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susan sontag sobre abu ghraib


Las horrendas imágenes de Abu Ghraib han llegado a definir la malhadada ocupación de Iraq, pero ¿qué nos dicen realmente sobre Estados Unidos? ¿Son simplemente el trabajo de unos pocos soldados canallas o el resultado de la nueva política exterior y doméstica del gobierno de Bush, que encuentran fácil aprobación en una sociedad cada vez más brutalizada? Susan Sontag sobre la cara fea de la guerra contra el terrorismo?
Durante largo tiempo -seis décadas al menos- las fotografías han bosquejado el trazado de cómo conflictos importantes son juzgados y recordados. La memoria museográfica es ahora sobre todo visual. Las fotografías tienen un insuperable poder en determinar lo que la gente recuerda de los acontecimientos y ahora parece probable que la asociación definitoria que la gente hará en todo el mundo con la putrefacta guerra que los norteamericanos declararon preventivamente contra Iraq el año pasado serán las fotografías de las torturas de los prisioneros iraquíes en Abu Ghraib, la más infame de las prisiones de Sadam Husein.
Los esloganes y frases cosechadas por la administración Bush y sus defensores han estado dirigidas sobre todo a limitar un desastre de relaciones públicas -la difusión de las fotografías- más que a tratar con los complejos crímenes de liderazgo, políticas y autoridad que revelaron las fotografías. Para comenzar, hubo un desplazamiento de la realidad a las fotografías mismas. La respuesta inicial del gobierno fue decir que el presidente estaba horrorizado y asqueado de las fotografías, como si la falta o el horror residiera en las imágenes mismas, y no en lo que describen. También se evitó el uso de la palabra tortura. Los prisioneros habían sido posiblemente objeto de "maltratos", hasta de "humillaciones"-eso era lo máximo que se admitía. "Mi impresión es que la acusación hasta ahora es de abusos, que yo creo que son técnicamente diferentes a la tortura", dijo el secretario de defensa Donald Rumsfeld en una rueda de prensa. "Y por eso no voy a usar la palabra tortura". Palabras distorsionadas, agregadas, borradas. Fue la ardua evitación de la palabra ‘genocidio', mientras los tutsis estaban siendo exterminados en Ruanda hace diez años, lo que significó que el gobierno norteamericano no tenía ninguna intención de hacer algo. Llamar a lo que pasó en Abu Ghraib -y casi ciertamente en otras prisiones en Iraq y Afganistán, y en Guantánamo- por su verdadero nombre, tortura, probablemente supondría una investigación pública, juicios, cortes marciales, licenciamientos deshonrosos, renuncias de importantes figuras militares y funcionarios de gabinete responsables, y substanciales indemnizaciones a las víctimas. Una respuesta como esta de nuestro desgobierno de Iraq contradeciría todo lo que esta administración ha invitado al público norteamericano a creer acerca de la virtud de las intenciones norteamericanas y sobre el derecho de Estados Unidos a emprender acciones unilaterales en el mundo en defensa de sus intereses y su seguridad.
Incluso cuando el presidente se vio finalmente obligado, a medida que el daño a la reputación de Estados Unidos en todo el mundo se hacía más amplio y profundo, a decir "lo siento", el foco del remordimiento todavía parecía ser el daño a la pretensión norteamericana de poseer una superioridad moral, su objetivo hegemónico de llevar "libertad y democracia" al ignorante Oriente Medio. Sí, el señor Bush dijo en Washington, el 6 de mayo, junto al rey Abdullah II de Jordania, que "lo siento por las humillaciones que sufrieron los prisioneros iraquíes y la humillación que sufrieron sus familias". Pero, prosiguió, lamentaba "igualmente que la gente al ver las fotografías no entendiera la verdadera naturaleza y corazón de Estados Unidos".
Ver a la empresa norteamericana en Iraq resumida en estas imágenes debe parecer "injusto" para aquellos que vieron alguna justificación para la guerra que derrocó a uno de los tiranos más monstruosos de los tiempos modernos. Una guerra, una ocupación es inevitablemente un gigantesco tapiz de acciones. ¿Qué transforma a algunos actos en más representativos que otros? El problema no es si fueron cometidos por individuos (vale decir, no por "todos"). Todos los actos son cometidos por individuos. La cuestión no es si la tortura fue el trabajo de unos pocos individuos sino de si era sistemática. Autorizada. Aprobada. Encubierta. Era todo eso. La cuestión no es si una mayoría o una minoría de los norteamericanos se involucra en esos actos sino si la naturaleza de las medidas definidas por esta administración y las jerarquías desplegadas para implementarlas hace de la ocurrencia de esos actos algo probable.
