la semana, la reclusa W94197 se presenta a trabajar en el patio de la cárcel. Gana 24 centavos de dólar por hora, vaciando tachos de basura y ordenando. Está agradecida por el trabajo.
Capturada en 1999 después de vivir 23 años como fugitiva, fue condenada por homicidio y otros delitos que se derivaban de su asociación con el Ejército Simbionés de Liberación SLA, un violento grupo de extremistas que fueron mejor conocidos por el secuestro de la heredera de un magnate de la prensa, Patty Hearst.
Luego Sara Jane Olson entró a la cárcel y se hizo en invisible.
En la Cárcel de Mujeres de California Central, Olson -cuyo nombre, en los días de gloria del SLA, era Kathleen Soliah- es ahora una mujer de pelo blanco de 59 años, cumpliendo una condena de siete.
Su experiencia, narrada en cartas y una serie de conversaciones, revela mucho sobre el castigo y la supervivencia en el sistema del estado que retiene a 11.730 mujeres.
Tiene miedo a enfermarse y terminar en manos del sistema sanitario de la cárcel que, según los expertos, se cobra una vida a la semana por incompetencia médica o negligencia.
Lamenta la ausencia de actividades significativas. Añora su intimidad. Y camina de puntillas cada día, nerviosamente, mientras espera ese momento en 2009 cuando podrá volver a casa con su marido e hijas en Minnesota.
Ser famosa no es una ventaja. Las reclusas con más desparpajo tratan de pasar desapercibidas, de no llamar la atención. Olson no habla sobre su pasado, y pocas de las mujeres que viven con ella en esta ciudad del Valle de San Joaquín saben quién es. Existe, dicen las reclusas, una ley no escrita tras las rejas: No se le pregunta a una hermana encarcelada qué ha hecho.
Sin embargo, hay rumores, la médula de la vida en la cárcel. Las reclusas a menudo escudriñan la cara de Olson e insisten en que la conocen. Una de ellas oyó decir que Olson pertenecía a Al Qaeda.
Entre la multitud, la postura de Olson no llama la atención. Camina semi-encorvada. Su rostro es inexpresivo. Mostrar emociones es atraer una atención que no se desea -o, peor aún, se corre el riesgo de ofender a alguien.
Lo mejor es el anonimato.
Fugitiva Capturada
Olson entró al sistema de justicia criminal de California el 16 de junio de 1999, cuando la policía la obligó a parar en su furgón cerca de su casa en St. Paul, Minnesota. Después de más de dos décadas, había sido localizada, cuando abiertamente como la mujer de un médico y madre de tres hijas en una casa Tudor cubierta de hiedra.
"Realmente llevaba una buena vida", recuerda Olson. Participaba en el teatro de la comuna y daba clase de educación cívica. Era voluntaria de grupos de ayuda a refugiados africanos, los pobres y otras causas, y grababa libros para los ciegos.
Sus amistades se quedaron pasmadas al enterarse de que había pertenecido al SLA, un grupo de corta vida cuyo lema era ‘Muerte a los Parásitos Fascistas Que Se Alimentan de la Vida del Pueblo'. Sin embargo, sus amigos y amigas la apoyaron y, en diez días, reunieron un millón de dólares para pagar su fianza.
Olson había estado viviendo como prófuga de la justicia desde 1976, cuando fue acusada de conspiración para matar a agentes de policía de Los Angeles tras colocar bombas debajo de sus patrulleras el año anterior. Los bombas no explotaron y nadie resultó herido. Era la mayor de una familia de clase media de Palmdale de cinco hermanos. Fue acusada, y desapareció.
Aunque las versiones sobre su participación en el SLA varían, ella y otros dicen que se hizo militante después de que un amigo querido y otros cinco miembros del SLA murieran en una balacera con la policía de Los Angeles en 1974. En entrevistas anteriores, Olson dijo que entonces proporcionó refugio, comida y otro tipo de ayuda a miembros del SLA que escapaban de la policía, pero que nunca colocó ninguna bomba.
