horror en un campo de prisioneros
Stella Kim contribuyó a este reportaje. 24 de diciembre de 2008
"No tenía idea de quién era", dijo Shin, refiriéndose al presidente cuya fotografía se exhibe casi en todas partes en Corea del Norte.
Los prisioneros no tenían para qué conocer el rostro de su ‘Amado Presidente’, como se llama a Kim. Detrás de vallas electrificadas, criaban cerdos, curtían cueros, recogían leña y trabajaban en minas hasta que morían o eran ejecutados.
La excepción es Shin, que tiene veintiséis años y vive en una pequeña habitación que alquila aquí en Seúl. Es un hombre menudo, tímido, de mirada rápida y ojos cansinos, con cara de bebé y los brazos arqueados y musculosos debido a que lo obligaron a trabajar de niño. Tiene cicatrices de quemaduras en su espalda y el brazo izquierdo -las huellas de cuando fue torturado con fuego cuando tenía catorce-, porque no pudo explicar por qué su madre, que sería colgada después, había tratado de escapar. Le cortaron el dedo del corazón de su mano derecha en la primera articulación, como castigo por haber dejado caer accidentalmente una máquina de coser en la fábrica de ropa de su campo.
De acuerdo a las últimas estadísticas oficiales, en Corea del Sur viven 14.431 desertores norcoreanos. Shin es sólo uno de los que se sabe que escaparon hacia el sur desde un campo de prisioneros en el norte.
La historia de Shin no pudo ser verificada independientemente, pero ha sido estudiada y aceptada por importantes activistas de derechos humanos y miembros de organizaciones de desertores en Seúl. Se enteraron de la historia de Shin cuando este llegó a Corea del Sur en 2005, donde fue hospitalizado con trastorno de estrés post-traumático.
"Al principio, no quería creerle porque nunca escapó nadie vivo", dijo Kim Tae-jin, presidente de la Red Democrática contra el Gulag de Corea del Norte y desertor de Corea del Norte que pasó toda una década en otro campo de concentración allá. El Campo No. 15, donde estaba recluido Kim -a diferencia del campo No. 14 de Shin-, a veces liberaba a prisioneros políticos, como Kim, cuando se consideraba que los reclusos estaban "completamente revolucionados".
"Presencié la ejecución de numerosos prisioneros que habían intentado escapar", dijo Kim. "Nadie lo logró nunca, excepto Shin".
El gobierno de Estados Unidos y organizaciones de derechos humanos calculan que en los campos de concentración de Corea del Norte se encuentran retenidas entre ciento cincuenta a doscientos mil personas. Muchos de los campos pueden ser vistos en fotografías satelitales, pero Corea del Norte niega su existencia.
En las últimas semanas, Shin ha estado mirando viejas películas sobre la liberación de los aliados de los campos de concentración nazis, que incluían tomas de excavadoras desenterrando cuerpos que el derrotado Tercer Reich de Adolfo Hitler había tratado de ocultar.
"Kim Jong Il tendrá que pensar en esto. Es sólo una cuestión de tiempo", dijo Shin en una entrevista. "Espero que Estados Unidos, mediante presiones y persuasión, pueda convencer a Kim no matar a esa gente en los campos".
Shin es el autor de un libro excepcionalmente tenebroso: ‘Escape to the Outside World’.
Está ilustrado con sencillos bosquejos de la ejecución de su madre, la amputación de su dedo, su tortura por fuego. Hay fotografías en blanco y negro de sus cicatrices, así como dibujos y una foto satelital del Campo No. 14. Está ubicado en Kaechon, a unos 55 kilómetros al norte de Pyongyan, la capital de Corea del Norte.
El libro nació del diario de vida que escribió en el hospital de Seúl mientras se recuperaba de sus pesadillas y los ataques de pánico que son parte del proceso de recuperación.
Comienza con la historia de su nacimiento en el Campo No. 14 de padres cuya unión fue arreglada por los gendarmes del campo. Como recompensa por su excelente trabajo como mecánico, a su padre le dieron la mujer que sería la madre de Shin. Shin vivió con ella hasta sus doce años, cuando fue retirado y puesto a trabajar con otros niños.
