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el asesinato por honor


[Jonathan Finer] Albania se ataca a mortífera tradición.
Kurcaj, Albania. Sus rústicas casas de piedra están separadas por cien pasos en esta aldea en la montaña donde los hombres montan burros a la inglesa en laderas demasiado empinadas para los coches.
Las familias Shima y Allushi han vivido en relaciones de buena vecindad durante generaciones, compartiendo el alimento en las buenas y malas épocas, y ayudando a llevar los asuntos de Kurcaj. Ahora están en guerra.
Empezó hace dos años con una partida de billar entre un hombre del clan Allushi y un niño Shima. Cuando el niño se comportó rudamente, el hombre lo golpeó cruelmente con un taco. Entonces el padre del niño disparó lo que dijo que debía ser un balazo de advertencia. Perforó la ventana de un segundo piso de la casa de Allushi, matando a una niña de doce años.
Ese violento altercado, según contaron en entrevistas las dos familias, derivó en una violenta disputa, una milenaria costumbre albanesa que está causando la creciente preocupación del gobierno y de agencias sociales particulares. Más de ochocientas familias albanesas están enfrascadas en ciclos de asesinatos por honor, según la Comisión Nacional de Reconciliación, un grupo sin fines de lucro dedicado a interceder en ese tipo de conflictos.
"Fue un accidente, y hemos enviado emisarios a sus casas una y otra vez a pedir disculpas y pedirles que dejen de odiarnos", dijo Musa Shima, 77, el padre del asesino. "Pero no lo aceptan. Dicen que quieren ver sangre".
"Mataron a una niñita", dijo Shaqir Allushi, 48, padre de la niña. "La vengaremos".
La mortal enemistad, cuyos vengativos preceptos se remontan al antiguo código del ojo por ojo, ha sido practicado por comunidades tan diversas como los samurai del Japón feudal y los contrabandistas de las montañas Apalaches norteamericanas, donde los Hatfields y McCoys se hicieron la guerra en el siglo diecinueve. Miembros de la mafia en el sur de Italia todavía realizan asesinatos por honor que llaman vendettas, que ha resultado hace poco en Nápoles en sesenta homicidios en apenas dos meses.
Pero quizás en ninguna parte del mundo moderno son las peleas por honor tan generalizadas y perniciosas como en las tierras altas de Albania, el rincón más pobre del segundo país más pobre de Europa. Se originan a menudo en riñas insignificantes o en desaires, y pueden obligar a los acusados a recluirse en sus casas durante años.
El gobierno albanés, que está haciendo esfuerzos para ingresar a la Unión Europea y ha tomado medidas para revivir una economía moribunda, ha subestimado durante largo tiempo la severidad y alcance de los conflictos. Pero el año pasado asignó fondos por primera vez para incentivar la reconciliación y proporcionar maestros a niños cuyas familias en conflicto los mantienen encerrados en sus casas, por motivos de seguridad.
"El estado de derecho debe triunfar sobre el kanun", dijo en una entrevista el primer ministro de Albania, Sali Berisha, utilizando la palabra para código de honor. "No puedo decir que lo hayamos erradicado, pero hemos progresado".
Pero los que trabajan para poner fin a las peleas dicen que los cambios son demasiado lentos.
"Estas cosas no deberían ocurrir en una sociedad moderna, y esto mantiene retrasado al país", dijo Gjin Marku, que preside la Comisión Nacional Reconciliación, que forma a mediadores para resolver estas enemistades. En su escritorio hay una fotografía de Madre Teresa de Calcuta, la monja albanesa que dedicó su vida a los oprimidos. "Hay más conflictos de los que puedo llevar la cuenta".
Las normas que regulan los conflictos en Albania son transmitidos oralmente como parte de un código de honor conocido como kanun, que prescribe prácticas de todos los días. Aunque sus disposiciones más sexistas han sido en gran parte abandonadas -afirma, por ejemplo, que un marido debe recibir una bala como parte de la dote para castigar cualquier infidelidad futura de su esposa y describe a las mujeres como "sacos hechos para durar"-, las reglas relativas a la venganza siguen en vigor en el extenso campo albanés. El capítulo 125 se titula ‘La sangre se paga con sangre' y autoriza la venganza para cualquier tipo de homicidio.
Los gobernantes del país -desde los otomanos que reinaron aquí durante más de cuatro siglos, hasta el dictador comunista Enver Hoxha, que gobernó durante cuarenta años hasta su muerte en 1985- han tratado durante largo tiempo de erradicar el kanun para imponer sus propios sistemas jurídicos. Pero el kanun, que se precede al imperio otomano aquí, aunque no fue impreso sino a principio del siglo veinte, sobrevivió entre las sombras, resurgiendo vigorosamente con la caída del comunismo en 1992. Ahora se encuentran ediciones baratas del texto en quioscos de todo el país.
"Cuando no hay un orden respetable, el kanun ha llenado siempre el vacío", dice Ismet Elezi, 87, profesor de derecho en la Universidad de Tirana que ha estudiado el código durante más de cincuenta años. Dijo que la versión que emergió después de Hoxha es particularmente devastador para Albania porque permite la venganza contra cualquier miembro de la familia de un homicida, "incluso un bebé de cuna", de acuerdo a una versión común.
