Blogia
mQh

afganistán

jefe anticorrupción era traficante


Wasifi, jefe anticorrupción de Afganistán, estuvo preso en una cárcel norteamericana por tráfico de heroína.
Izzatullah Wasifi, el jefe anticorrupción de Afganistán, estuvo casi cuatro años preso en una cárcel del estado de Nevada, Estados Unidos, convicto por vender heroína a un agente encubierto, según reveló una revisión de expedientes criminales.
Wasifi, amigo de infancia del presidente Hamid Karzai, dirige una dependencia de 84 personas encargadas de erradicar la corrupción que es alimentada en parte por la heroína que produce el país.
La oficina de Karzai no dijo si este sabía de su detención en 1987, cuando lo nombró en el cargo hace dos meses.
Wasifi confirmó que había estado preso acusado de tráfico de drogas, pero dijo que la verdad difería de las actas judiciales.

9 de marzo de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
rss

afganistán, cinco años después


[Donald H. Rumsfeld] El ex ministro de Defensa opina que la situación en Afganistán es mejor que hace cinco años.
El 7 de octubre de 2001, el presidente Bush habló desde el Salón de Tratados de la Casa Blanca para anunciar el inicio de la Operación Libertad Perdurable, una misión con el objetivo de desbaratar y destruir la capacidad operativa de al-Qaeda en Afganistán y el régimen que había protegido y apoyado la red terrorista de Osama bin Laden.
Nadie dijo que sería una misión fácil. Afganistán era uno de los países más pobres del mundo, con pocas infraestructuras políticas o económicas. Casi tres décadas de guerra, sequía y la ocupación soviética por cientos de miles de soldados habían producido un país quebrado y sin ley.
Sin embargo, desde la otra mitad del mundo -y con apenas una semanas de aviso-, las fuerzas de la coalición fueron encargadas de proteger un país enclaustrado y montañoso que la historia había apodado el ‘cementerio' de las grandes potencias.
Dadas las circunstancias, no sorprende que expertos militares y columnistas esgriman el espectro de Vietnam y sus ‘atolladeros' -tanto antes como durante operaciones de combate. Citan el terreno inaccesible, el cruento clima y el resonante fracaso de la Unión Soviética.
Sin embargo, a semanas de lanzar nuestras operaciones de combate el régimen de los talibanes había sido derrotado, enviando otro régimen cruel al cubo de basura de la historia. Las fuerzas de la coalición ocuparon Kabul y desde entonces el pueblo afgano ha elaborado una nueva constitución y realizado la primera elección presidencial democrática de su larga historia.
Ahora, cinco años después del inicio de la Operación Libertad Perdurable, se ha agregado otro señalizador a la larga y difícil ruta de Afganistán hacia la estabilidad: El jueves la OTAN se ha encargado de las operaciones de seguridad en todo el país, así como de los 24 Equipos de Reconstrucción Provincial que están reforzando la infraestructura en todo el país.
Este momento no tiene precedentes en la alianza de la OTAN. En 2001, fuerzas de la OTAN fueron desplegadas por primera vez más allá de sus tradicionales fronteras europeas. Hoy, aparte Estados Unidos, el número de tropas de países europeos en Afganistán ha llegado a más de 20 mil -para agregarse a las 21 mil tropas norteamericanas que se encuentran en el país.
No todas las noticias sobre Afganistán son alentadoras. Por ejemplo, hay una preocupación legítima porque el aumento en la producción de amapola puede ser un factor desestabilizador. Y la creciente violencia en el sur de Afganistán es real.
El presidente Hamid Karzai, hablando hace poco con el presidente Bush en la Casa Blanca, reconoció las dificultades: "Afganistán es un país que está saliendo de muchos años de guerra y destrucción... Perdimos casi dos generaciones, debido a la falta de educación... Conocemos nuestros problemas. Tenemos dificultades. Pero Afganistán también sabe cuál es el problema".
Los problemas, dijo, son la pobreza y el extremismo. El éxito requiere un gobierno afgano fuerte y capaz que pueda proporcionar servicios y oportunidades para todos sus habitantes.
Durante la fase convencional o de combate activo de toda guerra, hay claros signos de progresos: batallas ganadas, puntos estratégicos ocupados, fuerzas enemigas capturadas o aniquiladas. En la fase posterior, sin embargo, la medida de progreso no es clara -especialmente en una guerra como la Guerra Global contra el Terrorismo, que depende fuertemente del desarrollo de instituciones civiles en lugares que apenas si han conocido otra cosa que guerra y privaciones.
Y sin embargo, a pesar de los retos a los que hace frente el pueblo afgano, hay muchos indicadores prometedores. Entre ellos:
-Seguridad. El Ejército Nacional Afgano ha crecido a más de 30 mil, y aumenta en unos mil soldados al mes. La Policía Nacional Afgana tiene ahora más de 46 mil agentes. Las fuerzas afganas lograron garantizar la seguridad en las dos elecciones nacionales que se han realizado desde 2004.
-Economía. El volumen de la economía afgana se triplicado en los últimos cinco años y se proyecta que aumente en un 20 por ciento el año que viene. Entre 2003 y 2004, los ingresos del gobierno aumentaron en un 70 por ciento, a 300 millones de dólares. Coca-Cola abrió hace poco en Kabul una planta embotelladora de 25 millones de dólares, y otras importantes compañías multinacionales están considerando las oportunidades en Afganistán.
-Educación. En los últimos cinco años, se han impreso y distribuido más de 42 millones de libros de estudio, y se han formado cerca de 50 mil maestros afganos. Se han construido casi 600 escuelas, y ahora más de cinco millones de niños asisten a la escuela, lo que es un aumento de casi un 500 por ciento con respecto a 2001.
-Salud. En 2001, sólo el 8 por ciento de los afganos tenían acceso a cuidados médicos básicos; hoy, al menos un 80 por ciento cuenta con ellos. Cinco millones de niños afganos han sido vacunados.
-Infraestructura. Desde la caída de los talibanes, se han construido o reparado miles de kilómetros de caminos. Desde 2004, se han construido 25 tribunales provinciales y se han formado cientos de jueces.
Construir un nuevo país no es nunca una subida recta y segura. A veces, la situación actual parece peor que ayer -o incluso, peor que hace dos meses. Lo que importa es la trayectoria general: ¿Cómo están las cosas hoy en comparación con hace cinco años?
En Afganistán, la trayectoria es esperanzadora y prometedora.