Después de que Olson volviera a Los Angeles para el juicio, los fiscales reunieron 23 mil páginas de documentos, huellas digitales y otras evidencias en su contra, y presentaron a 200 testigos potenciales. El juicio prometía ser un drama -la saga de una guapa chica de la secundaria que se hizo revolucionaria y se convirtió en fugitiva de la justicia- y una revisión de las guerras culturales de los años setenta.
Entonces llegaron los atentados del 11 de septiembre de 2001, y Olson decidió no correr riesgos en el tribunal.
"Por primera vez en mi vida", recuerda, "la gente empezó a hablar de mí como terrorista".
En lugar de eso, se declaró culpable de intentar hacer detonar un artefacto explosivo con la intención de cometer un homicidio. En otro acuerdo con la fiscalía en un caso diferente del SLA, ella y otros tres fueron condenados por homicidio en segundo grado por la muerte de Myrna Opsahl durante un atraco a un banco realizado por su grupo en la zona de Sacramento.
"Éramos jóvenes y locos", dijo Olson en ese momento en una carta al tribunal, y "al final, le robamos la vida a alguien".
Hoy, no quiere hablar sobre los acontecimientos que la hicieron terminar en la cárcel, pero ha expresado más remordimiento que en el pasado.
"Lo lamento terriblemente", dijo a la comisión que regula la libertad condicional en 2002. "Por supuesto, no puedo borrar lo que hice, así que asumo esa responsabilidad y eso es lo que estoy haciendo ahora".
Antes ese año, Olson -que se había cambiado formalmente su nombre después de su detención- había sido trasladada a Chowchilla, a 320 kilómetros al norte de Los Angeles. Su barrio ahora es una conejera achaparrada de edificios color arena rodeados por una valla electrificada. Más allá de esa barrera, los almendrales se extienden durante kilómetros, chocando en el horizonte con un cielo de deslumbrante azul.
Dieta Firme de Televisión
Olson pasa los días encerrada en una celda-dormitorio de cinco por cinco metros, que comparte con otras siete mujeres. Mata las horas en su litera de metal, escribiendo en hojas de oficio amarillas a sus treinta familiares y amigos. Ha mirado más televisión que nunca antes.
El cuarto de concreto es estéril, con una ducha y puertas del retrete recortadas a la altura de la cintura, de modo que las reclusas son siempre visibles. Las normas de la cárcel prohíben los detalles hogareños, excepto fotografías de familiares pegadas con cinta adhesiva por todas partes.
Aunque puede hablar durante horas sobre acontecimientos actuales, historia y otra miríada de tópicos, Olson prefiere no decir nada sobre sí misma. Tiene amigas entre las reclusas, pero dice que, aparte las muchas mujeres que tienen relaciones lésbicas, la cárcel no es un lugar para compartir confidencias.
"Existe una especie de hermandad aquí, supongo", dice. "Pero las reclusas realmente no confían unas en otras... Sólo puedes confiar un poco, porque ellas están batiéndose con su propio aislamiento".
Su pelo liso cae hasta su mandíbula. Gruesos flequillos coronan una cara angosta, mostrando un montón de arrugas y brillantes ojos azules detrás de grandes gafas ovales.
Una atleta toda la vida, sigue siendo delgada, con sus brazos bronceados -el resultado de trabajar al aire libre en un lugar dond el sol golpea duro desde el alba hasta el atardecer. Tiene 22 años más que la mujer promedio tras las rejas en California.
Al principio, Olson pasó por un período que también describen muchas reclusas: preguntándose si sobrevivirán. Algunas gritan y chillan; otras miran fijamente la ventana, día tras día.
"Yo cogí una pala y me puse a excavar y a limpiar y barrer el patio durante meses", recuerda Olson. "Algunas pensaban que estaba loca, pero las veteranas lo entendieron".
Sobrevivir en la prisión significaba aceptar lo que ella llama "inactividad obligatoria", donde monótonos días se deslizan unos en otros. El ruido es incesante, la prisión tiene dos veces más reclusas que su capacidad.
"Vivimos unas encimas de las otras", dice. Cualquier cosa privada "la tienes que hacer en tu cabeza".
