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rubias de nueva york


[Jill Gerston] Se requiere mucho dinero y disciplina para ser rubia en Nueva York.
Mary Castellano, una transplantada de Miami cuyos cabellos de color de caramelo cae sobre sus hombros, no se ha hecho nunca sus propios reflejos. Pero el año pasado, la idea se le pasó por la mente cuando Castellano, 26, se dio cuenta de lo prohibitivamente caro que se había convertido teñir sus bellos cabellos.
"No puedes trabajar en moda en esta ciudad y no verte bien", explicó Castellano, que es una ejecutiva de contabilidad de Ogan Dallal Associates, una firma de relaciones públicas de Manhattan que asesora a clientes de la industria de la moda. "La gente te controla, y si tienes raíces negras y el pelo frito, no les importará que tu bolso sea un Bottega.
"Cuando llegué aquí después de la universidad", agregó, "no sabía que junto con el alquiler, el teléfono y los servicios, tendría que gastar tanto dinero en el pelo".
Durante un tiempo visitó una serie de salones en el East Side y gastó unos 500 dólares al mes por reflejos y retoques de su largo y grueso pelo. Pero, confesó Castellano, que vive en un pequeño apartamento de un cuarto en Lower Manhattan y caza las gangas en Scoop, no en Chanel, "era demasiado". Finalmente, a través de la amiga de una amiga, encontró un salón de barrio que le cobra 275 dólares, una suma que calificó de "razonable, tratándose de Nueva York".
Aunque es una dura labor para una joven trabajadora, la señorita Castellano es una Rubia de Nueva York.
Esta fina y elegante criatura puede ser vista normalmente en su hábitat natural en el Upper East Side cuando pasa a dejar a sus hijos a la Escuela Episcopal, examina sábanas de hilo bordadas de Pratesi y bebe en La Goulue.
Algunos días se traslada hacia el sur, de la calle 57 al SoHo, o al barrio del matadero o al único bastión chic de Times Square, el edificio Condé Nast. Si fuera un miembro especialmente liberal de este rebaño, podría vivir en Greenwich Village, o en el Upper West Side, pero esto es raro, aunque no tan raro como los que hacen sus nidos al otro lado del estanque de Brooklyn Heights o -uh- Park Slope.
La Rubia de Nueva York puede trabajar en una revista de modas, en una firma de relaciones públicas o en una galería de arte, lugares donde pasar una mañana retocándose las raíces no es considerado un motivo de despido. O puede ser una importante ejecutiva en Wall Street o en Madison Avenue, lugares donde el pelo rubio con reflejos es precisamente un accesorio de poder tan potente como un traje hecho a la medida o un reloj Audemars Piguet.
Puede haber hecho carrera simplemente saliendo de compras, colocándose faciales de oxígeno y siguiendo clases para escribir guiones. Pero sin ninguna duda tendrá debilidad por los diamantes talla cojín y el espresso macchiato en Sant Ambroeus en Madison Avenue.
Aunque el número de Rubias de Nueva York es comprensiblemente elusivo, dos veces al año se congregan cientos de ellas en Bryant Park para una semana de presentaciones de moda. Allá, observan subrepticiamente a sus cuidadas compañeras, sopesando detalles como el impecable pelo corto castaño de Anna Wintour [editora de Vogue] resplandeciendo con los reflejos del color del perfume Shalimar. Si te lo perdiste en febrero, en septiembre tienes otra oportunidad.
En los círculos de la alta costura de Nueva York hay quizás un consenso de que la codiciada pinta es el elegante pelo rubio-platino de la difunta Carolyn Bessette Kennedy. "Ella es la icono, el pelo que hay que adorar", escribe Plum Sykes, una editora de Vogue, en la primera página de su desenfadado éxito de ventas, ‘Bergdorf Blondes’, un bombón literario tachonado de PAPs (Princesas de Park Avenue), ATMs (Novios Ricos), una sesión de estrategia para una muestra de Chanel y citas con el salón de belleza para reflejos rubios de 450 dólares.
Pero Kennedy no el único icono de la Rubia de Nueva York. Una breve lista incluiría también a Gwyneth Paltrow, Ivanka Trump, Diane Sawyer, la actriz Stephanie March, la modelo Karolina Kurkova, Candice Bergen, la conocidísima Kinsley Mortimer, la editora de Vogue, Meredith Melling Burke y la diseñadora Tory Burch, que tienen todas cabellos exquisitamente arreglados que personifican a las Rubias de Nueva York.

