la vida en el infierno de bagdad
[Terry McCarthy] La reconciliación política tomará años.
Abu Taha, un hombre corpulento y risueño, padre de dos niños, vive a un par de cuadras de nuestra casa en Bagdad. Yo llegué aquí a cubrir la guerra para ABC News en julio pasado, y uno de los pocos placeres que he encontrado es sentarme con él en el tejado de su casa, donde cría palomas en una serie de palomares. En la tarde, cuando el sol arroja una luz anaranjada sobre los edificios, las suelta, y ellas vuelan describiendo amplias espirales sobre el vecindario, haciendo círculos sobre la cúpula de una mezquita, eludiendo las hélices de los helicópteros Black Hawk que se dirigen hacia la Zona Verde, planeando sobre el río Tigris antes de volver al puñado de semillas con que las seduce. Sólo aquí, dice Taha, se siente tranquilo, alejando a su mente de las explosiones, balaceras y ataques de proyectiles que sacuden Bagdad. Sus pájaros vuelan libres sobre las mortíferas calles de esta ciudad, sin los obstáculos de los puestos de control, de los embotellamientos del tráfico, de los jóvenes indignados con armas y explosivos. En estos días, sólo los pájaros pueden ir adónde quieren en Bagdad.
Hace dos semanas y media, dos de mis amigos, Alaa Uldeen Aziz, un camarógrafo, y Saif Laith Yousuf, su sonidista, se dirigían a casa después de salir de nuestras oficinas. Fueron detenidos por dos coches llenos de hombres armados a apenas cien metros de la casa de Alaa, sacados a empujones y secuestrados. Más tarde descubrimos que los habían asesinado. No sabemos si los mataron porque trabajaban para una red estadounidense, por su religión o simplemente porque estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. De cualquier modo, fueron víctimas inocentes de la violencia que está terminando con la humanidad de esta ciudad: un padre de dos niñas que todavía no entienden por qué papá no vuelve a casa, y un hombre cuya novia lo llamaba al celular cada hora para comprobar que estaba bien.
Estábamos con las dos familias, un viernes en la tarde, en una zona segura fuera de su vecindario, ofreciendo las condolencias que podíamos. Yo tenía que dar las excusas; ni yo ni ninguno de mis colegas podríamos ir a los funerales, porque su vecindario simplemente es demasiado peligroso para nosotros. Las dos familias lo entendieron y dijeron que pensaban decirnos que no nos apareciéramos por allá por el mismo motivo. No se habló del hecho de que en muchas partes de Bagdad, que te visite un extranjero en tu casa pone en peligro a todos sus habitantes.
La madre de Alaa había querido que su última morada estuviese junto a la de su padre en un cementerio en Bagdad central. Sus primos tuvieron que disuadirla: La zona está cercada por francotiradores, y ahora es demasiado peligroso entrar a ese cementerio. Ella se lamentó por la crueldad de una ciudad que no le permite sepultar a su hijo.
En Bagdad hay peligro en todas partes. La vida aquí es una continua serie de análisis de riesgos. Desde el momento en que la gente se despierta, tienen que controlar si es seguro o no salir de casa. ¿Se oyen más tiros que lo normal? ¿Se ha visto a desconocidos recorriendo el vecindario? ¿Hay algo nuevo de lo que deba uno precaverse?
Cualquier cosa fuera de lo común es motivo de temor. Un amigo que vive al sudoeste de Bagdad dice que hace poco un hombre estacionó un coche en la calle principal frente a su edificio de apartamentos y se echó a correr. Pero lo vio un carnicero, que llamó a una patrulla norteamericana. Las tropas acordonaron la zona y desactivaron lo que resultó ser una enorme bomba en el interior del coche sospechoso. El valiente carnicero corría riesgo de todos modos: Su tienda podría haber volado por los aires, y ahora corre el riesgo de recibir un balazo de los insurgentes, en represalia por haber informado a los norteamericanos.
