auge y caída de un clérigo iraquí
17 de mayo de 2009
Minutos después, un Toyota beige irrumpió a toda velocidad para colocarse por delante de su BMW azul. Un Toyota blanco bloqueó la calle detrás de él. A los lados, de los otros dos coches bajaron ocho enmascarados vestidos de negro que dispararon una ráfaga al aire, y luego metieron a Hammoud y un amigo en los maleteros de los coches. Harían un viaje de cuatro horas.
Sus secuestradores llamaban ‘jeque’ al cerebro del secuestro, que orquestó una odisea que encerró a los hombres en media docena de escondites, algunos no más que una desmoronada jaula de barro de sesenta centímetros de alto. Tres semanas después, los hombres del jeque lo liberaron después de pagar un rescate de 180 mil dólares, reunidos en parte con la venta de una gasolinera en Thuluyah.
El incidente fue tan anónimo como olvidado. Hammoud y su amigo sobrevivieron, lo que es en sí mismo una proeza en el nadir de la carnicería iraquí, donde, a veces, los civiles de esta ciudad de viñedos y huertos junto a una curva del río Tigris eran decapitados con una pala. Pero la voz del cerebro se quedó grabada en la mente de Hammoud, y sus recuerdos llevaron a que soldados iraquíes y estadounidenses arrestaran a Nadhim Khalil, ex líder insurgente conocido entre sus seguidores como el ulema Nadhim, que se había convertido aquí en un aliado de los americanos.
Los rivales de Khalil recibieron con júbilo su detención. Sus colegas lo llaman azar. De cualquier modo, subraya la confusión de elusivas lealtades, lancinantes traiciones y venganzas no correspondidas a medida que las fuerzas armadas estadounidenses se retiran, sus antiguos aliados se dividen, el gobierno del primer ministro Nouri al-Maliki sigue incierto y todo el mundo pelea por el poder en las preliminares de las elecciones nacionales.
En breve, en Thuluyah no hay nadie a cargo. Se encargaba Khalil, hasta su detención.
"Increíble", dijo Khalil sobre los cargos por el secuestro de Hammoud y otro caso en que se lo acusa de ordenar la ejecución -con una bala en la nuca- de catorce trabajadores chiíes. Pero en una conferencia telefónica desde la cárcel a través de su hermano, prometió a sus opositores: "Volveré".
"Justicia", dice Hammoud, cuyos secuestradores le dieron un Corán verde como regalo de despedida cuando lo liberaron en el cementerio de la ciudad. "En mi opinión, es justicia".
Pero los rivales de Khalil lo describieron como una historia ejemplar en un Iraq veleidoso. "Estaba volando alto, pero finalmente cayó al suelo", dijo Abdullah al-Jabbouri, un brusco y pesimista líder tribal. "Esto es lo que ocurre siempre. ¿Cayó o no?"
Cambios de Lealtades
Khalil, 30, no era un insurgente común arrepentido. Su ciudad natal fue durante largo tiempo un bastión de Saddam Hussein, que cortejaba a sus habitantes sunníes -casi la cuarta parte de ellos trabajaba en el ejército, estado o en la inteligencia. "Viva Saddam", dicen las pintadas que todavía se leen en su entrada. En esos días, como clérigo musulmán, Khalil era una voz solitaria, denostando al gobierno de Hussein por carecer del sentido de justicia de los ancestros del islam, desde el púlpito de la mezquita más grande de Thuluyah, que había heredado de su padre.
Tras la caída de Hussein, tribus poderosas como los Jabbouri, Khazraji, Ubaidi y Bufarraj llenaron el vacío. Peor Khalil jugaría pronto su propio papel. Los estadounidenses convencieron a las autoridades tribales de que lo hicieran miembro del ayuntamiento, como representante de los clérigos de la ciudad. La luna de miel fue breve, y hacia el fin de año, las prédicas de Khalil contra la ocupación, que llamaba cáncer en sus sermones en la Mezquita del Califa, lo pusieron del lado de los insurgentes. Para agosto de 2006, se había unido a al Qaeda en Iraq, un movimiento nacional sunní que los oficiales estadounidenses dicen que es dirigido por extranjeros y que pronto llegó a controlar Thuluyah, imponiendo una visión de la ley islámica que prohibía fumar en la calle.