El escritor era ministro de Defensa cuando escribió esta opinión.

7 de octubre de 2006
©washington post
©traducción mQh
rss

talibanes dominan otra vez


[Paul Watson] Los combatientes fundamentalistas se han reagrupado para expandir el temor en una provincia del sur de Afganistán plagada por la pobreza y el tráfico de drogas.
Lashkar Gah, Afganistán. En las áridas tierras bañadas por el sol de la provincia de Helmand, la insurgencia talibán se ha hecho tan fuerte que la acobardada policía afgana se vuelve hacia las milicias de comprensivos señores de la guerra en busca de protección.
Cuando la policía escoltó a un grupo de civiles hacia el pueblo de Changer en el desierto, a media hora de camino de Lashkar Gah, la capital provincial, el convoy de todoterrenos paró en una base militar abandonada de la era soviética, que es utilizada ahora como un puesto de avanzada de los señores de la droga.
Unos agentes de policía armados con viejos rifles Kalashnikovs se dispersaron para custodiar el perímetro, mientras un nervioso oficial despertaba a los milicianos que descansaban a la sombra de un árbol. Explicó su inquietud, pidió refuerzos y seis jóvenes armados con viejos rifles de asalto AK-47 y un abollado lanzagranadas se unieron al séquito en un oxidado Toyota Corolla.
No había tropas extranjeras en kilómetros a la redonda. Los aldeanos dijeron que los talibanes controlaban el área, y gran parte de la provincia fuera de Lashkar Gah.
Más de cuatro años después de que las fuerzas estadounidenses ayudaran a expulsar del poder al régimen fundamentalista de los talibanes, los combatientes de las milicias islámicas se han reagrupado y asegurado una base de operaciones en Helmand, donde el principal cultivo comercial es la amapola, para el comercio de heroína, y donde pocos extranjeros se atreven a aventurarse más allá de la capital provincial.
Una enredada red compuesta por señores de la droga, rebeldes y los numerosos habitantes que viven en la miseria han convertido a Helmand en el más importante campo de batalla de la guerra afgana.
La coalición estadounidense dice que ha lanzado una nueva ofensiva contra los rebeldes en cuatro provincias sureñas, incluyendo Helmand. Pero la batalla por recuperar partes del sur de Afganistán está demostrando ser difícil.
En las ‘cartas nocturnas', o folletos clavados en la puertas o dispersos a lo largo de senderos en la oscuridad, los talibanes amenazan con matar a todo aquel que trabaje para el gobierno, o colabore con él. La milicia islamita ha ejecutado a numerosas personas que no obedecieron.
A pesar de las afirmaciones de la coalición de que varios rebeldes han sido eliminados en las últimas semanas, la mayoría de ellos en ataques aéreos, los talibanes y sus aliados continúan reclutando nuevos combatientes con una diestra combinación de intimidación y persuasión, dijo el general Zahir Azemi, portavoz del ministerio de Defensa.
A apenas dos horas de volante de la capital Kabul, los aldeanos del desierto que circunda la ciudad de Ghazni dicen que los rebeldes lanzan ataques periódicos contra los puestos de control de la policía, colocan bombas en la berma, asesinan a empleados del gobierno y queman las escuelas. Pero hace un año, dice, la seguridad era buena.
Los talibanes reclutan inspirando temor en los aldeanos con despiadados ataques, para luego ofrecer salvación a los familiares y vecinos sobrevivientes, dijo Azemi.
"Primero crean una atmósfera de terror, matando y masacrando a la gente", dice. "Decapitan a la gente con espadas o cuchillos y luego los convencen y les dicen: ‘Vamos juntos al paraíso'".
Al menos un punto de los reclutadores talibanes -que los extranjeros no han hecho mucho por los aldeanos- parece convencer fácilmente.
Apenas unos meses después de que soldados extranjeros reconstruyeran el camino de tierra en la comuna de Changer, el camino se está desmoronando. Para aumentar sus ganancias, los subcontratistas afganos contratados por los militares estadounidenses usaron materiales de muy mala calidad, se quejaron enfadados funcionarios afganos.
Pocos se atreven a utilizar el camino en estos días, pero cuando lo hacen pasan a una escalofriante velocidad frente a casas de adobe con altas murallas y torrecillas como las de las fortalezas antiguas, por el camino desmoronado con enormes grietas y hoyos tan grandes como cráteres. Los baches no son solamente una molestia en los caminos en las afueras de Lashkar Gah. Obligan a los conductores a bajar terriblemente la velocidad en lugares donde la velocidad puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte.
La semana pasada, una bomba improvisada mató a cuatro agentes de la policía afgana que viajaban en un camión por la carretera principal cerca de Girishk, a unos 32 kilómetros al nordeste de Lashkar Gah.
Las bombas y emboscadas hacen que la policía se muestre reluctante a pasar por las aldeas, y cuando se atreven a pasar, no se detienen en ellas.
"Tienes cinco minutos", le dijo un nervioso oficial a un periodista durante una parada en la aldea de Nad-e-Ali, donde los talibanes ejecutaron a un maestro e incendiaron las aulas.
Con pocos agentes o soldados sobre los que preocuparse, los rebeldes atacan a los civiles, lo que ahuyenta a los socorristas. Los reclutadores talibanes dicen entonces a los aldeanos que los extranjeros los han traicionado.
"Vienen los talibanes y nos dicen: ‘¡Miren! Esos no son amigos del país. Son en realidad los enemigos del gobierno y del pueblo de Afganistán porque no han hecho nada por ustedes", dice Tawab Khan, agente de seguridad de una destartalada escuela.

