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economía del hambre


Una brutal convergencia de acontecimientos ha golpeado a un mercado global no preparado, y el precio de los granos anda por las nubes. Los que más sufren son los pobres del mundo.
[Anthony Faiola] La peor crisis alimentaria del planeta en toda una generación ha surgido como un punto luminoso en las grandes pantallas y en los monitores de las grandes bolsas de granos de Estados Unidos. Al principio, sólo parecía una racha de mal tiempo.
En Chicago, Minneapolis y Kansas City, los comerciantes observaron a principios del verano pasado un fuerte aumento de los precios del trigo en medio de mediocres cosechas en Estados Unidos y Europa y signos de una prolongada sequía en Australia. Pero en cuestión de semanas los corredores avistaron un ominoso efecto de bola de nieve, que terminaría derrocando al primer ministro de Haití, provocaría que en Mauritania más niños se fueran a la cama con hambre, e incluso llevaría a los gerentes norteamericanos del Sam’s Club a limitar la venta de arroz.
A medida que aumentaban los precios, importantes productores de granos, entre ellos Argentina y Ucrania, que hacían frente a la inflación causada en parte por las disparadas cuentas del petróleo, empezaron a tomar medidas y prohibieron la exportación de toda una serie de productos agrícolas para controlar los costes en casa. Eso significó menos oferta en los mercados mundiales, en momentos en que la demanda global entraba en una fase fundamentalmente nueva. Los precios del maíz venían subiendo desde hacía meses sobre las espaldas de los atractivos programas de etanol subvencionados por el gobierno. Los frijoles de soya estaban sufriendo las presiones de una demanda cada vez mayor en China. Pero cuando las ofertas en las tuberías de distribución del comercio global se hundieron, los precios del maíz, soya, trigo, avena, arroz y otros granos empezaron a dispararse.
Al mismo tiempo, el alimento se estaba convirtiendo en un metal precioso. Los inversionistas que escapaban de los problemas en Wall Street relacionados con el mercado hipotecario, transaron cientos de millones de dólares en futuros del grano, elevando los precios todavía más. Para Navidad, ya podíamos hablar de pánico global. Con pocos lugares donde recurrir, y tentados por un dólar más débil, los países empezaron a pujar por la cosecha de trigo en Estados Unidos.
Los compradores extranjeros, que normalmente compran la oferta de uno o dos meses de trigo de una vez, empezaron repentinamente a acumular. Pusieron órdenes en las bolsas de trigo de Estados Unidos dos a tres veces más grandes que lo habitual a medida que, en todo el mundo, empezábamos a presenciar disturbios por los alimentos. Esto provocó que importantes molinos nacionales norteamericanos se metieran también a la contienda con sus propias y voluminosas órdenes, por el temor a quedarse sin trigo.
"Japón, Filipinas, Corea del Sur, Taiwán..., llegaron todos con enormes órdenes, y pese al aumento de los precios, siguieron comprando", dijo Jeff Voge, presidente de la Bolsa de Comercio de Kansas City y también un corredor independiente. Los granos han subido tanto, dijo, que algunos corredores se han apartado de los negocios durante semanas, incapaces de controlar su estrés.
"Nunca vivimos nada parecido a esto", dijo Voge. "Los precios suben en un día más de lo que han subido durante años. Y no importa cuánto suban, siempre hay un comprador... Esto no es cualquier mercadería. Es alimento, y la gente necesita comer".

Más Allá del Hambre
La conmoción por el precio del alimento que está ahora enturbiando los mercados mundiales, está desestabilizando a los gobiernos, provocando disturbios callejeros y amenazando con provocar un nuevo período de hambre en los países más pobres del mundo.
Incluso está superando la crisis del grano soviético de 1972-1975, cuando el precio de los alimentos subió en un 78 por ciento en todo el planeta. En comparación, desde principios de 2005 a principios de 2008, los precios aumentaron en un ochenta por ciento, de acuerdo a la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. Gran parte del aumento está siendo absorbido por los intermediarios -distribuidores, procesadores, incluso gobiernos-, pero los consumidores del mundo todavía están sintiendo el pinchazo.
La convergencia de acontecimientos ha desequilibrado la oferta y demanda mundial de alimentos y se ha convertido en un riesgo civil. Después de que enfurecidas turbas ocuparan Port-au-Prince con violentas manifestaciones, el primer ministro de Haití, Jacques-Édouard Alexis, fue obligado a renunciar. Al menos catorce países han sido devastados por disturbios relacionados con los alimentos. En Malasia, el primer ministro Abdullah Ahmad Badawi está luchando por sobrevivir políticamente después de ser castigado por los votantes en marzo, furiosos por los precios de los alimentos. En Bangladesh, hace dos semanas más de viente mil operarios de fábrica que protestaban contra el precio de los alimentos montaron violentos disturbios en las calles, hiriendo al menos a cincuenta personas.
Para mitigar el descontento, países como Indonesia están escarbando más hondo en sus presupuestos para subsidiar los alimentos. El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas ha advertido sobre un alarmante aumento del hambre en zonas tan remotas como Corea del Norte y África Occidental. Se teme que la crisis hunda más profundamente en la miseria a más de cien millones de las personas más pobres del mundo, obligándoles a gastar más y más de sus ingresos para pagar la cuenta de los alimentos.
"Esta crisis podría provocar otras y convertirse en un problema multidimensional que afecte el crecimiento económico, el progreso social e incluso la estabilidad política en el mundo", dijo Ban Ki-moon, secretario general de Naciones Unidas.

