el ministro que se fue
[David Ignatius] Halcón duro y prepotente.
Altos oficiales lo llaman el ‘destornillador de once mil kilómetros'. Así describían la inclinación de Donald Rumsfeld a inmuiscuirse en aspectos limitados de la guerra de Iraq que le interesaban. Y es una de las razones por las que los militares están felices con la partida de Rumsfeld, incluso quizás más felices que los demócratas, que han reclamado su cuero cabelludo tras su victoria en las urnas.
Para ese fin, incluso cuando Rumsfeld debe de haber sabido que su mandato no duraría demasiado, no renunció a la opción de entrometerse con sus comandantes de operaciones. Cuando el general de la Marina, James Jones, el comandante en retiro de la OTAN fue hace algunas semanas a ver a Rumsfeld para hablar sobre la posibilidad de convertirse en comandante de Centcom, le preguntó si acaso tenía la intención de continuar con su línea directa de comunicación con el comandante del teatro de operaciones, el general George Casey, sobrepasando a veces al Centcom. Cuando Rumsfeld no desechó esa posibilidad, Jones empezó a dudar de que el Centcom pudiera hacer su trabajo. y cuando Rumsfeld dijo que no preveía cambios importantes en la estrategia de Iraq, Jones retiró su nombre de la lista de candidatos.
Los cambios en Iraq vendrán pronto y la partida de Rumsfeld es, para parafrasear el libro de plegarias, un signo exterior y visible de un proceso espiritual interior. Otro es la opción de su sucesor Robert Gates, una figura bastante diferente de Don Rumsfeld.
En las últimas semanas el gobierno de Bush -en gran parte en secreto- empezó a hacerse a sí mismo preguntas difíciles: ¿Está funcionando la estrategia en Iraq? ¿Podemos alcanzar nuestros objetivos con las herramientas que tenemos? Si no, ¿cómo las adaptamos de modo que sirvan? Un personero de alto rango trató hace algunos días de explicar el estado de ánimo citando a los Rolling Stones: "You can't always get what you want".
Hace tiempo que Rumsfeld se convirtió en el símbolo de una guerra en la que empezó a dudar hace al menos tres años, cuando escribió su famoso memorándum prediciendo que la guerra de Iraq sería una "larga cuesta arriba". Eso ilustraba lo mejor del estilo intelectual de Rumsfeld: Preguntó si las tácticas de Estados Unidos estaban creando nuevos terroristas más rápidamente de lo que estábamos matando a los que vivían, y reflexionó: "¿Son demasiado nimios los cambios que estamos haciendo? Mi impresión es que todavía no hemos tomado medidas muy osadas, aunque hemos dado pasos lógicos, comprensibles, en la dirección correcta, pero ¿son suficientes?"
Rumsfeld mostraba una inclinación a poner en duda los conocimientos adquiridos, una tendencia a rechazar los proyectos favoritos de los militares, tales como el plan del ejército para construir una pieza gigantesca de artillería llamada torpemente Crusader [el Cruzado], que sería difícil de mover rápidamente en cualquier campo de batalla moderno. Rumsfeld estaba convencido de que el ejército necesitaba hacerse más móvil, ágil, expedicionario. Algunas de sus ideas sobre la transformación fueron aceptadas, pero en el fondo los generales del ejército estaban convencidos de que sus políticas romperían sus ramas del servicio. Las sonrisas más amplias ayer en el Pentágono se vieron probablemente en los pasillos que ocupan los oficiales del ejército.
Curiosamente, fueron los generales los que ayudaron a Rumsfeld a permanecer en su cargo. En la primavera, la Casa Blanca había decidido que era hora de hacer cambios en el Pentágono, y los oficiales se estaban armando de valor para comunicar las noticias a Rumsfeld cuando estalló la ‘revuelta de los generales' en las páginas de opinión de los diarios, cuando ex oficiales hicieron cola para denunciar a su antiguo jefe. La Casa Blanca decidió que no podía aparecer inclinándose ante las presiones y retrocedió.
El talento de Rumsfeld era su brillantez y rigor intelectual. Mantuvo la cabeza en alto incluso cuando la guerra en Iraq pasó de mala a terrible. En eso, fue incluso más duro que uno de sus predecesores, Robert McNamara, que en su último año de dirección de la guerra de Vietnam empezó a agrietarse en privado por la presión. Rumsfeld personificaba un antiguo adagio: No muestres tu lado flaco.