Sher Mohammed Akhundzada, ex gobernador de la provicia, es uno de los guardianes más poderosos de la policía de Helmand. Es un hombre alto, fanfarrón, que recibe a los visitantes recostado sobre cojines en el suelo.
Tiene buenas razones comerciales para ser el protector de las fuerzas de seguridad.
El año pasado el presidente Hamid Karzai se vio obligado a remplazar a Akhundzada después de que agentes antinarcóticos estadounidenses sorprendieran al gobernador con casi diez toneladas de opio en su oficina.
Karzai suavizó el golpe nombrando a Akhundzada a la Casa de los Ancianos, el Senado afgano. El hermano de Akhundzada, Amir, seguiría custodiando los intereses de la familia como gobernador interino de Helmand.
Akhundzada insiste en que él no es un narcotraficantel. Pero mantiene una milicia que, junto a milicianos de conocidos señores de la droga, es la única oposición armada permanente contra los talibanes y sus aliados.
"En el sur, nadie cree en el gobierno y nadie confía en el gobierno", dijo el ex gobernador. "Y si no se cuidan, el gobierno se derrumbará y los talibanes llegarán a Kabul".
El ministro de Defensa reconoce abiertamente que las fallidas estrategias militar y de reconstrucción permitió que los rebeldes se reagruparan y recuperaran el control de muchas partes del sur.
"Podríamos haber tomado medidas mucho mejores en cuanto a la reconstrucción del país, pero no lo hicimos", dijo Azemi. "Podríamos haber tomado medidas mucho mejores en cuanto a la reforma o para crear un sistema de control de las áreas remotas en esa región, y no lo hicimos".
"Podríamos haber construido completamente nuestro ejercito en los últimos tres años, y no lo hicimos. Si tuviéramos un ejército fuerte de 70 mil soldados, no habría necesidad de que soldados de la comunidad internacional pelearan en la región".
El ejército nacional de Afganistán tiene 37 mil soldados, incluyendo el personal del ministerio en Kabul. Es algo más de la mitad de lo que las autoridades de la coalición creen que es necesario para que los militares afganos puedan defensar el país por sí solos. Los soldados ganan 70 dólares al mes -más o menos lo que gana un jornalero en Kabul- y pelean con equipos deficientes junto a las tropas estadounidenses.
"En realidad, la moral de nuestro ejército nacional es baja debido a estas situaciones, porque ellos ven las diferencias entre las personas", dijo Azemi.
"Un soldado tiene armas poderosas, potentes y modernas, tanques, aviones de guerra, chalecos antibalas y cascos, y el otro está peleando con un solo arma que ni siquiera funciona bien".
La coalición planea proveer de equipos a la policía afgana, incluyendo pistolas, escudos protectores, escopetas, lanzagranadas y vehículos tácticos ligeros, y "hay planes similares" para el ejército afgano, dijo la teniente de la marina, Tamara D. Lawrence, portavoz de la coalición.
Este año, al menos 40 soldados extranjeros, 26 de ellos estadounidenses, han muerto en combate en Afganistán.
Las fropas afganas son el contingente más numeroso de la fuerza de más de 11 mil militares, incluyendo estadounidenses, británicos y canadienses, que lanzaron la semana pasada la Operación Empuje de Montaña contra los rebeldes en Helmand y otras tres provincias.
Akhundzada cree que la última ofensiva en el sur es una farsa.
El domingo, cuando combatientes talibanes atacaron la casa de Dad Mohammed Khan, el ex jefe de inteligencia de Helmand y ahora miembro del parlamento, cerca de la base norteamericana en Sangin, el enfrentamiento entre los rebeldes, la milicia de Khan y la policía duró doce horas en el mercado de Sangin.
Las tropas estadounidenses no intervinieron nunca, dijo Akhundzada. Murieron 32 personas, entre ellos un hijo de 16 años y dos hermanos de Khan. Su hijo de 17 se encuentra desaparecido.
"Si los norteamericanos no los ayudaron en el mercado, que estaba a sólo un kilómetro y medio de su base, ¿cómo podrían haber iniciado una ofensiva?", se pregunta Akhundzada. "Ahora hay pesar en muchas casas. ¿Qué puede significar para ellos la reconstrucción de un puente? ¿Es eso más importante que la vida de las treinta personas que murieron?"