La siguiente decisión de la mañana es: ¿Es seguro enviar a los niños a la escuela? ¿Han estallado bombas recientemente en la ruta hacia la escuela? ¿Se ven seguras las calles? ¿Hay nuevas octavillas que los insurgentes hayan pegado a las paredes del barrio durante la noche? La mayoría de los padres con los que hablo, dejan a sus hijos dos o tres días de la semana en casa, como precaución.
Luego tienes que pensar en ti mismo. ¿Es seguro cruzar la ciudad para ir al trabajo? ¿No sería mejor tomar el taxi de algún chofer de confianza? Esto implica un cálculo asombrosamente complejo. Los taxis son más caros, pero las colas de la gasolina para los coches particulares son largas, y las gasolineras son frecuentemente atacadas por los terroristas. En los puestos de control, la policía tiende a revisar los autos particulares más a menudo que los taxis. Pero los taxistas sunníes no entran a zonas chiíes, ni los chiíes a zonas sunníes. A veces cruzar la ciudad implica tomar dos taxis para cruzar las fronteras sectarias que han surgido en todas partes -sin marcadores, pero que todo el mundo conoce porque son asunto de vida o muerte para todos los que usan las calles.
La tercera posibilidad es viajar en autobús, sea en los pequeños Kias (minibuses coreanos) o en los Tatas más grandes (autobuses indios). Los dos tipos de vehículo han sido atacados por terroristas suicidas; en estos días, un ayudante del conductor revisa a todos los hombres antes de que aborden, para asegurarse de que no ocultan ningún explosivo debajo de la chaqueta.
Habiendo evaluado todo eso, el bagdadí promedio ya estará listo para salir de su casa y empezar un nuevo día, en una ciudad que se ha convertido en un infierno en la Tierra. En Bagdad, como en el ‘Infierno' de Dante, pasas de un círculo a otro, cada uno peor que el anterior. Un amigo que vive en una barriada chií al este de Ciudad Sáder estaba hablando con un hombre que había perdido hace poco a un hijo en un atentado. "Me da vergüenza hablar sobre ello", dijo el afligido padre. "¿Por qué?",preguntó mi amigo, tratando de consolarlo, pensando que su amigo pensaba que la muerte de su hijo era de algún modo su culpa. La réplica lo hizo guardar silencio. "Porque mi vecino perdió a todos sus hijos en un atentado con coche bomba".
Aquí los coches bomba puntúan la vida con una persistente malevolencia. Se han hecho más frecuentes desde que las tropas norteamericanas empezaran la campaña de seguridad hace tres meses. Suficientemente ruidosas como para ser oídas en gran parte de la ciudad, lanzan al aire rápidamente una característica columna de humo negro, que proviene de la vaporización instantánea de las llantas en el calor de la explosión.
Los terroristas llevan el terror a tareas tan rutinarias como salir de compras. Los mercados fueron un blanco favorito de los terroristas suicidas hasta que los norteamericanos empezaron a detener todos los vehículos que se dirigieran a los mercados durante horarios de apertura al público. Ahora los rebeldes envían a terroristas suicidas a pie. De los hombres que conozco, pocos permiten que sus mujeres hagan las compras en los grandes mercados.
Bagdad tampoco puede reconfortarse con la oración. Los rebeldes sunníes han estado colocando bombas en santuarios chiíes, y los milicianos chiíes se han vengado atacando a los sunníes cuando estos salen de las mezquitas. A medida que la religión ha sido secuestrada por los extremistas, la oración pública de los moderados se ha convertido en una indulgencia imposible; ahora, las mezquitas e iglesias están por lo general vacías.
La constante amenaza de violencia ha cambiado la cara de la ciudad. Conducir en Bagdad ahora es como navegar por el laberinto de un videojuego; para disuadir a los terroristas, murallas de tres metros y medio en forma de T invertida, más convenientes para cárceles de alta seguridad, se elevan junto a las calles y en los exteriores de muchos edificios. Desde la ventanilla de un coche en movimiento, todo lo que se puede ver es una continua raya de concreto gris. Las ocasionales aperturas en las murallas tienen vallas protectoras, clavos antillantas y hombres armados agachados detrás de sacos de arena, a menudo con pasamontañas negros y gafas de sol para no ser identificados. Estos guardias usan espejos de asa larga para mirar debajo de los coches, para detectar bombas; tienen perros adiestrados para olfatear explosivos, incluso máquinas de rayos equis del tamaño de un camión que pueden mostrar el contenido de los vehículos que pasan. Sin embargo, los terroristas siguen eludiendo los controles. La forma de T invertida de las murallas tiene por objeto canalizar la explosión de las bombas hacia arriba, reduciendo así los daños a la zona circundante.
