milicias y justicia chií
[Ellen Knickmeyer] Y la matanza en las calles. "No necesitamos sentencias", dice un comandante de una milicia chií.
Bagdad, Iraq. En un sucio restaurante con mesas de plástico en el centro de Bagdad, el joven comandante del Ejército Mahdi miraba con gran seriedad. Llevaba una barba muy corta bordeando su barbilla, en una cara de otro modo lampiña. Las mangas de su camisa amarilla se estiraban hasta las muñecas, a pesar del intenso calor de la tarde. Hablaba flemáticamente: los combatientes sunníes que atacaran a los chiíes no debían esperar piedad, ni necesitaban juicios en tribunales.
"Estos casos no tienen por qué ser tratados en los tribunales religiosos", dijo el comandante, que estaba sentado codo a codo con otro combatiente que llevaba una camisa a rayas de manga corta. Ninguno de los dos mostraba sus armas. "Nuestra constitución, el Corán, ordena que matemos a los que matan".
Sus comentarios ofrecieron un poco habitual reconocimiento de la responsabilidad del Ejército Mahdi en el derramamiento de sangre que ha terminado con la vida de más de 10.400 iraquíes en los últimos meses. El Ejército Mahdi es la milicia del clérigo chií Moqtada al Sáder, que es ahora una de las figuras políticas más poderosas del país.
Los escuadrones de la muerte que llevan a cabo las ejecuciones extrajudiciales son temidos por todos, pero misteriosos. A menudo, la única evidencia son los cuerpos hallados en las calles. Varios comandantes del Ejército Mahdi dijeron en entrevistas que ellos actúan independientemente de los tribunales religiosos chiíes que han echado raíz aquí, aplicando una justicia callejera propia con lo que creen que es la autorización de la organización de Sáder y bajo el manto del islam.
"El derecho a la defensa propia se encuentra en todas las religiones", dijo otro comandante, suficientemente mayor como para ser llamado Jeque, que fue entrevistado aparte, por teléfono. Como los demás, vive y trabaja en Ciudad Sáder, un sucio barrio de veinte kilómetros cuadrados al este de Bagdad que es el hogar de más de dos millones de chiíes. Hablaron a condición de que no se revelasen sus nombres ni los de las áreas específicas de Ciudad Sáder que están bajo su control.
"Los takfiris, los que matan, deben ser matados", dijo el Jeque, utilizando un término común entre los chiíes para designar a los
extremistas sunníes. "También los partidarios de Saddam. Aquellos cuyas manos están manchadas de sangre, a esos los sentenciamos a muerte".
"Es lo que hay que hacer para defendernos", dijo el comandante."Este es una sentencia ya dictada: no necesitamos más veredictos".
Antes del 22 de febrero, cuando el atentado en un santuario chií en Samarra desencadenara una ola de asesinatos y venganzas religiosas, las autoridades estadounidenses y otras creían que la principal fuerza detrás de los escuadrones de la muerte chiíes estaba la Brigada Báder, la milicia de otra importante organización chií, el Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Iraq. Pero desde el atentado, es el Ejército Mahdi el que ha tomado la delantera en los juicios y ejecuciones extrajudiciales, de acuerdo a Joost Hiltermann, director de proyectos en Jordania para el Grupo Internacional de Crisis, de Bruselas.
Para los sospechosos de ser enemigos secuestrados por el Ejército Mahdi, el destino es rápido, ya que la culpabilidad y el castigo están determinados de antemano, dijeron los comandantes.
"Si agarramos a alguno de ellos, a los takfiris, a los leales a Saddam, a los terroristas, no los entregamos a la policía. Así podrían estar libres al día siguiente", dijo el jeque.
Los hombres capturados son interrogados rápidamente, agregó. Se les pregunta: "¿Cómo llegó usted aquí? ¿Quién trabaja con usted? ¿Qué organización lo está manteniendo?"
"Queremos una confesión completa", dijo. "Una vez que la tenemos, sabemos qué hacer con ellos".