Nueva Normalidad
Los precios de algunos cultivos -como el trigo- ya han empezado a descender de las alturas. A medida que los granjeros se apresuran a plantar más trigo ahora que las perspectivas de beneficios han aumentado tan fuertemente, los analistas predicen que en los próximos meses los precios podrían bajar en hasta un treinta por ciento.
Pero eso todavía dejaría a los precios anuales con un aumento del 45 por ciento. Pocos creen que los precios vuelvan a los niveles de 2006, sugiriendo que el mundo tendrá que aceptar una nueva realidad en la que el alimento es simplemente más caro.
La gente hace frente al problema de modos diferentes. Para los mil millones que viven con menos de un dólar al día, es un asunto de vida o muerte. En una choza de adobe a orillas del Sahara, Manthita Sou, una viuda de 43 años en Maghleg, un pueblo en el desierto de Mauritania, debe sobrevivir con precios del trigo que el año pasado aumentaron en un 67 por ciento en los mercados locales. Su solución: dejar de comer pan. En lugar de eso, ahora come alimentos más baratos, como el sorgo, un grano oscuro consumido ampliamente por la gente más pobre del mundo. Pero en los últimos doce meses, el precio del sorgo ha aumentado en un veinte por ciento. Vivir con los cincuenta centavos de dólar al día que gana tejiendo textiles para mantener a su familia de tres miembros, su respuesta ha sido eliminar el desayuno, beber té al almuerzo y contentarse para la cena con una pequeña ración de una papilla de sorgo. "No sé cuánto tiempo podremos sobrevivir así", dijo.
Los países que han aumentado su demanda de alimentos en los últimos años ahora se están enfrentando al costo de su propio éxito: el aumento de los precios. Aunque China ha tratado de calmar a su población anunciando reservas de grano de entre un treinta a cuarenta por ciento de su producción anual, una cifra que era antes un secreto de estado, la ansiedad está aumentando. En la sureña provincia de Guangdong, hay informes de acopio de granos; y en Hong Kong, los consumidores han dejado sin arroz las estanterías de las tiendas.
Liu Yinhua, un obrero jubilado que vive en la ciudad portuaria de Ningbo, en la coste este de China, dijo que su familia de tres miembros todavía come lo mismo, incluyendo costillas de cerdo, pescado y verduras. Pero ahora están comiendo menos de lo mismo.
"Ahora casi todo es caro, incluso las verduras corrientes", dijo Liu, 53. "El nivel de nuestra calidad de vida ha bajado".

En India el gobierno anuló hace poco todos los aranceles de importación sobre el aceite de cocina, y prohibió la exportación de arroz no-basmati. Como en otros lugares del mundo en desarrollo, en India el impacto lo sienten sobre todo los pobres de la ciudad que han huido del campo para vivir en las ajetreadas barriadas urbanas.
En un polvoriento y casi vacío mercado en un barrio de Nueva Delhi la semana pasada, el tendero Manjeet Singh, 52, dijo que la gente había empezado a hacer acopio de mercaderías por temor a que se acaben el arroz y el aceite.
"Si no tienes suficiente para llenar tu propio estómago, ¿para qué sirve el auge económico de las exportaciones?", dijo, indolente bajo el abrasante sol de la tarde. Dijo que sus clientes estaban pidiendo artículos más baratos, como aceite de cacahuete en lugar de aceite de soya.
Incluso los países ricos están siendo obligados a adaptarse a la nueva normalidad. En Japón, un país con una distintiva aversión cultural a los granos modificados genéticamente, y más baratos, los fabricantes están corriendo el riesgo de una imprevisible reacción pública por importarlos para ser utilizados en el procesamiento de alimentos por primera vez. La inflación en los quince países que utilizan el euro -que incluye a Francia, Alemania, España e Italia- llegó al 3.6 por ciento en marzo, la tasa más alta desde que se adoptara la moneda hace casi una década y muy por encima del objetivo del dos por ciento del Banco Central Europeo. Los responsables fueron los precios de los alimentos y del aceite.
En Estados Unidos, los expertos dicen que los consumidores se han pasado a alimentos de menor calidad y comprando más si eso significa mejores precios por unidad. Eso quiere decir que en los pasillos de importantes supermercados, dijo Phil Lempert, un analista del ramo, los bifes están cediendo espacio a la carne molida y la gente que acostumbraba comprar arándanos frescos ahora está comprando arándanos congelados. Algunos están tratando incluso de cultivar sus propias verduras.
"Nunca fue tan caro", dijo Pat Carroll, jubilado de Congress Heights. "No recuerdo haber pagado tres dólares por un pan de molde".

