bush desdeñó advertencias
[David E. Sanger] Nuevo libro de Bob Woodward revela detalles sobre la decisión de atacar a Iraq.
Washington, Estados Unidos. En septiembre de 2003, la Casa Blanca ignoró urgentes advertencias de un asesor sobre Iraq que dijo que se necesitarían miles de tropas estadounidenses adicionales para sofocar la resistencia iraquí, según el último libro de Bob Woodward, el periodista y escritor del Washington Post. El libro describe a una Casa Blanca azotada por el mal funcionamiento y divisiones sobre la decisión de declarar la guerra.
La advertencia es descrita en ‘State of Denial', que debe aparecer este lunes, publicado por Simon & Schuster. El libro dice que los principales asesores del presidente Bush a menudo reñían entre sí, y a veces apenas si se hablaban, aunque compartían la tendencia a desdeñar como demasiado pesimistas las evaluaciones de comandantes estadounidenses y otros sobre la situación en Iraq.
A fines de noviembre de 2003, Bush dijo sobre la situación en Iraq: "No quiero que nadie en el gabinete diga que hay una resistencia. No creo que debamos".
El ministro de Defensa, Donald H. Rumsfeld, es descrito como desconectado de los detalles prácticos de la ocupación y reconstrucción de Iraq -una tarea que se suponía inicialmente estaría bajo la dirección del Pentágono- y tan hostil hacia Condoleezza Rice, entonces asesora de seguridad nacional, que el presidente le tuvo que ordenar que le devolviera sus llamadas telefónicas. Se dice que el comandante estadounidense para Oriente Medio, el general John P. Abizaid, dijo a visitantes en su cuartel general en Qatar en el otoño de 2005, que Rumsfeld "ya no tiene ninguna credibilidad" para defender públicamente la estrategia estadounidense para la victoria en Iraq.
El libro, comprado por un periodista del New York Times a precio de librería antes de su lanzamiento oficial, es el tercero que ha escrito Woodward haciendo la crónica de los debates internos en la Casa Blanca después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la invasión de Afganistán y la subsecuente decisión de invadir Iraq. Como los anteriores trabajos de Woodward, el libro incluye extensas citas textuales de conversaciones y describe lo que pensaban importantes personeros en varios momentos, sin identificar la fuente de información.
Woodward escribe que su libro se basa en "entrevistas con el equipo de seguridad nacional de Bush, sus delegados y otros participantes claves en el gobierno, responsables de las fuerzas armadas, la diplomacia y la inteligencia sobre Iraq". Algunos de esos entrevistados, incluyendo a Rumsfeld, son identificados por nombre, pero ni Bush ni el vice-presidente Dick Cheney aceptaron ser entrevistados, dice el libro.
Se dice que Robert D. Blackwill, entonces asesor para Iraq en el Consejo de Seguridad Nacional, dio a conocer su advertencia sobre la necesidad de contar con más tropas en un largo memorándum enviado a Rice. El libro dice que el memorándum de Blackwill concluía que se necesitaban desesperadamente más tropas terrestres, quizás hasta unos 40 mil soldados adicionales.
Dice que Blackwill y L. Paul Bremer III, entonces el más alto personero estadounidense en Iraq, más tarde informaron a Rice y Stephen J. Hadley, su viceministro, sobre la urgente necesidad de tropas adicionales durante una teleconferencia desde Iraq. Dice que la Casa Blanca no hizo nada sobre el asunto.
El libro describe una profunda fisura entre Colin L. Powell, el primer ministro de relaciones exteriores de Bush, y Rumsfeld: Cuando Powell fue apartado de su puesto después de las elecciones de 2004, dijo a Andrew H. Card Jr., jefe del estado mayor de la Casa Blanca, que "si me marcho, Don debería marcharse también", refiriéndose a Rumsfeld.
Card intentó entonces a fines de 2005 sacar a Rumsfeld, de acuerdo al libro, pero fue desautorizado por el presidente Bush, que temía que perturbara las inminentes elecciones iraquíes y las operaciones en el Pentágono.