Para escapar del ruido y matar el tiempo, camina obsesivamente -hora tras hora, círculo tras círculo en el patio de la cárcel.
En la cárcel ha sido clasificada como ‘Close A', que quiere decir que es una de las reclusas vigiladas más intensamente. Rechaza la etiqueta porque limita sus privilegios, la impide participar en algunos programas de la prisión, la obliga a que la cuenten varias veces al día y anula cualquier posibilidad de que la trasladen más cerca de casa.
De momento, sus apelaciones han sido rechazadas. Su abogado, David Nickerson, dijo que los funcionarios de gendarmería la ven como una reclusa que podría fugarse y que fuera de la cárcel sería un peligro para la sociedad. Un portavoz de la cárcel la describió como una reclusa tranquila que no causa problemas, pero no quiso hacer más comentarios.
Unas diez veces al año, el doctor Fred Peterson viaja de St. Paul a Chowchilla para ver a la que ha sido su mujer durante 26 años. Médico de salas de urgencia, Peterson trata de visitarla al menos con una de las tres hijas de la pareja, aunque las economías de la familia, agotadas por los costes de su defensa, están muy estiradas.
Las reglas permiten un beso y un abrazo al principio de cada visita, y una segunda vuelta de afecto al terminar.
"Tratamos de aprovechar al máximo las visitas", dice Peterson. "Las visitas son las que mantienen todo en pie, así que nos consideramos afortunados de poder ir a verla".
El futuro, dice Peterson, es uno de los tópicos favoritos de esos encuentros, aunque los planes son vagos. Mordisqueando alimentos del vendedor de la sala de visitas, Olson recibe un informe sobre el trabajo de su marido en el Consejo de Familias de Reclusas -un grupo que se reúne regularmente con el alcaide para discutir temas de las reclusas- y disfruta de los detallados informes de sus hijas, incluyendo sus últimos novios, trabajos, proyectos y desilusiones.
Su hija mayor, 25, se graduó este año y está pensando en ingresar a la facultad de leyes. La menor tiene 19 y es una actriz en ciernes, y la hija del medio, de 24, es estudiante y cantante, y actúa regularmente en un club de jazz.
"Fue muy difícil para todas ellas", dice sobre sus hijas. "Para cada una de manera diferente y por diferentes razones. Estar separadas ha sido lo peor. Todo lo demás lo puedes sobrellevar, excepto eso".
Políticamente Vigorizante
Aunque no habla sobre su pasado en la cárcel, Olson dice que el encarcelamiento ha "reforzado" sus opiniones políticas y la ha convertido en una aficionada de programas de radio. En una conversación de varias horas, sus tópicos incluyeron, entre otras cosas, el escándalo Irán-Contra, el teatro, la pobreza, la política africana, el futuro de internet, las leyes sobre la bancarrota, la industria de la música, la guerra contra las drogas, y el movimiento por los derechos civiles.
En la intimidad de una entrevista, lejos de los gendarmes y otras reclusas, la pausada voz de la reclusa vuelve a animarse. Está casi alegre. Agita sus manos de un lado para otro, enfatizando su charla de un modo que refleja a una lectora ávida con un amplio vocabulario. Después de un monólogo de varios minutos, se detiene y suelta una sonora, cristalina risa y pide disculpas por "subirse a la tribuna".
Estuvo durante un año en consejo asesor de las reclusas, organizando eventos sociales y llevando quejas al alcaide. Dijo que la experiencia era "en gran parte darse de cabezazos contra una pared".
Un intento de tres años de las reclusas y sus familias para conseguir permiso para empezar un huerto de verduras es uno de los ejemplos. El proyecto daría a las reclusas algo que hacer, dijo Olson, que también fomentaba la idea, y la cosecha podría ser donada a los bancos de alimentos de la localidad.
Un portavoz de la cárcel dijo que el alcaide estaba todavía evaluando el proyecto pero que si lo aprobaba, se limitaría a las flores. Las frutas o verduras podrían ser sacadas a hurtadillas del huerto para preparar pájaro verde, una burda bebida alcohólica que se produce clandestinamente en las cárceles.