24 de junio de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
rss

talibanes gobiernan de noche


[Declan Walsh] Escuelas afganas bajo sitio de talibanes.
Sarkh Doz, Afganistán. Restos del desplazado régimen talibán han lanzado una campaña de incendios de escuelas y amenazas y asesinatos de maestros en el sur de Afganistán, obligando a cerrar sus puertas a unas doscientas escuelas en los últimos meses, dijeron funcionarios locales.
Los talibanes han asesinado a cinco profesores, dijo Hayat Allah Rafiqi, director del departamento de educación en la provincia de Helmand. Cientos de profesores más han recibido ‘cartas nocturnas’ -notas con amenazas clavadas en sus casas al amparo de la oscuridad, en las que les advierten que deben abandonar la enseñanza o morir.
"Nuestros maestros son impotentes porque la seguridad es muy débil", dijo Rafiqi. "Durante el día manda el gobierno, pero en la noche gobiernan los talibanes".
Los ataques, que el presidente Hamid Karzai estima que han paralizado a unos cien mil estudiantes en el sur, han socavado los intentos del gobierno de reavivar el sistema educacional del país y educar tanto a niños como a niñas -un elemento clave para la recuperación de Afganistán después de décadas de guerra. Las niñas no podían asistir a la escuela durante el régimen musulmán fundamentalista que gobernó al país en los años noventa.
Aunque las escuelas de las provincias de Kandahar y Zabol también son blancos, Helmand ha sido golpeada más duramente. De las 224 escuelas de Helmand -muchas de ellas construidas o reparadas con ayuda americana- han cerrado 66 y otras han reducido sus clases a medida que los apoderados trasladan a los pupilos a la seguridad de ciudades importantes. Pero incluso allí la protección es insegura.
En uno de los ataques en Helmand, los asesinos sacaron a empujones al maestro de su aula en el pueblo de Nad Ali y lo mataron a balazos en la puerta de la escuela. Su delito: educar a niñas.
Dos días después hombres armados irrumpieron en la escuela secundaria de Karte Laghan en la capital provincial, Lashkar Gah, y mataron a un celador y a un estudiante. El atentado ocurrió a menos de un kilómetro de distancia de la nueva base militar británica.
"Siempre tenemos miedo de ser atacados de camino a casa", dijo Gul Ali, maestra de química y biología en la escuela.
Las escuelas son particularmente vulnerables en las áreas rurales.
Un incendio provocado destruyó en enero la aislada escuela en un somnoliento asentamiento en Sarkh Doz, cerca del lento río Helmand. Ahora el patio de recreo está fantasmalmente silencioso, la puerta está cerrada con cerrojo y todo lo que queda de la amarilla aula es una carbonizada capa de polvo y ceniza.
Los vecinos dicen que llegaron al lugar una furgoneta con militantes, que rociaron el edificio con gasolina y encendieron una cerilla. Luego el coche se dirigió a toda velocidad por el surcado camino hacia la siguiente aldea, Mangalzai, y pusieron fuego a la escuela de allá.
Los atentados contra las escuelas han dado un duro golpe a los proyectos de ayuda en Helmand, la volátil provincia sureña donde las tropas estadounidenses están actualmente traspasando el control a una fuerza británica de tres mil trescientos hombres.
"Terrible", dijo el jefe de policía Ahed Samonwal, sacudiendo la cabeza mientras pasaba junto al ennegrecido edificio en Sarkh Doz. "Esto es obra de nuestros enemigos".
Aunque algunos maestros han renunciado, la mayoría de los mil quinientos maestros de Helmand están desafiando las amenazas. Para algunos, es un asunto de patriotismo; para otros, la seguridad de un salario mensual de cincuenta dólares.
"Por supuesto tenemos miedo", dijo otro maestro, Abdul Hakim. "Pero es nuestro deber. Por las próximas generaciones, por nuestro país, por nuestros hijos, no podemos abandonar nuestros trabajos".
Hakim, un hombre de penetrantes ojos grises debajo de un turbante oscuro, enseña a niños de doce en una escuela del barrio de Garmser, a 90 minutos al sur de Lashkar Gah. El miedo se ha apoderado de la ciudad.
La comisaría de policía está salpicada de agujeros de bala desde que un ataque de los talibanes en diciembre pasado terminara con nueve muertos. La escuela de niñas de la ciudad está cerrada, dijo Hakim, y uno de sus colegas que recibió una carta nocturna huyó a Lashkar Gah. Pero la escuela de niños no ha sido atacada por los talibanes y sigue abierta.
La ofensiva talibán contra la enseñanza es consistente con su virulenta oposición a la educación de las niñas. Pero la campaña también sirve un propósito más amplio: erosionar la tenue autoridad del gobierno de Karzai.
"No se trata solamente de niñas. Los talibanes están contra toda educación", dijo Sardar Muhammad, de Mercy Corps, una de las cinco agencias de ayuda que operan en Helmand. "La gente ignorante es más fácil de controlar. Cuando estaban peleando para conquistar el poder [a mediados de los años noventa], enviaban al frente a los analfabetos".
El clima de terror también conviene a los barones de la droga de la provincia con los que, en los últimos meses, los talibames se han aliado, dicen funcionarios locales. Como resultado, la heroína y el opio cruzan fluidamente la frontera de Pakistán e insurgentes recién adiestrados viajan desde Pakistán en la dirección opuesta.
En su oficina, el recién nombrado gobernador de Garmser, Haji Abdullah Jan, exhibió una mina antitanque adaptada a un aparato de control remoto que debía matarlo en una calle antes este mes. "Algunos vecinos me llamaron para advertirme. De otro modo, habríamos pasado por encima", dijo.
Mientras las tropas de la OTAN se preparan para asumir el control en el sur, la protección de las escuelas de Helmand pronto será una tarea de los paracaidistas británicos, 2.500 de los cuales deben empezar a llegar a principios de mayo, respaldados por helicópteros de combate Apache. Pero el comandante británico en Lashkar Gah, el coronel Henry Worsley, dijo que su principal papel era adiestrar y apoyar a las nacientes fuerzas de seguridad afganas. "En un lugar como Garmser podríamos ayudar a montar un puesto de control, darle un aspecto militar y enseñarles a defenderlo", dijo.
Haji Karim Khan, 65, evaluó la historia educacional de su familia. Hace cuatro décadas se graduó de la Universidad de Kabul, dijo. Durante la sangrienta ocupación soviética, sólo uno de sus hijos pudo completar la enseñanza secundaria.
Ahora sus seis nietos pueden no llegar tan lejos -acaban de ser trasladados a la ciudad de Goreshk, debido a que las cuatro escuelas locales han sido cerradas. La gente de Helmand dice que el gobierno de Karzai los ha abandonado, dijo.
"Apenas colocan una pequeña noticia al final del telediario diciendo que la situación en el sudoeste está mala en estos días. Pero eso no es suficiente. Deberían decirnos qué piensan hacer", dijo.