Vistas a esta luz, las fotografías somos nosotros. Esto es, son representativas de políticas específicas y de las corrupciones elementales del dominio colonial. Los belgas en el Congo, los franceses en Argelia, cometieron atrocidades idénticas y practicaron la tortura y la humillación sexual sobre nativos despreciados y recalcitrantes. Agréguese a esta corrupción la desconcertante y casi total falta de preparación de los gobernantes norteamericanos en Iraq para abordar las complejas realidades de Iraq después de su "liberación" -esto es, su conquista. Y agréguese a esto que las distintivas doctrinas globales de la administración Bush, en particular la de que Estados Unidos se ha embarcado en una guerra interminable (contra un proteico enemigo llamado "terrorismo"), y la de que los detenidos en esta guerra eran "combatientes ilegales" -una política enunciada por Rumsfeld ya en enero de 2002- y por eso "no tenían derechos" bajo la Convención de Ginebra, y se obtendrá una receta perfecta para las crueldades y crímenes cometidos contra miles de prisioneros detenidos sin cargos y sin acceso a abogados en prisiones norteamericanas que fueron instaladas como parte de la respuesta a los atentados del 11 de septiembre de 2001. Las guerras interminables producen la opción de las detenciones interminables, que no están sujetas a ningún tipo de revisión judicial. Así, entonces, ¿el problema real no son las fotografías sino lo que revelan que ha ocurrido con "sospechosos" bajo custodia norteamericana? No: el horror de lo que muestran las fotografías no puede separarse del horror de que se hayan hecho esas fotografías, con los perpetradores posando, refocilando sobre sus indefensos prisioneros. Los soldados alemanes en la Segunda Guerra Mundial hicieron fotos de las atrocidades que estaban cometiendo en Polonia y Rusia, pero son muy raras las instantáneas en las que los verdugos se colocaron posando entre sus víctimas. (Véase el libro recién publicado de Janina Struk, ‘Photographing the Holocaust'). Si hay algo comparable a lo que muestran estas fotografías serían algunas de las fotografías -recogidas en un libro titulado ‘Without Sanctuary'- de víctimas negras de linchamientos entre los años de 1880 y 1930, que muestran a norteamericanos pueblerinos, sin duda la mayoría de ellos feligreses devotos, ciudadanos respetables, sonriendo debajo del cuerpo desnudo y mutilado de un negro o de una mujer colgando de un árbol detrás de ellos. Las fotografías de los linchamientos eran recuerdos de un acto colectivo cuyos participantes creían que lo que habían hecho estaba perfectamente justificado. Así son las fotografías de Abu Ghraib.
Si hay una diferencia, es una diferencia creada por la creciente ubicuidad de los actos fotográficos. Las fotos de los linchamientos estaban en la naturaleza de las fotos como trofeos: fueron hechas por un fotógrafo para que fuesen coleccionadas y guardadas en álbumes, y exhibidas. Las fotos hechas por soldados estadounidenses en Abu Ghraib reflejan un giro en el uso de las fotografías, menos objetos que deben ser guardados que evanescentes mensajes que deben ser difundidos, hechos circular. Una cámara digital es una posesión común de la mayoría de los soldados. Si en el pasado tomar fotografías de guerra era el fuero de los reporteros gráficos, ahora los soldados mismos son todos fotógrafos -registrando su guerra, sus diversiones, sus observaciones sobre lo que encuentran pintoresco, sus atrocidades -e intercambiando imágenes entre ellos, y mandándolas por correo electrónico a todo el mundo.
Hay más y más registros de lo que la gente hace, y por ella misma. La idea de Andy Warhol de filmar sucesos reales en tiempo real (la vida no se edita, ¿por qué debemos editar su registro?) se ha transformado en una norma para millones de transmisiones en las que la gente graba sus días, cada uno en su propio reality show. Aquí estoy despertándome y bostezando y desperezándome, limpiándome los dientes, haciéndome el desayuno, llevando los chicos a la escuela. La gente graba todos los aspectos de su vida, guarda las imágenes en el ordenador, y las envía a todos lados. La vida familiar va junto con la grabación de esa vida familiar, incluso cuando, o especialmente cuando la familia pasa por la agonía de la crisis y la desgracia. (Seguramente la dedicada e incesante filmación casera de unos y otros, en conversaciones o en monólogos durante el transcurso de muchos años fue el material más asombroso en el reciente documental sobre una familia de Long Island embrollada en cargos de pederastia, ‘Andrew Jarecki's Capturing the Friedmans', 2003). Una vida erótica es, para más y más gente, lo que puede ser grabado en un video.