Mercados Mal Preparados
La principal causa del aumento de precios varía de cultivo a cultivo. Pero la crisis la ha provocado en parte una configuración sin precedentes de la cadena alimentaria.

Una importante razón de los precios más altos para el trigo, por ejemplo, es la sequía de varios años en Australia, algo que los científicos dicen que se puede convertir en permanente debido al calentamiento global. Pero los precios del trigo también están subiendo porque los productores norteamericanos han estado plantando menos trigo, o plantándolo en terrenos menos fértiles. Y esto ocurre en parte porque están plantando más maíz para aprovechar el auge del biocombustible.
Este año, al menos un quinto y quizás un cuarto de la producción de maíz de Estados Unidos será utilizada para abastecer a las plantas de etanol. Cuando el alimento y el combustible se fusionaban, fue una bendición para los granjeros norteamericanos después de años de precios estables. Pero también ha contribuido a provocar la crisis de los precios de los alimentos.
"Si no fuera por el etanol, hoy no estaríamos pagando esos precios", dice Bruce Babcock, profesor de economía y director del Centro para el Desarrollo Rural y Agrícola de la Universidad de Iowa. "Esto no quiere decir que sea el único motivo. Los precios serían ahora más altos que antes en esta década debido a que el abastecimiento de granos es ahora más ajustado. Pero hemos introducido una nueva demanda en el mercado".
De hecho, muchos economistas dicen que los precios de los alimentos deberían haber subido mucho antes.
Después de la caída del Muro de Berlín, el mundo pareció encogerse con los mercados que se abrieron rápidamente, el creciente comercio y mejores comunicaciones y tecnologías del transporte. Dadas las nuevas eficiencias del mercado y la amplia disponibilidad de alimentos relativamente baratos, la práctica antes habitual de hacer acopio de granos para protegerse contra el tipo de escaseces que está ahora presenciando el mundo parece cada vez más arcaica. Las reservas globales de granos se han hundido.
Sin embargo, había un gran problema. El comercio global de alimentos nunca fue la máquina bien ajustada que ha hecho que el precio de bienes manufacturados como ordenadores y televisores de pantalla planas sean cada vez más similares en el mundo. Con el alimento, importantes subsidios y otras barreras destinadas para proteger a los granjeros -especialmente en Europa, Estados Unidos y Japón- han distorsionado el precio de los alimentos en todo el planeta, dicen los economistas, impidiendo los ajustes de precios normales en el mercado a medida que sube la demanda global.
Si las fuerzas del mercado hubieran jugado un papel más importante en el comercio de los alimentos, dicen ahora algunos, el mundo habría tenido más tiempo para ajustarse más gradualmente al aumento de precios.
"El comercio internacional de alimentos no sufrió el mismo tipo de liberalización que otras ramas", dijo Richard Feltes, vicepresidente de MF Global, un corredor de futuros. "Ahora vemos que el planeta ha fracasado en su intento de crear un mercado integrado de alimentos".
En los últimos años ha habido una gran presión para liberalizar los mercados de alimentos a nivel mundial -parte de lo que se conoce como la ‘Ronda de Doha’ en las conversaciones sobre el comercio mundial-, pero ha surgido resistencia tanto en el mundo desarrollado como en el mundo en desarrollo. Quizás más que cualquier otro sector, los países tiene un deseo visceral de proteger a sus campesinos, y así su fuente de alimentos. La actual crisis de los alimentos está provocando que los dos lados se atrincheren.

Veamos, por ejemplo, el caso francés. La Unión Europea reparte unos 41 billones de dólares al año bajo la forma de subvenciones a la agricultura, con Francia con la cuota más importante de unos 8.2 billones de dólares.
El bloque de veintisiete países también se ha fijado como objetivo que los biocombustibles cubran para el 2020 el diez por ciento de las necesidades de combustible del transporte -para combatir el calentamiento global.
Los franceses, cuyos granjeros han empezado a depender de las generosas dádivas del gobierno, dicen que los subsidios agrícolas deben continuar e incluso ser aumentados para estimular una mayor producción de alimentos, especialmente para hacer frente a la escasez.
La semana pasada, el ministro francés de Agricultura, Michel Barnier, advirtió a funcionarios de la Unión Europea "no confiar demasiado en el mercado libre".
"No debemos dejar que la alimentación de la gente, que es un tema vital", dijo, "a merced de las leyes del mercado y de la especulación internacional".

Dan Morgan, Steven Mufson y Jane Black en Washington y Ariana Eunjung Cha en Pekín, Emily Wax en Nueva Delhi y John Ward Anderson en París contribuyeron a este reportaje.

1 de mayo de 2008
27 de abril de 2008
©washington post
cc traducción mQh
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