El vice-presidente Cheneyt es descrito como un hombre tan determinado a encontrar pruebas de la veracidad de su afirmación de que Iraq poseía armas de destrucción masiva, que en el verano de 2003, sus ayudantes empezaron a llamar al inspector jefe de armas, David Kay, proporcionándole coordenadas específicas sobre sitios de posibles alijos de armas. Ninguno de esos sitios resultó almacenar armas.
Dos miembros del círculo íntimo de Bush, Powell y el director de la central de inteligencia, George J. Tenet, son descritos como ambivalentes sobre la decisión de invadir Iraq. Cuando Powell asintió reluctantemente, en enero de 2003, Bush le dijo en una reunión en el Despacho Oval que era hora "de que se pusiera su uniforme de guerra", una referencia a los años que pasó en el ejército.
Tenet, el hombre que una vez le dijo a Bush que no había dudas de que Iraq poseía armas de destrucción masiva, aparentemente no compartía directamente con Bush sus reparos sobre la invasión de Iraq, de acuerdo a la versión de Woodward.
Los dos primeros libros de Woodward sobre el gobierno de Bush, ‘Bush at War' y ‘Plan de ataque' [Plan of Attack], retrataron al presidente firmemente al mando y con un equipo leal y bien coordinado respondiendo a un ataque sorpresa y las represalias que siguieron. Como lo indica su título, ‘State of Denial' sigue un guión muy diferente, de un gobierno que parece tener sólo una vaga idea de que los logros militares iniciales en Iraq habían dado origen al resentimiento hacia los ocupantes.
El libro de 537 páginas describe tensiones entre altos personeros desde el inicio mismo del gobierno. Woodward escribe que en las semanas previas a los atentados del 11 de septiembre de 2001, Tenet creía que Rumsfeld estaba impidiendo el desarrollo de una estrategia coherente para capturar o matar a Osama bin Laden. Rumsfeld cuestionó las señales electrónicas de sospechosos de terrorismo que la Agencia de Seguridad Nacional había estado interceptando, preguntándose si no serían parte de un elaborado plan de distracción de Al Qaeda.
El 10 de julio de 2001, dice el libro, Tenet y su jefe de contraterrorismo J. Cofer Black, se reunieron con Rice en la Casa Blanca para comunicarlo lo grave de las informaciones que estaba recabando la agencia sobre un inminente atentado. Los dos hombres salieron de la reunión con la sensación de que Rice no había tomado en serio esas advertencias.
En las semanas previas a la guerra, los padres del presidente Bush no compartían su confianza de que invasión de Iraq fuera el paso correcto, cuenta el libro. Woodward escribe sobre una conversación privada en enero de 2003 entre la madre de Bush, Barbara Bush, la ex primera dama, y David L. Boren, ex presidente del Comité de Inteligencia del Senado y amigo de la familia Bush.
El libro dice que la señora Bush preguntó a Boren si había que preocuparse de una posible invasión de Iraq, y luego le confió que el padre del presidente, el ex presidente George H.W. Bush, "ciertamente está muy preocupado y no puede dormir en las noches; la preocupación no le deja dormir".
El libro describe una conversación a principios de 2003 entre el teniente general Jay Garner, el oficial retirado nombrado por Bush para administrar el Iraq de posguerra, y el presidente Bush y otros en el salón de crisis. Describe a los estrategas de la guerra como completamente desinteresados en los detalles de la misión de posguerra.
Después de que el general Garner terminara su presentación con diapositivas -que incluía a su plan de utilizar las 300 mil tropas del ejército iraquí para ayudar a estabilizar al Iraq de posguerra, dice el libro-, nadie en la sala hizo preguntas, y el presidente lo despidió entusiasta.
Pero el general Garner fue pronto apartado a favor de Bremer, cuyas acciones en cuanto al desmantelamiento del ejército iraquí y la expulsión de los baazistas de la administración fuero eventualmente criticadas en el gobierno.
El libro sugiere que altos funcionarios de inteligencia fueron sorprendidos desprevenidos en los primeros días de la guerra, cuando combatientes civiles iraquíes lanzaron ataques suicidas contra las fuerzas norteamericanas blindadas, que fueron el primer indicio de los mortíferos ataques de los rebeldes que vendrían en el futuro.
En una reunión con Tenet, de la CIA, varios funcionarios del Pentágono hablaron sobre los ataques, dice el libro. Dice que Tenet reconoció que no sabía qué hacer.