Olson dice que los conflictos entre reclusas es mejor llevarlos en silencio. Deja que las molestias te resbalen por la espalda, porque responder podría provocar una discusión, seguida de medidas disciplinarias que estropean tus antecedentes.
La carta comodín es la presencia de tantas reclusas que son enfermas mentales. "No tienen ni idea de cómo comportarse, no saben cómo relacionarse", dice. "Eso provoca más ansiedades".
Algunas gendarmes son amables, otras no. "Algunos quieren ser razonables, lo puedes ver en sus ojos", dijo Olson. Pero dentro del cuerpo de oficiales, no paga ser amable con las reclusas. "La amabilidad es vista como una debilidad. Sin embargo, todas sabemos quiénes son amables y quiénes no".
Antes de llegar a la cárcel, Olson pensaba que la experiencia sería "educativa". Recuerda que el Padre Philip Berrigan, un sacerdote activista de Baltimore que fue detenido más de cien veces antes de su muerte en 1993, sugirió una vez que la gente de clase media debía pasar un tiempo en la cárcel "para que sepan lo que es".
Hoy, dice Olson, "todavía puedo ver su intención, pero no le deseo a nadie esta experiencia".
El sistema correccional de California, dice, trata a todas las reclusas como si fueran "predadoras violentas" y las encierran en cárceles de alta seguridad. Sin embargo, la mayoría -el 66 por ciento, de acuerdo a estadísticas del estado- están cumpliendo condenas cortas por delitos no violentos.
En sus frecuentes escritos para boletines de noticias y otras publicaciones, se explaya: "Elaborad programas que coloquen a las mujeres que han delinquido en comunidades donde podamos forjar lazos fuertes con nuestras familias y nuestros hogares. Ayudadnos a aprender a convertirnos en recursos de nuestra sociedad, no en lastres".
En enero, el gobierno de Schwarzenegger ofreció un modelo anclado en ese tipo de filosofía, proponiendo que las 4.500 mujeres no violentas fueran sacadas de la prisión y trasladadas a recintos cerrados en sus propias comunidades.
El plan no encontró una cogida muy entusiasta en la Legislatura, pero será debatido este mes como parte de una sesión especial sobre las cárceles.
Olson se preocupa sobre todo sobre el creciente número de mujeres mayores en la cárcel. Las más jóvenes acosan a las mayores, robándoles sus pertenencias y quitándoles los alimentos y otros favores.
El cuidado médico en la cárcel, evaluado recientemente por un juez federal y colocado en manos de un síndico, es otra preocupación.
En 2003, dijo Olson, una mamografía mostraba una lesión sospechosa, y se ordenó un biopsia. Meses más tarde, la prueba aún estaba por hacer. No le dieron ninguna explicación por el retraso y eso no es considerado inusual, dadas las prolongadas esperas que soportan las reclusas con diagnósticos más serios.
Pero en Minnesota, su marido envió un e-mail al entonces gobernador Gray Davis. Eso allanó el camino; le hicieron la biopsia y todo estuvo bien. Los funcionarios de la cárcel no quisieron comentar el caso, mencionando la confidencialidad de los antecedentes de las reclusas.
Antigua Vida
Olson dice que ella no está en contacto con los otros acusados, sólo uno de los cuales -su cuñado, Michael Bortin- ha sido dejado en libertad. Otros dos -Bill Harris y Emily Montague, su ex esposa- terminarán de cumplir sus condenas en otras cárceles californianas dentro de un año.
En cuanto a sus días en el SLA, Olson dice: "Para mí, dar una charla sobre lo que hice en esa época y sobre qué estaba pasando de una perspectiva política, no es algo para el consumo público en estos momentos. Eso es parte de mi antigua vida".
¿Ha cambiado Sara Jane Olson en la cárcel? La pregunta provoca una pausa. Difícil decirlo, responde finalmente, "porque no me veo reflejada fuera.
"Estoy más vieja -eh, a quién vamos a engañar, estoy vieja- y me he puesto realmente paranoica", dice. "También soy muy buena a la hora de ocultar mis emociones. Eso asusta a mis hijas, cuando me ven, pero aquí, es lo que hay que hacer para sobrevivir".
