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defendiendo los ideales laicos


[Anthony Shadid] De Turquía. Manifestantes se reúnen para rechazar creciente influencia islámica en el gobierno.
Canakkale, Turquía. Era la madrugada del sábado, y una luna llena todavía ascendente compartía el cielo con una pálida luz. Viejos y jóvenes, estudiantes y jubilados -juntos, defensores de las ocho décadas del resuelto laicismo de Turquía- ya habían llegado para el viaje. Había carteles y retratos del fundador del país, Mustafa Kemal Ataturk, pancartas con sus aforismos, chapas proclamando sus principios.
El mensaje era uno solo: "Turquía es un estado laico y seguirá siendo laico", decía uno de las pancartas.
Durante la mañana, cientos, quizás miles de personas llegaron desde Estambul y otras ciudades turcas, a la ciudad balneario de Canakkale, junto a Dardanelas, para una de una serie de manifestaciones que se vienen organizando más o menos todas las semanas para cerrar filas con el fervor de una fe, en defensa de su ideología laicista. El viaje era en parte un homenaje, en parte una peregrinación, y en parte una movilización, en momentos en que los contendientes de una creciente lucha por la identidad de Turquía tratan de trazar líneas en anticipación de las elecciones del 22 de julio, una de las convocatorias más importante del país en los últimos años.
Desde que se fundara en 1923, esta república de 74 millones de habitantes ha sido el país musulmán más declaradamente laico y moderno. Incluso hoy, al menos públicamente, ningún partido cuestiona los principios decretados por Ataturk tras la devastadora Primera Guerra Mundial -ni los laicos de todas las tendencias políticas, ni el partido religioso Justicia y Desarrollo del primer ministro Recep Tayyip Erdogan, que en 2002 conquistó la mayoría en el parlamento.
Más bien, el debate es a menudo propulsado por sospechas y temores, rumores sobre programas religiosos ocultos, quejas sobre la reflexiva intolerancia laica y preguntas que se reducen a "qué pasaría si", en otras palabras, ¿qué pasaría si el partido de Erdogan controlara completamente al estado cuyas instituciones -las fuerzas armadas, los tribunales y el servicio público- desconfían profundamente de sus intenciones?
"Lo que va a pasar está claro", dice Kivilcim Kilicarslan, 41, actriz de teatro, envuelta en la roja bandera turca.
Para Kilicarslan, la manifestación empezó en el autobús cuando se dirigía hacia Canakkale, sus ventanillas decoradas con seis retratos de Ataturk.
"¡Larga vida a la república de Ataturk!", gritó en el pasillo.
Los pasajeros se unieron a ella entonando canciones e himnos nacionalistas de los días de la fundación de Turquía. Alzó su puño al aire, y los otros aplaudieron. Una mujer entrada en años miró hacia la tranquila parte de atrás del autobús y sonrió. "He, jóvenes, ¿estáis durmiendo?", preguntó.
"Turquía despertó", les gritó Kilicarslan, "y el imam se desmayó".
Durante cinco horas, el bus cruzó bosques de pino y las onduladas colinas de Tracia antes de depositar a sus pasajeros en Eceabat, al otro lado de su destino en las Dardanelas. Fueron recibidos por una plétora de vendedores de resonante parafernalia: banderas con la tradicional medialuna, otras adornadas con Atartuk, y gorras prometiéndole lealtad: "Padre mío, seguimos tus pasos".
"Soy una hija de la república, y la república se encuentra en su peor momento", dijo Kilicarslan cuando se dirigía hacia el ferry.
Las etiquetas son notoriamente inconstantes en la política turca -una confusa colección de tendencias de derechas e izquierdas a veces indescifrables. Los detractores del partido de Erdogan critican a menudo a Estados Unidos y Europa en el mismo aliento. Ocasionalmente una vena de furioso nacionalismo recorre sus creencias: que las reformas económicas de Erdogan están vendiendo al país a intereses extranjeros, que las reformas políticas -permitir las transmisiones de radios en kurdo, por ejemplo- están envalentonando a las minorías del país y socavando la ideología de Atartuk.
Pero los gestos simbólicos -oraciones en lugares públicos y propuestas para penalizar el adulterio- importan. Especialmente irritante para Kilicarslan es la elección de presidente de Erdogan, Abdullah Gul, cuya candidatura fue cancelada este mes por la corte suprema turca. Sin embargo, lo que la pone desconfiada son menos sus políticas que la idea de que su esposa tradicionalista -usa pañuelo de cabeza- se convierta en primera dama.
"Quizás es simbólico, pero me asusta", dijo. "No estamos contra la religión, pero si el pañuelo de cabeza entra al palacio presidencial, entonces la república turca se habrá terminado. El laicismo se acabará". Sacudió su cabeza. "No queremos convertirnos en otra Arabia Saudí".