Versión de una Viuda
En la oscura salita de una casa en un barrio predominantemente sunní de Bagdad, la viuda de un oficial en retiro del ejército -un sunní presuntamente secuestrado por el Ejército Mahdi después del atentado de Samarra- contó las últimas horas en la vida de su marido, deteniéndose en su relato sólo para pedir a Dios que la vengara.
Hombres armados de fuera del vecindario rodearon la mezquita donde su marido y otros hombres asistían a las oraciones vespertinas, dijo. Era el 23 de febrero, el día después del atentado contra el santuario chií. Los desconocidos armados llevaban ropas negras del tipo que utiliza el Ejército Mahdi. Sáder ordenó más tarde a sus combatientes descartar el uniforme, diciendo que bandas rivales lo estaban utilizando para cometer asesinatos que se atribuían luego al Ejército Mahdi.
Los pistoleros llevaron a su marido y a los otros hombres a una comisaría de policía en el barrio de Habibiya, en Ciudad Sáder, dijo la viuda vestida de negro, rodeada de sus hijas y nietas. Las mujeres del barrio se reunían en otro cuarto para pagar sus respetos a la afligida familia. Algunos de los hombres fueron dejados en libertad, y pudieron contar lo que les había ocurrido. Recordaron que su marido y otros oficiales en retiro de las fuerzas armadas de Saddam Hussein fueron sometidos a juicios de una hora.
"El juicio fue público, a las seis de la mañana del viernes", dijo. "A las diez, nos llamaron para decirnos que recogiéramos el cadáver en la morgue".
Los hombres de la familia recogieron el cuerpo del marido en la morgue de Bagdad. El cuerpo tenía agujeros de bala en la cara y en el pecho, y las manos todavía esposadas por detrás.
Con miedo a pesar de su rabia, se negó a decir quiénes pensaba que habían asesinado a su marido. Una nieta de ocho años le susurró la respuesta en el oído: "El Ejército Mahdi".
"Cariño", la regaño la viuda, frunciendo su ceño para decirle que se callara.
Interrogada sobre el papel del Ejército Mahdi en el aumento de los asesinatos inmediatamente después del atentado contra la mezquita de Samarra, el comandante del Ejército Mahdi en mangas cortas en el restaurante frunció el ceño, y respondió cautelosamente. Entonces estaban operando los ‘terroristas', dijo, usando el término empleado por los chiíes para referirse a los rebeldes sunníes."Era necesario moverse inmediatamente y contener a esos grupos", dijo.
Espeluznantes Hallazgos
Miles de cadáveres han aparecido en las calles y sitios baldíos en Bagdad en los meses que siguieron al atentado de Samarra, encontrados por patrullas del ejército norteamericano, fuerzas iraquíes, transeúntes y familiares de los muertos. En contraste con los primeros días del conflicto, cuando la cuota más grande de víctimas era causada por los atentados con bomba de los insurgentes sunníes, estos cuerpos son encontrados con signos de ejecuciones, a menudo con marcas de haber sido torturados y con las manos todavía esposadas. Las milicias chiíes fueron responsabilizadas de muchas de estas muertes.
Los comandantes del Ejército Mahdi que fueron entrevistados se negaron a decir a cuántas personas habían matado y cómo. Las fuerzas americanas, en contraste, sólo veían el resultado final.
Una sola unidad, compuesta por unas dos docenas de estadounidenses que colaboran en el adiestramiento del ejército iraquí en Ciudad Sáder, han hallado más de doscientos cuerpos este año a lo largo de los lindes de Ciudad Sáder, dijo el teniente primero Zeroy Lawson, el oficial de inteligencia de la unidad.
Testigos y residentes de Ciudad Sáder dijeron a los estadounidenses que las víctimas habían sido llevadas allí de todas partes de Bagdad, dijeron Lawson y el capitán Troy Wayman, un oficial de la misma unidad. Normalmente las víctimas aparecen sin sus zapatos y con las manos atadas, dijo Lawson, y eran ejecutadas en público. Los norteamericanos sospechan que las mujeres que han sido halladas muertas, así como los hombres hallados con sus órganos genitales mutilados, fueron encontrados culpables de adulterio.