16 de marzo de 2006
©boston globe
©traducción mQh
rss

enfrentándose al horror


[Griff Witte] Afganos empiezan a tratar décadas de brutalidad en juicio de ex oficiales.
Kabul, Afganistán. Si alguna vez hubo bombillas en la improvisada sala del tribunal donde Asadullah Sarwari está siendo enjuiciado por su vida, ya no están. La sala es fría y está atiborrada, el aliento del acusado y acusadores se arremolinan juntos en una tenue neblina gris.
"Han pasado 27 años y no sabemos dónde están enterrados nuestros hermanos, tíos, maridos y padres", dijo Obeidullah el-Mogaddedi, 75, durante el juicio el mes pasado, con la voz quebrada y moviendo un dedo en el aire. "Queremos saber qué pasó con ellos".
El primer juicio por crímenes de guerra de Afganistán han producido emotivos alegatos de parte de testigos y un extenso catálogo de acusaciones contra Sarwari, jefe del servicio de inteligencia de la época del comunismo que está acusado de ordenar ejecuciones a fines de los años setenta. Pero nadie de los que declararon en las vistas lo vio cometer un crimen.
La falta de evidencias es uno de los muchos problemas que han surgido en los intentos de Afganistán por enfrentarse a su violento pasado, realizando el primero de estos juicios tras veinticinco años de un conflicto que se ha cobrado al menos un millón de vidas.
Hasta hace poco, el país parecía más inclinado a enterrar su historia que a revivirla a través de investigaciones y juicios potencialmente explosivos. Eso está empezando a cambiar. Pero a medida que los procesos se ponen en movimiento, se empiezan a conocer desagradables verdades sobe el presente y el pasado.
De muchos modos, el caso de Sarwari ha degenerado en una farsa. El acusado lleva en prisión catorce años y ha tenido dificultades a la hora de conseguir un abogado, porque los abogados no tienen la obligación de representarlo. Los fiscales han presentado escuálidas pruebas. Los testigos han declarado extensamente sobre lo que oyeron de familiares y amigos, pero ninguno ha proporcionado pruebas.
Activistas afganos de derechos humanos y observadores internacionales dijeron que los problemas son sintomáticos de un sistema jurídico subdesarrollado, corrupto, altamente politizado y pobremente equipado después de décadas de abandono y manipulación.
"Este juicio está tan gravemente distorsionado que estamos recomendando que sea suspendido", dijo Patricia Gossman, directora del Proyecto Justicia en Afganistán, un grupo internacional que ha exigido una rendición de cuentas. "Se deja totalmente fuera la consideración de la verdad. No es justo ni para el acusado ni para las víctimas".
Sin embargo, lo que está en juego es importante. El juicio de Sarwari podría sentar el precedente de futuros casos de crímenes de guerra en Afganistán, un país en el que años de guerra civil y caos han dejado incontables atrocidades. Cientos de ex comandantes de milicias podrían ser llevados a juicio.
Funcionarios afganos y sus aliados occidentales, especialmente Estados Unidos, han opinado que es demasiado pronto para agravar esas heridas abiertas. Aunque las encuestas han mostrado que la mayoría de los afganos quiere que los perpetradores sean llevados a justicia, los funcionarios han dicho que la paz debe prevalecer sobre la justicia en un país con una democracia naciente y un gobierno débil, milicias privadas bien armadas y profundas divisiones étnicas e ideológicas.
Pero ahora, con rebeldes en el campo, traficantes de drogas y poderosos señores de la guerra regionales cada vez con más poder, algunos se preguntan si posponer el ajuste de cuentas con el pasado pueda arruinar sus posibilidades de tener un futuro diferente.
"La gente claramente asocia seguridad con justicia", dijo Nader Nadery, miembro de la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán. "Dicen que si no hay justicia por los crímenes del pasado, habrá impunidad y por tanto no habrá paz".
En diciembre el gabinete aprobó el inicio de un proceso de establecimiento de la verdad y una estrategia para llevar a juicio a criminales de guerra. Pero el plan es escaso en detalles y sigue siendo una incógnita si será o no implementado.
Países como África del Sur y Chine han pasado por procesos similares, pero el reto aquí puede ser más complejo. El país sufrió tres guerras entre 1978 y 2001: la era comunista y los muyahedin, la guerra civil entre milicias musulmanas conocidas como muyahedin, y el gobierno islámico de los talibanes. En todos los casos la línea de demarcación entre opresores y oprimidos era borrosa.
Los problemas de Afganistán todavía no han sido superados. Muchos de los acusados de colocar bombas en ciudades, de torturar a los rivales y de causar estragos entre la población se las han ingeniado para seguir en posiciones de autoridad. El nuevo parlamento, elegido en septiembre, incluye a líderes de casi todos los grupos acusados de crímenes en el pasado.
"Eran igual que yo, y ahora están otra vez en el poder", dijo Sarwari, un hombre fornido en la cincuentena, con una larga y pálida cara, abatido, durante una entrevista en la cárcel de Kabul administrada por el servicio nacional de inteligencia. "Si no me hubiesen detenido, ahora estaría en el parlamento".
En 1979 Sarwari era el jefe de inteligencia del gobierno durante un período particularmente brutal del gobierno comunista, cuando decenas de miles de personas fueron detenidas y de las que nunca se volvió a saber más. En una semana, más de setenta miembros de la familia de Mogaddedi habían desaparecido.
Sarwari ha estado en la cárcel desde su detención en 1992. Pero de muchos modos, su juicio es un accidente. A fines del año pasado los procuradores se dieron cuenta de que nunca había sido juzgado y montaron apresuradamente un caso, a pesar de la opinión general de que el sistema judicial no estaba en condiciones de hacer semejantes juicios.
"Sarwari realmente es el símbolo del comienzo de la violencia contra la humanidad en este país", dijo Rangin Dadfar Spanta, asesor del presidente Hamid Karzai. "Los crímenes de guerra no empezaron con los muyahedin o los talibanes. Empezaron con Sarwari y su partido y el golpe de 1978".
Después del brutal derrocamiento, el régimen comunista lanzó una despiadada campaña para eliminar a los rivales. La familia Mogaddedi, prominentes miembros de una tendencia del misticismo musulmán conocida como sufismo, fue una de las miles de víctimas. Una noche de 1979, decenas de hombres armados entraron en Kabul a la casa de la familia y santuario sufí.
De acuerdo a testigos, Sarwari inspeccionó primero a los hombres; luego se llevaron a mujeres y niños.
Mary Aman, entonces una niña del extenso clan, contó que recibió una histérica llamada de un primo, que no terminó de escuchar porque se interrumpió la comunicación. Pronto había hombres armados a la puerta. Se llevaron a su hermano Yahya, 17, que soñaba con llegar a ser médico. Nunca lo volvió a ver.
"Me pusieron sus armas contra el pecho y me dijeron: ‘No grites, si no quieres que te matemos’", dijo Aman, ahora de 38. "Me gustaría que me hubiesen matado esa noche. Se los llevaron a todos".
Seis meses más tarde, las mujeres y niños fueron dejados en libertad. Durante años circularon rumores de que los hombres del clan Mogaddedi habían sido enviados a Siria, empujados al vacío desde aviones o asesinados y enterrados en fosas comunes. Los familiares quieren que Sarwari les diga qué pasó. Luego, esperan poder ejecutarlo.
A pesar del tesoro de acusaciones contra él, las posibilidades de que sea condenado son cuestionables, debido a la escasez de pruebas presentadas.
Un testigo en el juicio dijo que su tío le contó que Sarwari había matado a golpes de puños a sesenta personas. Pero ese tío está muerto. Otro testigo llamado Abdul Samad, 33, empezó a gritar contra Sarwari, acusándolo de haber asesinado a su padre y tres tíos. Cuando el juez preguntó si tenía alguna prueba, Samad replicó: "No, yo era demasiado joven".
Sarwari, defendiéndose a sí mismo, dijo que otros en el gobierno habían cometido esos crímenes. Pero dijo que su abogado más reciente había renunciado, de modo que el juez le había dado más tiempo para que preparara su defensa. El juicio deberá reiniciarse el sábado.
En muchos aspectos el caso de Sarwari es más fácil de los que puedan sucederle. Está en la cárcel, y los comunistas ya no gozan de ningún poder. Pero los jefes muyahedin, que derrotaron a las fuerzas comunistas y luego pelearon entre ellos, todavía están en el poder -venerados por sus seguidores y despreciados por sus víctimas.
La toma de Kabul en 1992 por los muyahedin anunció algunos de los peores años de la guerra cuando las facciones rivales bombardearon la capital, luchando calle por calle por el control de la ciudad. En el sudoeste de Kabul es prácticamente imposible encontrar a alguien que no haya perdido su casa, un órgano o un pariente.
Mohammed Raza tenía 7 cuando su padre fue impactado por el proyectil que le causó la muerte cuando volvía a casa de su trabajo como vendedor de kebabs.
Ahora de 18, Raza ha estado tejiendo alfombras durante 11 años para mantener a su familia. Cree que sabe quién mató a su padre: Abdurrab Rasul Sayyaf, el comandante de la milicia que controlaba un cerro cercano.
Pero Sayyaf, un clérigo musulmán de barba blanca, fue elegido al parlamento en septiembre. Más tarde, también casi fue su presidente, y perdió frente a otro colega comandante.
"Quizás Sayyaf sea llevado a justicia", dijo Raza. "Pero no sé cómo".

