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afganistán

ley provoca debate sobre religión


Miembros del gabinete y otros líderes protestan contra restricciones impuestas a mujeres chiíes.
Kabul, Afganistán. Cuando el mes pasado el gobierno de Afganistán aprobó discretamente una amplia ley que restringe los derechos de las mujeres de la minoría chií, poco afganos sabían lo que decía. Pero desde que se hicieran conocidos los contenidos de la ley hace apenas una semana, ha provocado un extraordinario debate público sobre religión y sexo, tópicos tradicionalmente prohibidos en este país musulmán conservador, y una protesta sin precedentes de altos personeros.
La ley, que fue aprobada por el parlamento y firmada por el presidente Hamid Karzai, tipifica la conducta apropiada de las parejas y familias chiíes incluso en los más íntimos detalles. Exige que las mujeres soliciten el permiso del marido para salir de casa, excepto para propósitos "culturalmente legítimos", tales como ir al trabajo o a una boda, y someterse a sus demandas sexuales a menos que estén enfermas o tengan su período.
Vista inicialmente como un gesto político hacia los chiíes del país, que constituyen el veinte por ciento de la población y han buscado durante largo tiempo el reconocimiento legal de sus creencias religiosas, la ley se ha convertido en una pesadilla política para el gobierno que lucha por equilibrar las presiones contradictorias de fuerzas tradicionales y modernas en casa y en el extranjero.
La ley no solamente ha sido denunciada por importantes gobiernos occidentales de los que el país, pobre y asolado por la subversión, recibe ayuda económica y militar, sino además ha provocado una protesta formal de varios miembros del gabinete y de más de otros doscientos líderes afganos, que dicen que trata a las mujeres como "objetos" y podría conducir a una nueva "talibanización" de Afganistán.
"No puedo seguir callado", dijo Rangin Dadfar Spanta, ministro de Relaciones Exteriores y una de las figuras más prominentes que firmó la declaración de protesta.
En una entrevista, Spanta dijo que seguía siendo leal a Karzai, pero que no podía tolerar que la democracia y los derechos humanos en Afganistán fueran constantemente asaltados por los extremistas religiosos. La ley chií, dijo, tiene "una orientación totalitaria que no acepta la distinción entre lo privado y lo público. Y define a algunos ciudadanos afganos no como seres humanos, sino como esclavos".
La ley fue aprobada después de un debate y correcciones, pero activistas afganos por los derechos humanos que revisaron la legislación dijeron que la mayoría de sus objeciones fueron ignoradas. Dijeron que un puñado de dirigentes chiíes conservadores ejercieron presión sobre otros legisladores y Karzai para que la apoyaran, sobre la base de que la minoría chií en este país predominantemente sunní merecía sus propias leyes religiosas.
"Eso se suponía que debía ser un logro: reconocer los derechos legales de los chiíes para que no se les puedan imponer las leyes hanafi (sunníes)", dijo Sima Samar, una chií que preside la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán. "Pero también fue utilizada por otros líderes que quieren encadenar a la mitad de la población. Es bueno tener reglas para el matrimonio y el divorcio, pero si yo quiero que mi mujer se pinte los labios rosados y ella los quiere llevar rojos no entiendo por qué deba eso está regulado en una ley".
Los legisladores y clérigos chiíes conservadores que redactaron y fomentaron la ley afirmaron que protege a las mujeres y otorga a las esposas amplios poderes, especialmente en áreas como la custodia de los hijos. Señalan que varias secciones fueron modificadas después del debate, aflojando las restricciones sobre la libertad de movimiento de las mujeres y elevando la edad mínima para casarse.
Pero otro grupo de estudiosos chiíes más moderados dijeron que habían pedido numerosos cambios que no fueron introducidos. Su argumento principal era que ciertos aspectos de la vida familiar, especialmente las relaciones maritales, deberían seguir siendo privados. También dijeron que la jurisprudencia chií permite flexibilidad y modificación en conformidad con la evolución de las costumbres.
"Las relaciones sexuales deben ocurrir entre un marido y su esposa. Si pueden resolver sus problemas, el gobierno no tiene derecho a interferir", dijo Amin Ahmadi, presidente de un nuevo colegio chií en Kabul, la capital. "No hemos propuesto nada contra la ley islámica, sino sólo a favor de los derechos humanos. Puede haber una interpretación más moderna de esos temas".
Mohammad Mohaqiq, legislador y dirigente del grupo étnico chií hazara que visitó Washington esta semana, condenó fuertemente la ley diciendo que era una versión "discriminatoria e inhumana" propuesta por "clérigos extremistas" y no la versión más moderada negociada en contradicción con valores humanos comunes en todo el mundo".
Además de revelar las diferencias existentes entre los dirigentes chiíes, la controversia también ha llamado la atención sobre las presiones contradictorias ejercidas sobre Karzai, que se espera que se postule a la reelección en agosto. El presidente se encuentra atrapado entre los clérigos conservadores -tantos sunníes como chiíes- cuyo apoyo necesita para ganar las elecciones, y sus patrocinadores occidentales, que condenaron rápidamente la nueva ley.
"He expresado mi preocupación y objeciones a esta ley directamente al presidente Karzai, y nuestro presidente, el presidente Obama, ha hablado sobre el hecho de que realmente no coincide con la dirección que ha venido siguiendo Afganistán", dijo esta semana la ministro de Relaciones Exteriores, Hillary Rodham Clinton.
Varios otros gobiernos occidentales, la OTAN y Naciones Unidas expresaron similarmente su indignación.
Según fuentes a Karzai le tomaron por sorpresa las críticas extranjeras. Ahora ha prometido revisar exhaustivamente la ley y cambiar cualquier formulación que contradiga la Constitución afgana de 2004, que resguarda los derechos de las mujeres. La ley todavía no ha sido implementada, aunque las instrucciones clericales chiíes siguen sus principios básicos.
Entretanto, la indignación internacional ha provocado una discusión a nivel nacional entre chiíes y sunníes, la mayor parte en programas de radio, sobre temas largamente censurados, como la religión y el sexo.
Tanto la mayoría sunní como la minoría chií defienden una fuerte autoridad masculina sobre la familia. Pero los chiíes, que son mayoritariamente hazaras étnicos, son considerados más progresistas que los sunníes, especialmente el grupo étnico pashtun, que engendró el represivo movimiento talibán de los años noventa.
En el furor del debate, algunos afganos expresaron preocupación de que las mujeres pueden estar tentadas de tener aventuras extramaritales si se les permite salir solas y expresaron indignación sobre lo que ven como interferencia extranjera en sus creencias religiosas. Pero algunas mujeres, especialmente las de una generación emergente más educada, han aprovechado la oportunidad para expresar sus opiniones sobre la necesidad de que las mujeres tengan más derechos en el islam.
Una de ellas fue Habiba Saddiqi, 23, estudiante de ingeniería que ha colaborado estrechamente con UNIFEM, la organización para las mujeres de Naciones Unidas que tiene un extenso programa en Kabul y fue la primera organización en dar la voz de alarma sobre la ley chií. Saddiqi, que es chií, dijo que durante la semana pasada ella y sus amigas reunieron miles de firmas pidiendo una versión más moderada de la ley.
"Necesitamos una ley así, pero debe ser más democrática", dijo. "Esta ley fue hecha solamente por hombres y en su beneficio. Si un padre puede casar a su hija con quién quiera, eso quiere decir que ella no tiene derechos. Eso no es bueno para las mujeres, y no es bueno para la sociedad".

Karen DeYoung en Washington contribuyó a este reportaje.

17 de abril de 2009
10 de abril de 2009
©washington post 
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un secreto afgano