Rubias de Muchas Caras
No hay que confundir a las Rubias de Nueva York (con mayúscula) con las rubias de Nueva York (con minúsculas), una raza más ubicua que está demasiado ocupada yendo al trabajo, haciendo las compras, logrando que le reparen el fregadero y mirando ‘Anatomía de Grey’ para preocuparse de si sus reflejos se han vuelto de color latón o si sus raíces negras se verán en las fotos en el NewYorkSocialDiary.com, una bitácora que hace la crónica de la alta sociedad. Las rubias de Nueva York se tiñen el pelo en el lavamanos del cuarto de baño o se colocan reflejos en un salón de belleza que no sirve cappuccino ni te pasa cuentas que son sólo ligeramente más modestas que un billete de avión a París.
Tampoco deben ser confundidas, las Rubias de Nueva York, con sus contrapartes notoriamente más decoloradas de la Costa Oeste. Sus cabellos claros brillan como un faro en un ambiente de granito, tizne y cielos grises y reducidos vestidos negros.
"El pelo rubio contrasta tanto con el ambiente de la ciudad en Nueva York", dice Leatrice Eiseman, una especialista en color que es directora del Pantone Color Institute, una organización que sigue las tendencias del color. "No tienes esa yuxtaposición en un clima de sol y arena".
Si piensas en el mundo como una versión de mayor escala que tu cafetería de la secundaria, las Rubias de Nueva York son las ‘chicas buenas’ y las Rubias de Hollywood, las ‘malas’.
"Las Rubias de Nueva York tiene sex appeal, pero de un tipo con más clase", dice Robert Verdi, un estilista de famosos que es anfitrión del canal de televisión por cable ‘Fashion Police’. "Las rubias de Hollywood son más obvias, más va-va-va-vum. No hacen ningún esfuerzo por verse naturales".
O, como lo dijo Sykes: "Es la diferencia entre Scarlett Johansson y Carolyn Bessette. En Nueva York, la pinta es rubia y elegante sin busto, y en Los Angeles es rubia y con pechos y bomba sexual. Aquí el elemento sexual es considerado un poco hortera".