Capturada en 1999 después de vivir 23 años como fugitiva, fue condenada por homicidio y otros delitos que se derivaban de su asociación con el Ejército Simbionés de Liberación SLA, un violento grupo de extremistas que fueron mejor conocidos por el secuestro de la heredera de un magnate de la prensa, Patty Hearst.
Luego Sara Jane Olson entró a la cárcel y se hizo en invisible.
En la Cárcel de Mujeres de California Central, Olson -cuyo nombre, en los días de gloria del SLA, era Kathleen Soliah- es ahora una mujer de pelo blanco de 59 años, cumpliendo una condena de siete.
Su experiencia, narrada en cartas y una serie de conversaciones, revela mucho sobre el castigo y la supervivencia en el sistema del estado que retiene a 11.730 mujeres.
Tiene miedo a enfermarse y terminar en manos del sistema sanitario de la cárcel que, según los expertos, se cobra una vida a la semana por incompetencia médica o negligencia.
Lamenta la ausencia de actividades significativas. Añora su intimidad. Y camina de puntillas cada día, nerviosamente, mientras espera ese momento en 2009 cuando podrá volver a casa con su marido e hijas en Minnesota.
Ser famosa no es una ventaja. Las reclusas con más desparpajo tratan de pasar desapercibidas, de no llamar la atención. Olson no habla sobre su pasado, y pocas de las mujeres que viven con ella en esta ciudad del Valle de San Joaquín saben quién es. Existe, dicen las reclusas, una ley no escrita tras las rejas: No se le pregunta a una hermana encarcelada qué ha hecho.
Sin embargo, hay rumores, la médula de la vida en la cárcel. Las reclusas a menudo escudriñan la cara de Olson e insisten en que la conocen. Una de ellas oyó decir que Olson pertenecía a Al Qaeda.
Entre la multitud, la postura de Olson no llama la atención. Camina semi-encorvada. Su rostro es inexpresivo. Mostrar emociones es atraer una atención que no se desea -o, peor aún, se corre el riesgo de ofender a alguien.
Lo mejor es el anonimato.
Fugitiva Capturada
Olson entró al sistema de justicia criminal de California el 16 de junio de 1999, cuando la policía la obligó a parar en su furgón cerca de su casa en St. Paul, Minnesota. Después de más de dos décadas, había sido localizada, cuando abiertamente como la mujer de un médico y madre de tres hijas en una casa Tudor cubierta de hiedra.
"Realmente llevaba una buena vida", recuerda Olson. Participaba en el teatro de la comuna y daba clase de educación cívica. Era voluntaria de grupos de ayuda a refugiados africanos, los pobres y otras causas, y grababa libros para los ciegos.
Sus amistades se quedaron pasmadas al enterarse de que había pertenecido al SLA, un grupo de corta vida cuyo lema era ‘Muerte a los Parásitos Fascistas Que Se Alimentan de la Vida del Pueblo'. Sin embargo, sus amigos y amigas la apoyaron y, en diez días, reunieron un millón de dólares para pagar su fianza.
Olson había estado viviendo como prófuga de la justicia desde 1976, cuando fue acusada de conspiración para matar a agentes de policía de Los Angeles tras colocar bombas debajo de sus patrulleras el año anterior. Los bombas no explotaron y nadie resultó herido. Era la mayor de una familia de clase media de Palmdale de cinco hermanos. Fue acusada, y desapareció.
Aunque las versiones sobre su participación en el SLA varían, ella y otros dicen que se hizo militante después de que un amigo querido y otros cinco miembros del SLA murieran en una balacera con la policía de Los Angeles en 1974. En entrevistas anteriores, Olson dijo que entonces proporcionó refugio, comida y otro tipo de ayuda a miembros del SLA que escapaban de la policía, pero que nunca colocó ninguna bomba.
Después de que Olson volviera a Los Angeles para el juicio, los fiscales reunieron 23 mil páginas de documentos, huellas digitales y otras evidencias en su contra, y presentaron a 200 testigos potenciales. El juicio prometía ser un drama -la saga de una guapa chica de la secundaria que se hizo revolucionaria y se convirtió en fugitiva de la justicia- y una revisión de las guerras culturales de los años setenta.