Un secreto afgano revelado pone fin a una era.
[Carlotta Gall] Khoja Ghar, Afganistán. Le ordenaron enterrar dieciséis cuerpos en mitad de la noche; el desconfiado y joven oficial de ejército trató de recordar la ubicación, contando silenciosamente los pasos entre la fosa común sin marcas y la carretera.
En Khoja Ghar enterró veintinueve cuerpos.
Por otros soldados se enteró de que habían enterrado al primer presidente de Afganistán, Sardar Mohammad Daoud Khan, y su familia. Su asesinato, durante un golpe comunista en esos tumultuosos días, precipitó tres décadas de guerra civil en Afganistán, una sucesión de conflictos que aún no han sido resueltos y que han afectado a todas las familias afganas.
Pasaron treinta años, y la relativa estabilidad y libertad del régimen del presidente Hamid Karzai antes de que el ex agente, Pacha Mir, revelara su secreto. Con su ayuda y la de otro testigo, el gobierno ha identificado finalmente los restos del ex presidente y su familia y ha anunciado preparaciones para volver a sepultar los cuerpos con un funeral de estado las próximas semanas.
Daoud fue el fundador de la República de Afganistán y una destacada figura en el desarrollo del estado moderno. Derrocó a su propio primo, el último rey de Afganistán, Mohammad Zahir Shah, en un golpe en 1973, pero fue su propio asesinato cinco años más tarde lo que arrojó al país a una carnicería y al caos.
"Si le preguntas a cualquier afgano cuándo empezó todo esto, te dirá que fue por eso, por el asesinato de Daoud, que fue el momento decisivo", dijo Nadir Naeem, 43, miembro de la familia real afgana y nieto de Daoud. "El último día que Afganistán fue independiente, fue el 27 de abril de 1978".
Dieciocho miembros de la familia Daoud fueron asesinados esa noche en el palacio presidencial, junto con varios funcionarios y ayudantes. Fueron enterrados al abrigo de la oscuridad en las afueras de la ciudad. Pero prácticamente nadie sabía dónde.
Las víctimas incluían a la esposa del presidente y su hermana; su hermano, Naim Khan; sus tres hijos; sus tres hijas; un yerno y una nuera; y cuatro nietos, uno de los cuales tenía dieciocho meses.
La versión popular de la masacre, que Naeem volvió a relatar, es que la familia fue ultimada entre las cuatro y las cinco de la mañana del 28 de abril de 1978. Después de un día de feroces combates, un capitán de ejército llamado Emamuddin entró al palacio con una unidad de hombres para arrestar a Daoud. El presidente se negó a acompañarlo y disparó contra los hombres con una pistola. Los soldados amotinados respondieron con una lluvia de balas.
El asesinato del presidente provocó de inmediato veinte meses de derramamiento de sangre por los comunistas, que terminó con la llegada de las tropas soviéticas en diciembre de 1979 y su ocupación de Afganistán durante diez años, que se cobró la vida de miles de afganos desaparecidos o masacrados.
Muchas víctimas fueron enterradas en tumbas anónimas en o cerca de un área de tiro militar en Pul-i-Charkhi, una zona al oriente de la capital, Kabul. Allá es donde los investigadores del gobierno empezaron a buscar durante el verano pasado, con la ayuda de dos viejos testigos.
Uno de ellos era Pacha Mir, al que, siendo entonces un joven teniente a mando de una unidad de mantención, le ordenaron esa noche enterrar una camionada de cadáveres cerca de su base en Pul-i-Charkhi.
Hoy un general en retiro, recordó en una entrevista que él y sus colegas oficiales, dejaron los cuerpos en una trinchera. Dijo que luego se metió entre los muertos para volverles la cara hacia la Meca, respetando la tradición musulmana.
"No podía reconocerlos, pero sabía que era la familia de Daoud Khan", dijo. Recordó que uno de los choferes le dijo que había trabajado durante un largo tiempo para la familia. Dijo que uno de los cabecillas del golpe, el mayor Aslam Watanjar, asistió al funeral.
Cuando le ordenaron echar tierra sobre los cuerpos, Mir cogió una lona del camión y la tendió sobre los cuerpos. Luego, al marcharse, contó noventa pasos hasta el camino, con el fin de recordar el lugar. A la noche siguiente, su sargento debió enterrar trece cuerpos más en otra fosa cercana.
Poco después, Mir huyó de la capital y se unió a la resistencia anticomunista en las montañas. Fue solo años después que se acercó a la familia Daoud y contó su historia.

Campesino de la localidad, Mawla Gul, entonces de dieciséis, se enteró del secreto cuando topó con soldados en la tierra de su familia en los días posteriores al golpe comunista. Le contó a su madre. Ella le instó a marcar el lugar de la sepultura con piedras y plantar en el sitio una bandera de mártir, que fue lo que hizo tres meses más tarde, después de que los soldados se hubiesen marchado.
Su acción fue suficiente para que el gobierno allanara su casa. El adolescente huyó hacia las montañas para unirse a los muyahedin. Su familia huyó hacia Pakistán.
Gul mantuvo el secreto hasta que se reunió con la comisión del gobierno que investigaba la zona cerca de su pueblo, Khoja Ghar, hace seis meses. Entonces les guió hacia el lugar.
Sardar Mahmood Ghazi, otro nieto de Daoud, estaba allá cuando empezaron a cavar. Le dijo a Mir que viajara desde su casa en Khost para ayudarlo. El general proporcionó la última clave.
"Estábamos todos en la cumbre de un cerro, y él dijo: ‘Este es el lugar’". Mir apuntó hacia un terreno y dos días más tarde los investigadores los encontraron, dijo Ghazi.
Tomó meses identificar los restos. Después de tantos años en la tierra, la lona que Mir recordaba haber usado para cubrir los cuerpos, se había podrido, dejando sólo los anillos, dijo el doctor Faizullah Kakar, el viceministro de salud, que dirigía la investigación.
La mayor parte de la ropa se había desintegrado. Los miembros de la familia reconocieron a la hermana del presidente, Ayesha, por una bota ortopédica. Omar, el hijo del presidente, fue identificado por los ganchos de los tirantes que usaba, dijo Kakar.
Finalmente Daoud fue identificado por sus moldes dentales y por un pequeño Corán dorado que llevaba en el bolsillo interior de su chaqueta, dijo.
Uno de los ayudantes del presidente, el general Anwar Shah Khan, dijo que el Corán había pertenecido a Daoud, a quien se la había regalado el rey de Arabia Saudí, dijo Kakar.
La comisión incluso entrevistó al criado del presidente, Ghulam Darwish, que se encargaba de lavar la ropa de Daoud. Darwish confirmó que el presidente llevaba el Corán en el bolsillo.
Examinando los restos, los investigadores especularon que el presidente fue alcanzado por una ráfaga de balas, dijo Kakar. También había dos agujeros de bala en lo que quedaba de la camisa de su hijo Omar, dijo.
Otros dos familiares -la cuñada de Daoud y una biznieta, que fueron heridas el día del golpe y murieron más tarde en un hospital- siguen desaparecidos. El resto de la familia fue encarcelado y más tarde exiliados. Volvieron a Afganistán sólo después de la caída de los talibanes en 2001.
El funeral de Daoud cerrará no solamente uno de los capítulos más sangrientos de la historia afgana, sino también llevará algo de paz a los familiares sobrevivientes, algunos de los cuales fueron heridos en los fusilamientos de hace treinta años.
Gazhi y Naeem, los nietos, dijeron que esperan que el nuevo entierro pueda allanar el camino de un proceso de reconciliación nacional o incluso para una comisión de la verdad para abordar los numerosos crímenes de guerra cometidos durante cada uno de los gobiernos afganos desde 1978.
"No hemos vuelto para vengarnos", dijo Ghazi, cuyo padre, Mohammed Nizam, un yerno del presidente y funcionario del ministerio de relaciones exteriores, fue asesinado junto con su abuelo. "Hay que descubrir la verdad y ponerla a disposición del pueblo afgano".
Para la familia, el descubrimiento ha sido una liberación.
"Como musulmanes", dijo Ghazi, "tenemos que enterrarlos y encontrar un lugar donde rezar. Si conseguimos eso, entonces podemos descansar".

13 de febrero de 2009
31 de enero de 2009
©new york times
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con los talibanes


Periodista del Times se une a los combatientes talibanes en una zona especialmente peligrosa de Afganistán. Los hombres parecen no temer a las tropas aliadas, y son amables anfitriones.
[Paul Watson] Ghazni, Afganistán. Para los talibanes, la principal carretera -una ajetreada arteria de dos vías que las tropas estadounidenses recorren por el medio, tratando de mantenerse alejados de los terroristas suicidas- es "territorio enemigo". Los guerrilleros la recorren como si fueran sus dueños.
Sonriendo de desprecio por una caravana de tropas polacas tratando de hacerse camino a través del tráfico el otro día, tres combatientes talibanes con rifles y largos cuchillos ocultos debajo de sus pesadas capas de lana cruzaron tranquilamente la autopista y escaparon del atasco.
Cuando llegaron a orillas de esta capital provincial a apenas una hora y media al sur de Kabul, el conductor se detuvo en un camino de tierra en el desierto, persuadiendo a la vieja y quejumbrosa furgoneta para que pasara por un lomo de burro frente a un nervioso centinela afgano. Los combatientes lo miraron hostiles.
A apenas treinta metros de la carretera construida por los norteamericanos, estábamos entrando en territorio talibán.
Presumiblemente el lomo de burro facilita la tarea de soldados o policías de detener los vehículos para revisarlos a la búsqueda de guerrilleros y armas. Pero las tropas del gobierno normalmente retroceden o hacen la vista gorda cuando los combatientes talibanes entran o salen de su enorme bastión en el desierto.
"Los policías y soldados no entran nunca a nuestro territorio", dijo uno de los guerrilleros -un hombre de veintiocho años que se identificó solamente como Ahmadi. "Si lo hicieran, no volverían".
Siete años después de la invasión norteamericana del régimen talibán, los fanáticos combatientes islámicos que se habían dispersado tras los masivos bombardeos de sus aldeas y bases de retaguardia en Pakistán nuevamente controlan extensas porciones de Afganistán. Aunque son más fuertes en el sur y en el este, han lanzado ataques en todas las regiones del país -y se han atrincherado en el territorio que rodea Kabul, la capital.
Las fuerzas armadas norteamericanas dicen que podrían necesitar treinta mil hombres más en Afganistán este verano, casi el doble de las fuerzas americanas enviadas allá. Los comandantes dicen que es probable que el número de bajas americanas, que con 155 aumentó en más de un tercio el año pasado, de acuerdo a icasualties.org, siga aumentando.