Incluso hoy Khalil es franco sobre su pasado. ‘Cuatro años en la vida de un insurgente’ era el título de un libro que quería publicar este año.
Pero para junio de 2007, juzgando que la resistencia era una causa perdida, se volvió contra al Qaeda en Iraq y empezó a trabajar con las fuerzas armadas estadounidenses con agentes de policía y hombres que habían desertado del movimiento rebelde para formar una milicia de ex combatientes con el respaldo de Estados Unidos. Khalil exhibe orgullosamente una fotografía de abril de 2007, cuando todavía se luchaba. Lo muestra llevando un rifle de francotirador y está junto a un radiante soldado norteamericano.
Hasta su detención, Khalil dominaba la ciudad. Cuenta con la lealtad de 650 hombres armados que todavía trabajan en la milicia, conocida como Hijos de Iraq, muchos de los cuales recorren las calles en buzo y sandalias de plástico. Presidía un concejo de diez líderes tribales formado por Maliki. Dijo que se reunía con militares estadounidenses cada dos semanas y se enorgullecía de haber conseguido cientos de trabajos en las fuerzas de seguridad. Un canal árabe ofreció un retrato de él; un diario iraquí lo llamó "el dictador de Thuluyah".
"Es un hombre bueno, fuerte, y ha servido al pueblo", dice Anas Khalil, estudiante de veinte años. "Aquí en Thuluyah todos quieren al ulema Nadhim".
Su vecino, Ibrahim Ahmed, interrumpe. "No todo el mundo", advirtió.
El mes pasado, un joven con el cabello engominado y de chaqueta larga entró a la mezquita de Khalil. Adosados al cuerpo, dijo Maher, el hermano de Khalil, llevaba dos lanzagranadas, tres proyectiles de mortero y más de veinte kilos de rodamientos y clavos.
"¡Es un terrorista!", gritaron unos fieles, según recuerdan sobrevivientes.
Casi enseguida, la cabeza del terrorista rebotó contra el cielo raso de la mezquita. En la explosión murieron cuatro fieles. Dieciséis quedaron heridos. Algunos recibieron la metralla en las piernas, cuando corrían hacia la puerta. Khalil todavía no llegaba, pero su hermano Yasser resultó herido en la pierna izquierda, la espalda y la mano derecha. Sus otros hermanos mostraron el ensangrentado Corán, diciendo que le había salvado la mano.
Acusaron a al Qaeda en Iraq del atentado, el segundo contra la mezquita de Khalil.
Diez días después, los enemigos de al Qaeda en Iraq -las fuerzas de seguridad iraquíes y las fuerzas armadas norteamericanas- llegaron a la casa de Khalil a las cinco y media de la mañana, mientras reparaba la mezquita con un grupo de trabajadores. Fueron amables, pero insistentes; él, Yasser -el herido- y otro hermano debían acompañarlos. Khalil pidió permiso para cambiarse el camisón dishdasha por uno limpio. Envió un recado a su otro hermano, Shaker. Que dijera a los milicianos que no hicieran problemas.
Lo llevaron a la vecina Balad, donde, dijo Khalil, un jubiloso grupo de miembros de las fuerzas de seguridad iraquíes empezaron a gritar a favor de Moqtada al-Sáder, un clérigo chií.
Sombra de la Política
En Thuluyah las lealtades son volubles y la desconfianza enraizada. El ambiente ha empeorado desde la detención de Khalil, cuya ausencia ha envalentonado a sus rivales y confundido a sus partidarios. Maliki dijo, muy claramente, que Khalil "será liberado". Pero como señaló Jabbouri, crítico de Khalil, el futuro podría ser más bien indefinido.
