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estrategia de retirada tras rumsfeld


La renuncia de Rumsfeld podría conducir a cambios más profundos en política exterior.
Más vale tarde que nunca. Más de dos años después de que el ministro de Defensa Donald H. Rumsfeld presentara su renuncia tras el escándalo de la cárcel de Abu Ghraib, el presidente Bush finalmente accedió a dejarlo partir para hacer espacio para una "perspectiva más fresca". En este momento es un gesto fácil, el equivalente político de romper la piñata una vez que ha sido abollada más allá de todo reconocimiento.
La "perspectiva más fresca" será proporcionada por un confidente del padre de Bush, el ex director de la CIA Robert M. Gates. Gates es todo lo que Rumsfeld no es: un operador de Washington experto en la búsqueda de consenso.
Cuando Bush asumió el cargo, su equipo diplomático y de seguridad nacional compuesto por el vice-presidente Dick Cheney, el ministro de Relaciones Exteriores Colin L. Powell, la asesora de Seguridad Nacional Condoleezza Rice y Rumsfeld exudaba una imagen de experimentada competencia. Sin embargo, dirigieron una política basada en la fe que ha demostrado ser un desastre para los intereses nacionales.
Rumsfeld tenía razón en cuanto a la necesidad de una revolución militar tecnológica. Pero confundía la necesidad de modernizar la estructura armamentística y crear unas fuerzas armadas más ágiles con la licencia para librar guerras baratas, rechazando advertencias de que se necesitarían cientos de miles de tropas para estabilizar Iraq. La ocupación fue mal planificada debido a la confianza depositada en las suposiciones de pensadores reaccionarios fanáticos.
Ahora, después de los avances de los demócratas en una elección vista correctamente como un referéndum sobre Iraq, Bush necesita hacer más que limitarse a aceptar la renuncia de Rumsfeld. Bush, como de costumbre, envió un mensaje tibio en la rueda de prensa del miércoles. Enfatizó la ‘perspectiva fresca' que Gates aportaría a su función, pero continuó definiendo la "victoria" en términos utópicos: un Iraq democrático "que pueda defenderse a sí mismo, gobernarse y mantenerse a sí mismo, y ser un aliado en la guerra contra el terrorismo".
Bush también propuso que podría encontrar un "terreno común" con los victoriosos demócratas que habían exigido una nueva estrategia para Iraq. El círculo puede ser cerrado por el consigliere jefe del viejo Bush, James A. Baker III, que preside el llamado Grupo de Estudio de Iraq, que, y no es casualmente, también incluye a Robert Gates como uno de sus miembros.
Incluso antes de las elecciones, funcionarios de gobierno y algunos demócratas empezaron a predecir que la comisión de Baker proporcionaría una razón al presidente para que reduzca sus ambiciones en Iraq y apresure la implementación de su promesa de que "cuando los iraquíes se pongan de pie, nosotros nos retiraremos", incluso si la actitud de las fuerzas iraquíes (o de la democracia iraquí) deja que desear.
Todavía es preferible que Washington encuentre un modo de inducir a los partidos iraquíes a terminar con su guerra civil y establecer un estado estable, democrático y multireligioso. Pero podría ser imposible. Si Bush piensa que debe camuflar la reducción de expectativas en el lenguaje de la ‘victoria', sus nuevos colaboradores en el Partido Demócrata -y los votantes que los eligieron- no lo objetarán.

9 de noviembre de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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