Pese a su creciente poderío y confianza, los combatientes talibanes reciben rara vez a periodistas extranjeros. Los guerrilleros se muestran extremadamente alertas ante la posible presencia de espías.
Y, entre los pashtún que dominan los talibanes, un antiguo código de honor llamado pashtunwali exige que un anfitrión proteja la vida de un invitado como si fuera más importante que la propia. Esa es una dura exigencia cuando el visitante es un extranjero que cruza un territorio lleno de secuestradores y facciones rivales enzarzadas en una guerra cada vez más cruenta.
Algunos comandantes talibanes consideraron la petición de pasaje seguro del Times para cruzar por su territorio sólo para rechazarla por considerarla demasiado riesgosa. Pero los talibs de Ghazni, ansiosos de mostrar su control del territorio, finalmente accedieron.
Con un ramo de uvas de plástico y un verso del Corán como adornos del espejo retrovisor, el vehículo de los guerrilleros se fundió con los cientos de taxis minibuses que transportan pasajeros por el campo afgano.
Los talibs, cuyas gruesas y negras barbas y enormes turbantes son tanto un emblema del orgulloso legado pashtún como símbolos de lealtad a los ulemas militantes, dijeron que hacían viajes regulares hacia y desde la ciudad de Ghazni, y por la carretera hacia Kabul.
Al menos en la provincia de Ghazni, los militantes talibanes no son combatientes acobardados escondidos en cavernas, saliendo a escondidas a montar emboscadas para correr a esconderse en otro escondite en la montaña. Viven cómodamente en aldeas agrícolas donde nacieron muchos de ellos, controlando el territorio, reclutando y adiestrando nuevas tropas, sobresaliendo en lo que ven como el don divino de una inevitable victoria contra los paganos invasores extranjeros.
"En los primeros días había muchos espías, así que teníamos que trasladarnos en pequeños grupos", dijo Ahmadi. "Pero ahora andamos en grupos de trescientos o cuatrocientos. Ahora no tenemos problemas".
Durante sus períodos de ocio, miran televisión y se informan de las noticias del día. Últimamente han visto un montón de bombas y cuerpos en la cobertura del canal Al Yazira de la ofensiva israelí contra Hamas en la Franja de Gaza. Los guerrilleros de Ghazni dijeron que las imágenes los fortalecían más que nunca en su determinación de luchar, y si es necesario morir, para expulsar a las tropas norteamericanas y sus aliados, a los que consideran cruzados empecinados en la destrucción del islam.
"Estamos dispuestos a dar nuestra sangre por la libertad de la patria, y también para terminar con la opresión de los norteamericanos", dijo Ahmadi, que ocultaba su cara con un kaffiyeh blanco y negro, usado más comúnmente por los árabes palestinos que por otros afganos.

Los norteamericanos apoyan a Israel, y cuando lleguen acá, debemos al menos estar listos para defender nuestro país. Para nosotros, morir joven es un orgullo".
La televisión vía satélite también mantiene a los talibs al día sobre los preparativos de la investidura del presidente electo Barack Obama, al que uno de ellos describió como "otro infiel", y el inminente refuerzo del nivel de tropas norteamericanas.
Los talibs dicen que cualquier aumento sólo les dará más oportunidades para matar a no-musulmanes en la guerra santa, del mismo modo que murieron los muyahedines apoyados por Estados Unidos en casi una década de guerra para expulsar a las tropas soviéticas de Afganistán en los años ochenta.
"El ejército ruso tenía cientos de miles de tropas aquí y perdió. Ahora es el turno de los norteamericanos", dijo un segundo talib, que se negó a identificarse. "Aunque aumentaran sus tropas a cien o doscientos mil, nunca perderemos nuestra moral. Seguiremos con nuestra guerra santa. Mientras más soldados envíen, más felices nos harán".
Algunos acusan a los talibanes de obligar a los campesinos a pelear. Pero los talibs de Ghazni dicen que los voluntarios aumentaron sus filas en un diez por ciento en un mes e insisten en que rechazan a muchos.
"No los necesitamos a todos ahora", dijo Ahmadi, y el segundo talib agregó, con una sonrisa de autosuficiencia: "Tampoco tenemos la logística necesaria".
Pese a los esfuerzos de la coalición militar encabezada por Estados Unidos para reducir la capacidad de los comandantes talibanes para dirigir operaciones militares a distancia, los guerrilleros parecen estar en contacto regular con sus líderes, y actúan bajo sus órdenes.
Después de un encuentro en una carretera secundaria, la furgoneta de los talibs se encaminó hacia la carretera de dos vías que une a las dos principales ciudades afganas, Kabul y Kandahar. Nuestro chofer hizo una pausa de un minuto para dejar pasar la caravana de todoterrenos polacos.
Soldados girando en sus torrecillas nos escudriñaron a través de sus visores, pero las tropas continuaron lentamente hacia la relativa seguridad de la ciudad en el nordeste. Partimos en la dirección opuesta, hacia el barrio de Qarabagh, conocido por los secuestros.
Los militantes a menudo ignoran el numeroso tráfico de helicópteros militares repiqueteando arriba, o las tropas terrestres de patrulla, e instalan descaradamente puestos de control durante el día para detectar a extranjeros, colaboradores de organizaciones de ayuda y empleados de gobierno.
En julio de 2007, los militantes secuestraron a veintitrés cooperantes cristianos de Corea del Sur junto a la autopista cuando el bus en que viajaban pasó por un mercado de barrio. Mataron a dos de ellos; los otros fueron dejados en libertad más tarde.    

Por una ruta indirecta, rodando lentamente a través de los rastrojos de los campos cultivados y cruzando riachuelos alimentados por la nieve derretida de las montañas en el horizonte, llegamos a un pueblo a la vista de un pequeño dirigible de observación blanco sujeto por una soga sobre una base polaca.
Dos talibs, con sus caras cubiertas por pañuelos de cabeza, recibieron a la furgoneta con sus dedos en el gatillo de sus rifles de asalto Kalashnikov. Después de un rápido cacheo y un apretón de manos, nos escoltaron en motocicletas hacia un enorme recinto con enormes murallas de barro.
El edificio no parecía para nada un escondite sitiado de los guerrilleros. El pequeño cuarto de recepción tenía cortinas blancas nuevas, cojines limpios para que los invitados pudieran reclinarse y un tapete de lana. Fotos enmarcadas de ancestros de la familia decoraban las paredes pintadas de blanco.
En conformidad con la costumbre pashtún de generosa hospitalidad, los guerrilleros sirvieron vasos de un humeante té dulce caliente y un cuenco de almendras caramelizadas. Sin ninguna prisa para poner fin a la conversación, trajeron cuencos de caldo de pollo, yogur, un salero y una galleta de pan recién hecho para el almuerzo.
A medida que conversábamos, los talibs se relajaron, y la mayoría de ellos retiraron las telas que cubrían sus rostros. Uno de ellos hurgó en su chaleco de camuflaje abultado con una bayoneta y cartuchos de munición para su AK-47 y sacó una pequeña lata redonda para disfrutar de un poco de tabaco de mascar.
Cualquier indulgencia que dañe al cuerpo es haram, o prohibida, entre los musulmanes observantes. Pero en las aldeas talibanes, la predilección de los guerrilleros por el tabaco de mascar no fue el único indicio de que los ulemas están adoptando una posición más tolerante con respecto a algunos de sus viejos edictos, aunque siguen ejecutando a personas consideradas como enemigas del islam, tales como maestros y otros empleados de gobierno.
La furgoneta de los talibs llevaba una selección de casetes de música para su pletina. Cuando los talibanes gobernaban el país, los casetes eran requisados en los puestos de control y numerosas tiras de brillantes cintas marrones eran colgadas de postes donde ondeaban en el viento como muñecas de rafia.
Los agentes de policía talibanes agarraban a los hombres por la barba, y tener poca barba garantizaba una severa golpiza. Pero varios hombres que vimos en los caminos en territorio talibán iban bien afeitados. Incluso uno de los que asistió a la reunión no tenía bigotes. Los otros llamaban al tímido talibán de cara de niño, "El Doctor".