El Precio Que Pagan
El pedigrí de la Rubia de Nueva York se remonta al menos a 40 años, a los días en que un pequeño grupo de celebridades bien vestidas y bien peinadas como C.Z. Guest y Nan Kempner eran las decanas reinantes de la moda. Esas mujeres se pasarían por algún delicado salón del East Side para cardarse el pelo (el equivalente de los años sesenta del alisado con secadora) antes del almuerzo en abrevaderos ahora cerrados como La Caravelle y La Côte Basque. En sus chandales, guantes y zapatillas de piel de caimán, eran en su época las que fijaban la moda, y sus peinados perfectos y lacados tenían a menudo sombras de colores como la ceniza o el platino.
Hoy, ya casi no es escucha la palabra platino asociada con el cabello. Pero la obsesión de la Rubia de Nueva York con el pelo es más intensa que nunca. Aunque el corte puede ser un sencillo estilo clásico -nada de capas desordenadas hechas con navajas, nada de horteras imitaciones de Mischa Barton-, el pelo mismo debe verse como lo hubiera hecho Botticelli si hubiese trabajado en un elegante salón de belleza de Manhattan y cobrara 300 dólares por los reflejos. Se entrelazan delicados lazos de lino con mechas de color vainilla y hebras doradas colocadas estratégicamente sobre una base de color de miel para crear unos cabellos sedosos y brillantes, mejor que naturales, que envían los silenciosos mensajes de ‘caro’, ‘clase alta’, y, sobre todo, ‘altos costes de mantención’.
"Creedme, se necesita un montón de dinero y de trabajo para que el pelo parezca tan sencillamente bello", dice Kathleen Flynn-Hui, una coloreadora en el Salon AKS en la Quinta Avenida y autora de ‘Beyond the Blonde’, una chismosa novela alegórica ambientada en un salón de Madison Avenue. En su opinión, el pelo de la Rubia de Nueva York es su mejor accesorio. "Se ve caro y definitivamente hace que la gente se vuelva a mirarte", dice.
En los salones elegantes de Manhattan, los reflejos empiezan generalmente en 200 dólares y pueden subir hasta la estratosfera por sobre los 500 dólares, sin propina, dependiendo de factores como el largo de los cabellos, su color (aclarar un rubio sucio es menos caro que teñir un castaño), los procesos requeridos y el prestigio de la peluquera. En contraste, de acuerdo con un estudio publicado en American Salon, una revista del género, en 2004 el promedio nacional que pagaron las mujeres estadounidenses para reflejos normales estuvo entre 61 y 71 dólares.
A veces la Rubia de Nueva York hace que su peluquero se ocupe de sus cabellos en la privacidad de su casa, un servicio que puede doblar o triplicar los costes de una visita al salón de belleza. También puede pedir una aplicación de emergencia de Clairol cuando visita lugares remotos como Apsen o Roma.
"Ser una Rubia de Nueva York es parte de un modo de vida", dice Rita Hazan, la peluquera que es propietaria de Rita Hazan Salon en la Calle 65 Este y cuyo libro de reservas está lleno de nombres de clientes de las dos cosas, incluyendo a Jennifer López y Jessica Simpson.
"Mis clientes me hacen viajar a sus casas cuando quieren hacer sus colores", agregó Hazan, que pide 500 dólares y más por los reflejos. "Me llaman y me dicen: ‘Rita, estoy en Canadá’ o ‘Estoy en Italia’, o ‘Estoy en Utah. ¿Puedes venir?’ Empaco mis cosas y vuelo con el próximo avión" -primera clase y alojamiento de lujo.