"Esta es una corrupción del kanun, cuya intención era poner fin a la violencia".
Elezi dijo que las venganzas modernas generalmente se desarrollan como sigue: Ocurre un asesinato, la familia de la víctima exige una retribución en sangre, por lo que los miembros de la familia del asesino se refugian en sus casas, que son consideradas inviolables según el kanun, durante al menos cuarenta días mientras piden perdón. Si este se otorga o si se cobra una vida en venganza, el conflicto termina. De otro modo, el período de aislamiento puede continuar indefinidamente.
En los últimos años, a medida que más albaneses de las tierras altas se han acercado a zonas más desarrolladas a la búsqueda de trabajo, las venganzas también han surgido en Tirana, la capital, y en otras ciudades. Una familia en esta situación, cuyos miembros pidieron que no se mencionara su apellido debido a que están viviendo en la clandestinidad desde 2002, viven en el último piso de un deteriorado complejo de apartamentos en la zona sur del centro de Tirana.
Peter, 47, tiene dos hijos: Justin, 19, y Altin, 16, dos chicos flacos que son mucho más pálidos que un albanés promedio. Desde que un tío matara a un vecino en una pelea sobre unos cables de corriente hace cinco años, los tres se han recluido en casa, dijeron, saliendo sólo de vez en cuando en abortados intentos de marcharse a Grecia. No se acercan a la única ventana de su apartamento de dos cuartos por temor a recibir un balazo.
"Es como estar en la cárcel, o peor, porque no hicimos nada", dijo Altin, que, incapaz de asistir a la escuela, está aprendiendo italiano por un curso en la televisión e inglés en un libro de texto que le compró su madre, el único sostén de la familia. Las viejas reglas sobre los conflictos protegen a las mujeres, aunque la familia teme que sus rivales no respeten ese tabú.
Peter ha tratado durante largo tiempo de sacar a su familia del país. Guarda una carpeta naranja con copias de las cartas escritas en los últimos años a grupos de ayuda y a instituciones albanesas y extranjeras, junto con recibos que muestran que la correspondencia fue recibida. "Estamos en peligro, y la familia de la víctima nos ha amenazado", dice un telegrama del 19 de junio de 2003 dirigido a la embajada norteamericana en Tirana. "Por favor ayúdeme a salvar a la familia y dénos la posibilidad de marcharnos fuera". Dijo que ninguna de sus cartas había recibido respuesta.
Para remediar situaciones semejantes, Marku, el presidente de la comisión de reconciliación, ha empezado a recorrer el campo con un equipo de voluntarios y funcionarios de gobierno en un intento de actuar como intermediarios. Puede ser un asunto peligroso. En Shkoder, una ciudad al norte del país considerada a capital de las regiones donde se aplica el kanun, en 2004 asesinaron a un renombrado mediador en un caso de venganza.
"No existen palabras para describir cómo se sienten los niños aislados y cómo perjudica eso su desarrollo", dijo Mexhat Poja, 58, funcionario de educación del gobierno en Shkoder, una ciudad de unos cien mil habitantes.
Con ayuda de la UNICEF y un subsidio de cien mil dólares del gobierno albanés, Poja y otros han entregado libros de texto y formado a treinta y dos maestros para enseñar a más de sesenta niños en la ciudad que no pueden salir de casa debido a las venganzas. El año pasado, organizó una exposición de arte hecho por los niños. Entre las piezas exhibidas había una pintura de un pájaro enjaulado y otra de un niño rompiendo un rifle sobre sus rodillas. Pero algunas disputas son simplemente irreconciliables, entorpeciendo la capacidad de supervivencia de las familias pobres.
Agim Loci, guardaespaldas de un hombre de negocios de Tirana, también trabaja como mediador en conflictos de honor en su comarca natal cerca de la animada ciudad de Fushe Kruje, al este de Tirana. Una de las familias con las que trabaja, dijo, ha perdido en los últimos años a diecisiete miembros en una serie de asesinatos por honor.
"Nos reunimos con los dos lados y tratamos de convencerles de que es mejor perdonar y seguir adelante con sus vidas", dijo. "Luego tratamos de que firmen un acuerdo y lo filmamos en video, simplemente para estar seguros".
Un día hace poco Loci visitó a la familia Nicola en el villorrio de Halil, al nordeste de Tirana. En diciembre pasado, Fitim Nicola, 25, fue matado a balazos en la calle después de una riña de tráfico. Su asesino fue sentenciado a veintitrés años de cárcel, pena que le redujeron más tarde a trece años.
Nicola, que era el único hombre en casa que podía trabajar, acostumbraba a vender limas en un camión. Ahora el camión fue vendido y su hermano Skander, 37, que tiene problemas cardiacos, está en el paro.
"No me importa si tratan de detenerme o no. No me importa si me arrestan", dijo Skander Nicola, con la voz temblorosa y los ojos llorosos sentado en el sofá de la salita de su casa. "Voy a matar a uno de ellos y quedaremos iguales".

24 de agosto de 2007
22 de agosto de 2007
©washington post
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