Los talibanes admitieron haber incendiado escuelas del gobierno, pero alegaron que eso no significa que estén contra la educación, siempre que se adapte a sus ideas sobre la correcta educación islámica.
"Ahora el gobierno está inscribiendo a los votantes en las escuelas, y nosotros estamos contra las elecciones mientras haya extranjeros en el país", dijo el segundo talib. "Están usando las escuelas como trincheras contra nosotros. Así que cuando quemamos las escuelas, la culpa es de ellos".
Los tribunales talibanes dictaban justicia según la ley islámica sharia. Aunque severa, es sin embargo popular entre muchos afganos cansados de ver que sólo los que ofrecen más dinero encuentran justicia en los tribunales oficiales, y enfadados porque donantes extranjeros han presionado al presidente Hamid Karzai para que aplace las ejecuciones de la mayoría de los criminales condenados que se encuentran en el corredor de la muerte.
Algunos de los talibs de Ghazni dicen que participaron en una temprana campaña para apoyar al gobierno electo de Karzai, también pashtún, sólo para desilusionarse y tomar las armas contra él.
Un talib mostró una tarjeta de inscripción electoral con su foto. Otro dijo que antes trabajaba como peón para los militares norteamericanos en Ghazni, en un Equipo de Reconstrucción Provincial.
El intérprete de los talibs era un adolescente que pasaba las vacaciones escolares de su secundaria en Kabul. El niño dijo que quería ser doctor, y estaba ansioso por investigar las posibilidades de becas en Occidente, aunque también fanfarroneaba de su disposición a luchar contra los extranjeros.
Los talibanes también se benefician de los refuerzos extranjeros, y entre las filas de la guerrilla se encuentran estadounidenses, europeos, árabes, chinos y otros combatientes, dijo Maulavi Arsan Rahmanim que fue ministro de educación superior en el derrocado gobierno talibán.
Ahora senador en el parlamento afgano, Rahmani dijo que los líderes talibanes que respondieron al llamado a la reconciliación de Karzai, y se trasladaron a Kabul y otras ciudades controladas por el gobierno, se sentían traicionados por la promesa de acercamiento. Existe indignación entre los sesenta desertores talibanes de alto rango porque el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se niega a levantar las sanciones contra ellos.
Entre estos se encuentran el ex ministro de relaciones exteriores talibán, Wakil Ahmed Mutawakel; el ministro de comercio, Abdul Razq, y Qazi Habibullah, que fue embajador ante los aliados más cercanos de los talibanes, Pakistán y Arabia Saudí.
Eso desalienta a otros talibs a la hora de pensar en dejar las armas, dijo Rahmani.
"No confían en los compromisos", agregó. "Dicen abiertamente: ‘¿Para qué les sirve haberse pasado para el otro lado? No tiene los mismos derechos que otros afhanos’".
Sin embargo, miembros de los talibanes están preparados para la paz y han propuesto un plan de tres fases al rey Abdullah de Arabia Saudí y otros líderes, dijo Rahmani, que debería culminar en conversaciones sobre el rol de los talibanes en el gobierno.
Rahmani, que juró que dejaría el país si los talibanes volvían a controlarlo otra vez, dijo que los talibanes debían solamente compartir el poder, y no ser los únicos en gobernar, porque muy pocos de sus dirigentes están calificados para ello.
"Tenemos relaciones indirectas con los talibanes. Aceptarán nuestras propuestas y el gobierno también lo hará", insistió. "Pero sobre lo que no estamos seguros es si la comunidad internacional realmente quiere terminar con la guerra. Lo dudamos, lo dudamos".
Emergiendo nuevamente del desierto, los talibs de Ghazni no mostraron temor de ser seguidos desde su base en la aldea mientras la furgoneta dejaba un largo y alto rabo de polvo. Aparcaron casualmente junto a la autopista, esperando que el coche que recogería a sus invitados pasara por un puesto de control del ejército afgano.
Después de entregar a sus pasajeros en seguridad, los talibs, despidiéndose y sonriendo, se encaminaron hacia las tropas que los esperaban.

1 de febrero de 2009
11 de enero de 2009
©los angeles times 
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familia karzai vende heroína


Informes vinculan a hermano de Karzai con el tráfico de heroína en Afganistán.
[James Risen] Washington, Estados Unidos. Cuando las fuerzas de seguridad afganas encontraron un enorme alijo de heroína escondida debajo de bloques de concreto en un camión con remolque en las afueras de Kandahar en 2004, el comandante afgano de la localidad incautó rápidamente el camión y notificó a su jefe.
Poco después, el comandante, Habibullah Jan, recibió una llamada telefónica de Ahmed Wali Karzai, el hermano del presidente Hamid Karzai, pidiéndole que liberara el vehículo y las drogas, dijo Jan más tarde a detectives norteamericanos, de acuerdo a notas obtenidas por el New York Times. Dijo que obedeció después de recibir una llamada de un ayudante del presidente Karzai instruyéndole que liberara el camión.
Dos años después, fuerzas antinarcóticos americanas y afganas pararon a otro camión, esta vez cerca de Kabul, para encontrar más de cincuenta kilos de heroína. Poco después del decomiso, investigadores de Estados Unidos dijeron a otros funcionarios norteamericanos que habían descubierto vínculos entre el envío de drogas y un guardaespaldas que se cree es un intermediario de Ahmed Wali Karzai, de acuerdo a una persona familiarizada con el incidente.
Según funcionarios norteamericanos y afganos las sospechas sobre la implicación del hermano del presidente en los incidentes no fueron investigadas nunca, pese a que las acusaciones de que se ha beneficiado del tráfico de drogas han circulado ampliamente en Afganistán.
Tanto el presidente Karzai como Ahmed Wali Karzai, ahora presidente del Consejo Provincial de Kandahar, el consejo de administración de la región que incluye a la segunda ciudad de Afganistán, rechazan las acusaciones explicando que son ataques motivados políticamente de parte de enemigos de toda la vida.
"Yo no soy un traficante de drogas, nunca lo he sido ni lo seré", dijo hace poco el hermano del presidente en una entrevista telefónica. "Soy víctima de políticos sucios".
Pero los rumores sobre él han preocupado profundamente a altos funcionarios norteamericanos en Kabul y Washington. Funcionarios norteamericanos temen que la percepción de que el presidente afgano está protegiendo a su hermano puedan perjudicar su credibilidad y socavar los esfuerzos de Estados Unidos para apuntalar su gobierno, que ha estado sitiado por sus adversarios y una insurgencia talibán financiada por el dinero del narcotráfico, dijeron varios funcionarios del gobierno de Bush. Sus preocupaciones se han acentuado a medida que aumenta el despliegue de tropas americanas en todo el país.
"Lo que parece ser una imagen pública bastante común sobre la corrupción al interior del gobierno es un elemento tremendamente corrosivo que funciona contra la confianza a largo plazo en ese gobierno -es un asunto muy grave", dijo el teniente general (r) David W. Barno, que fue comandante de las fuerzas militares de la coalición en Afganistán de 2003 a 2005. "Estratégicamente, eso puede ser problemático para Estados Unidos".
La Casa Blanca dice que cree que Ahmed Wali Karzai está implicado en el tráfico de drogas, y funcionarios norteamericanos han advertido repetidas veces al presidente Karzai que su hermano es un lastre político, según dos funcionarios del gobierno de Bush en una entrevista la semana pasada.
Numerosos informes vinculan a Ahmed Wali Karzai con el tráfico de drogas, de acuerdo a actuales y antiguos funcionarios de la Casa Blanca, el Departamento de Estado y la embajada estadounidense en Afganistán, que hablaron sólo a condición de preservar su anonimato. En reuniones con el presidente Karzai y el embajador de Estados Unidos, el jefe de estación de la CIA y sus contrapartes británicos en 2006, funcionarios norteamericanos mencionaron las acusaciones con la esperanza de que el presidente sacara a su hermano del país, dijeron varias personas que participaron en ellas o fueron informadas sobre las conversaciones.
"Pensamos que la preocupación expresada a Karzai sería suficiente para su remoción", dijo un funcionario. Pero el presidente Karzai ha resistido, exigiendo evidencias indesmentibles, dijeron varios funcionarios. "No tenemos el tipo de evidencias duras, directas, que puedan usarse en una acusación criminal", dijo un funcionario de la Casa Blanca. "Eso permite que Karzai diga: ‘¿Dónde están las pruebas?’"
Ni la Administración de Control de Drogas (DEA), que realiza campañas antinarcóticos en Afganistán, ni la naciente agencia antidrogas afgana, han realizado investigaciones sobre las acusaciones contra el hermano del presidente.
Varios investigadores estadounidenses dijeron que altos funcionarios de la DEA y la Oficina del Director de la Inteligencia Nacional se han quejado ante ellos de que la Casa Blanca prefiere una política de no intervención debido a lo delicado del asunto. Pero funcionarios de la Casa Blanca rechazan esa interpretación, mencionando los limitados recursos de la DEA en Kandahar y en el sur de Afganistán y la ausencia de voluntad política en el gobierno afgano para perseguir a importantes narcotraficantes como las razones por la falta de investigación.
"Hemos invertido considerables recursos para construir la capacidad afgana para realizar ese tipo de investigaciones y hemos alentado consistentemente a Karzai a perseguir a los peces gordos y hemos tocado el tema de las difundidas sospechas afganas sobre los vínculos entre su hermano y el narcotráfico", dijo Meghan O’Sullivan, que fue coordinador para Afganistán e Iraq en el Consejo de Seguridad Nacional hasta el año pasado.
No quedó en claro si el presidente Bush fue informado sobre el asunto. Humayun Hamidzada, secretario de prensa del presidente Karzai, negó que el hermano del presidente estuviese implicado en el tráfico de drogas o que el presidente hubiese intervenido para ayudarlo. "La gente hace esas acusaciones sin tener ninguna prueba", dijo Hamidzada.
Portavoces de la DEA, del Departamento de Estado y la Oficina del Director de la Inteligencia Nacional se negaron a hacer comentarios.

