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música de las esferas


[Charles Krauthammer] Una misión a la Luna vale la pena.
Puede que usted no lo haya notado, pero rompimos otro récord espacial norteamericano el mes pasado cuando el astronauta Michael López-Alegría registró 67 horas de paseo espacial. Si lo considera usted como el equivalente del récord de Guiness de rebotar en zancos (37 kilómetros en 12 horas y 27 minutos) -impresionante pero sin sentido-, lo entiendo. No hay nada tan bello como una estación espacial y el transbordador que la utiliza, y al mismo tiempo nada tan inútil.
Ahora, eso se puede decir de muchas cosas: sobre apearse de un balancín, sobre un soneto de Shakespeare, sobre un problema de ajedrez de Nabokov. Pero ninguna es financiada por los contribuyentes, y nadie reivindica su utilidad. Algunas tienen razones estéticas, y quizás de diversión.
No se puede justificar un presupuesto para la NASA de 17 billones de dólares, o de 6 billones de dólares para una exploración tripulada con argumentos semejantes. Tiene que haber algo más, y el transbordador nunca lo tuvo. Será recordado como uno de los desvíos más elegantes y más espurios en la historia de la tecnología. Fue nuestro Spruce Goose, el gigantesco avión de ocho motores de Howard Hughes, que sólo despegó una vez.
Pero el Spruce Goose no costó cuatro billones de dólares de los contribuyentes, que es la razón de por qué el inminente retiro del transbordador es tan bienvenido. Incluso más bienvenida fue la decisión del gobierno de Bush de redirigir todo el proyecto de la exploración espacial tripulada hacia la instalación de una base en la Luna.
Pero no hasta 2020, medio siglo después de que llegamos por primera vez a la Luna. Las futuras generaciones encontrarán difícil entender esta interrupción. Pero para dos grupos de críticos -la izquierda ludita y los puristas de la ciencia-, cincuenta años no es suficientemente largo. Ellos no construirían ninguna base en la Luna.
Los luditas se han opuesto siempre a la exploración tripulada por considerarla un mal uso de los recursos en momentos en que, dice el mantra, tenemos tantos problemas en la Tierra.
Creo que esta objeción es incomprensible. ¿Cuándo dejaremos de tener problemas en la Tierra? En un mundo lleno de interminables problemas, eso no nos impide destinar recursos a proyectos que encontramos bellos, excitantes o trascendentales -la ópera, el ski alpino, los largometrajes- y que, sin embargo, no resuelven ningún problema social.
Además, la base en la Luna no es un absurdo. Los transbordadores viajaban eternamente hacia ninguna parte circulando por la órbita terrestre. La Luna es un destino. Esta vez la idea no es ir allá a plantar una bandera, hacer un tiro de golf y marcharse, sino quedarnos y fundar una colonia humana extraterrestre real y auto-sostenida.
Cierto, Marte sería mejor. Mantiene abierta la posibilidad de la vida e incluso puede tener agua en su superficie. Pero lo mejor no es enemigo de lo bueno. Marte está simplemente demasiado lejos, es demasiado peligroso, demasiado difícil y demasiado caro. Pasarán cientos de años antes de que podamos ir allá.
Tampoco es verdad que no haya nada útil ni de interés en la Luna. Hay allá todo tipo de materiales que deben ser explotados, observaciones del cosmos que deben ser hechas y conocimientos que deben ser adquiridos sobre cómo vivir en una tierra tan alejada del planeta.
Hace un siglo la Antártica tampoco nos parecía gran cosa. Fuimos allá por primera vez llevados por el ánimo de la aventura, y luego del descubrimiento. Los resultados científicos concretos que ha entregado la Antártica (en relación con los cambios climáticos y la capa de ozono, por ejemplo) han sido igual de importantes que inesperados.
Una crítica más seria contra el retorno a la Luna proviene no de los luditas sino de los puristas. Ellos quieren ciencia, y tienen razón en que la exploración con robots es un modo más barato de hacerlo. Los conocimientos científicos obtenidos por los vehículos no tripulados, tales como los pasados y futuros sondeos de la superficie de hielo de Europa y los lagos de hidrocarbono de Titán, son en realidad impresionantes. Y en términos monetarios, la exploración tripulada nos reporta menos ciencia que los robots.
Pero, sin embargo, vuelven con nuevos hallazgos. Los humanos podemos descubrir cosas por medio de la intuición y reconocimiento de regularidades que las máquinas que piensan en algoritmos no pueden hacer. Imagine las posibilidades científicas que tendríamos si hoy estuviésemos patrullando Marte en lugar de los carritos de golf brillantemente programados que ahora recorren su superficie.
Y además está la gloria. Si usted encuentra algún valor, alguna elevación del espíritu en una bella prueba matemática, en un elegante giro de ballet, en cualquiera de las miríadas de esfuerzos humanos que no tienen utilidad pero que son de una impresionante belleza, entonces usted debería sentir algo cuando nuestra pequeña especie logre establecer nueva vida en un vacío que ha sido desde la eternidad la provincia exclusiva de los dioses. Si no siente nada, usted -y no se lo tome personalmente- no tiene oídos para la música de nuestra época.

letters@charleskrauthammer.com

7 de marzo de 2007
2 de marzo de 2007
©washington post
©traducción mQh
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