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memoria y verdad en el salvador


Una roca de granito liso con casi treinta mil nombres en homenaje a los caídos o desaparecidos en la guerra civil de los años ochenta, y la lista sigue creciendo.
[Ken Ellingwood] San Salvador, El Salvador. Se yergue solemne en una sombreada esquina de un parque de la ciudad, un incongruente emblema del dolor entre la feliz algarabía de las familias de picnic y los niños que persiguen ajados balones de fútbol.
Un granito que es un eco del monumento en homenaje a los soldados caídos en Vietnam, el memorial de noventa metros de largo y color gris plomizo es una gigantesca lápida de la guerra civil que desgarró a El Salvador en los años ochenta.
Grabado con cerca de treinta mil nombres, el Monumento a la Memoria y la Verdad es un listado de los muertos y desaparecidos en el conflicto, que terminó en 1992. Está incompleto. Oficialmente, la guerra entre las guerrillas de izquierdas y el gobierno militar de extrema derecha se cobró la vida de 75 mil personas, con miles de desaparecidos más. No todos los nombres de las víctimas de la guerra eran conocidos cuando empezó el proyecto del monumento, así que la lista sigue aumentando.
El monumento, erigido hace cinco años por la alcaldía de izquierda de la ciudad, atrae a visitantes de todo el país que lloran a sus seres queridos que cayeron víctimas de la violencia política o que, en muchos casos, simplemente desaparecieron.
Un nombre inscrito en esta reluciente roca es a menudo lo más parecido a una sepultura que tienen muchas familias. Las pulcras hileras de nombres representan trozos de historia, fibras de recuerdos y angustia personal.
"Son historias", dijo Cipriana Rivera, 73, una mujer de piel cobriza con una falda de flores y un polo que buscaba el nombre de su marido, que desapareció en 1979 o 1980. "Esas son las historias que ocurrieron".
Su historia, como la de muchos de ese turbulento periodo, no tuvo un final real. Su marido, Tomás Candelaria, de algo más de cuarenta años, activo en una cooperativa campesina en la ciudad rebelde de Suchitoto, salió un día de casa y no volvió nunca más.
Rivera asume que fue asesinado, pero nunca confirmó su muerte. En la época se enteró de que en esa zona habían encontrado un cuerpo. El hombre no tenía los incisos, como su marido, y lucía una cicatriz sobre el ojo derecho, como su marido.
Pero Rivera nunca vio el cuerpo, que fue enterrado a toda prisa por el ejército. Podría haber sido su Tomás, dijo, dejando ver sus dientes revestidos de plata. O no.
Los nombres inscritos están ordenados por año y categoría: asesinado o desaparecido. El último año listado es 1992, cuando la guerra terminó con un acuerdo de paz que implicó el retorno del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FFMLN, a la vida política, junto con sus enemigos de la extrema derecha.
Una comisión de la verdad recomendó la construcción de un monumento para ayudar a la sociedad salvadoreña a curar sus heridas, pero la idea no llegó a ninguna parte hasta que una coalición de organizaciones de derechos humanos se encargó del proyecto.
Logró el apoyo de la alcaldía de San Salvador, por entonces en manos del FFMLN. El monumento de tres metros de alto fue descubierto en diciembre de 2003, con casi veintiséis mil nombres de hombres, mujeres y niños. En marzo se agregaron paneles con 3.169 nombres más.
"Es un lugar donde se pueden liberar los dolores del pasado", dice Carlos Henríquez Consalvi, que jugó un papel determinante en la creación del monumento. "Es también un lugar donde las nuevas generaciones pueden aprender la historia contemporánea de El Salvador y construir una cultura de paz".
Pero aquí el pasado es inevitablemente político, y muchos derechistas probablemente ven el monumento como teñido por los prejuicios. Por ejemplo, todas las muertes son descritas como "homicidios". El monumento describe los abusos y masacres de civiles cometidas por la derecha, pero no menciona los excesos de los rebeldes.
Su mayor punto de atracción es personal. El monumento es un lugar preferido durante la celebración anual del Día de los Muertos, cuando cientos de familias salvadoreñas recuerdan a sus seres queridos colocando flores y velas a los pies de la lisa muralla de piedra.
Durante los otros días, los visitantes llegan en grupos de dos o tres, deletreando las ordenadas hileras de nombres y pasando los dedos sobre las inscripciones. Esta mañana, Rivera llegó con su nieto de treinta, que dijo que su padre murió en una emboscada del ejército en 1985.
El joven, Tomás Arévalo, tenía entonces siete años. Dijo que conservaba tres fotografías de su difunto padre, pero el nombre grabado aquí -Tomás Francisco Arévalo- era igualmente un vínculo tangible.
Rivera se tendría que satisfacer con ver el nombre de su yerno. Su marido no está en la lista. No todavía.
El monumento todavía tiene espacio para más nombres.

ken.ellingwood@latimes.com

Alex Renderos contribuyó a este informe.

14 de agosto de 2008
28 de julio de 2008
©los angeles times
cc traducción mQh
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