Un Informante
Los temores sobre Ahmed Wali Karzai han salido a superficie hace poco debido al encarcelamiento del informante que informó a detectives norteamericanos y afganos sobre el camión lleno de drogas en las afueras de Kabul en 2006.
El informante, Hajji Aman Kheri, fue detenido el año pasado acusado de conspirar para asesinar al vicepresidente afgano en 2002. La Corte Suprema afgana ordenó hace poco su liberación por falta de pruebas, pero todavía no ha sido liberado. El mes pasado, cerca de cien dirigentes políticos en su región natal han protestado contra su continuada detención.
Kheri, en una entrevista telefónica desde la cárcel de Kabul, dijo que había trabajado como informante para la DEA y para agencias de inteligencia de Estados Unidos, una afirmación que fue confirmada por funcionarios americanos de antinarcóticos e inteligencia. Varios de esos funcionarios, frustrado por el hecho de que el gobierno de Bush no ha presionado a favor de la libertad de Kheri, revelaron su papel en el decomiso de las drogas.
Desde la invasión norteamericana de Afganistán en 2001, los críticos han acusado al gobierno de Bush de no actuar de manera decisiva contra el narcotráfico afgano debido tanto a la oposición del gobierno de Karzai como al temor de las fuerzas armadas estadounidenses de empantanarse en campañas de erradicación y prohibición que podrían provocar la hostilidad de señores de la guerra locales y productores de amapola afganos. Ahora Afganistán suministra cerca del 95 por ciento de la oferta mundial de heroína.
Muchos funcionarios del gobierno de Karzai aprovechan el dinero producido por el tráfico de drogas del mismo modo que los talibanes, de acuerdo a funcionarios estadounidenses y afganos. Thomas Schweich, ex funcionario de antinarcóticos del Departamento de Estado, escribió en el New York Times Magazine en julio que los narcotraficantes estaban comprando a cientos de jefes de policía, jueces y otros funcionarios. "La corrupción de los narcos llega hasta los escalones más altos del gobierno afgano", dijo.

Corrupción
Sobre las sospechas sobre Ahmed Wali Karzai, el representante Mark Steven Kirk, republicano de Illinois que ha estudiado el problema de la droga en Afganistán en el Congreso, dijo: "He preguntado sobre él a gente en el gobierno de Bush y de la DEA y me han dicho: ‘Creemos que está implicado’".
En los dos decomisos de drogas en 2004 y 2006 se encontró heroína por un valor de varios millones de dólares. En abril de 2006, Jan, entonces miembro del parlamento afgano, se reunió con investigadores americanos en una casa de seguridad de la DEA en Kabul. En esa ocasión le pidieron que describiera los eventos en torno al hallazgo de drogas de 2004, de acuerdo a notas de la reunión. Dijo a los norteamericanos que después de requisar el camión, recibió llamadas de Ahmed Wali Karzai y Shaida Mohammad, un ayudante del presidente Karzai, de acuerdo a las notas.
Jan se convirtió más tarde en un opositor político del presidente Karzai y en un discurso en el parlamento en 2007 acusó a Ahmed Wali Karzai se estar implicado en el tráfico de drogas. Jan fue asesinado en julio cuando conducía desde un pabellón de huéspedes a su residencia principal en la provincia de Kandahar. Se sospechó de los talibanes por su asesinato.
Mohammad, en una entrevista reciente en Washington, rechazó la versión de Jan, diciendo que Jan había inventado la historia de que había sufrido presiones para que liberara el cargamento de drogas para perjudicar al presidente Karzai.
Pero Khan Mohammad, el ex comandante afgano de Kandahar que fue superior de Jan en 2004, dijo en una entrevista hace poco que Jan había informado entonces que había recibido una llamada del ayudante de Karzai ordenándole liberar el alijo de drogas. Khan Mohammad recordó que Jan creía que la llamada había sido instigada por Ahmed Wali Karzai, no por el presidente.
"Este fue un problema muy serio", dijo Mohammad.
Dio la misma versión en una entrevista, de octubre de 2004, con The Christian Science Monitor. Mohammad dijo que después de que un subordinado detectara un importante envío de heroína unos dos meses antes, el funcionario recibió repetidas llamadas de Ahmed Wali Karzai. "Me dijo: ‘Esta heroína me pertenece, debes liberarla’", citó el diario a Mohammad.

Languideciendo en Prisión
En 2006, Kheri, el informante afgano, informó a los agentes antinarcóticos norteamericanos sobre otro envío de drogas. Kheri, que había demostrado ser tan valioso para Estados Unidos que su familia había sido reasentada en Virginia en 2004, volvió por un corto período a Afganistán en 2006.
La heroína en el camión requisado debía ser entregada al guardaespaldas de Ahmed Wali Karzai en el pueblo de Miadan Shahr, para ser transportada luego a Kandahar, dijo uno de los afganos implicados en la operación a los investigadores norteamericanos, de acuerdo a notas de la reunión. Varios afganos -los choferes y el dueño del camión- fueron arrestados por las autoridades afganas, pero no se hizo nada contra Karzai ni contra su guardaespaldas, que según los investigadores es un intermediario, dijeron funcionarios norteamericanos.
En 2007, Kheri visitó nuevamente Afganistán, trabajando una vez más como informante de los estadounidenses, dijeron los funcionarios. Sin embargo, esta vez fue arrestado por el gobierno de Karzai y acusado del asesinato en 2002 de Hajji Abdul Qadir, vicepresidente de Afganistán, que había sido un rival político del hermano de Kheri, Hajji Zaman, ex comandante miliciano y una importante figura en el este del país.
Kheri, en la entrevista telefónica desde Kabul, negó cualquier participación en el asesinato y dijo que su detención obedecía a propósitos políticos. Mantuvo que el hermano del presidente está implicado en el tráfico de heroína.
"Que Wali Karzai esté metido en el negocio de las drogas no es un secreto para nadie", dijo Kheri, que habla inglés. "Un montón de personas en el gobierno afgano están implicadas en el tráfico de drogas".
La continuada detención de Kheri, pese a la orden judicial de liberarlo, ha frustrado a algunos investigadores estadounidenses que trabajaron con él.
En los últimos meses se han reunido con funcionarios del Departamento de Estado y con la Oficina del Director de la Inteligencia Nacional tratando de persuadir al gobierno de Bush de que intervenga ante el gobierno de Karzai para obtener la libertad de Kheri.
"Estamos dejando que un informante realmente valioso se pudra en la cárcel", dijo un detective.

Carlotta Gall contribuyó al reportaje desde Kabul.

2 de noviembre de 2008
5 de octubre de 2008
©new york times 
cc traducción mQh
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nueva amenaza en afganistán