Lawson y Wayman ofrecieron varios ejemplos. Uno era una trabajadora de una clínica de Ciudad Sáder, que los miembros del Ejército Mahdi creían que era un burdel. Los milicianos advirtieron a las mujeres que cerraran el lugar, las golpearon en público con sus pistolas y luego mataron a balazos en la calle a una de las trabajadoras, dijeron los dos estadounidenses.
En otro caso, Lawson divisó una forma inerte de un hombre barrigudo con una camisa a cuadros a un lado de la calle. Los vecinos dijeron a Lawson que el hombre, un sunní, había sido secuestrado en su casa en Mansour, un afluente barrio de sunníes, chiíes y cristianos en el centro de Bagdad. Acusado de conspirar para expulsar de sus hogares a los chiíes, el sunní fue llevado a Ciudad Sáder y matado donde yacía ahora, dijeron testigos a los estadounidenses.
A fines de la primavera, dijo Wayman, los estadounidenses en Ciudad Sáder toparon con fuerzas uniformadas iraquíes reunidas en torno al cuerpo de un iraquí. Un grupo de hombres armados lo habían matado segundos antes, luego se alejaron rápidamente del lugar cuando se acercaban fuerzas iraquíes y norteamericanas, dijo Wayman.
Los americanos localizaron el vehículo de los asesinos en una comisaría de policía cercana, en cuyo interior encontraron a dos agradecidos secuestrados. Los hombres eran cristianos que dijeron a Wayman que trabajaban en una tienda en otro lugar de Bagdad que vendía alcohol. Los hombres armados habían visitado la tienda para decir a los hombres que el Corán prohibía el alcohol y que debían cerrar la tienda. Cuando se negaron, dijeron a Wayman, fueron metidos en el coche a punta de pistola y llevados a una casa en Ciudad Sáder.
Un clérigo chií visitó a los dos cristianos en la casa, dijeron a Wayman. El clérigo exigió que los secuestrados se convirtieran al islam y cuando se negaron, les informó que el islam prohibía el alcohol.
Dijeron que debían ser castigados, dijo el clérigo, pero no especificó cómo. Los secuestrados dijeron que estaban en segundo y tercer lugar para ser ejecutados, después del hombre encontrado muerto en la calle.
Los comandantes del Ejército Mahdi entrevistados negaron firmemente que mataran a gente por vender alcohol. El Ejército Mahdi solamente advierte a los vendedores de licor , cada vez más vehementemente, dijeron. Si los vendedores todavía se niegan a dejar de hacerlo, el Ejército Mahdi "los golpea ligeramente, de acuerdo con el Corán", dijo el comandante conocido como el Jeque.
Lawson, el oficial de inteligencia, reconoce que el Ejército Mahdi tiene una operación de inteligencia que se ha perfeccionado en entregar desinformación a los americanos sobre las actividades de la milicia. Pero oficiales norteamericanos dicen que saben lo suficiente como para condenar gran parte de lo que hace el Ejército Mahdi.
"No tengo ninguna duda... realizan juicios y ejecutan a la gente", dijo el teniente coronel Mark Meadows, comandante de un regimiento de caballería de la División de Montaña Nº10 del ejército norteamericano. Los hombres de Meadows patrullaban en Shula, un barrio al norte de Bagdad bajo control de Sáder, en la época del atentado de Samarra. El Ejército Mahdi "probablemente es la milicia más grande y agresiva del país", dijo Meadows. "Son una organización terrorista. Aterrorizan a la población".
Pero fuerzas de seguridad iraquíes y norteamericanas son a menudo los sorprendidos espectadores en zonas bajo la jurisdicción del Ejército Mahdi.
Durante una patrulla en la mañana hace poco, Wayman y su convoy pararon ante la reveladora seña de un grupo de policías iraquíes reunidos a un lado del camino al norte de Ciudad Sáder, mirando el suelo.
Los agentes de policía hicieron hueco a Wayman, que miró a una niña iraquí tumbada en el suelo. No parecía ser mayor de quince. La luz de la mañana bañaba su rostro, y sus manos cubrían su boca. Envuelta en una manta, parecía estar durmiendo, excepto por las dos heridas que mostraban su carne rosada que le causaron las balas incrustadas en su espalda.