En la calle de Saadoun en el centro de Bagdad, se reunió hace poco un grupo de artistas para componer escenas de la antigua Babilonia en algunas de esas murallas: las glorias de hace cuatro mil años pintadas sobre los fracasos de hoy. Ni el maquillaje más espeso puede ocultar el temor. En la parte norte de la ciudad, las tropas norteamericanas empezaron a construir un muralla de cinco kilómetros de largo en torno al barrio sunní de Adhamiyah para protegerlo de un barrio chií vecino. Mi amigo Ahmed, un dentista con una clínica cerca de Adhamiyah, cree que la muralla es una muy mala idea. "Hará las cosas peor, hará más permanentes las divisiones entre chiíes y sunníes", dice. "Esto no es lo que quiere la gente de Bagdad". Ahmed es mitad sunní, mitad chií, y las pesadas murallas del sectarismo lo están aplastando por los dos lados.
Cuando las palomas de Abu Taha revolotean en el cielo azul, me hacen evocar tiempos mejores en esta gran ciudad -un cruce para árabes, turcos y persas, la vieja capital de los califas de Abbasid que produjo tesoros intelectuales y artísticos, así como atroces masacres y destrucción. Tal como ambiciosos estadounidenses y otros se hacen camino hacia Nueva York, también los más brillantes de Oriente Medio venían siempre a Bagdad. Pero hoy las aptitudes que se perfeccionan aquí son los coches bomba, los francotiradores, la tortura y las ejecuciones -no la música ni la literatura árabes.
Las palomas de Abu Taha encuentran siempre, de algún modo, el camino de regreso y Bagdad, de algún modo, también sobrevivirá este tenebroso período. Pero habrá perdido a mucha gente buena, incluyendo a Alaa y Saif. Muchos fantasmas rondarán por sus calles. La guerra llegó rápido a esta ciudad; la paz volverá lentamente, arrastrando sus terribles y culposos recuerdos de lo que se hicieron unos a otros con armas, bombas, cuchillos, taladros eléctricos. La reconciliación política tomará años. Limpiar el alma de Bagdad, generaciones.
Hace dos semanas y media, dos de mis amigos, Alaa Uldeen Aziz, un camarógrafo, y Saif Laith Yousuf, su sonidista, se dirigían a casa después de salir de nuestras oficinas. Fueron detenidos por dos coches llenos de hombres armados a apenas cien metros de la casa de Alaa, sacados a empujones y secuestrados. Más tarde descubrimos que los habían asesinado. No sabemos si los mataron porque trabajaban para una red estadounidense, por su religión o simplemente porque estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado. De cualquier modo, fueron víctimas inocentes de la violencia que está terminando con la humanidad de esta ciudad: un padre de dos niñas que todavía no entienden por qué papá no vuelve a casa, y un hombre cuya novia lo llamaba al celular cada hora para comprobar que estaba bien.
Estábamos con las dos familias, un viernes en la tarde, en una zona segura fuera de su vecindario, ofreciendo las condolencias que podíamos. Yo tenía que dar las excusas; ni yo ni ninguno de mis colegas podríamos ir a los funerales, porque su vecindario simplemente es demasiado peligroso para nosotros. Las dos familias lo entendieron y dijeron que pensaban decirnos que no nos apareciéramos por allá por el mismo motivo. No se habló del hecho de que en muchas partes de Bagdad, que te visite un extranjero en tu casa pone en peligro a todos sus habitantes.