25 de febrero de 2006

©washington post
©traducción mQh

rss

talibanes decapitan a maestro


[Noor Khan] En Afganistán, fanáticos musulmanes decapitan a maestro por educar a las niñas.
Kandahar, Afganistán. Los militantes irrumpieron en la casa de un director de escuela afgano y lo decapitaron, obligando a mirar su ejecución a su esposa y ocho hijos, en lo que es el último estallido de ataques atribuidos a los talibanes que han llevado a muchas escuelas a cerrar sus puertas.
Los insurgentes dicen que la educación de las niñas va contra el islam y se oponen a las escuelas de niños financiadas por el gobierno porque enseñan otras materias aparte de religión.
Cuatro hombres armados apuñalaron ocho veces a Malim Abdul Habib, 45, antes de decapitarlo en el patio de su casa en el pueblo de Qalat el martes noche, de acuerdo al portavoz del gobierno provincial Ali Khail y un primo de la víctima, el doctor Esanullah.
Habib fue asesinado después de que se rehusara a salir con los militantes para reunirse con su comandante, dijo Esanullah, que como muchos afganos utiliza un solo nombre.
Los agresores obligaron a mirar la ejecución a su esposa y ocho hijos, de edades de 2 a 22, pero no las atacaron físicamente, dijo Khail.
Luego se dieron a la fuga y la esposa de Habib llamó a la policía, dijo. Los detectives están interrogando a tres personas que eran huéspedes en la casa de la víctima.
El gobierno condenó el asesinato. Masood Khalili, el embajador afgano en Turquía, donde se encuentra hoy de visita el presidente Hamid Karzai, calificó el ataque de una "repugnante acción de los enemigos de Afganistán".
Habib era el director y maestro de la escuela secundaria Shaikh Mathi Baba, a la que asisten 1300 niños y niñas. En Zabul, una remota y montañosa provincia poblada principalmente por pashtunes en la frontera con Pakistán, es un semillero de militantes talibanes.
El director de educación de la provincia de Zabul, Nabi Khushal, culpó a los talibanes del asesinato, diciendo que los rebeldes habían colocado carteles en Qalat exigiendo la clausura de las escuelas para niñas y amenazando con matar a los maestros.
"Sólo los talibanes se oponen a la educación", dijo. "Los talibanes atacan a menudo a nuestros maestros y los golpean. Pero esta es la primera vez que han matado a un maestro en la provincia".
Esanullah dijo que Habib reinició su carrera de más de 20 años como maestro hace dos años, después de que los talibanes amenazaran con matarlo cuando trabajaba en un grupo de ayuda a los minusválidos.
Desde entonces, los talibanes le dijeron dos veces que dejara de enseñar.
Cientos de estudiantes y maestros asistieron hoy a las exequias de Habib.
Portavoces y comandantes talibanes en la región, una de las más volátiles de Afganistán, no pudieron ser localizados para que comentaran el asesinato.
Decenas de escuelas han sido atacadas y quemadas desde que las tropas norteamericanas derrocaran a los talibanes por brindar refugio al cabecilla terrorista Osama Bin Laden. La mayoría de los ataques son efectuados en la noche y no han causado muertes, pero en octubre militantes armados mataron a otro director frente a sus alumnos en una escuela de niños en la provincia de Kandahar, el antiguo bastión del régimen talibán.
Antes de que los talibanes fueran sacados del poder, prohibieron que las niñas pudieran asistir a la escuela y obligaron a los niños a estudiar solamente el islam como parte de su intento de imponer lo que consideran un estado musulmán ‘puro’.
El clérigo Sayed Omer Munib, miembro del importante consejo islámico de Afganistán, dijo que no había nada en el islam que impidiese que las niñas puedan estudiar.
"En el Corán no se dice en ninguna parte que las niñas no tienen derecho a la educación", dijo. "Dice que la gente debe ser educada. Y eso incluye también a las niñas".
Aunque cientos de miles de niños han vuelto a las escuelas, muchos se han quedado en casa.
En el país hay 1.2 millones niñas en edad escolar que no están siendo educadas, según Naciones Unidas.
Khushal dijo que en la provincia de Zabul han cerrado sus puertas 170 de las escuelas registradas en los últimos dos o tres años debido al temor, principalmente en los distritos más alejados. De los 35 mil estudiantes de Zabul, sólo 2700 son niñas, dijo.
Un portavoz de UNICEF dijo que los ataques eran "terriblemente inquietantes".