Ni las fuerzas americanas ni las iraquíes tenían ganas de investigar qué le había ocurrido a la adolescente.
"¿Quién sabe?", dijo uno de los policías iraquíes, preparándose para recoger el cuerpo. Wayman volvió a su Humvee, y los norteamericanos siguieron con su ronda.
"Estos casos no tienen por qué ser tratados en los tribunales religiosos", dijo el comandante, que estaba sentado codo a codo con otro combatiente que llevaba una camisa a rayas de manga corta. Ninguno de los dos mostraba sus armas. "Nuestra constitución, el Corán, ordena que matemos a los que matan".
Sus comentarios ofrecieron un poco habitual reconocimiento de la responsabilidad del Ejército Mahdi en el derramamiento de sangre que ha terminado con la vida de más de 10.400 iraquíes en los últimos meses. El Ejército Mahdi es la milicia del clérigo chií Moqtada al Sáder, que es ahora una de las figuras políticas más poderosas del país.
Los escuadrones de la muerte que llevan a cabo las ejecuciones extrajudiciales son temidos por todos, pero misteriosos. A menudo, la única evidencia son los cuerpos hallados en las calles. Varios comandantes del Ejército Mahdi dijeron en entrevistas que ellos actúan independientemente de los tribunales religiosos chiíes que han echado raíz aquí, aplicando una justicia callejera propia con lo que creen que es la autorización de la organización de Sáder y bajo el manto del islam.
"El derecho a la defensa propia se encuentra en todas las religiones", dijo otro comandante, suficientemente mayor como para ser llamado Jeque, que fue entrevistado aparte, por teléfono. Como los demás, vive y trabaja en Ciudad Sáder, un sucio barrio de veinte kilómetros cuadrados al este de Bagdad que es el hogar de más de dos millones de chiíes. Hablaron a condición de que no se revelasen sus nombres ni los de las áreas específicas de Ciudad Sáder que están bajo su control.
"Los takfiris, los que matan, deben ser matados", dijo el Jeque, utilizando un término común entre los chiíes para designar a los
extremistas sunníes. "También los partidarios de Saddam. Aquellos cuyas manos están manchadas de sangre, a esos los sentenciamos a muerte".
"Es lo que hay que hacer para defendernos", dijo el comandante."Este es una sentencia ya dictada: no necesitamos más veredictos".
Antes del 22 de febrero, cuando el atentado en un santuario chií en Samarra desencadenara una ola de asesinatos y venganzas religiosas, las autoridades estadounidenses y otras creían que la principal fuerza detrás de los escuadrones de la muerte chiíes estaba la Brigada Báder, la milicia de otra importante organización chií, el Consejo Supremo para la Revolución Islámica en Iraq. Pero desde el atentado, es el Ejército Mahdi el que ha tomado la delantera en los juicios y ejecuciones extrajudiciales, de acuerdo a Joost Hiltermann, director de proyectos en Jordania para el Grupo Internacional de Crisis, de Bruselas.
Para los sospechosos de ser enemigos secuestrados por el Ejército Mahdi, el destino es rápido, ya que la culpabilidad y el castigo están determinados de antemano, dijeron los comandantes.
"Si agarramos a alguno de ellos, a los takfiris, a los leales a Saddam, a los terroristas, no los entregamos a la policía. Así podrían estar libres al día siguiente", dijo el jeque.
Los hombres capturados son interrogados rápidamente, agregó. Se les pregunta: "¿Cómo llegó usted aquí? ¿Quién trabaja con usted? ¿Qué organización lo está manteniendo?"
"Queremos una confesión completa", dijo. "Una vez que la tenemos, sabemos qué hacer con ellos".
Versión de una Viuda
En la oscura salita de una casa en un barrio predominantemente sunní de Bagdad, la viuda de un oficial en retiro del ejército -un sunní presuntamente secuestrado por el Ejército Mahdi después del atentado de Samarra- contó las últimas horas en la vida de su marido, deteniéndose en su relato sólo para pedir a Dios que la vengara.