Las pandillas. Vecinos de Herat, una ciudad al occidente del país, dicen ‘Basta' a la proliferación de actividades criminales.
[Anand Gopal] Kabul, Afganistán. Cuando una banda criminal secuestró al hijo de doce años de un prominente doctor la semana pasada en las calles de Herat, los vecinos de Herat, una ciudad al occidente del país, decidieron que estaban hartos.
Médicos, enfermeras y otros profesionales de la salud dejaron sus trabajos para protestar por lo que dicen son intentos desganados del gobierno en su enfoque de un creciente problema de seguridad. Pronto se les unieron tenderos, jueces, y el principal sindicato de la ciudad, provocando la paralización de 250 fábricas.
La huelga, que terminó a principios de la semana, subraya un extendido descontento con los intentos del gobierno de proporcionar seguridad e ilustra que son las bandas criminales, no los talibanes, las que son vistas como la amenaza más importante a la seguridad en las principales ciudades de Afganistán.
"Tenemos miedo de salir porque no sabemos si será la última vez", dice Ahmad Qurishi, vecino de Herat.
Han aumentado los secuestros por rescate.
Funcionarios de gobierno informan que en Kabul, la capital de Iraq, en 2007 se registraron cerca de cien secuestros, casi todos ellos obra de bandas criminales. Las secretas y bien organizadas bandas secuestran a menudo a empresarios acomodados, médicos y otras figuras prominentes y exigen millones de dólares en rescates. Las bandas también perpetran sofisticados robos, a menudo escapando con cientos de miles de dólares.
El general Ali Shah Paktiawal, jefe de la unidad de investigaciones criminales de la policía dice que hay un puñado de grandes y poderosas bandas, y decenas de otras más pequeñas que operan sobre bases informales. Aunque a veces también atacan a extranjeros, la mayoría de los secuestrados son afganos.
Hace dos meses, Mirza Kunduzi, un empresario que posee un próspero local de cambio de divisas en el barrio del mercado de Kabul, volvió a casa después de un largo día de trabajo. Repentinamente seis hombres emergieron de un coche aparcado y le apuntaron con armas. "Llevaban uniformes militares", dice. "Me cortaron con un cuchillo, me vendaron la vista, y me obligaron a meterme en el maletero del coche".
Los secuestradores lo trasladaron a una casa cercana, donde le golpearon. "Me pidieron dos millones de dólares, y me golpearon porque yo me negué a pagar. Ni siquiera me sacaron la venda. Estuve siete días con los ojos cerrados".
Finalmente los secuestradores aceptaron un rescate de cuarenta mil dólares y dejaron a Kunduzi a un lado del camino una noche tarde.
La experiencia de Kunduzi reproduce la de cientos de otros, y los analistas dicen que el clima de terror está alejando del país a los cerebros y el capital.
Un grupo de comerciantes calcula que en 2007 la inversión privada descendió a casi la mitad. "Los secuestros de bandas criminales contra negocios y hombres de negocios por rescate ha tenido un profundo impacto en la moral de los empresarios y, por eso, en los negocios y en las inversiones", dijo en una declaración reciente el Servicio Afgano de Apoyo a la Inversión.
Algunos expertos dicen que el alto desempleo y la falta de oportunidades crean las condiciones que explican el florecimiento de las bandas. "Cuando se desbandó a los antiguos ejércitos de muyahedines, mucha gente se quedó en la calle, sin dinero", dice Haroun Mir, subdirector del Centro de Investigación y Estudios de Políticas Oficiales de Afganistán [Afghanistan Center for Research and Policy Studies]. "Cuando eres joven y ves la desigualdad en la riqueza y no tienes esperanza de un futuro mejor, puedes hacer cualquier cosa".
¿Hay ex combatientes implicados en organizaciones criminales?
Muchos ex soldados trabajan ahora para compañías de seguridad privadas. "Tenemos evidencias de que algunas de esas compañías son responsables de secuestros, robos y tráfico de drogas", dice el general Paktiawal.
Para complicar más el asunto, muchos creen que algunos elementos de la policía afgana son corruptos y no se puede confiar en ellos en cuanto a seguridad. "Muchas bandas tienen contactos con la policía", dice Mir. "Y a los polis buenos no se los recompensa, ni se castiga a los malos".
Los temores y frustraciones llevaron a la gente de Herat a declarar la huelga están empujando a Kunduzi a tratar de solucionar el problema con sus propias manos. "Algunos policías están implicados, y el gobierno no protege a nadie aquí", dice, con la voz temblando de indignación. "Después de mi secuestro, decidí que el único modo de estar seguro es poseer un arma".
Mientras espera el permiso para portar armas -un proceso difícil y caro incluso en un país inundado de armas-, Kunduzi dice que la próxima vez quizá no podrá comprar su libertad. "Me quitaron todo. Me pueden secuestrar de nuevo", dice, "pero ya no tengo nada".

5 de abril de 2008
21 de marzo de 2008
©christian science monitor
cc traducción mQh
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pena de muerte vuelve a kabul


[Henry Chu] Algunos países donantes muestran preocupación por el renacimiento de las ejecuciones, especialmente en un país cuya poder judicial es inepto.
Kabul, Afganistán. Una fría noche de octubre en las faldas de una de las montañas que circundan esta ciudad, el chasquido de fuego de armas pesadas desgarró la penumbra. Cuando finalmente el eco se apagó y todo volvió a la calma, había quince personas muertas en un revoltijo de cuerpos ensangrentados.
De este modo revivió el gobierno afgano, después de mantener inactivo a su pelotón de fusilamiento durante tres años y medio, la pena de muerte en este país asolado por la guerra. Funcionarios de gobierno dijeron que habría más ejecuciones.
La reanudación aquí de la pena de muerte ha provocado inquietud entre los numerosos países que proporcionan ayuda militar y económica a Afganistán. Más allá de las aprensiones morales, críticos y activistas de derechos humanos están preocupados de que la pena máxima sea implementada por un poder judicial considerado ampliamente como corrupto e incompetente.
Algunas de esas reservas llevaron al presidente Hamid Karzai a declarar una moratoria de las ejecuciones en 2004, después de que su gobierno llevara a cabo la primera sentencia de muerte en el país desde la caída del régimen talibán en 2001. En ese caso, un hombre fue ejecutado pese a que el juicio había sido criticado por Estados Unidos.
Hoy las fuerzas de Karzai hacen frente a nuevas realidades políticas. Su índice de aprobación ha caído en medio de un fuerte aumento de los ataques de los insurgentes y de crímenes violentos, como secuestros y asaltos. La inseguridad se ha convertido en el principal problema que según los afganos acosa ahora al país.
La puesta en práctica de la pena de muerte fue una medida instantáneamente popular, permitiendo a Karzai aparecer como resuelto en materias de seguridad pública para apuntalar el apoyo a su gobierno. Observadores han dicho que la ejecución colectiva del 7 de octubre se produjo apenas una semana después de uno de los peores atentados suicidas en Kabul, la capital, que mató a treinta personas que viajaban en un bus militar.
El portavoz de Karzai, Humayun Hamidzada, reconoció que la opinión pública jugó un importante papel en la decisión de levantar la moratoria.
"Es deber del gobierno implementar la ley", dijo Hamidzada. "Y, en segundo lugar, la opinión pública lo quería".
"El presidente Karzai mismo se opone a las ejecuciones. No le gustan las ejecuciones. Es por eso que demoró tanto en cerciorarse de que cada caso fuera exhaustivamente investigado".
La oposición personal de Karzai a la pena de muerte lo coloca en una minoría entre sus compatriotas. Durante el severo gobierno de los talibanes, las ejecuciones públicas eran llevadas a cabo en estadios ante miles de espectadores, y la abrumadora mayoría de los afganos todavía apoya la pena de muerte, y no solamente para homicidas.
"Es bueno que el gobierno ejecute a ladrones y secuestradores", dijo Faizuddin, 27, vecino de Kabul que, como muchos otros afganos, sólo tiene un nombre. "Sire como ejemplo para los demás".
Al mismo tiempo, sin embargo, el poder judicial, aunque ha mejorado, sigue siendo una institución endeble. El debido proceso y la imparcialidad judicial son a veces ilusiones en un país con una historia de justicia tribal y de turbas linchadoras y de señores de la guerra que tuercen a voluntad a la policía, tribunales y funcionarios locales.
"Todavía recibimos muchas quejas sobre el poder judicial -sobre la incompetencia de los jueces, sobre los sobornos y la corrupción en los varios niveles de los tribunales", dice Ahmad Fahim Hakim, vicepresidente de la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán. "Sería difícil pensar que todos pueden gozar de un juicio justo e imparcial".
Además del juicio y la sentencia, las ejecuciones mismas pueden ser chapuceras.
Dieciséis prisioneros estaban en la lista de ejecuciones del 7 de octubre, incluyendo delincuentes y militantes talibanes que según se aseguró Karzai eran responsables de hechos atroces y que tuvieron un juicio justo. Pero momentos antes de la ejecución, un asesino llamado Timor Shah, posiblemente el más infame de todos, logró escapar.
No está claro cómo lo hizo. Pero se dice que tres guardias fueron arrestados por sospechas de haberlo ayudado.
De acuerdo a un fuente familiarizada con lo que ocurrió esa tarde, de algún modo Shah pudo saltar sobre una muralla y escapar gritando: "¡Dios es grande!" mientras los demás eran formados para ser ejecutados. La fuente pidió no ser identificada por temor a represalias oficiales.
El escape de Shah es sólo una de las muchas cosas que salieron mal, dijo la fuente, cuyo relato reproducimos aquí. (Desde entonces ha sido corroborado en muchos aspectos por una entrevista concedida al Times de Londres por un fiscal que estuvo presente en la ejecución).
Primero, a la policía a cargo de la ejecución le tomó varias horas encontrar un lugar donde realizarla; el ministerio de Defensa se negó a permitir el uso de un sitio en un campamento del ejército.
Mientras avanzaba el crepúsculo, la policía llevó a los condenados a las faldas de una montaña en las afueras de Kabul e hizo formar a los hombres. Según el reglamento los prisioneros pueden purificarse y orar, y los prisioneros deben ser ejecutados uno a la vez de un balazo en el pecho.
Pero no ocurrió nada de eso. Después de la fuga de Shah, también otros trataron de escapar. Apanicados, el pelotón de ejecución disparó una lluvia de balas. Algunos de los muertos quedaron completamente desfigurados e irreconocibles.
Hamidzada, el portavoz del presidente, no quiso confirmar ni negar los detalles, diciendo que circulaban relatos sobre la ejecución que eran exagerados. Reconoció que "no se observó todo el procedimiento... El gobierno no está satisfecho con lo ocurrido".
Tampoco lo estaban los reclusos de la cárcel Pul-i-Charki, de Kabul, que montaron una breve huelga de hambre en protesta por la chapucera ejecución.
También mostraron inquietud algunos gobiernos extranjeros, muchos de los cuales, como miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, tienen tropas desplegadas en Afganistán.
Gran Bretaña y los Países Bajos, entre los países con los más grandes contingentes militares aquí, condenaron las ejecuciones y llamaron a abolir la pena de muerte -una de las principales prioridades de derechos humanos a nivel mundial de la Unión Europea. El gobierno canadiense también se aseguró de que en Kabul ninguno de los quince ejecutados eran prisioneros capturados por soldados canadienses.
Fuerzas extranjeras entregan rutinariamente a militantes capturados a las autoridades afganas. Pero el renacimiento de la pena capital podría complicar el proceso si las tropas de países que prohíben la práctica empiezan a temer que sus prisioneros corren peligro de ser ejecutados.
En Afganistán, la crítica internacional ha sido recibida con un encogimiento de hombros.
"No pueden decirnos que no ejecutemos a nadie", dijo Hussein Alemi Balkhi, miembro del parlamento. "Nuestra legislación permite las ejecuciones, y si no las llevamos a cabo, estimulará a otras personas a cometer delitos".
Funcionarios de gobierno dicen que los delitos violentos ya han comenzado a reducirse desde las ejecuciones de octubre. Pero es difícil obtener cifras.
Karzai está considerando qué reos del pabellón de la muerte formarán parte de la siguiente tanda de prisioneros que serán ejecutados. Se cree que la lista de ‘prioridades' contiene decenas de nombres.

