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rescribiendo la historia


[Charles Krauthammer] Tenet parece creer que sufrimos de amnesia.
George Tenet ha dejado un legado contradictorio. Por un lado, presidió dos de los más grandes fiascos de la inteligencia de esta época -el 11 de septiembre de 2001 y el debacle de las armas de destrucción masiva de Iraq. Por otro, la CIA dirigida por él forjó y llevó a cabo brillantemente un plan asombrosamente osado para derrocar a los talibanes en Afganistán. Tenet podría haberlo dejado ahí. Se pudo haber marchado a casa con su Medalla Presidencial de la Libertad y dejar que lo juzgara la historia.
En lugar de eso, decidió hacer parte del juicio él mismo. En su libro recién publicado, y mientras lo venteaba en la televisión, Tenet se presentó a sí mismo como una patética víctima y chivo expiatorio de un gobierno que estaba empecinado en ir a la guerra, pasara lo que pasara.
Tenet escribe como si pensara que nadie recuerda nada. Por ejemplo: "Que yo sepa, nunca hubo un debate serio al interior del gobierno sobre la inminencia de la amenaza iraquí".
¿Cree que nadie recuerda al presidente Bush rechazando explícitamente el argumento de la inminencia en su discurso sobre el Estado de la Unión de 2003, ante una audiencia imposiblemente más grande: el mundo? Dijo entonces el presidente: "Algunos han dicho que no debemos actuar si la amenaza no es inminente", y él no era uno de ellos. En el mundo de después del 11 de septiembre no podíamos esperar que los tiranos y terroristas anunciaran caballerosamente sus intenciones. En realidad, en otra parte en el libro, Tenet reconoce ese mismo argumento: "Nunca fue una amenaza inminente, conocida; era más bien la reluctancia a correr el riesgo de alguna sorpresa".
Tenet también avanza una acusación que considera irrefutable y sensacional, de que el gobierno, dirigido por el vicepresidente Cheney, se había empecinado con Iraq incluso antes del 11 de septiembre. De hecho, dice, Cheney pidió un informe sobre Iraq a la CIA, para el presidente, incluso antes de prestar juramento.
¿Es esto raro? ¿Es algo novedoso? Durante toda la década después de la invasión de Kuwait en 1990, Iraq era la amenaza más importante en la región y estaba por eso en el centro de la política exterior norteamericana. Las resoluciones de la ONU, los debates en el congreso y las discusiones sobre política exterior se concentraban sobre la cuestión de Iraq y sus muchas complicaciones después de la Guerra del Golfo: las armas de destrucción masiva, los regímenes de inspección, las violaciones a la tregua, la zona de exclusión aérea, el progresivo debilitamiento de las sanciones.
Iraq fue tal una obsesión para el gobierno de Clinton, que Bill Clinton finalmente ordenó un ataque aéreo con misiles contra sus instalaciones de armas de destrucción masiva que duró cuatro días. Eso fue menos de dos años antes de que Bush ganara la presidencia. ¿Es raro que el gobierno de después de Clinton compartiera su enorme preocupación sobre Iraq y sus armas?
Tenet no es el único en asumir una amnesia generalizada sobre el pasado reciente. Uno de los principales mitos (o más exactamente, teorías paranoicas) sobre la guerra de Iraq -que fue endilgada a un país incauto por una pequeña banda de neo-conservadores- también vive felizmente apartada de la historia.
La decisión de ir a la guerra fue tomada por un gabinete de guerra compuesto por George Bush, Dick Cheney, Condoleezza Rice, Colin Powell y Donald Rumsfeld. Nadie en esa habitación podría ser ni remotamente considerado un neo-conservador. Tampoco el más importante partidario no-norteamericano de la guerra: Tony Blair, el padre del nuevo laborismo.
El argumento más importante a favor de la guerra lo hizo John Cain en la convención republicana de 2004, en un discurso que fue resueltamente ‘realista'. En el lado demócrata, todos los candidatos presidenciales de hoy que estaban en el senado cuando se presentó la moción para autorizar el uso de la fuerza -Hillary Clinton, John Edwards, Joe Biden y Chris Dodd- votaron a favor.
Fuera del gobierno, el argumento a favor de la guerra lo defendió no solamente la neo-conservadora Weekly Standard, sino también -para elegir a alguien al azar- la revista conservadora tradicional National Review, la liberal New Republic y la revista de centro-derecha Economist. Por supuesto, la mayoría de los neo-conservadores apoyaron la guerra, en cuya defensa también se encontraban periodistas y académicos de todos los sectores del espectro político -desde el izquierdista Christopher Hitchens hasta el liberal Tom Friedman y Fareed Zakaria, del centro, y Michael Kelly y el conservador Andrew Sullivan. Y el libro más influyente a favor de la guerra fue escrito no por un conservador, y mucho menos un neo-conservador, sino por Kenneth Pollack, el más importante personero para el Cercano Oriente de Clinton en el Consejo de Seguridad Nacional. Su título: ‘The Threatening Storm: The Case for Invading Iraq'.
Todo el mundo tiene derecho a renunciar a opiniones del pasado. Pero no a rescribir ese pasado. Es un descaro pensar que uno puede reinventar la historia antigua y no pagar por ello, pero lo es todavía más cuando se trata de cosas que vio todo el mundo con sus propios ojos hace apenas unos años. Y, sin embargo, a veces el descaro paga.

letters@charleskrauthammer.com

4 de mayo de 2007
©washington post
©traducción mQh
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