Hombres armados de fuera del vecindario rodearon la mezquita donde su marido y otros hombres asistían a las oraciones vespertinas, dijo. Era el 23 de febrero, el día después del atentado contra el santuario chií. Los desconocidos armados llevaban ropas negras del tipo que utiliza el Ejército Mahdi. Sáder ordenó más tarde a sus combatientes descartar el uniforme, diciendo que bandas rivales lo estaban utilizando para cometer asesinatos que se atribuían luego al Ejército Mahdi.
Los pistoleros llevaron a su marido y a los otros hombres a una comisaría de policía en el barrio de Habibiya, en Ciudad Sáder, dijo la viuda vestida de negro, rodeada de sus hijas y nietas. Las mujeres del barrio se reunían en otro cuarto para pagar sus respetos a la afligida familia. Algunos de los hombres fueron dejados en libertad, y pudieron contar lo que les había ocurrido. Recordaron que su marido y otros oficiales en retiro de las fuerzas armadas de Saddam Hussein fueron sometidos a juicios de una hora.
"El juicio fue público, a las seis de la mañana del viernes", dijo. "A las diez, nos llamaron para decirnos que recogiéramos el cadáver en la morgue".
Los hombres de la familia recogieron el cuerpo del marido en la morgue de Bagdad. El cuerpo tenía agujeros de bala en la cara y en el pecho, y las manos todavía esposadas por detrás.
Con miedo a pesar de su rabia, se negó a decir quiénes pensaba que habían asesinado a su marido. Una nieta de ocho años le susurró la respuesta en el oído: "El Ejército Mahdi".
"Cariño", la regaño la viuda, frunciendo su ceño para decirle que se callara.
Interrogada sobre el papel del Ejército Mahdi en el aumento de los asesinatos inmediatamente después del atentado contra la mezquita de Samarra, el comandante del Ejército Mahdi en mangas cortas en el restaurante frunció el ceño, y respondió cautelosamente. Entonces estaban operando los ‘terroristas', dijo, usando el término empleado por los chiíes para referirse a los rebeldes sunníes."Era necesario moverse inmediatamente y contener a esos grupos", dijo.
Espeluznantes Hallazgos
Miles de cadáveres han aparecido en las calles y sitios baldíos en Bagdad en los meses que siguieron al atentado de Samarra, encontrados por patrullas del ejército norteamericano, fuerzas iraquíes, transeúntes y familiares de los muertos. En contraste con los primeros días del conflicto, cuando la cuota más grande de víctimas era causada por los atentados con bomba de los insurgentes sunníes, estos cuerpos son encontrados con signos de ejecuciones, a menudo con marcas de haber sido torturados y con las manos todavía esposadas. Las milicias chiíes fueron responsabilizadas de muchas de estas muertes.
Los comandantes del Ejército Mahdi que fueron entrevistados se negaron a decir a cuántas personas habían matado y cómo. Las fuerzas americanas, en contraste, sólo veían el resultado final.
Una sola unidad, compuesta por unas dos docenas de estadounidenses que colaboran en el adiestramiento del ejército iraquí en Ciudad Sáder, han hallado más de doscientos cuerpos este año a lo largo de los lindes de Ciudad Sáder, dijo el teniente primero Zeroy Lawson, el oficial de inteligencia de la unidad.
Testigos y residentes de Ciudad Sáder dijeron a los estadounidenses que las víctimas habían sido llevadas allí de todas partes de Bagdad, dijeron Lawson y el capitán Troy Wayman, un oficial de la misma unidad. Normalmente las víctimas aparecen sin sus zapatos y con las manos atadas, dijo Lawson, y eran ejecutadas en público. Los norteamericanos sospechan que las mujeres que han sido halladas muertas, así como los hombres hallados con sus órganos genitales mutilados, fueron encontrados culpables de adulterio.
Lawson y Wayman ofrecieron varios ejemplos. Uno era una trabajadora de una clínica de Ciudad Sáder, que los miembros del Ejército Mahdi creían que era un burdel. Los milicianos advirtieron a las mujeres que cerraran el lugar, las golpearon en público con sus pistolas y luego mataron a balazos en la calle a una de las trabajadoras, dijeron los dos estadounidenses.