5 de enero de 2006

©globe

©traducción mQh

atentado racista en frisonia


Agresor en libertad. Intentó matar a adolescente etíope, pero policía lo considera inofensivo.
Amsterdam, Holanda. El hombre de 25 años que arrojó lejía contra una adolescente de origen etíope en el pueblo frisón de Buitenpost fue dejado en libertad el lunes.
El hombre confesó el martes a la policía que había gritado insultos racistas, pero la policía cree que actuó movido por un impulso.
No había medido las consecuencias de sus acciones y no hay razones para mantenerlo detenido, dijo un portavoz de la policía el miércoles.
El incidente se produjo en una riña entre dos grupos de jóvenes de Buitenpost, que se prolonga ya por 18 meses.
El agresor no hace parte de ninguno de los grupos, pero estaba con uno de los protagonistas frente a la biblioteca el lunes.
Una riña con insultos estalló cuando la víctima y dos amigas -del segundo grupo- pasaron por el lugar. El hombre de 25 arrojó lejía contra la niña etíope. No quedó herida.
La policía dijo que el hombre se excitó con el ambiente y no pensó antes de actuar. No será acusado de discriminación, pero sí podría ser acusado de desorden público e intento de cometer una agresión violenta.
El portavoz de la policía dijo que los dos grupos deben sentarse a resolver sus disputas. La riña no tiene nada que ver con el racismo [a pesar de la confesión del agresor], dijo la portavoz de la policía.
"Lo que los lleva a pelear es el aburrimiento", dijo.

1 de septiembre de 2005
©expatica
©traducción mQh


otra vez los talibanes


[Jonathan S. Landay] Han vuelto a emerger en Afganistán.
Kabul, Afganistán. Casi cuatro años después de que la invasión norteamericana los sacara del poder, los talibanes han vuelto a emerger como una potente amenaza a la estabilidad de Afganistán.
Aunque está lejos de ser el movimiento de masas que dominó gran parte del país en los años noventa, los talibanes de hoy están haciendo una guerra de guerrillas con nuevas armas, incluyendo misiles antiaéreos portátiles, y equipos comprados con dinero enviado a través de la red de Osama bin Laden, de acuerdo a funcionarios afganos y estadounidenses. Cuando estaban en el poder, los talibanes proporcionaron refugio a al-Qaida.
El dinero proveniente de "elementos criminales y faccionales que viven en Oriente Medio", afirmó Abdul Rahim Wardak, el ministro afgano de Defensa, en una entrevista con Knigth Ridder.
"Al-Qaida está proporcionando dinero y equipos", dijo el teniente George Hughbanks, un agente de inteligencia del ejército norteamericano en la provincia de Zabul, una de las más afectadas por la insurgencia talibán.
Los talibanes son ahora una colección disparatada de grupos radicales que se calcula suman varios miles, mucho menos que cuando estaban en el poder antes de noviembre de 2001. Los combatientes operan en pequeñas células que se reúnen ocasionalmente para misiones específicas. Son incapaces de mantener territorios o derrotar a las tropas de la coalición.
Están enlazados por una floja estructura de mando y por el objetivo de expulsar a la coalición estadounidense y tropas de la OTAN, derrocar al presidente Hamid Karzai y reimplantar el severo gobierno islámico en Afganistán, de acuerdo a funcionarios y expertos afganos y occidentales.
Los insurgentes talibanes han adoptado algunas tácticas terroristas que sus contrapartes iraquíes han utilizado para provocar la indignación popular contra el gobierno iraquí y los militares norteamericanos. Han logrado paralizar la reconstrucción y fomentado las tensiones sectarias en un país que sigue atascado en la pobreza y la corrupción, las drogas ilegales y el odio étnico y político.
Sus tácticas incluyen atentados con explosivos caseros, y decapitaciones, asesinatos y secuestros de funcionarios públicos y otros que cooperan en los proyectos internacionales de democratización y reconstrucción.
La violencia continuó el jueves. Una bomba improvisada colocada por los talibanes mató a dos soldados norteamericanos en la sureña ciudad de Kandahar, subiendo al menos a 44 el número de bajas en acciones hostiles en los últimos seis meses.
El nuevo embajador norteamericano en Afganistán, Ronald E. Neumann, dijo el jueves que los talibanes no "ninguna posibilidad" de descarrillar las elecciones parlamentarias y regionales, porque la vigilancia será reforzada.
Las nuevas tácticas de los talibanes, sin embargo, sugieren a algunos expertos que el incremento de la violencia que empezó hace cinco meses es más que un intento de torpedear las elecciones. Estos expertos temen que la insurgencia talibán sea parte de una estrategia de al-Qaida para mantener a las fuerzas militares americanas bajo tensión y desangrarlas no sólo en Iraq, sino también en Afganistán.
"Creo que ellos [al-Qaida] están abriendo un segundo frente", dijo Marvin Weinbaum, ex analista del ministerio de Asuntos Exteriores que trabaja ahora en Instituto de Oriente Medio en Washington. "No creo que les interesen las elecciones".
"Esta gente ve las cosas de manera más amplia", dijo.
Un diplomático occidental en Kabul estuvo de acuerdo, diciendo que la propaganda talibán asocia las insurrecciones de Iraq y Afganistán.
"Ellos mismos a menudo hacen la relación entre Afganistán e Iraq y, en cierto sentido, lo ven como un todo", dijo, a condición de conservar el anonimato debido a lo delicado del tema.
Funcionarios norteamericanos en Washington dijeron que no tenían pruebas de que hubiese una estrategia de al-Qaida semejante. Pero un funcionario del ministerio de Defensa norteamericano dijo que no podían excluir la idea, y que él y otros funcionarios norteamericanos estaban preocupados sobre las lecciones que estaban aprendiendo los talibanes en Iraq.
"De nuestra parte sería extraordinariamente ingenuo creer que el enemigo no piensa o no aprende, o que no se adapta", dijo el funcionario de la defensa americana, que pidió mantener el anonimato debido a que el asunto es una materia de inteligencia. "Están aprendiendo y tenemos que recordar no caer en la trampa de no entenderlo".
"Potencialmente, es mucho más grande que Iraq y Afganistán", agregó.
Lo que algunos expertos ahora llaman los "neo-talibanes" constan de cuatro componentes:

-La mayoría de los dirigentes originales que nunca fueron capturados, incluyendo al ulema Omar, que fundó el movimiento entre miembros del dominante grupo étnico pashtún de Afganistán. Otros dirigentes importantes son el ulema Dadullah, el ex jefe de inteligencia de los talibanes; Maulavi Obaidullah, ex ministro de defensa; y Jalalludin Haqqani, un prominente comandante de la lucha para expulsar a las tropas soviéticas del país en los años ochenta y ex ministro talibán de asuntos tribales. Se dice que sus combatientes incluyen a partidarios del movimiento original y estudiante afganos recientemente indoctrinados en escuelas musulmanes radicales en Pakistán y Afganistán.
"Nos apoyan muchos musulmanes, a pesar de los deseos de Bush", dijo Dadullah en una entrevista el 20 de julio, con Al-Yasira. "Seguimos recibiendo apoyo de otros hermanos musulmanes en todo el mundo".
"La cooperación entre nosotros y al-Qaida es muy intensa", dijo.

-Gulbuddin Hekmatyar y su partido Hizb-e-Islami, los principales receptores de armas norteamericanas que Pakistán canalizó hacia los grupos de muyahedines que lucharon contra la ocupación soviética en 1979-1989. Hekmatyar, un ferviente musulmán, fue primer ministro en el gobierno de los partidos muyahedines que se hicieron con el poder en 1992, y empezaron entonces una guerra entre ellos. Huyó a Irán después de que los talibanes capturaran Kabul en 1996. Volvió cuando cayeron y llamó a sus antiguos enemigos a unirse a él en la lucha contra la coalición norteamericana y Karzai.

-Extremistas musulmanes paquistaníes, yihadistas extranjeros y combatientes de al-Qaida de Chechenia, Uzbekistán y países árabes a los que las tribus pashtún amigas protegieron en el Pakistán tribal después de la intervención estadounidense.

-Traficantes de drogas afganos, contrabandistas de maderas y piedras preciosas, y bandas criminales que encubren sus actividades haciéndose pasar por afganos que defienden a Afganistán de no-musulmanes.

Los talibanes asumieron el poder en los años noventa después de décadas de guerra civil e implantaron un régimen islámico. Muchos de sus seguidores murieron con la intervención norteamericana y otros, incluyendo a varios líderes, cambiaron de bando tras un programa de amnistía del gobierno.
Sin embargo, en lugar de derrumbarse, el movimiento se transformó a sí mismo. Cuando se derritió la nieve en la primavera pasada, los talibanes sorprendieron a comandantes afganos y norteamericanos con su renovada insurgencia.
"Todos asumíamos que las cosas en este país estaban controladas", dijo el ministro de Defensa, Wardak.
Funcionarios afganos y occidentales dicen que la creciente insurgencia está siendo ayudada por la poderosa agencia de la inteligencia militar de Pakistán, la Inter-Services Intelligence ISI.
Islamabad, dijeron, quiere un gobierno débil en Kabul, al que pueda influir. También quiere mantener alta la tensión en las áreas dominadas por los pashtún en la frontera para impedir un acuerdo de una disputa fronteriza que dura décadas y a la que el nuevo parlamento afgano quiere poner fin, dijeron.
"Pakistán está... avivando el fuego", acusó Latfullah Maashal, el portavoz jefe del ministerio del Interior afgano. "Los paquistaníes... no quieren un Afganistán fuerte, pacífico o próspero".
Pakistán permite que los talibanes tengan depósitos de armas, campos de adiestramiento y refugios en el caótico cinturón tribal al lado paquistaní de la frontera, dijo.
Islamabad rechaza la acusación, diciendo que dejó de apoyar a los talibanes después de los atentados terroristas de al-Qaida en Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001.
En la entrevista con Al-Yasira, Dadullah negó recibir ayuda de Pakistán.

Rápido Repaso de los Talibanes
El grupo surgió en el sudeste de Afganistán, en territorio pashtún, en la frontera con Pakistán, como una andrajosa milicia islámica en 1994. Con el apoyo de Pakistán y Arabia Saudí, se convirtió en un movimiento de masas de fanáticos musulmanes que dominaron a los grupos muyahedines anti-soviéticos que manejaban el gobierno.
Los militantes ocuparon gran parte del país en 1998, siendo recibidos calurosamente por imponer el orden tras años de caos y derramamiento de sangre. Pero llegaron a ser despreciados por su severa versión del islam, que prohíbe la música y el baile, exige que los hombres se dejen crecer barbas sin recortarlas y prohíbe que las mujeres trabajen. Dieron refugio a Osama bin Laden hasta que fueron expulsados del poder por la coalición norteamericana en noviembre de 2001.
Desde entonces, los líderes talibanes han sido fugitivos con recompensas que penden sobre sus cabezas, y siguen siendo muy odiados en Afganistán.

19 de agosto de 2005
©miami herald
©traducción mQh