La madre de Alaa había querido que su última morada estuviese junto a la de su padre en un cementerio en Bagdad central. Sus primos tuvieron que disuadirla: La zona está cercada por francotiradores, y ahora es demasiado peligroso entrar a ese cementerio. Ella se lamentó por la crueldad de una ciudad que no le permite sepultar a su hijo.
En Bagdad hay peligro en todas partes. La vida aquí es una continua serie de análisis de riesgos. Desde el momento en que la gente se despierta, tienen que controlar si es seguro o no salir de casa. ¿Se oyen más tiros que lo normal? ¿Se ha visto a desconocidos recorriendo el vecindario? ¿Hay algo nuevo de lo que deba uno precaverse?
Cualquier cosa fuera de lo común es motivo de temor. Un amigo que vive al sudoeste de Bagdad dice que hace poco un hombre estacionó un coche en la calle principal frente a su edificio de apartamentos y se echó a correr. Pero lo vio un carnicero, que llamó a una patrulla norteamericana. Las tropas acordonaron la zona y desactivaron lo que resultó ser una enorme bomba en el interior del coche sospechoso. El valiente carnicero corría riesgo de todos modos: Su tienda podría haber volado por los aires, y ahora corre el riesgo de recibir un balazo de los insurgentes, en represalia por haber informado a los norteamericanos.
La siguiente decisión de la mañana es: ¿Es seguro enviar a los niños a la escuela? ¿Han estallado bombas recientemente en la ruta hacia la escuela? ¿Se ven seguras las calles? ¿Hay nuevas octavillas que los insurgentes hayan pegado a las paredes del barrio durante la noche? La mayoría de los padres con los que hablo, dejan a sus hijos dos o tres días de la semana en casa, como precaución.
Luego tienes que pensar en ti mismo. ¿Es seguro cruzar la ciudad para ir al trabajo? ¿No sería mejor tomar el taxi de algún chofer de confianza? Esto implica un cálculo asombrosamente complejo. Los taxis son más caros, pero las colas de la gasolina para los coches particulares son largas, y las gasolineras son frecuentemente atacadas por los terroristas. En los puestos de control, la policía tiende a revisar los autos particulares más a menudo que los taxis. Pero los taxistas sunníes no entran a zonas chiíes, ni los chiíes a zonas sunníes. A veces cruzar la ciudad implica tomar dos taxis para cruzar las fronteras sectarias que han surgido en todas partes -sin marcadores, pero que todo el mundo conoce porque son asunto de vida o muerte para todos los que usan las calles.
La tercera posibilidad es viajar en autobús, sea en los pequeños Kias (minibuses coreanos) o en los Tatas más grandes (autobuses indios). Los dos tipos de vehículo han sido atacados por terroristas suicidas; en estos días, un ayudante del conductor revisa a todos los hombres antes de que aborden, para asegurarse de que no ocultan ningún explosivo debajo de la chaqueta.
Habiendo evaluado todo eso, el bagdadí promedio ya estará listo para salir de su casa y empezar un nuevo día, en una ciudad que se ha convertido en un infierno en la Tierra. En Bagdad, como en el ‘Infierno' de Dante, pasas de un círculo a otro, cada uno peor que el anterior. Un amigo que vive en una barriada chií al este de Ciudad Sáder estaba hablando con un hombre que había perdido hace poco a un hijo en un atentado. "Me da vergüenza hablar sobre ello", dijo el afligido padre. "¿Por qué?",preguntó mi amigo, tratando de consolarlo, pensando que su amigo pensaba que la muerte de su hijo era de algún modo su culpa. La réplica lo hizo guardar silencio. "Porque mi vecino perdió a todos sus hijos en un atentado con coche bomba".
Aquí los coches bomba puntúan la vida con una persistente malevolencia. Se han hecho más frecuentes desde que las tropas norteamericanas empezaran la campaña de seguridad hace tres meses. Suficientemente ruidosas como para ser oídas en gran parte de la ciudad, lanzan al aire rápidamente una característica columna de humo negro, que proviene de la vaporización instantánea de las llantas en el calor de la explosión.