Vivir es ser fotografiado, tener un registro de la propia vida y por eso podemos continuar con nuestras vidas, indiferentes o reclamando ser indiferentes a la atención continua de las cámaras. Pero también es posar. Actuar es participar en la comunidad de actos registrados como imágenes. La expresión de satisfacción con los actos de tortura que uno inflige a víctimas indefensas, maniatadas y desnudas es sólo una parte de la historia. Hay ahí la satisfacción primaria de ser fotografiado, a la que uno se inclina más en responder no con una mirada dura y directa (como antes) sino con alegría. Los actos están en parte designados para ser fotografiados. La sonrisa es para la cámara. Algo faltaría si después de apilar a ess hombres desnudos no pudieras hacer una foto de ellos.
Te preguntas a ti mismo cómo puede alguien sonreír ante los sufrimientos y humillación de otro ser humano -¿arrastrar por el suelo a un iraquí desnudo con una correa?, ¿azuzar a perros guardianes contra los genitales y piernas de prisioneros encogidos de miedo?, ¿violar y sodomizar a los prisioneros?, ¿obligar a prisioneros encapuchados y maniatados a masturbarse o a involucrarse en actividades sexuales unos con otros?, ¿golpearlos hasta la muerte?- y sentirse ingenuo por hacer preguntas, ya que la respuesta es auto-evidente: la gente hace esas cosas. No sólo en los campos de concentración nazis y en Abu Ghraib cuando era manejada por Sadam Husein. También los norteamericanos las hacen cuando les dan permiso. Cuando se les ordena hacerlo o se les hace creer que aquellos sobre los que tienen poder absoluto merecen ser maltratados, humillados y torturados. Las hacen cuando son inducidos a creer que la gente a la que están torturando pertenece a un raza o religión despreciable e inferior. Porque la significación de esas imágenes no es sólo que esos actos fueron realizados, sino que sus perpetradores no se sentían haciendo nada malo en hacer lo que mostraban las fotografías. Incluso más sorprendente, ya que las fotos fueron hechas para que circularan y fueran vistas por mucha gente, es que todo no fue más que una diversión. Y esta idea de la diversión es, desgraciadamente, cada vez más -al contrario de lo que dice el señor Bush al mundo- parte de "la verdadera naturaleza y corazón de Estados Unidos".
Es difícil medir la aceptación cada vez mayor de la brutalidad en la vida norteamericana, pero su evidencia se encuentra en todas partes, comenzado con los juegos de asesinato que constituyen la principal entretención de jóvenes ante la violencia que se ha hecho endémica en los ritos de grupo de la juventud con un colocón exuberante. Desde los duros tormentos infligidos a los estudiantes novatos en muchas escuelas secundarias suburbanas de Estados Unidos -descritos en la película ‘Dazed and Confused' de Richard Linklater (1993)- a los rituales de brutalidad física y humillación sexual que se encuentran en la cultura de taberna de la clase obrera e institucionalizados en nuestros colegios y universidades como novatadas-, el país se ha transformado en uno en el que las fantasías y la práctica de la violencia son cada vez más vistas como divertidas, y una buena entretención.
Lo que antes era apartado como pornografía, como el ejercicio de impulsos sado-masoquistas extremos -como la última película de Pasolini, la casi imposible de ver ‘Saló' (1975), que describe orgías de tortura en el reducto fascista del norte de Italia a fines de la era de Mussolini- está siendo ahora transformado en normal por los apóstoles de una nueva y belicosa América imperial al definir esos actos como jugarretas fogosas o desahogos. "Apilar hombres desnudos" es como una broma de fraternidad de estudiantes, dijo alguien que llamó a Rush Limbaugh y que oyeron muchos millones de norteamericanos que sintonizan su programa radial. ¿Habrá visto esa persona, se pregunta una, las fotografías? No importa. La observación, o la fantasía, fue acertada. Lo que todavía puede repugnar a algunos norteamericanos fue la respuesta de Limbaugh: "Exactamente, ése es mi punto. Esto no es diferente a lo que ocurre en la iniciación de los Skull and Bones: ¿vamos a arruinar la vida de la gente por eso y vamos a estorbar nuestros esfuerzos bélicos, y vamos realmente a darles una paliza porque pasaron un buen rato?". "Ellos" son los soldados estadounidenses, los torturadores. Y Limbaugh continuó: "Sabes, a esa gente le disparan todos los días. Estoy hablando de gente que pasa un buen rato, esa gente. ¿Oíste hablar alguna vez de descarga emocional?"