En el libro, Shin describe el salvajismo "de todos los días, rutinario" del campo: la violación de su primo por los gendarmes y la muerte a golpes de una niña a la que le hallaron cinco granos de trigo no autorizado en los bolsillos. Una vez, cuenta, encontró tres granos de maíz en una pila de bosta de vaca. Los recogió, los limpió con la manga de su camisa y los comió. "Por miserable que parezca", escribe, "fue un día con suerte".
Ser el único prisionero que ha logrado escapar de los horrores de los campos de prisioneros de Corea del Norte hacia el sur capitalista no ha transformado a Shin en ninguna celebridad ni le ha brindado una vida. De su libro ‘Escape to the Outside World’ sólo se han vendido cerca de quinientos ejemplares de la edición (única hasta el momento) coreana de tres mil copias. No se ha publicado ninguna edición inglesa, dijo.
No ha podido encontrar empleo y no sabe si podrá pagar el alquiler de trescientos dólares al mes. Su estipendio como desertor, de ochocientos dólares al mes, que recibía del gobierno surcoreano desde su llegaba a Seúl hace dos años y medio, terminó en agosto.
Hacer dinero. Ahorrar dinero. Salir. Amar a otro ser humano. Estas son cosas extrañas para Shin, que ha tratado de entender y que no ha podido.
"Nunca oí la palabra ‘amor’ en el campo", dijo. "Quiero tener una novia, pero no sé cómo conseguir una. Hace dos meses me quedé sin dinero. De repente me di cuenta de que tengo que salir a ganarme la vida".
Shin también lucha por entender por qué coreanos ricos en el sur parecen tan poco interesados y hasta indiferentes ante el sufrimiento de decenas de miles de compatriotas coreanos que viven los tormentos de las prisiones del norte.
"No quiero criticar a este país, pero diría que del total de la población de Corea del Sur, sólo el 0,01 por ciento entiende realmente lo que está pasando en Corea del Norte", dijo Shin. "Hace algunas décadas, los surcoreanos tenían sus propios problemas de derechos humanos. Pero el rápido crecimiento y la prosperidad lo han hecho olvidar todo eso".
Shin puede exagerar la falta de interés en el sur por los derechos humanos en el norte, pero tiene razón.
Cuando el presidente surcoreano, Lee Myung-bak fue elegido el año pasado, sólo el tres por ciento de los votantes mencionaron a Corea del Norte como la primera preocupación. Estaban abrumadoramente interesados en el crecimiento económico y en mejores salarios.
Los surcoreanos quieren reunificarse con el norte, pero no de inmediato, según constatan los sondeos. Han visto los costes y el desorden de la unificación alemana. Temen un colapso político en el norte empobrecido y tienen miedo de que abordarlo pueda bajar sus condiciones de vida, de acuerdo a funcionarios de gobierno y analistas independientes.
Durante la mayor parte de la década pasada, la política de la sonrisa oficial de Corea del Sur con respecto al norte no ha dicho nada sobre los derechos humanos. Seúl le dio al gobierno de Kim generosas donaciones anuales de fertilizantes y he hecho importantes inversiones económicas -con apenas condiciones.
El gobierno de Lee, que asumió el poder en febrero, ha adoptado una posición más dura con respecto a Corea del Norte, pero una parte substancial de la opinión pública se nuestra reluctante a poner condiciones a la ayuda en temas como los campos de prisioneros, la esclavitud o la tortura.
Shin no quiere venganza. Se conforma con crear conciencia.
"Kim Jong Il es un gángster", dijo. "Si lo matamos, seremos simplemente como él".
En realidad, Shin quiere que los surcoreanos y el resto del mundo presten más atención a lo que le están haciendo a la gente que todavía viven en esos campos.
Con ese fin, cuenta su terrible historia a cualquiera que, en Corea del Sur, quiera oírlo, a organizaciones de derechos humanos en Japón y, a principios de año, en una gira por universidades en Estados Unidos.
Un inolvidable -casi insondable- capítulo de esa historia gira sobre la ejecución de su madre, que fue colgada en 1996, el mismo día que mataron a balazos al único hermano de Shin. Los dos asesinatos, escribe Shin en su libro, ocurrieron en el Campo No. 14, en una especie de plaza pública, un lugar donde había presenciado otras numerosas ejecuciones.