Entonces llegaron los atentados del 11 de septiembre de 2001, y Olson decidió no correr riesgos en el tribunal.
"Por primera vez en mi vida", recuerda, "la gente empezó a hablar de mí como terrorista".
En lugar de eso, se declaró culpable de intentar hacer detonar un artefacto explosivo con la intención de cometer un homicidio. En otro acuerdo con la fiscalía en un caso diferente del SLA, ella y otros tres fueron condenados por homicidio en segundo grado por la muerte de Myrna Opsahl durante un atraco a un banco realizado por su grupo en la zona de Sacramento.
"Éramos jóvenes y locos", dijo Olson en ese momento en una carta al tribunal, y "al final, le robamos la vida a alguien".
Hoy, no quiere hablar sobre los acontecimientos que la hicieron terminar en la cárcel, pero ha expresado más remordimiento que en el pasado.
"Lo lamento terriblemente", dijo a la comisión que regula la libertad condicional en 2002. "Por supuesto, no puedo borrar lo que hice, así que asumo esa responsabilidad y eso es lo que estoy haciendo ahora".
Antes ese año, Olson -que se había cambiado formalmente su nombre después de su detención- había sido trasladada a Chowchilla, a 320 kilómetros al norte de Los Angeles. Su barrio ahora es una conejera achaparrada de edificios color arena rodeados por una valla electrificada. Más allá de esa barrera, los almendrales se extienden durante kilómetros, chocando en el horizonte con un cielo de deslumbrante azul.
Dieta Firme de Televisión
Olson pasa los días encerrada en una celda-dormitorio de cinco por cinco metros, que comparte con otras siete mujeres. Mata las horas en su litera de metal, escribiendo en hojas de oficio amarillas a sus treinta familiares y amigos. Ha mirado más televisión que nunca antes.
El cuarto de concreto es estéril, con una ducha y puertas del retrete recortadas a la altura de la cintura, de modo que las reclusas son siempre visibles. Las normas de la cárcel prohíben los detalles hogareños, excepto fotografías de familiares pegadas con cinta adhesiva por todas partes.
Aunque puede hablar durante horas sobre acontecimientos actuales, historia y otra miríada de tópicos, Olson prefiere no decir nada sobre sí misma. Tiene amigas entre las reclusas, pero dice que, aparte las muchas mujeres que tienen relaciones lésbicas, la cárcel no es un lugar para compartir confidencias.
"Existe una especie de hermandad aquí, supongo", dice. "Pero las reclusas realmente no confían unas en otras... Sólo puedes confiar un poco, porque ellas están batiéndose con su propio aislamiento".
Su pelo liso cae hasta su mandíbula. Gruesos flequillos coronan una cara angosta, mostrando un montón de arrugas y brillantes ojos azules detrás de grandes gafas ovales.
Una atleta toda la vida, sigue siendo delgada, con sus brazos bronceados -el resultado de trabajar al aire libre en un lugar dond el sol golpea duro desde el alba hasta el atardecer. Tiene 22 años más que la mujer promedio tras las rejas en California.
Al principio, Olson pasó por un período que también describen muchas reclusas: preguntándose si sobrevivirán. Algunas gritan y chillan; otras miran fijamente la ventana, día tras día.
"Yo cogí una pala y me puse a excavar y a limpiar y barrer el patio durante meses", recuerda Olson. "Algunas pensaban que estaba loca, pero las veteranas lo entendieron".
Sobrevivir en la prisión significaba aceptar lo que ella llama "inactividad obligatoria", donde monótonos días se deslizan unos en otros. El ruido es incesante, la prisión tiene dos veces más reclusas que su capacidad.
"Vivimos unas encimas de las otras", dice. Cualquier cosa privada "la tienes que hacer en tu cabeza".
Para escapar del ruido y matar el tiempo, camina obsesivamente -hora tras hora, círculo tras círculo en el patio de la cárcel.