En la ciudad, vecinos que antes tenían demasiado miedo como para hablar, han empezado a ventilar su resentimiento con el pasado de Khalil. Algunos sugirieron que Osama bin Laden había regalado a Khalil el Nissan Armada aparcado en la entrada de su casa. Otros, incluso miembros de su propia tribu, lo responsabilizaron por la muerte de cientos de personas entre 2006 y 2007. A modo de explicación, dicen que era el quinto dirigente de al Qaeda en Iraq. Insisten en que sólo las carnicerías que provocó explican el poder que tiene.
Hammoud, la víctima de secuestro, no tiene ninguna duda sobre la identidad de su secuestrador.
"La voz del ulema Nadhim es la más distintiva de Thuluyah. No hay ninguna que se le parezca. Si lo hicieras hablar entre cien personas, lo reconocería sin problemas", dijo.
Para los partidarios de Khalil, su detención obedecía simplemente a motivos políticos, provocados por rivales sunníes que temen su anunciada candidatura a las elecciones parlamentarias de enero. Incluso Hammoud lo reconoció. El hermano de Hammoud es miembro del nuevo concejo provincial, y el nuevo gobernador pertenece al mismo partido.
"Tal como está la situación ahora en Iraq, todo el mundo quiere ganar, todo el mundo quiere prepararse para las próximas elecciones. Todos los partidos se están desafiando", dijo Shaalan Mohammed, amigo que Khalil.
Los hermanos de Khalil, Shaker y Maher, asintieron.
"Pero todavía tengo una pregunta", dijo Shaker. "¿Por qué se metieron los norteamericanos?"
Hace apenas unos meses, el teniente coronel David Doherty, portavoz de las fuerzas armadas estadounidenses en el norte de Iraq, elogió el papel de Khalil en la guerra contra la resistencia. "Ha ayudado a mantener la paz y la estabilidad en la región", dijo Doherty. "Y al mismo tiempo ha reconocido las necesidades de la gente".
Hammoud dijo que el alcalde de la ciudad le había advertido no presentar cargos contra Khalil porque el año pasado los militares norteamericanos habían declarado que Khalil era intocable.
En la entrevista desde la cárcel, Khalil todavía se llama a sí mismo "el hombre de Estados Unidos y uno de sus partidarios más importantes en la lucha contra al Qaeda y otros grupos armados".
Pero en estos días, los oficiales norteamericanos son menos generosos. Otro portavoz negó que los militares le hayan otorgado amnistía, como reclama Khalil. Los oficiales dicen ahora que él no tuvo ningún papel en Hijos de Iraq, pese a que los combatientes en Thuluyah sostienen que él todavía es su líder.
"Creemos que la detención del ulema Nadhim es un asunto que debe resolver el gobierno de Iraq y tenemos confianza en que será tratado con justicia y de acuerdo a las leyes iraquíes", dijo el mayor Derrick Cheng.
"Aquí los ciudadanos son tratados según la ley iraquí, y son tratados con justicia", agregó.
En el ayuntamiento, considerado durante mucho tiempo como corrupto e incompetente, algunos miembros que antes eran demasiado sumisos para hacer otra cosa que elogiar a Khalil, han asumido una nueva arrogancia. Jabbouri, abogado y ex general que fue uno de los pocos en hablar sobre Khalil, estaba sentado debajo de un lento ventilador como alguien del que se ha demostrado que tenía razón.
Interrogado sobre si se sentía contento con la detención de Khalil, se demoró más de lo normal en contestar.
"Definitivamente", dijo finalmente.
"Olvidó que los norteamericanos tendrían que marcharse algún día", dijo. "Es como la novia y su novio. Antes del matrimonio, él le promete mucho. Después del matrimonio, se olvida de todo. Los norteamericanos lo han abandonado".
Pero la gente se queda, dijo, "y hay algunos que exigen justicia". Sorbió de su té, que se enfriaba. "Es un clérigo. No debió haber abandonado la religión".
14 de mayo de 2009
©washington post
cc traducción mQh
1 comentario
ana maria -