Esclava En Su Salón
El precio de ser una Rubia de Nueva York también se mide en tiempo.
"Creo que las que son realmente elegantes vienen al salón cada dos semanas, debido a que tus raíces empiezan a crecer apenas pones un pie fuera del salón", dice Sykes. "Las chicas que se ven bien vienen cada cuatro semanas, y las que no se ven tan bien, cada dos meses".
Pero incluso si la cita con el salón es cada seis semanas, el esfuerzo que se requiere para verse constantemente guapa puede ser agotador.
"Puede sonar divertido para las mujeres corrientes, pero se requiere una enorme disciplina y dedicación para acercarse a la perfección del modo en que lo hacen las Rubias de Nueva York", dice Natalia Ilyn, crítica cultural, haciéndose eco del título de su último libro, ‘Chasing the Perfect: Thoughts on Modernist Design in Our Time’ [Buscando la Perfección: Reflexiones sobre el Diseño Modernista en Nuestra Época]. Ilyn, que es también co-autora de ‘Blonde Like Me: The Roots of the Blonde Myth in Our Culture’ [Rubia Como Yo: Las Raíces del Mito de las Rubias en Nuestra Cultura], agregó: "Ir al salón es algo que haces de vez en vez y no es divertido. Es parte de una identidad que quieres mantener".
Incluso en una cisne como Tinsley Mortimer, cuyos preciosos y largos mechones rubios seducen las cámaras de los fotógrafos en las presentaciones de moda y funciones benéficas de etiqueta reconoció que era difícil mantener el codiciado y pálido ‘rubio de bebé’.
"Me gusta tener el pelo rubio claro, pero la mantención era realmente cara", dijo. "Ahora lo llevo un poco más oscuro, que es más fácil de cuidar".
Una Rubia de Nueva York consciente del color y que distinga entre un reflejo chardonnay y un reflejo champagne es muy melindrosa a la hora de definir exactamente la sombra que quiere. No es raro que entre a un salón con velones de seda del color del maíz o con una hijita con rizos color mantequilla y pida el mismo tinte.
Una alquimista que pueda proporcionar la sombra a la medida será recompensada con una cliente agradecida que no cambia de peluquera cada seis meses, una cliente, quizás, como Mona de Sayve, socia de la firma de decoración interior de su madre, Ann Downey Interiors, que ha sido cliente de Flynn-Hui durante 18 años. De Sayve siguió siendo cliente incluso durante los años que vivió en París.
"Ya traté con Alexandre y Carita", dijo de Sayve, mencionando a dos de los salones más chic de la ciudad, "y en ninguno lo pudieron hacer bien. En París simplemente no entienden los reflejos rubios. Son demasiado anticuados. Los dejo hacer los retoques -con la fórmula de Kathleen-, pero viajo a Nueva York a ver a Kathleen cada seis u ocho semanas".
Aunque de Sayve vive ahora en Palm Beach, viene a Manhattan todos los meses para que su pelo sea teñido por Flynn-Hui, que pide 275 dólares y más por hacer los reflejos.
A los ojos de muchas Rubias de Nueva York, este tipo de esfuerzo vale la pena.
"No sólo vale la pena. Es necesario", dice Toni Haber, una corredora de propiedades de Prudential Douglas Elliman cuyo uniforme de trabajo de todos los días es un traje de Armani y zapatos de Prada y cuyo pelo dorado es hecho por Jennifer Costa, del John Barrett Salon, en Bergdorf Goodman. "En mi carrera y entre la gente con la que hago negocios y hago vida social, verse chic es importante porque te miran las uñas, el pelo, los zapatos, tu anillo. También hace que te sientas mejor".
En una ciudad que vive de símbolos, hay otra razón por la que tantas mujeres están dispuestas a vivir cautivas de su peluquera: el deslumbrante pelo rubio, asociado con el oro, lo raro y la posición social, es un símbolo de poder. "La Rubia de Nueva York personifica un montón de valores de nuestra sociedad materialista", dice Ilyn, la crítica social y rubia natural, ex neoyorquina que vive cerca de Seattle. "Es más delgada, más rubia, más rica que el resto de nosotras, y tiene mejores zapatos. Su pelo estupendo es difícil de alcanzar. Crea en quien la mira una sensación de carencia, un mensaje que dice: ‘Tengo más que tú’. Eso es poder".
Quizás esa sensación de poder explica por qué, para las Rubias de Nueva York, la búsqueda de la perfección empieza tan pronto, como queda en evidencia por las Rapunzel adolescentes que están fijando citas para mejorar su pelo químicamente.
"Créelo o no, he tenido a niñas muy jóvenes aquí -de diez, once o doce años", dijo Costa, del John Barrett Salon. "Pero es poco común. Más a menudo son niñas en la secundaria".

¿Existe la Vida Más Allá De las Rubias?
Es rara la Rubia de Nueva York que cambie sus mechones.
"Una vez que has invertido el tiempo, dinero y esfuerzo en ser una guapa rubia", dice Steven Améndola, un peluquero del Kevin Mancuso Salon en Park Avenue, que calculó que el 75 por ciento de sus clientes eran rubias, "no vas a volver a ser una castaña. La castaña es la cliente menos habitual".
A Sykes, la autora de ‘Bergdorf Blondes’, hay que contarla entre las felices Blancanieves que no tienen intenciones de transformarse en Cenicientas.
"Si tienes el pelo realmente negro, y las cejas negras, como yo, la mantención es simplemente terrible", dice Sykes, una sílfide de 1 metro 55 con largos cabellos castaños. "Traté de ser algo más rubia, y no funciona para mí. Con mi complexión inglesa, me veía verde".
Sykes ha incluso abandonado a las Rubias de Bergdorf y se pasó al lado oscuro en su nueva novela ‘The Debutante Divorcée’, que será publicada el 18 de abril. Las castañas llenan las páginas. O, como lo dice la autora deliciosamente: "Mi protagonista tiene el pelo del color de los granos de café".
Quizás las castañas son las nuevas rubias.

2 de abril de 2006
©new york times
©traducción mQh
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1 comentario

rodrigo de jesus -

muy hermosas son impresindibles el aroma especial y la dulce fragancia, al verlas me enloquece.