En la cárcel ha sido clasificada como ‘Close A', que quiere decir que es una de las reclusas vigiladas más intensamente. Rechaza la etiqueta porque limita sus privilegios, la impide participar en algunos programas de la prisión, la obliga a que la cuenten varias veces al día y anula cualquier posibilidad de que la trasladen más cerca de casa.
De momento, sus apelaciones han sido rechazadas. Su abogado, David Nickerson, dijo que los funcionarios de gendarmería la ven como una reclusa que podría fugarse y que fuera de la cárcel sería un peligro para la sociedad. Un portavoz de la cárcel la describió como una reclusa tranquila que no causa problemas, pero no quiso hacer más comentarios.
Unas diez veces al año, el doctor Fred Peterson viaja de St. Paul a Chowchilla para ver a la que ha sido su mujer durante 26 años. Médico de salas de urgencia, Peterson trata de visitarla al menos con una de las tres hijas de la pareja, aunque las economías de la familia, agotadas por los costes de su defensa, están muy estiradas.
Las reglas permiten un beso y un abrazo al principio de cada visita, y una segunda vuelta de afecto al terminar.
"Tratamos de aprovechar al máximo las visitas", dice Peterson. "Las visitas son las que mantienen todo en pie, así que nos consideramos afortunados de poder ir a verla".
El futuro, dice Peterson, es uno de los tópicos favoritos de esos encuentros, aunque los planes son vagos. Mordisqueando alimentos del vendedor de la sala de visitas, Olson recibe un informe sobre el trabajo de su marido en el Consejo de Familias de Reclusas -un grupo que se reúne regularmente con el alcaide para discutir temas de las reclusas- y disfruta de los detallados informes de sus hijas, incluyendo sus últimos novios, trabajos, proyectos y desilusiones.
Su hija mayor, 25, se graduó este año y está pensando en ingresar a la facultad de leyes. La menor tiene 19 y es una actriz en ciernes, y la hija del medio, de 24, es estudiante y cantante, y actúa regularmente en un club de jazz.
"Fue muy difícil para todas ellas", dice sobre sus hijas. "Para cada una de manera diferente y por diferentes razones. Estar separadas ha sido lo peor. Todo lo demás lo puedes sobrellevar, excepto eso".
Políticamente Vigorizante
Aunque no habla sobre su pasado en la cárcel, Olson dice que el encarcelamiento ha "reforzado" sus opiniones políticas y la ha convertido en una aficionada de programas de radio. En una conversación de varias horas, sus tópicos incluyeron, entre otras cosas, el escándalo Irán-Contra, el teatro, la pobreza, la política africana, el futuro de internet, las leyes sobre la bancarrota, la industria de la música, la guerra contra las drogas, y el movimiento por los derechos civiles.
En la intimidad de una entrevista, lejos de los gendarmes y otras reclusas, la pausada voz de la reclusa vuelve a animarse. Está casi alegre. Agita sus manos de un lado para otro, enfatizando su charla de un modo que refleja a una lectora ávida con un amplio vocabulario. Después de un monólogo de varios minutos, se detiene y suelta una sonora, cristalina risa y pide disculpas por "subirse a la tribuna".
Estuvo durante un año en consejo asesor de las reclusas, organizando eventos sociales y llevando quejas al alcaide. Dijo que la experiencia era "en gran parte darse de cabezazos contra una pared".
Un intento de tres años de las reclusas y sus familias para conseguir permiso para empezar un huerto de verduras es uno de los ejemplos. El proyecto daría a las reclusas algo que hacer, dijo Olson, que también fomentaba la idea, y la cosecha podría ser donada a los bancos de alimentos de la localidad.
Un portavoz de la cárcel dijo que el alcaide estaba todavía evaluando el proyecto pero que si lo aprobaba, se limitaría a las flores. Las frutas o verduras podrían ser sacadas a hurtadillas del huerto para preparar pájaro verde, una burda bebida alcohólica que se produce clandestinamente en las cárceles.
Olson dice que los conflictos entre reclusas es mejor llevarlos en silencio. Deja que las molestias te resbalen por la espalda, porque responder podría provocar una discusión, seguida de medidas disciplinarias que estropean tus antecedentes.
