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el problema es la resistencia


[Vali Nasr] Para que no se confunda la retirada con la derrota, Estados Unidos debe acercarse a los vecinos de Iraq para ayudar a su estabilización.
Cuando al principio de esta semana el primer ministro iraquí, Nuri al-Maliki, indicó que quería reorganizar su gabinete -que, para empezar, no fue elegido por él-, estaba solamente confirmando que la hoja de ruta política de Estados Unidos para Iraq había fracasado. La promesa de la reconciliación se está evaporando a pasos acelerados y el gobierno de unidad nacional ya no es un ancla verosímil como estrategia norteamericana para estabilizar Iraq. Es hora de buscar una nueva estrategia. Una opción mencionada a menudo es el federalismo: una blanda separación de las comunidades étnicas y religiosas en conflicto en Iraq que fuera preferible a la alternativa de la guerra civil o de la disolución de Iraq.
Convertir a chiíes, sunníes y kurdos en dueños y señores de sus propios territorios, pondría fin a las sospechas que tienen unos de otros. Junto a unas fronteras internas más seguras, como las que separan hoy a los kurdos en el norte de los árabes en el sur, reduciría la violencia. Sin un botín por el que pelear, todo lo que tendrían que decidir es cómo repartirse los ingresos por el petróleo.
El federalismo hace frente a muchos obstáculos. El más inmediato es que casi todos los sunníes y muchos chiíes se oponen a él. No es fácil decidir qué quedará para Bagdad o qué para Mosul, o cómo se podrían repartir los recursos. En un país en el que más de la mitad de la población vive en cuatro ciudades mixtas, los intercambios demográficos ciertamente provocarán una miríada de problemas humanitarios y de seguridad. Lejos de contener la violencia, el federalismo tendrá probablemente el resultado opuesto -al menos en el corto plazo- y puede incluso conducir a la guerra civil que quiere evitar. Si la reciente declaración de la resistencia sobre la fundación de un estado islámico sirve como indicio, el federalismo también corre el peligro de ceder el territorio sunní a al-Qaeda -tal como se cederá el sur de Iraq a la hegemonía iraní. Si el federalismo no es una estrategia de salida viable, entonces tenemos que lograr que funcione un Iraq unido. Este objetivo requiere una nueva hoja de ruta política que pueda reunir a chiíes, sunníes y kurdos en torno a un nuevo pacto nacional. Contener la violencia es importante para su éxito, pero no suficiente. El principal problema que enfrenta hoy Iraq es todavía el mismo al que se enfrentó Estados Unidos desde el principio mismo de la intervención: la resistencia. La resistencia tiene como objetivo tanto terminar con la ocupación norteamericana como con la ascensión al poder de los chiíes. Durante los tres primeros años de la ocupación, las fuerzas norteamericanas lucharon solas contra los rebeldes sunníes cuando estos atacaban blancos norteamericanos y chiíes. Mientras Estados Unidos se ocupaba de la guerra, los chiíes pudieron ser espectadores. Pero entonces, a fines de 2005, Estados Unidos cambió de estrategia; decidió que no se podía derrotar a la resistencia sin aproximarse a los líderes sunníes. El resultado fue el gobierno de unidad nacional del primer ministro Maliki, que Washington esperaba que debilitaría a la resistencia. Pero la resistencia vio los cambios como prueba de que estaba ganando. Los oficiales norteamericanos y británicos que se reunieron con líderes insurgentes en ese momento fueron a menudo sorprendidos por la confianza con que los combatientes rechazaban los compromisos y exigían la restauración sunní. La resistencia intensificó su campaña justo cuando Estados Unidos volcaba su atención en la seguridad en Bagdad. La resistencia se fue haciendo más fuerte y finalmente logró provocar un conflicto sectario.
También los chiíes interpretaron el cambio en la estrategia norteamericana como un signo de debilidad en la determinación de Estados Unidos, y después de que una fuerte bomba destruyera un importante santuario chií en Samarrah, en febrero de 2006, se volcaron hacia sus milicias. La guerra entre los insurgentes y Estados Unidos se convirtió en una guerra entre los insurgentes, Estados Unidos y las milicias chiíes. Era todavía la misma guerra, pero como más participantes. Que los militares norteamericanos se encontraran al mismo lado que las milicias chiíes en la guerra más amplia contra la resistencia sunní, pero entonces hubieran de preocuparse de reprimir a esas milicias, confundió el objetivo de su misión para ventaja de la resistencia.
Después de cuatro años de guerra, una cosa es segura: la resistencia no ha sido derrotada ni por Estados Unidos ni por las milicias chiíes. La violencia religiosa llena la mayor parte de los titulares de hoy, pero es la insurgencia la que continúa infligiendo los mayores daños a las tropas norteamericanas -que constituyen el ochenta por ciento de las bajas. La ferocidad de su campaña y la audacia de su retórica muestran que la insurgencia cree que puede ganar. Los sunníes en Bagdad o Mosul pueden temer a las milicias chiíes y el vacío que dejaría una retirada apresurada de Estados Unidos. Pero esos sentimientos son raros en territorio sunní, al oeste de Iraq, donde la resistencia tiene sus bastiones. Allá no es el temor a las milicias chiíes, sino la confianza en la victoria la que da forma a las actitudes. En momentos en que la resistencia sunní gana terreno, la violencia sectaria no hace más que escalar y los líderes religiosos se opondrán al desmantelamiento de sus milicias. Para Estados Unidos, las implicaciones se extienden más allá de Iraq: una resistencia fuerte hará aparecer toda estrategia de retirada de Estados Unidos como una derrota, y eso a su vez nutrirá al extremismo islámico en todas partes.
Para derrotar a la resistencia se necesita una nueva estrategia política. Eso significa abandonar el fallido gobierno de unidad nacional a favor de cambios constitucionales que liberen al gobierno de la necesidad de construir coaliciones amplias y hagan espacio para los partidos políticos que gobernarán. Eso facilitará la guerra contra las milicias y la entrega de los servicios públicos que necesitan los iraquíes. El éxito también necesitará un consenso regional que pueda convencer a los vecinos de Iraq de que cierren sus fronteras al flujo de fondos, armas y combatientes, y, lo que es más importante, aislar políticamente a la resistencia. La resistencia ha operado en la creencia de que disfruta del apoyo material, moral y político del mundo árabe sunní más amplio -que tiene una profundidad estratégica que va más allá de Iraq. Sólo los vecinos de Iraq pueden cambiar esa idea. Estados Unidos debe involucrar a todos los vecinos de Iraq -aliados de Estados Unidos y rivales por igual- y finalmente convocar a un foro regional para desarrollar una nueva hoja de ruta política con un apoyo más amplio. Hoy, Iraq es una fuente de inestabilidad en la región, no sólo debido a la violencia y al extremismo que se está gestando en sus fronteras, sino debido a que la incertidumbre sobre el resultado en Iraq amenaza los intereses vitales de sus vecinos. Es sólo incluyendo a los vecinos de Iraq en la determinación de su futuro que Estados Unidos pueden cambiar su postura hacia Iraq para aislar y debilitar a la resistencia. Estados Unidos necesita la ayuda de la región para empujar a Iraq en la dirección correcta, y para lograrlo debe abordar a sus vecinos.

Vali Nasr es profesor en la Escuela Naval de Posgrado y está asociado al Consejo de Relaciones Exteriores. Es autor de ‘The Shia Revival: How Conflicts within Islam will Shape the Future'.

21 de noviembre de 2006
©washington post
©traducción mQh
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