La contienda sobre la religión en la política en Turquía se arrastra desde hace una generación. El gobierno prohibió en 1998 a los predecesores del partido de Erdogan y nuevamente en 2001. Muchos atribuyen el surgimiento de esos partidos a la década de los ochenta, cuando dicen que el presidente turco Turgut Ozal, creó un ambiente más permisivo, admitiendo que las fundaciones y organizaciones benéficas musulmanas florecieran y facilitando el acceso musulmán a la radiodifusión. En particular, veía en un ‘islam moderado' -una combinación de normas capitalistas con mores y cultura religiosas- un modo de atracción más allá de las fronteras turcas, especialmente hacia los países de Asia Central que emergieron después del derrumbe de la Unión Soviética.
"Para nosotros, los musulmanes moderados no existen. Es simplemente una transición hacia el islamismo radical", insistió Bedri Baykam, crítico de los métodos de Ozal y activista de la Asociación Pensamiento de Ataturk, el grupo que organizó el convoy de buses y ayudó en la coordinación de la manifestación.
"La gente cree que el destino de nuestra caravana es Bruselas, París o Luxemburgo", dijo Baykam, un pintor de cincuenta años con una cabellera que rivaliza con la Beethoven, entretejida con mechones de canas, cuyas inspiraciones van desde la caligrafía otomana hasta iconos del pop como James Dean. "En realidad, esta caravana se dirige a toda velocidad hacia Irán y Arabia Saudí. A toda velocidad. En este momento, estamos luchando por nuestras libertades".
A mediodía, el ferry llevó a los manifestantes a Canakkale, cruzando las Dardanelas. Se encuentra cerca de la ciudad de Troya. También de Gallipoli, donde Ataturk puso los cimientos de su estatus casi mítico como héroe de la guerra al derrotar a los aliados en una batalla durante la Primera Guerra Mundial. La historia sigue siendo memorable. Cuando un soldado se quejó de que la falta de suministros y municiones estaba impidiendo continuar la lucha, se dice que Ataturk respondió: "No le estoy ordenando que pelee. Le estoy ordenando que muera". Lo hicieron decenas de miles.
"Tayyip, mírenos", entonan los pasajeros, dirigiéndose al primer ministro. "Corra mientras pueda".
"Cuando consideras a Irán, constatas que ellos también tenían un estilo de vida moderno -en cultura y en todo lo demás. Repentinamente, eso cambió", dijo en el ferry Tugrul Ergin, 27, estudiante. "Si no nos aferramos a los principios de Ataturk, correremos la misma suerte".
Ergin y los otros se unieron a la manifestación, ya en pleno desarrollo. La calle estaba inundada de banderas turcas; otras colgaban de los balcones, como si estuvieran marcando la ruta del desfile. Himnos marciales evocaban la época de Ataturk y la guerra que condujo a la fundación de Turquía. "Me hirieron en Canakkale", decía una. Se guardó un minuto de silencio por los soldados que murieron en la guerra, que fue respetado por todos, excepto unos niños que lloraban. Pancartas escritas a mano apelaban al partido gobernante de Erdogan. "Se consecuente en palabras y acción", advertía una.
"Nunca aceptaremos que esté ayudando a los que tratan de dividir a nuestro país", declaró un orador.
"Estamos aquí para gritar: ‘¡Tenemos suficiente!'"
Siguió el himno nacional. Sus primeras palabras son: "No teman". Pero el temor era quizás el sentimiento que definía este día.
"Esta es la primera vez que he hecho algo así en mi vida, pero hay un momento en que tenemos que unirnos contra los religiosos", dijo Ugur Kahan, 21, estudiante de medicina en Edirne, que llevaba una bandera turca.
Como otros, invocaba los ejemples de Irán y Arabia Saudí. Acusó al partido gobernante de explotar los sentimientos religiosos de los analfabetos: "Esto no es una mentira. Un tercio de la gente de este país son analfabetos". En un sentimiento oído a menudo, esperaba que los militares -como han hecho cuatro veces desde 1960- intervendrían si el partido gobernante ganaba las elecciones del verano.
"A veces es como una cirugía", dijo. "Tienes que causar dolor al paciente para poder curarlo. Espero que las cosas no lleguen tan lejos, pero si tengo que elegir entre vivir en un país gobernando por los musulmanes y un país gobernado por los militares, elegiría este último".
Por la tarde, los manifestantes -según las apariencias acomodados, vestidos elegantemente y aparentemente urbanos, apenas un pañuelo a la vista- empezaron a desperdigarse. Cuando se marchaban, los vendedores voceaban lo que les quedaba de banderas, revoloteando en la brisa de las Dardanelas. En el bordillo estaba sentada Fatma Durmaz, 27, técnica informática que se había subido al bus en Estambul al amanecer. Una perezosa sonrisa cruzó su cara.
"Es bueno estar con gente que piensa lo mismo que tú, tiene los mismos sentimientos y el mismo entusiasmo", dijo.
Durmaz está preocupada por el futuro. "La ley islámica", dijo, "y que eso lo cambie todo, de punta a cabo".
"Pero no permitiremos que ocurra", agregó. "No les dejaremos hacer lo que quieren".

15 de mayo de 2007
6 de mayo de 2007
©washington post
©traducción mQh
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