En otro caso, Lawson divisó una forma inerte de un hombre barrigudo con una camisa a cuadros a un lado de la calle. Los vecinos dijeron a Lawson que el hombre, un sunní, había sido secuestrado en su casa en Mansour, un afluente barrio de sunníes, chiíes y cristianos en el centro de Bagdad. Acusado de conspirar para expulsar de sus hogares a los chiíes, el sunní fue llevado a Ciudad Sáder y matado donde yacía ahora, dijeron testigos a los estadounidenses.
A fines de la primavera, dijo Wayman, los estadounidenses en Ciudad Sáder toparon con fuerzas uniformadas iraquíes reunidas en torno al cuerpo de un iraquí. Un grupo de hombres armados lo habían matado segundos antes, luego se alejaron rápidamente del lugar cuando se acercaban fuerzas iraquíes y norteamericanas, dijo Wayman.
Los americanos localizaron el vehículo de los asesinos en una comisaría de policía cercana, en cuyo interior encontraron a dos agradecidos secuestrados. Los hombres eran cristianos que dijeron a Wayman que trabajaban en una tienda en otro lugar de Bagdad que vendía alcohol. Los hombres armados habían visitado la tienda para decir a los hombres que el Corán prohibía el alcohol y que debían cerrar la tienda. Cuando se negaron, dijeron a Wayman, fueron metidos en el coche a punta de pistola y llevados a una casa en Ciudad Sáder.
Un clérigo chií visitó a los dos cristianos en la casa, dijeron a Wayman. El clérigo exigió que los secuestrados se convirtieran al islam y cuando se negaron, les informó que el islam prohibía el alcohol.
Dijeron que debían ser castigados, dijo el clérigo, pero no especificó cómo. Los secuestrados dijeron que estaban en segundo y tercer lugar para ser ejecutados, después del hombre encontrado muerto en la calle.
Los comandantes del Ejército Mahdi entrevistados negaron firmemente que mataran a gente por vender alcohol. El Ejército Mahdi solamente advierte a los vendedores de licor , cada vez más vehementemente, dijeron. Si los vendedores todavía se niegan a dejar de hacerlo, el Ejército Mahdi "los golpea ligeramente, de acuerdo con el Corán", dijo el comandante conocido como el Jeque.
Lawson, el oficial de inteligencia, reconoce que el Ejército Mahdi tiene una operación de inteligencia que se ha perfeccionado en entregar desinformación a los americanos sobre las actividades de la milicia. Pero oficiales norteamericanos dicen que saben lo suficiente como para condenar gran parte de lo que hace el Ejército Mahdi.
"No tengo ninguna duda... realizan juicios y ejecutan a la gente", dijo el teniente coronel Mark Meadows, comandante de un regimiento de caballería de la División de Montaña Nº10 del ejército norteamericano. Los hombres de Meadows patrullaban en Shula, un barrio al norte de Bagdad bajo control de Sáder, en la época del atentado de Samarra. El Ejército Mahdi "probablemente es la milicia más grande y agresiva del país", dijo Meadows. "Son una organización terrorista. Aterrorizan a la población".
Pero fuerzas de seguridad iraquíes y norteamericanas son a menudo los sorprendidos espectadores en zonas bajo la jurisdicción del Ejército Mahdi.
Durante una patrulla en la mañana hace poco, Wayman y su convoy pararon ante la reveladora seña de un grupo de policías iraquíes reunidos a un lado del camino al norte de Ciudad Sáder, mirando el suelo.
Los agentes de policía hicieron hueco a Wayman, que miró a una niña iraquí tumbada en el suelo. No parecía ser mayor de quince. La luz de la mañana bañaba su rostro, y sus manos cubrían su boca. Envuelta en una manta, parecía estar durmiendo, excepto por las dos heridas que mostraban su carne rosada que le causaron las balas incrustadas en su espalda.
Ni las fuerzas americanas ni las iraquíes tenían ganas de investigar qué le había ocurrido a la adolescente.
"¿Quién sabe?", dijo uno de los policías iraquíes, preparándose para recoger el cuerpo. Wayman volvió a su Humvee, y los norteamericanos siguieron con su ronda.
26 de agosto de 2006
©washington post
©traducción mQh
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