Pero el lado negativo de Rumsfeld es tan grande que es probable que sea pocos quienes recuerden su lado positivo. Llegó a simbolizar no simplemente el fracaso en la guerra de Iraq sino también la arrogancia y la prepotencia. Tenía una inclinación por dejar caer frases que llegaron a simbolizar lo erróneo: "Vas a la guerra con el ejército que tienes" y "Hágase a un lado".
Robert Gates traerá a la función el estilo atento de alguien que escucha. Surgió en la CIA en los años ochenta haciéndose indispensable para su jefe, William Casey. Era el analista soviético más brillante de la tienda, de modo que Casey lo nombró pronto su subdirector para supervisar a sus colegas analistas. Asistí a su defensa de su disertación para su doctorado en estudios soviéticos en Georgetown. Su trabajo mostraba una sólida y seria erudición -bueno, pero no era esplendoroso. Rumsfeld puede haberla descrito como una cuesta arriba larga. Pero ilustra las mejores cualidades de Gates: su seriedad intelectual y su profesionalismo.
Gates representa el retorno de gentes e ideas de Bush viejo al gobierno de Bush joven. El viejo Bush rescató a Gates después de ser rechazado en 1987 como director de la CIA debido a su papel en el escándalo de Irán-contra, incorporándolo al Consejo de Seguridad Nacional y luego nombrándolo director de la CIA en 1991. Gates no es una persona territorial -trabaja bien con otros-, una cualidad ausente en Rumsfeld.
El nuevo ministro traerá otra cosa, y puede ser crucial en los meses por venir. Vuelve al centro de la atención en el gobierno de Bush debido a su trabajo como miembro del Grupo de Estudio de Iraq, encabezado por el ministro de estado de Bush viejo, James A. Baker II y el ex representante Lee Hamilton. Gates personifica los esfuerzos del grupo por definir una política bipartidista con respecto a Iraq.
En ese sentido, irá al Pentágono con un objetivo invisible que se puede resumir en dos palabras: estrategia de retirada. No querrá dejar Iraq ni apresurada ni atolondradamente, pero a diferencia de Rumsfeld, no negará el problema.
Para ese fin, incluso cuando Rumsfeld debe de haber sabido que su mandato no duraría demasiado, no renunció a la opción de entrometerse con sus comandantes de operaciones. Cuando el general de la Marina, James Jones, el comandante en retiro de la OTAN fue hace algunas semanas a ver a Rumsfeld para hablar sobre la posibilidad de convertirse en comandante de Centcom, le preguntó si acaso tenía la intención de continuar con su línea directa de comunicación con el comandante del teatro de operaciones, el general George Casey, sobrepasando a veces al Centcom. Cuando Rumsfeld no desechó esa posibilidad, Jones empezó a dudar de que el Centcom pudiera hacer su trabajo. y cuando Rumsfeld dijo que no preveía cambios importantes en la estrategia de Iraq, Jones retiró su nombre de la lista de candidatos.
Los cambios en Iraq vendrán pronto y la partida de Rumsfeld es, para parafrasear el libro de plegarias, un signo exterior y visible de un proceso espiritual interior. Otro es la opción de su sucesor Robert Gates, una figura bastante diferente de Don Rumsfeld.
En las últimas semanas el gobierno de Bush -en gran parte en secreto- empezó a hacerse a sí mismo preguntas difíciles: ¿Está funcionando la estrategia en Iraq? ¿Podemos alcanzar nuestros objetivos con las herramientas que tenemos? Si no, ¿cómo las adaptamos de modo que sirvan? Un personero de alto rango trató hace algunos días de explicar el estado de ánimo citando a los Rolling Stones: "You can't always get what you want".
Hace tiempo que Rumsfeld se convirtió en el símbolo de una guerra en la que empezó a dudar hace al menos tres años, cuando escribió su famoso memorándum prediciendo que la guerra de Iraq sería una "larga cuesta arriba". Eso ilustraba lo mejor del estilo intelectual de Rumsfeld: Preguntó si las tácticas de Estados Unidos estaban creando nuevos terroristas más rápidamente de lo que estábamos matando a los que vivían, y reflexionó: "¿Son demasiado nimios los cambios que estamos haciendo? Mi impresión es que todavía no hemos tomado medidas muy osadas, aunque hemos dado pasos lógicos, comprensibles, en la dirección correcta, pero ¿son suficientes?"