Rumsfeld se inmiscuyó en asuntos políticos que estaban en la periferia de sus responsabilidades, de acuerdo al libro. En un momento, Bush viajó a Ohio, donde se fabricaba el tanque de batalla Abrams. Rumsfeld llamó a Card quejándose de que Bush no debería haber hecho esa visita porque Rumsfeld pensaba que el pesado tanque era incompatible con su visión de unas fuerzas armadas rápidas y ligeras del futuro. Woodward escribe que Card creía que Rumsfeld había "perdido el control".
La infructuosa búsqueda de armas no convencionales causó tensiones entre el despacho del vice-presidente Cheney, la CIA y funcionarios en Iraq. Woodward escribe que Kay, el inspector de armas en Iraq, envió directamente en el verano de 2003 un e-mail a importantes funcionarios de la CIA informándoles de sus hallazgos más importantes.
En un momento, cuando Kay advierte que era posible que los iraquíes pudieran ser capaces de fabricar esas armas, pero que en realidad no las producían, esperando el momento en que fuera necesario, el libro dice que le John McLaughlin, el subdirector de la CIA, le dijo: "No se lo cuente a nadie. Podría ser muy grave. Sea cuidadoso. No podemos decir esto mientras no estemos seguros".
Cheney estuvo involucrado en los detalles de la búsqueda de armas ilegales, dice el libro. Una noche, escribe Woodward, Kay fue despertado a las tres de la mañana por un ayudante que le dijo que el despacho de Cheney quería hablar con él. Dice que le dijeron a Kay que Cheney quería cerciorarse de que leyera una comunicación secreta interceptada en Siria indicando una posible ubicación de armas químicas.
Woodward y un colega, Carl Bernstein, dirigieron los reportajes del Post durante Watergate, y Woodward ha escrito desde entonces una serie de éxitos de venta sobre Washington. No hace mucho que se reveló que la identidad de la fuente de Woodward sobre Watergate, conocida como Garganta Profunda, era W. Mark Felt, un alto funcionario del FBI.
A fines de 2005, Woodward fue citado por el fiscal especial en un caso de filtraciones en la CIA. También ofreció sus disculpas al editor ejecutivo del Post por ocultar durante más de dos años que hubiera estado implicado en el escándalo.
La advertencia es descrita en ‘State of Denial', que debe aparecer este lunes, publicado por Simon & Schuster. El libro dice que los principales asesores del presidente Bush a menudo reñían entre sí, y a veces apenas si se hablaban, aunque compartían la tendencia a desdeñar como demasiado pesimistas las evaluaciones de comandantes estadounidenses y otros sobre la situación en Iraq.
A fines de noviembre de 2003, Bush dijo sobre la situación en Iraq: "No quiero que nadie en el gabinete diga que hay una resistencia. No creo que debamos".
El ministro de Defensa, Donald H. Rumsfeld, es descrito como desconectado de los detalles prácticos de la ocupación y reconstrucción de Iraq -una tarea que se suponía inicialmente estaría bajo la dirección del Pentágono- y tan hostil hacia Condoleezza Rice, entonces asesora de seguridad nacional, que el presidente le tuvo que ordenar que le devolviera sus llamadas telefónicas. Se dice que el comandante estadounidense para Oriente Medio, el general John P. Abizaid, dijo a visitantes en su cuartel general en Qatar en el otoño de 2005, que Rumsfeld "ya no tiene ninguna credibilidad" para defender públicamente la estrategia estadounidense para la victoria en Iraq.
El libro, comprado por un periodista del New York Times a precio de librería antes de su lanzamiento oficial, es el tercero que ha escrito Woodward haciendo la crónica de los debates internos en la Casa Blanca después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la invasión de Afganistán y la subsecuente decisión de invadir Iraq. Como los anteriores trabajos de Woodward, el libro incluye extensas citas textuales de conversaciones y describe lo que pensaban importantes personeros en varios momentos, sin identificar la fuente de información.