henry.chu@latimes.com

22 de diciembre de 2007
20 de diciembre de 2007
©los angeles times
cc traducción mQh
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talibanes capturan distrito afgano


[Sharifuddin Sharafiyar] Talibanes están de vuelta y tropas occidentales y afganas son incapaces de reconquistar posiciones perdidas.
Herat, Afganistán. Insurgentes talibanes han capturado un tercer distrito al oeste de Afganistán, dijeron funcionarios locales el lunes, desmintiendo las afirmaciones occidentales de que los rebeldes son incapaces de montar ofensivas militares de gran escala.
Los inflexibles talibanes musulmanes volvieron a lanzar su resistencia hace dos años para derrocar al gobierno afgano pro-occidental y expulsar a las cincuenta mil tropas extranjeras, expandiendo sus operaciones fuera del sur predominantemente pashtún donde son más fuertes.
Fuerzas occidentales dicen que la mayor dependencia este año de terroristas suicidas y bombas improvisadas es el resultado de fuertes bajas en el campo de batalla que ellas y tropas afganas han infligido a los rebeldes y la incapacidad de los insurgentes para mantener el terreno.
Pero la semana pasada los talibanes capturaron tres distritos en Fara, una provincia el oeste del país en la frontera con Irán, obligando a la ligeramente armada policía afgana a huir y retando a tropas extranjeras y afganas a reconquistar el territorio perdido.
Primero, rebeldes talibanes capturaron el distrito de Gulistan hace una semana; luego, el miércoles, ocuparon Bakwa. El domingo, los rebeldes tomaron Khak-e Sefid, sin encontrar resistencia.
"El distrito de Khake-e Sefid cayó ayer en manos de los talibanes sin que las fuerzas afganas ofrecieran resistencia", dijo a Reuters Qadir Daqiq, miembro del consejo provincial de Farah. Un funcionario de la provincia que se negó a ser identificado, también confirmó los informes.
Desde hace algunos días que las fuerzas talibanes habían estado concentrándose en Khak-e Sefid, dijo un analista occidental de seguridad. Los rebeldes en Farah han estado recibiendo armas por medio de un líder talibán que opera cerca de la frontera iraní, dijo, a condición de mantener en reserva su identidad.
"Hay muchos iraníes y paquistaníes peleando junto a los talibanes afganos", dijo a Reuters el jefe de la policía provincial, Adbulrahman Sarjang.

Baja Moral de la Policía
Funcionarios afganos y occidentales han dicho a menudo que las filas de los talibanes son reforzadas por combatientes extranjeros, pero dijeron que no tenían pruebas de contasen con ayuda a nivel oficial.
La baja moral de la policía afgana ha significado en la última semana que 38 agentes se han pasado al lado de los talibanes en Farah, dijo el analista de seguridad, y aquellos que sigue en la fuerza no estaban dispuestos, o no podían ofrecer resistencia.
"Tan pronto como los talibanes atacaron masivamente, hicieron lo mejor que pudieron para retirarse tácticamente -en realidad, para marcharse a toda prisa", dijo. "No están motivados para pelear".
Vecinos se han quejado de que las tropas conducidas por la OTAN, bajo comando italiano al occidente de Afganistán, no han ayudado a las fuerzas afganas a reconquistar los distritos.
"Los vecinos se quejan de que las fuerzas extranjeras no ayudan a las tropas afganas a reconquistar los distritos", dijo a Reuters Maolavi Yahya, jefe de distrito de la vecina Delaram. "Llevan semanas quejándose".
A medida que continúa la lucha, crece la frustración entre los afganos de a pie de que su gobierno y sus amigos occidentales no han proporcionado seguridad en los seis años que han transcurrido desde que fuerzas afganas y norteamericanas derrocaran a los talibanes en 2001 por no entregar a los líderes de al-Qaeda tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Comandantes de la OTAN admiten que no tienen suficiente espacio como para derrotar a los talibanes y desarrollar el país antes de que la opinión pública afgana se vuelva contra su presencia y la opinión pública occidental, frustrada por las crecientes bajas, pida la retirada de las tropas, brindando la victoria a los insurgentes.

Hamid Shalizi y Jon Hemming en Kabul contribuyeron a este reportaje.

5 de noviembre de 2007
©reuters
©traducción mQh
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usan a antropólogos en la guerra


[David Rohde] Ejército norteamericano utiliza a antropólogos en zonas bélicas.
Valle de Shabak, Afganistán. En este remoto bastión talibán al este de Afganistán, los paracaidistas norteamericanos están montando lo que creen que es una nueva y crucial arma en las operaciones contrainsurgentes: una antropóloga civil de voz suave llamada Tracy.
Tracy, que pidió que, por razones de seguridad, no se mencionara su apellido, es miembro del primer Equipo de Reconocimiento Humano, un proyecto experimental del Pentágono que destina a antropólogos y otros cientistas sociales a unidades de combate norteamericanas en Afganistán e Iraq. La capacidad de su equipo para comprender sutiles detalles de las relaciones entre las tribus -en un caso identificando una disputa por tierras que permitió que los talibanes intimidaran a un sector de una importante tribu- les ha granjeado elogios de oficiales que dicen que están viendo resultados concretos.
El coronel Martin Schweitzer, comandante de la unidad de la División Aerotransportada 82 que está trabajando aquí con antropólogos, dijo que, desde la llegada de los académicos en febrero, las operaciones de la unidad de combate se habían reducido en un sesenta por ciento, y que ahora los soldados podían concentrarse en mejorar la seguridad, la atención médica y la educación de la población.
"Lo estamos analizando desde una perspectiva humana, desde la perspectiva de un cientista social", dijo. "No estamos estudiando al enemigo. Estamos concentrados en que la gente participe en la vida política".
En septiembre, el ministro de Defensa, Robert M. Gates, autorizó una ampliación de cuarenta millones de dólares del proyecto que asignará equipos de antropólogos y cientistas sociales a cada una de las veintiséis brigadas de combate norteamericanas en Iraq y Afganistán. Desde principios de septiembre se han movilizado en el área de Bagdad cinco nuevos equipos, llevando el total a seis.
Sin embargo, en círculos académicos han empezado a surgir críticas. Mencionando el abuso de las ciencias sociales en campañas anti-subversivas en el pasado, incluyendo las de Vietnam y en América Latina, algunos denuncian el proyecto como "antropología mercenaria", que explota las ciencias sociales para fines políticos. Los opositores temen que, cualquiera sean sus intenciones, los profesionales que trabajen con los militares podrían provocar inadvertidamente que todos los antropólogos sean vistos como recolectores de datos de inteligencia para las fuerzas armadas norteamericanas.
Hugh Gusterson, profesor de antropología en la Universidad George Mason, y otros diez antropólogos, han subido a la red un llamado, instando a los antropólogos a boicotear a los equipos, especialmente en Iraq.
"Aunque sus partidarios se defienden a menudo diciendo que su trabajo hará posible un mundo más seguro", dice el llamado, "de hecho contribuyen a una brutal guerra de ocupación que ha significado decenas de miles de muertes".
En Afganistán, los antropólogos llegaron junto con seis mil soldados, duplicando la presencia militar norteamericana en las áreas que patrullan el este del país.
Una versión más reducida del aumento del nivel de tropas en Iraq por el gobierno de Bush, el aumento en Afganistán ha permitido que las unidades norteamericanas pongan en práctica la estrategia anti-insurgente en lugares donde las fuerzas estadounidenses encuentran menos resistencia y están mejor capacitadas para correr riesgos.