Rumsfeld mostraba una inclinación a poner en duda los conocimientos adquiridos, una tendencia a rechazar los proyectos favoritos de los militares, tales como el plan del ejército para construir una pieza gigantesca de artillería llamada torpemente Crusader [el Cruzado], que sería difícil de mover rápidamente en cualquier campo de batalla moderno. Rumsfeld estaba convencido de que el ejército necesitaba hacerse más móvil, ágil, expedicionario. Algunas de sus ideas sobre la transformación fueron aceptadas, pero en el fondo los generales del ejército estaban convencidos de que sus políticas romperían sus ramas del servicio. Las sonrisas más amplias ayer en el Pentágono se vieron probablemente en los pasillos que ocupan los oficiales del ejército.
Curiosamente, fueron los generales los que ayudaron a Rumsfeld a permanecer en su cargo. En la primavera, la Casa Blanca había decidido que era hora de hacer cambios en el Pentágono, y los oficiales se estaban armando de valor para comunicar las noticias a Rumsfeld cuando estalló la ‘revuelta de los generales' en las páginas de opinión de los diarios, cuando ex oficiales hicieron cola para denunciar a su antiguo jefe. La Casa Blanca decidió que no podía aparecer inclinándose ante las presiones y retrocedió.
El talento de Rumsfeld era su brillantez y rigor intelectual. Mantuvo la cabeza en alto incluso cuando la guerra en Iraq pasó de mala a terrible. En eso, fue incluso más duro que uno de sus predecesores, Robert McNamara, que en su último año de dirección de la guerra de Vietnam empezó a agrietarse en privado por la presión. Rumsfeld personificaba un antiguo adagio: No muestres tu lado flaco.
Pero el lado negativo de Rumsfeld es tan grande que es probable que sea pocos quienes recuerden su lado positivo. Llegó a simbolizar no simplemente el fracaso en la guerra de Iraq sino también la arrogancia y la prepotencia. Tenía una inclinación por dejar caer frases que llegaron a simbolizar lo erróneo: "Vas a la guerra con el ejército que tienes" y "Hágase a un lado".
Robert Gates traerá a la función el estilo atento de alguien que escucha. Surgió en la CIA en los años ochenta haciéndose indispensable para su jefe, William Casey. Era el analista soviético más brillante de la tienda, de modo que Casey lo nombró pronto su subdirector para supervisar a sus colegas analistas. Asistí a su defensa de su disertación para su doctorado en estudios soviéticos en Georgetown. Su trabajo mostraba una sólida y seria erudición -bueno, pero no era esplendoroso. Rumsfeld puede haberla descrito como una cuesta arriba larga. Pero ilustra las mejores cualidades de Gates: su seriedad intelectual y su profesionalismo.
Gates representa el retorno de gentes e ideas de Bush viejo al gobierno de Bush joven. El viejo Bush rescató a Gates después de ser rechazado en 1987 como director de la CIA debido a su papel en el escándalo de Irán-contra, incorporándolo al Consejo de Seguridad Nacional y luego nombrándolo director de la CIA en 1991. Gates no es una persona territorial -trabaja bien con otros-, una cualidad ausente en Rumsfeld.
El nuevo ministro traerá otra cosa, y puede ser crucial en los meses por venir. Vuelve al centro de la atención en el gobierno de Bush debido a su trabajo como miembro del Grupo de Estudio de Iraq, encabezado por el ministro de estado de Bush viejo, James A. Baker II y el ex representante Lee Hamilton. Gates personifica los esfuerzos del grupo por definir una política bipartidista con respecto a Iraq.
En ese sentido, irá al Pentágono con un objetivo invisible que se puede resumir en dos palabras: estrategia de retirada. No querrá dejar Iraq ni apresurada ni atolondradamente, pero a diferencia de Rumsfeld, no negará el problema.
http://blog.washingtonpost.com/postglobal
isdavidignatius@washpost.com
8 de noviembre de 2006
©washington post
©traducción mQh
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