ambivalencias sobre retirada de iraq
Los iraquíes se alegran del fin de la ocupación norteamericana, pero les preocupa lo que pueda pasar. Temen el estallido de una nueva guerra civil.
[Tim Arango] Abu Ghraib, Iraq. Hace unos días, Hussam Saad estaba en el puesto de verduras al otro lado de la autopista y de la prisión donde dice que trabaja.
"Todavía puedo recordar vigilando la cárcel en la noche, y oyendo las voces y los gritos de la gente que era torturada", dijo Saad, recordando la época en que los estadounidenses estaban a cargo de Abu Ghraib.
Incluso así, dice, ahora es peor.
"Sería mejor", dijo, "si los estadounidenses todavía estuvieran a cargo de la cárcel".
Es difícil verificar las afirmaciones de Saad; el gobierno niega que se maltrate a los reos, aunque el Departamento de Estado dice que los casos de tortura en el país han sido documentados por los propios inspectores del gobierno iraquí. Pero como un indicio de qué tipo de país está dejando atrás Estados Unidos, los comentarios de Saad son asombrosos.
Dado el legado del escándalo de las torturas en la cárcel, esto sería probablemente un lugar tan bueno como cualquier otro para que la inminente partida de las tropas estadounidenses fuera saludada con descarada felicidad.
La ambivalencia refleja todo lo que falta por hacer para volver a fundar este país fracturado -a lo largo de líneas étnicas- como una democracia operacional. Los intentos de incorporar a los sunníes en el gobierno chií han sido a lo menos caprichosos. Las leyes para repartir los valiosos dólares del petróleo entre grupos étnicos y feudos regionales siguen siendo orales. Y casi dos años después de una elección nacional, los bloques políticos del país encarnizadamente divididos no pueden ponerse de acuerdo sobre quién debería dirigir los ministerios de Defensa y del Interior.
La ciudad de Abu Ghraib era en el pasado más famosa por su yogur y quesos que por su cárcel. Durante el gobierno de Sadam Husein, fue una orgullosa área tribal sunní. Hoy, su gente tienen tanto miedo a la brigada local del ejército como a la resistencia.
En cuanto a los salientes americanos, cuyo escándalo dejó una imborrable mancha en la comunidad, los vecinos expresan la misma ambivalencia que se observa en todo Iraq: una combinación de alegría por el fin de ocho años de ocupación y temor por lo que pueda pasar. En el país, el anuncio el mes pasado de que las fuerzas estadounidenses se retirarían antes de fin de año no ha provocado tanto una amplia celebración -aunque algo hay de eso- como en general una silenciosa introspección.
"¿Es verdad, realmente se van a marchar?", se preguntó Ali Sattar, que es dueño de una tienda de artefactos eléctricos detrás de la cárcel, y se quejó del hostigamiento de las fuerzas de seguridad locales.
"¿Qué es lo que hará el ejército iraquí cuando se vayan los americanos?", dijo. "De eso tenemos miedo".
Incluso en casa del anciano sabio de la aldea, donde muchos de los hombres en los últimos años pasaron algún tiempo en centros de detención administrados por tropas estadounidenses aquí y en otros lugares, el inminente fin de la guerra norteamericana ha hecho brotar los mismos sentimientos ambiguos.
Uno de los hombres, Ahmed Ali Dawood, ha saludado el fin de la intervención militar norteamericana en Iraq, pero le preocupa que los iraquíes no puedan superar su propia rabia. Sus amigos y su familia, como en tantas otras comunidades, están divididos entre los que se unieron a la resistencia y los que acogieron a los norteamericanos. "Eso creó odio entre la gente", dijo. "No se puede decir que esas heridas hayan cicatrizado. Todavía no confían en el gobierno".
Dawood pasó tres meses en la cárcel de Abu Ghraib, cuando los americanos todavía la administraban en 2006, por cargos de terrorismo que dijo que eran falsos. "Me trataron como a un animal", dijo. Más tarde pasó "tres años, un mes y doce días" en el Campamento Bucca, una cárcel estadounidense en el sur de Iraq, antes de ser dejado en libertad.
Para Estados Unidos, el fin de su intervención militar es considerado como el cumplimiento de un compromiso que hizo el presidente Obama durante su campaña y la vuelta de página de un doloroso y caro capítulo de su historia más reciente -una que muchos estadounidenses ya han olvidado de todos modos.
Aquí es diferente. La invasión estadounidense y sus secuelas no son más que una capa de un trauma mucho más profundo que empezó hace décadas y estuvo marcado por el terror del Partido Baath y las fosas comunes que generó, la devastadora guerra con Irán y las sanciones internacionales de los años noventa después de la invasión de Kuwait. Todo esto todavía resuena. En una pared en la casa del anciano de la aldea cuelga un retrato enmarcado de un pariente en uniforme militar. Era un oficial del ejército iraquí que desapareció en 1985.
Esa historia hace que los iraquíes se muestren cautelosos sobre el futuro. El jeque Ali Hamad, otro de los hombres reunidos en la casa hace poco para discutir la salida de las tropas estadounidenses, quiere que las fuerzas se marchen, pero le indigna que Estados Unidos no deje atrás un estado más estable.
"Están dejando el país en manos de políticos que son como adolescentes", dijo. "Puede estallar una guerra religiosa. Este es un escándalo mucho más grande que el de Abu Ghraib, esto de dejar las cosas a medio terminar y con estos políticos".
En el puesto de verduras al otro lado de la cárcel, los niños se agolparon alrededor de los adultos, felices, extasiados incluso por la posibilidad de hablar con un extranjero y mostrar los libros de texto en inglés impresos en Londres. Un convoy de vehículos blindados estadounidenses había pasado hace poco por la autopista en dirección al occidente, hacia Jordania y Siria, en medio de otros vehículos, lo que es un signo de lo mucho que ha cambiado todo en el país.
Los niños, que sólo han conocido esta guerra, reían e imitaban el movimiento de apuntar con un rifle y los sonidos del fuego de una ametralladora cuando se les preguntó qué recordarían de los estadounidenses, y dijeron palabras como "caramelos" y "tanques". Luego se echaron a correr.
Saad, que estaba parado cerca del grupo, se identificó como un empleado de la cárcel durante once años -dijo que había empezado durante el gobierno de Sadam Husein. Hoy, dijo, los funcionarios de la cárcel seleccionan a la gente de Anbar y Mosul -es decir, sunníes- y los maltratan, una inversión de las circunstancias durante el gobierno dominado por los sunníes [de Sadam Husein].
Un funcionario a cargo de las cárceles en el Ministerio de Justicia, el general Hamed Hamadi al-Mousawi, dijo que en los centros de detención de Iraq "no se tortura, no se oprime y no hay sectarismos".
"Tratamos de satisfacer las necesidades de los reos en cuanto a alimentación, vestuario, ropa interior, médicos, agua, electricidad", dijo. "Tienen mejor electricidad que la gente fuera. Nunca la apagamos. Lo hacemos por muchas razones. Por ejemplo, para que no escapen".
[Yasir Ghazi contribuyó al reportaje desde Bagdad.]
11 de noviembre de 2011
3 de noviembre de 2011
©new york times
cc traducción c. lísperguer
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