Antes de ser llevado a la plaza y obligado a mirarlos morir, dijo Shin, había pasado siete meses en una celda subterránea, donde los gendarmes lo torturaban para obligarlo a hablar sobre una supuesta "conspiración familiar" para escapar del campo.
Como su madre no le había dicho nada sobre un plan semejante, dijo Shin, le asombró muchísimo oír hablar de él. Sus torturadores también le sorprendieron contándole, por primera vez, por qué él y su familia se encontraban en el campo. Dos de los hermanos de su padre habían colaborado con Corea del Sur durante la Guerra de Corea, para luego desertar hacia el Sur, le dijeron los gendarmes. Su padre era culpable porque era hermano de traidores. Shin era culpable porque era el hijo de su padre.
En cuanto al plan de fuga de su madre y hermano, Shin no sabía nada. Sin embargo, los gendarmes querían una confesión.
Como cuenta en el libro, encendieron una fogata de carbón. A Shin le despojaron de sus ropas. Lo amarraron con cuerdas de brazos y piernas, que aseguraron al techo de la celda. Le dejaron colgando sobre el fuego. Cuando se retorcía para alejarse de las llamas, un gendarme le perforaba los intestinos con un gancho de acero para mantenerlo quieto. Se desmayó.
Shin se recuperó en una celda con la ayuda de un achacoso viejo que le daba la mitad de su ración de comida. Meses más tarde, cuando Shin salió de la celda subterránea y emergió en la plaza pública, su padre lo estaba esperando.
"Cuando vi ese lugar, pensé que mi padre y yo seríamos ejecutados", dijo Shin en la entrevista.
En lugar de eso, para su sorpresa, se convirtió en un espectador. Trajeron a su madre y hermano a la plaza.
Cuando vio que ahorcaban a su madre, dijo Shin, sintió alivio de que fuera ella, y no él.
"Pensé que ella merecía morir", dijo. "Tenía rabia por las torturas que tuve que soportar. Todavía estoy enojado con ella".
Shin escapó nueve años después. Estaba trabajando en la fábrica de ropa del campo con un viejo prisionero que había visto el mundo exterior y quería volver a verlo. Cuando el 2 de enero de 2005 recogían leña en un rincón montañoso del campo, los dos corrieron hacia la valla de alambre de púa electrificada. Su amigo se enganchó en ella y murió; Shin cruzó la valla pisando sobre su cuerpo.
"No pensé demasiado en mi pobre amigo y me sentía abrumado de alegría", escribe sobre sus primeros momentos al otro lado de la valla.
Entró a una casa cercana, donde robó algunas ropas y arroz. Vendió parte del arroz y logró llegar al norte, a la frontera con China. Allá, sobornó a los guardias con cigarrillos y corrió al otro lado del congelado río Tumen. Shin dice que todavía se sorprende de su escape.
"Creo que me ayudó Dios", dijo.
Aquí en Corea del Sur, a veces Shin va a la iglesia los domingos. "Voy a la iglesia, pero en realidad no entiendo las palabras ni los conceptos", dijo.
Para él, la idea de perdonar es particularmente difícil de entender. En el Campo No. 14, dijo, pedir perdón era "suplicar que no te castigaran".
Shin no logró encontrar a sus tíos en Corea del Sur. Los buscó durante un tiempo, y luego lo olvidó. Ya no tiene pesadillas y duerme profundamente. Sin embargo, lo acecha un nuevo tipo de miseria.
"Hace poco me di cuenta de que estoy solo", dijo.
En el campo de prisioneros, él y todos los demás ignoraban su cumpleaños. Pero ahora cuando se acerca la fecha de su cumpleaños, le duele.
"Me doy cuenta de que en realidad lo que necesito es una familia", dijo.
El cumpleaños de Shin fue el 19 de noviembre, y cuatro amigos le organizaron una fiesta sorpresa en un restaurante T.G.I. en Seúl. Fue su primera fiesta de cumpleaños.
"Me emocionó mucho", dijo.
11 de diciembre de 2008
©washington post
cc traducción mQh
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Victor -