La carta comodín es la presencia de tantas reclusas que son enfermas mentales. "No tienen ni idea de cómo comportarse, no saben cómo relacionarse", dice. "Eso provoca más ansiedades".
Algunas gendarmes son amables, otras no. "Algunos quieren ser razonables, lo puedes ver en sus ojos", dijo Olson. Pero dentro del cuerpo de oficiales, no paga ser amable con las reclusas. "La amabilidad es vista como una debilidad. Sin embargo, todas sabemos quiénes son amables y quiénes no".
Antes de llegar a la cárcel, Olson pensaba que la experiencia sería "educativa". Recuerda que el Padre Philip Berrigan, un sacerdote activista de Baltimore que fue detenido más de cien veces antes de su muerte en 1993, sugirió una vez que la gente de clase media debía pasar un tiempo en la cárcel "para que sepan lo que es".
Hoy, dice Olson, "todavía puedo ver su intención, pero no le deseo a nadie esta experiencia".
El sistema correccional de California, dice, trata a todas las reclusas como si fueran "predadoras violentas" y las encierran en cárceles de alta seguridad. Sin embargo, la mayoría -el 66 por ciento, de acuerdo a estadísticas del estado- están cumpliendo condenas cortas por delitos no violentos.
En sus frecuentes escritos para boletines de noticias y otras publicaciones, se explaya: "Elaborad programas que coloquen a las mujeres que han delinquido en comunidades donde podamos forjar lazos fuertes con nuestras familias y nuestros hogares. Ayudadnos a aprender a convertirnos en recursos de nuestra sociedad, no en lastres".
En enero, el gobierno de Schwarzenegger ofreció un modelo anclado en ese tipo de filosofía, proponiendo que las 4.500 mujeres no violentas fueran sacadas de la prisión y trasladadas a recintos cerrados en sus propias comunidades.
El plan no encontró una cogida muy entusiasta en la Legislatura, pero será debatido este mes como parte de una sesión especial sobre las cárceles.
Olson se preocupa sobre todo sobre el creciente número de mujeres mayores en la cárcel. Las más jóvenes acosan a las mayores, robándoles sus pertenencias y quitándoles los alimentos y otros favores.
El cuidado médico en la cárcel, evaluado recientemente por un juez federal y colocado en manos de un síndico, es otra preocupación.
En 2003, dijo Olson, una mamografía mostraba una lesión sospechosa, y se ordenó un biopsia. Meses más tarde, la prueba aún estaba por hacer. No le dieron ninguna explicación por el retraso y eso no es considerado inusual, dadas las prolongadas esperas que soportan las reclusas con diagnósticos más serios.
Pero en Minnesota, su marido envió un e-mail al entonces gobernador Gray Davis. Eso allanó el camino; le hicieron la biopsia y todo estuvo bien. Los funcionarios de la cárcel no quisieron comentar el caso, mencionando la confidencialidad de los antecedentes de las reclusas.
Antigua Vida
Olson dice que ella no está en contacto con los otros acusados, sólo uno de los cuales -su cuñado, Michael Bortin- ha sido dejado en libertad. Otros dos -Bill Harris y Emily Montague, su ex esposa- terminarán de cumplir sus condenas en otras cárceles californianas dentro de un año.
En cuanto a sus días en el SLA, Olson dice: "Para mí, dar una charla sobre lo que hice en esa época y sobre qué estaba pasando de una perspectiva política, no es algo para el consumo público en estos momentos. Eso es parte de mi antigua vida".
¿Ha cambiado Sara Jane Olson en la cárcel? La pregunta provoca una pausa. Difícil decirlo, responde finalmente, "porque no me veo reflejada fuera.
"Estoy más vieja -eh, a quién vamos a engañar, estoy vieja- y me he puesto realmente paranoica", dice. "También soy muy buena a la hora de ocultar mis emociones. Eso asusta a mis hijas, cuando me ven, pero aquí, es lo que hay que hacer para sobrevivir".
13 de agosto de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
1 comentario
lazaro jesus -
Un corazón amado
No se deja
A la deriva
escribnme a
lazaro01044@cha.jovenclub.cu