verdugos en el cadalso
22 de septiembre de 2008
Hasta no hace mucho más de un mes, esas compañías, piezas claves del descontrol especulativo y posterior crac de Wall Street, ocupaban parte de su tiempo en evaluar distintos escenarios de una posible cesación de pagos de deuda argentina. Los informes de estos bancos aparecían hasta debajo de las piedras, con recomendaciones y pronósticos firmados en su mayoría por economistas y/o ex funcionarios argentinos. Hubo titulares de diarios locales que señalaban que Wall Street advertía sobre un posible nuevo default argentino en base a esos papers. Esos bancos habían logrado reemplazar en parte al desprestigiado FMI como voceros del establishment internacional sobre la política económica que debería implementar el país. Esos informes despiadados escondían muchas veces el objetivo de defender intereses de los acreedores. Sin embargo, ahora tienen cosas más importantes para explicarles a sus clientes.
Tras la caída al precipicio de Bear Stearns, Lehman y Merrill Lynch, quedaron Goldman Sachs y Morgan Stanley colgados de la cornisa. En la semana, las acciones de ambos se derrumbaron en la Bolsa de Nueva York a la mitad de su valor. Ese grupo era el más agresivo en el mercado financiero global, el menos regulado y el elegido por grandes inversores –incluso argentinos– para colocar sus capitales. Hoy penden de una intervención pública para no desaparecer y llevarse por delante el sistema financiero mundial. Esos mismos bancos fueron socios de la Argentina durante la convertibilidad y críticos implacables de 2002 en adelante.
Con escasa o prácticamente nula supervisión gubernamental, los bancos de inversión nacieron para sortear las reglamentaciones vigentes sobre aquellas entidades denominadas de ‘ahorro y préstamo’ (conocida como banca comercial, con la que opera el público cotidianamente). Esas entidades salieron a ocupar un lugar en el sistema financiero, en el medio de una situación de exceso de liquidez, captando ese enorme capital que no encontraba una oportunidad de negocios en el espectro conocido y diversificando el riesgo en nuevas emisiones, lo que tiempo después amplificó la crisis. En el explosivo crecimiento de la actividad inmobiliaria en los Estados Unidos ocuparon un rol protagónico como respaldo de las hipotecas de alto riesgo.
Escudados bajo esa posición de ‘innovación de la ingeniería financiera’, criticaron en varios informes a economías, como la argentina, menos expuestas a los vaivenes financieros de los mercados. Rubricados, incluso, por ex funcionarios argentinos que avalaron las peores recetas económicas de la historia del país. Los informes achacaban la necesidad de subirse al "tren de la modernidad". Desestimaban cualquier fortaleza que la economía real –superávit comercial, reservas internacionales o administración del tipo del cambio– pudiera otorgar a países emergentes, si éstos no lograban ser atractivos para la llegada de capitales especulativos. La explosión de la burbuja no tardó en llegar: lleva un año y se cobró una a una a esas firmas. La ola expansiva alcanzó a las hipotecarias Freddie Mae y Fannie Mac y a la aseguradora American International Group (AIG). Los países más perjudicados fueron aquellos más expuestos al ingreso de capitales desde el exterior, con déficit en sus cuentas corrientes. No es el caso argentino.
Pero en el mundo del revés hay lugar para todo. Los gurúes financieros no descansaron ni siquiera con el agua en cubierta y sólo se callaron al tocar fondo. El economista para América latina de Lehman Brothers, ex jefe de asesores de Domingo Cavallo, Guillermo Mondino, disparó munición pesada sobre la Argentina por la decisión de pagar la deuda al Club de París con las reservas del Banco Central. Se refirió al país como "un defaulteador serial, que siempre cree que puede salirse con la suya, que se escabullirá y violará sus compromisos". Una semana después ponía sus cosas, incluso los borradores de sus informes, en una caja y descolgaba los cuadros de su oficina en Nueva York para desalojar el edificio que compraría luego, por monedas, un banco inglés. La quiebra de Lehman se estima en cinco veces la cesación de pagos de Argentina en 2001. Como todo buen discípulo, tiene un maestro que no lo deja solo: el ex ministro Cavallo previó semanas atrás una corrida local contra el dólar que lo llevaría a 4,40 pesos. Por suerte, no maneja ningún banco.
Otros de los caídos o que están bajo la espada de Damocles también salieron a evaluar escenarios para la economía argentina. Morgan Stanley previó que la atmósfera de calma en Argentina duraría, como máximo, un año y medio, y que después reaparecerían los problemas de financiamiento. En tanto, los últimos papers de Goldman Sachs y Credit Swiss coinciden en que la inflación local impedirá emitir deuda y que esa combinación de suba de precios y ahogo financiero llevará "a una destrucción del crédito local". Es difícil no encontrar en las páginas de esos bancos algún informe pesimista sobre el futuro del país. Por lo pronto, las fichas de este dominó en que se convirtió la crisis ya se comieron a tres de los cinco.
Bear Stearns, el quinto mayor banco de Estados Unidos, fue el primero en sucumbir a los cimbronazos de la crisis subprime. La firma había logrado sobrevivir al crac de 1929 sin despedir un solo empleado y cuatro años después inauguraba su primera oficina en Chicago. Antes de su colapso, la compañía con base en Nueva York era una de las firmas globales de inversión más grandes del mundo. Su principal área de negocios era el mercado de capitales, servicios de clearing y consultoría. Desde que se desató la crisis, la compañía quedó seriamente dañada y sus acciones se desplomaron en marzo último un 45,8 por ciento, mientras que su capitalización cayó a 4100 millones de dólares. La FED le otorgó un préstamo de emergencia para evitar la quiebra, pero no lo logró. La firma debió ser vendida a JP Morgan en 236 millones de dólares, el equivalente a 2 dólares por acción.
El segundo gigante en caer fue Lehman Brothers. Con 158 años de vida, el 15 de septiembre pasado se le firmó el acta de defunción. La empresa también había logrado superar las dificultades de la Gran Depresión, pero acumuló enormes pérdidas por la tenencia de títulos respaldados por hipotecas. Lehman informó un pasivo por 2800 millones de dólares y tuvo que vender activos por 6000 millones. La firma perdió 73 por ciento de su valor en Bolsa y el 13 de septiembre pasado se convocó a una reunión para sanear la empresa. Finalmente, dos días después anunció la presentación de quiebra al no encontrarse comprador. El Barclays compró algunos activos de la firma. El último, hasta el momento, fue Merrill Lynch, que fue absorbido por el Bank of America en 50.000 millones de dólares en acciones.
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