Woodward escribe que su libro se basa en "entrevistas con el equipo de seguridad nacional de Bush, sus delegados y otros participantes claves en el gobierno, responsables de las fuerzas armadas, la diplomacia y la inteligencia sobre Iraq". Algunos de esos entrevistados, incluyendo a Rumsfeld, son identificados por nombre, pero ni Bush ni el vice-presidente Dick Cheney aceptaron ser entrevistados, dice el libro.
Se dice que Robert D. Blackwill, entonces asesor para Iraq en el Consejo de Seguridad Nacional, dio a conocer su advertencia sobre la necesidad de contar con más tropas en un largo memorándum enviado a Rice. El libro dice que el memorándum de Blackwill concluía que se necesitaban desesperadamente más tropas terrestres, quizás hasta unos 40 mil soldados adicionales.
Dice que Blackwill y L. Paul Bremer III, entonces el más alto personero estadounidense en Iraq, más tarde informaron a Rice y Stephen J. Hadley, su viceministro, sobre la urgente necesidad de tropas adicionales durante una teleconferencia desde Iraq. Dice que la Casa Blanca no hizo nada sobre el asunto.
El libro describe una profunda fisura entre Colin L. Powell, el primer ministro de relaciones exteriores de Bush, y Rumsfeld: Cuando Powell fue apartado de su puesto después de las elecciones de 2004, dijo a Andrew H. Card Jr., jefe del estado mayor de la Casa Blanca, que "si me marcho, Don debería marcharse también", refiriéndose a Rumsfeld.
Card intentó entonces a fines de 2005 sacar a Rumsfeld, de acuerdo al libro, pero fue desautorizado por el presidente Bush, que temía que perturbara las inminentes elecciones iraquíes y las operaciones en el Pentágono.
El vice-presidente Cheneyt es descrito como un hombre tan determinado a encontrar pruebas de la veracidad de su afirmación de que Iraq poseía armas de destrucción masiva, que en el verano de 2003, sus ayudantes empezaron a llamar al inspector jefe de armas, David Kay, proporcionándole coordenadas específicas sobre sitios de posibles alijos de armas. Ninguno de esos sitios resultó almacenar armas.
Dos miembros del círculo íntimo de Bush, Powell y el director de la central de inteligencia, George J. Tenet, son descritos como ambivalentes sobre la decisión de invadir Iraq. Cuando Powell asintió reluctantemente, en enero de 2003, Bush le dijo en una reunión en el Despacho Oval que era hora "de que se pusiera su uniforme de guerra", una referencia a los años que pasó en el ejército.
Tenet, el hombre que una vez le dijo a Bush que no había dudas de que Iraq poseía armas de destrucción masiva, aparentemente no compartía directamente con Bush sus reparos sobre la invasión de Iraq, de acuerdo a la versión de Woodward.
Los dos primeros libros de Woodward sobre el gobierno de Bush, ‘Bush at War' y ‘Plan de ataque' [Plan of Attack], retrataron al presidente firmemente al mando y con un equipo leal y bien coordinado respondiendo a un ataque sorpresa y las represalias que siguieron. Como lo indica su título, ‘State of Denial' sigue un guión muy diferente, de un gobierno que parece tener sólo una vaga idea de que los logros militares iniciales en Iraq habían dado origen al resentimiento hacia los ocupantes.
El libro de 537 páginas describe tensiones entre altos personeros desde el inicio mismo del gobierno. Woodward escribe que en las semanas previas a los atentados del 11 de septiembre de 2001, Tenet creía que Rumsfeld estaba impidiendo el desarrollo de una estrategia coherente para capturar o matar a Osama bin Laden. Rumsfeld cuestionó las señales electrónicas de sospechosos de terrorismo que la Agencia de Seguridad Nacional había estado interceptando, preguntándose si no serían parte de un elaborado plan de distracción de Al Qaeda.
El 10 de julio de 2001, dice el libro, Tenet y su jefe de contraterrorismo J. Cofer Black, se reunieron con Rice en la Casa Blanca para comunicarlo lo grave de las informaciones que estaba recabando la agencia sobre un inminente atentado. Los dos hombres salieron de la reunión con la sensación de que Rice no había tomado en serio esas advertencias.
En las semanas previas a la guerra, los padres del presidente Bush no compartían su confianza de que invasión de Iraq fuera el paso correcto, cuenta el libro. Woodward escribe sobre una conversación privada en enero de 2003 entre la madre de Bush, Barbara Bush, la ex primera dama, y David L. Boren, ex presidente del Comité de Inteligencia del Senado y amigo de la familia Bush.