Un Nuevo Mantra
Desde que el general David H. Petraeus, ahora comandante de las tropas norteamericanas en Iraq, supervisara la redacción del nuevo manual de contrainsurgencia del ejército el año pasado,
la estrategia se ha convertido en el nuevo mantra de los militares. Una reciente operación militar norteamericana aquí mostró cómo se aplica en el terreno, de manera nada intuitiva, la nueva aproximación.
En entrevistas, los oficiales norteamericanos han elogiado pródigamente el proyecto de antropología, diciendo que la asesoría de los cientistas ha sido "brillante", ayudándoles a mirar la situación desde una perspectiva afgana y permitiéndoles reducir las operaciones de combate.
El objetivo, dice, es mejorar el funcionamiento de los funcionarios del gobierno local, persuadir a las tribus de que se incorporen a la policía, aliviar la pobreza y proteger a los campesinos contra talibanes y delincuentes.
También funcionarios afganos y occidentales han elogiado a los antropólogos y el nuevo método militar norteamericano, pero fueron cautos a la hora de predecir sus logros a largo plazo. Muchos de los problemas económicos y políticos que alimentan la inestabilidad, pueden ser resueltos sólo con la intervención de enormes contingentes de expertos civiles afganos y norteamericanos.
"Mi impresión es que los militares están atravesando por un período de grandes cambios en estos momentos, tras admitir que no vencerán militarmente", dijo Tom Gregg, alto funcionario de Naciones Unidas en el sudeste de Afganistán. "Pero todavía no tienen las habilidades para implementar" una estrategia no militar coherente, agregó.
Por ejemplo, la movilización de pequeños grupos de soldados en zonas remotas, los jirgas o concejos locales organizados por los paracaidistas del coronel Schweitzer, para resolver disputas tribales que se arrastran por décadas. Los oficiales desecharon las preguntas sobre lo que el antropólogo australiano, David Kilcullen, y arquitecto de una nueva estrategia que llama ‘trabajo social armado'.
"¿Quién lo hará, si no?", preguntó el teniente coronel David Woods, comandante del Cuarto Escuadrón de la Caballería 73. "Tienes que evolucionar. De otro modo, te conviertes en un inútil".
El equipo de antropología aquí también jugó un papel importante en lo que los militares llamaron la Operación Khyber. Consistió en una campaña de quince días a fines de este verano en la que quinientos soldados norteamericanos y quinientos afganos trataron de neutralizar, en la provincia de Paktia, a un grupo de unos doscientos a 250 insurgentes, proteger la importante carretera del sudeste de Afganistán y poner fin a una serie de atentados suicidas contra tropas norteamericanas y gobernadores locales.
En una de las primeras comunas donde entró el equipo, Tracy identificó una inusual alta concentración de viudas en una aldea, dijo el coronel Woods. Su falta de ingresos creaba una enorme presión económica sobre sus hijos para que mantuvieran a sus familias, dijo, una carga que podía empujar a los jóvenes a convertirse en bien pagados insurgentes. Con las indicaciones de Tracy, los oficiales norteamericanos montaron un programa de formación laboral para las viudas.
En otra comuna, la antropóloga interpretó la decapitación de un anciano de una tribu local como algo más que un acto de intimidación arbitrario: el objetivo de los talibanes, dijo, era dividir y debilitar a los Zadran, una de las tribus más poderosas del sudeste de Afganistán. Si los oficiales afganos y norteamericanos unieran a los Zadran, dijo, la tribu podría impedir que los talibanes operaran en ese área.
"Llámalo como quieras, pero funciona", dijo el coronel Woods, nativo de Denbo, Pensilvania. "Te ayuda a definir los problemas, no solamente los síntomas".

Académicos Incrustados
El proceso que condujo a la creación de los equipos empezó a fines de 2003, cuando oficiales norteamericanos en Iraq se quejaron de que tenían muy poca información sobre la población local.
Funcionarios del Pentágono tomaron contacto con Montgomery McFate, una antropóloga cultural educada en Yale que trabaja para la Armada y proponía usar las ciencias sociales para mejorar las operaciones y estrategia militar.
En 2005, McFate ayudó a elaborar una base de datos para entregar a los oficiales detalladas informaciones sobre la población local. Al año siguiente, Steve Fondacaro, un coronel retirado de Operaciones Especiales, se unió al proyecto y propuso incrustar a científicos sociales en las unidades de combate norteamericanas.
McFate, la asesora jefe del proyecto de ciencias sociales y autora del nuevo manual de contrainsurgencia, desechó las críticas contra los académicos que trabajan con las fuerzas armadas. "Se me acusa a menudo de militarizar la antropología", dijo. "Pero lo que estamos haciendo es antropologizar a las fuerzas armadas".
Roberto J. González, profesor de antropología cultural en la Universidad de San José, dijo que los participantes en el programa eran ingenuos y poco éticos. Dijo que los militares y la Agencia Central de Inteligencia había abusado consistentemente de la antropología en campañas antisubversivas y de propaganda y que los contratistas militares estaban ahora contratando a antropólogos debido a su conocimiento de las condiciones locales.
"Los que sirven los intereses a corto plazo de los militares y de las agencias de inteligencia y contratistas", escribió en el número de junio de Anthropology Today, una revista académica, "terminarán perjudicando a largo plazo a toda la disciplina".
Argumentando que sus críticos no entienden ni al programa ni a los militares, McFate dijo que otros antropólogos se estaban incorporando en los equipos. Dijo que su objetivo era ayudar a los militares a reducir el conflicto en lugar de provocarlo, y negó vehementemente que los antropólogos recolectasen información de inteligencia para las fuerzas armadas.
Tracy dijo que quería reducir el uso de operaciones militares duras en el este de Afganistán, que se concentran solamente en la eliminación de los insurgentes, lo que, dijo, enajenaba a la población y creaba más insurgentes. "Puedo volver y mejorar la comprensión de los militares", dijo, "de modo que no cometamos los mismos errores que en Iraq".
Aparte de ofrecer asesoría a los comandantes, dijo, el equipo de cinco miembros crean una base de datos sobre líderes y tribus locales, así como de los problemas sociales y económicos y riñas políticas.

Clínicas
Durante la última operación, mientras los soldados la protegían contra terroristas suicidas, Tracy y médicos del ejército atendieron una clínica médica gratuita.
Dijeron que esperaban que la entrega de atención médica demostrara a los campesinos que el gobierno afgano estaba mejorando su calidad de vida.
Soldados de asuntos civiles trataron entonces de mediar entre las diferentes facciones de la tribu Zadran sobre dónde construir una escuela. Los norteamericanos dijeron que esperaban que la escuela, que admitirá a niños de los dos grupos, podría poner fin a una riña de setenta años entre los grupos sobre el control de una montaña cubierta de rentables maderas.
Aunque elogiaron el nuevo programa, funcionarios afganos y occidentales dijeron que todavía estaba por verse si el débil gobierno afgano podía mantener los progresos. "Ese será el reto: llenar el vacío", dijo Gregg, el funcionario de Naciones Unidas. "Hay un signo de interrogación sobre si el gobierno será capaz de aprovechar esos logros".
Otros cuestionan también si las estiradas fuerzas armadas norteamericanas y sus aliados de la OTAN pueden mantener el ritmo de las operaciones.
Oficiales norteamericanos se mostraron optimistas. Muchos de los que han servido tanto en Afganistán como en Iraq, dijeron que tenían más esperanzas en Afganistán. Un oficial dijo que los iraquíes tenían ls medios para estabilizar el país, como por ejemplo una economía potencialmente fuerte, pero no la voluntad de hacerlo. Dijo que los afganos tenían la voluntad, pero no los medios.
Después de seis años de promesas norteamericanas, también los afganos parecen estar esperando ver quiénes, los norteamericanos o los talibanes, ganarán la guerra de voluntades aquí. Dijeron que este verano era otro capítulo en una guerra que podría ser prolongada.
En un super jirga instalado por los comandantes afganos y norteamericanos aquí, un miembro del parlamento afgano, Nader Khan Katawazai, explicó el reto que esperaba a decenas de líderes tribales.
"La Operación Khyber fue de apenas unos días', dijo. "Los talibanes volverán a aparecer".

15 de octubre de 2007
5 de octubre de 2007
©new york times
©traducción mQh
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