Los terroristas llevan el terror a tareas tan rutinarias como salir de compras. Los mercados fueron un blanco favorito de los terroristas suicidas hasta que los norteamericanos empezaron a detener todos los vehículos que se dirigieran a los mercados durante horarios de apertura al público. Ahora los rebeldes envían a terroristas suicidas a pie. De los hombres que conozco, pocos permiten que sus mujeres hagan las compras en los grandes mercados.
Bagdad tampoco puede reconfortarse con la oración. Los rebeldes sunníes han estado colocando bombas en santuarios chiíes, y los milicianos chiíes se han vengado atacando a los sunníes cuando estos salen de las mezquitas. A medida que la religión ha sido secuestrada por los extremistas, la oración pública de los moderados se ha convertido en una indulgencia imposible; ahora, las mezquitas e iglesias están por lo general vacías.
La constante amenaza de violencia ha cambiado la cara de la ciudad. Conducir en Bagdad ahora es como navegar por el laberinto de un videojuego; para disuadir a los terroristas, murallas de tres metros y medio en forma de T invertida, más convenientes para cárceles de alta seguridad, se elevan junto a las calles y en los exteriores de muchos edificios. Desde la ventanilla de un coche en movimiento, todo lo que se puede ver es una continua raya de concreto gris. Las ocasionales aperturas en las murallas tienen vallas protectoras, clavos antillantas y hombres armados agachados detrás de sacos de arena, a menudo con pasamontañas negros y gafas de sol para no ser identificados. Estos guardias usan espejos de asa larga para mirar debajo de los coches, para detectar bombas; tienen perros adiestrados para olfatear explosivos, incluso máquinas de rayos equis del tamaño de un camión que pueden mostrar el contenido de los vehículos que pasan. Sin embargo, los terroristas siguen eludiendo los controles. La forma de T invertida de las murallas tiene por objeto canalizar la explosión de las bombas hacia arriba, reduciendo así los daños a la zona circundante.
En la calle de Saadoun en el centro de Bagdad, se reunió hace poco un grupo de artistas para componer escenas de la antigua Babilonia en algunas de esas murallas: las glorias de hace cuatro mil años pintadas sobre los fracasos de hoy. Ni el maquillaje más espeso puede ocultar el temor. En la parte norte de la ciudad, las tropas norteamericanas empezaron a construir un muralla de cinco kilómetros de largo en torno al barrio sunní de Adhamiyah para protegerlo de un barrio chií vecino. Mi amigo Ahmed, un dentista con una clínica cerca de Adhamiyah, cree que la muralla es una muy mala idea. "Hará las cosas peor, hará más permanentes las divisiones entre chiíes y sunníes", dice. "Esto no es lo que quiere la gente de Bagdad". Ahmed es mitad sunní, mitad chií, y las pesadas murallas del sectarismo lo están aplastando por los dos lados.
Cuando las palomas de Abu Taha revolotean en el cielo azul, me hacen evocar tiempos mejores en esta gran ciudad -un cruce para árabes, turcos y persas, la vieja capital de los califas de Abbasid que produjo tesoros intelectuales y artísticos, así como atroces masacres y destrucción. Tal como ambiciosos estadounidenses y otros se hacen camino hacia Nueva York, también los más brillantes de Oriente Medio venían siempre a Bagdad. Pero hoy las aptitudes que se perfeccionan aquí son los coches bomba, los francotiradores, la tortura y las ejecuciones -no la música ni la literatura árabes.
Las palomas de Abu Taha encuentran siempre, de algún modo, el camino de regreso y Bagdad, de algún modo, también sobrevivirá este tenebroso período. Pero habrá perdido a mucha gente buena, incluyendo a Alaa y Saif. Muchos fantasmas rondarán por sus calles. La guerra llegó rápido a esta ciudad; la paz volverá lentamente, arrastrando sus terribles y culposos recuerdos de lo que se hicieron unos a otros con armas, bombas, cuchillos, taladros eléctricos. La reconciliación política tomará años. Limpiar el alma de Bagdad, generaciones.
terrymccarthy1789@hotmail.com
11 de junio de 2007
3 de junio de 2007
©washington post
©traducción mQh
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