El libro dice que la señora Bush preguntó a Boren si había que preocuparse de una posible invasión de Iraq, y luego le confió que el padre del presidente, el ex presidente George H.W. Bush, "ciertamente está muy preocupado y no puede dormir en las noches; la preocupación no le deja dormir".
El libro describe una conversación a principios de 2003 entre el teniente general Jay Garner, el oficial retirado nombrado por Bush para administrar el Iraq de posguerra, y el presidente Bush y otros en el salón de crisis. Describe a los estrategas de la guerra como completamente desinteresados en los detalles de la misión de posguerra.
Después de que el general Garner terminara su presentación con diapositivas -que incluía a su plan de utilizar las 300 mil tropas del ejército iraquí para ayudar a estabilizar al Iraq de posguerra, dice el libro-, nadie en la sala hizo preguntas, y el presidente lo despidió entusiasta.
Pero el general Garner fue pronto apartado a favor de Bremer, cuyas acciones en cuanto al desmantelamiento del ejército iraquí y la expulsión de los baazistas de la administración fuero eventualmente criticadas en el gobierno.
El libro sugiere que altos funcionarios de inteligencia fueron sorprendidos desprevenidos en los primeros días de la guerra, cuando combatientes civiles iraquíes lanzaron ataques suicidas contra las fuerzas norteamericanas blindadas, que fueron el primer indicio de los mortíferos ataques de los rebeldes que vendrían en el futuro.
En una reunión con Tenet, de la CIA, varios funcionarios del Pentágono hablaron sobre los ataques, dice el libro. Dice que Tenet reconoció que no sabía qué hacer.
Rumsfeld se inmiscuyó en asuntos políticos que estaban en la periferia de sus responsabilidades, de acuerdo al libro. En un momento, Bush viajó a Ohio, donde se fabricaba el tanque de batalla Abrams. Rumsfeld llamó a Card quejándose de que Bush no debería haber hecho esa visita porque Rumsfeld pensaba que el pesado tanque era incompatible con su visión de unas fuerzas armadas rápidas y ligeras del futuro. Woodward escribe que Card creía que Rumsfeld había "perdido el control".
La infructuosa búsqueda de armas no convencionales causó tensiones entre el despacho del vice-presidente Cheney, la CIA y funcionarios en Iraq. Woodward escribe que Kay, el inspector de armas en Iraq, envió directamente en el verano de 2003 un e-mail a importantes funcionarios de la CIA informándoles de sus hallazgos más importantes.
En un momento, cuando Kay advierte que era posible que los iraquíes pudieran ser capaces de fabricar esas armas, pero que en realidad no las producían, esperando el momento en que fuera necesario, el libro dice que le John McLaughlin, el subdirector de la CIA, le dijo: "No se lo cuente a nadie. Podría ser muy grave. Sea cuidadoso. No podemos decir esto mientras no estemos seguros".
Cheney estuvo involucrado en los detalles de la búsqueda de armas ilegales, dice el libro. Una noche, escribe Woodward, Kay fue despertado a las tres de la mañana por un ayudante que le dijo que el despacho de Cheney quería hablar con él. Dice que le dijeron a Kay que Cheney quería cerciorarse de que leyera una comunicación secreta interceptada en Siria indicando una posible ubicación de armas químicas.
Woodward y un colega, Carl Bernstein, dirigieron los reportajes del Post durante Watergate, y Woodward ha escrito desde entonces una serie de éxitos de venta sobre Washington. No hace mucho que se reveló que la identidad de la fuente de Woodward sobre Watergate, conocida como Garganta Profunda, era W. Mark Felt, un alto funcionario del FBI.
A fines de 2005, Woodward fue citado por el fiscal especial en un caso de filtraciones en la CIA. También ofreció sus disculpas al editor ejecutivo del Post por ocultar durante más de dos años que hubiera estado implicado en el escándalo.
Mark Mazzetti y David Johnston contribuyeron al reportaje desde Washington; Julie Bosman desde Nueva York.
29 de septiembre de 2006
©new york times
©traducción mQh
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