Es probable que un gran número de norteamericanos piense que está bien torturar y humillar a otros seres humanos -los que, como nuestros enemigos putativos o sospechsos, han perdido todos sus derechos- antes que reconocer la locura y la ineptitud y el engaño de la aventura norteamericana en Iraq. En lo que se refiere a la tortura y a la humillación como diversiones parece haber poca gente que se oponga a esta tendencia ahora que Estados Unidos continúa transformándose a sí mismo en un estado policial en el que los patriotas son definidos como aquellos que muestran un respecto incondicional hacia el poder militar y hacia la necesidad de una vigilancia nacional máxima. Pavor y asombro fue lo que nuestros militares prometieron a los iraquíes que se opusieran a sus liberadores norteamericanos. Y el pavor y el asombro es lo estas fotografías anuncian al mundo y lo que los norteamericanos han transmitido: un esquema de conducta criminal en abierto desafío y desdén por las convenciones humanitarias internacionales. Pero de momento no parece existir la intención de revertir la inclinación norteamericana a la auto-justificación y a la condonación por su cultura de la violencia cada vez más fuera de control. Los soldados ahora posan, con el pulgar hacia arriba, ante las atrocidades que cometen, y envían las imágenes a sus compañeros y familiares. Lo que revelaron esas fotografías es tanto la cultura de la desvergüenza como de la reinante admiración por una brutalidad sin complejos. La nuestra es una sociedad en la que los secretos de la vida privada que antes habrías hecho lo imposible por ocultar, ahora los venteas para que te inviten a revelarlos en un programa de televisión.
La noción de que "las disculpas" y las protestaciones de "asco" y "repugnancia" del presidente y el secretario de defensa son un respuesta suficiente a la tortura y asesinato sistemático de prisioneros que se reveló en Abu Ghraib es un insulto al sentido histórico y a la moral. La tortura de prisioneros no es una aberración. Es una consecuencia directa de las doctrinas de la lucha mundial con la que la administración Bush ha buscado cambiar fundamentalmente la política doméstica y exterior de Estados Unidos. El gobierno de Bush ha comprometido al país con una nueva doctrina pseudo-religiosa de la guerra, una guerra interminable, porque "la guerra contra el terrorismo" no es más que eso. Lo que ha pasado en el nuevo imperio internacional carcelario manejado por los militares estadounidenses va aun más lejos que los notorios métodos bendecidos en la Isla del Diablo francesa y en el gulag de campos de concentración de la Unión Soviética, que en el caso de la isla penal francesa contaba primero con juicios y sentencias, y en el caso del imperio de cárceles ruso una acusación de un algún tipo y luego una sentencia por un número específico de años. Las guerras interminables dejan abierta la opción de encarcelamientos interminables: sin cargos, sin revelar el nombre del prisionero, sin acceso a familiares o abogados, sin juicios, sin sentencias.
Aquellos retenidos en el imperio penal extra-legal norteamericano son "detenidos", "prisioneros", una palabra que se ha tornado obsoleta, sugiriendo que gozan de los derechos acordados por la ley internacional y las leyes de los países civilizados. Esta interminable "guerra contra el terrorismo" conduce inevitablemente a la demonización y deshumanización de todos los que la administración Bush considere posiblemente terroristas: una definición que no se puede debatir. Una guerra interminable sugiere inevitablemente la justicia de una detención interminable.
Los cargos contra la mayoría de la gente detenida en esas prisiones en Iraq y Afganistán son infundados: la Cruz Roja calcula que entre el 70 y 90 por ciento de los detenidos no han cometido aparentemente ningún otro delito que el de estar en el momento equivocado en el lugar equivocado, agarrados durante redadas de "sospechosos" -la principal justificación para detenerlos es el "interrogatorio". ¿El interrogatorio sobre qué? Sobre nada. Sobre lo que sepa el detenido. Cuando el interrogatorio es lo que justifica que se detenga indefinidamente a los prisioneros, la coerción física, la humillación y la tortura que siguen luego se hacen inevitables.
Recuerda: no estamos hablando de esa rara situación en que tenemos que vérnoslas con un terrorista que es casi una bomba, un argumento que se utiliza a veces para torturar a un prisionero. Este método de recabamiento de información autorizado por los militares estadounidenses y administradores civiles para saber más del oscuro imperio de los malvados acerca del cual Estados Unidos no sabe prácticamente nada, en países de los que tampoco sabe nada, ha sido implementado de modo que cualquier "información" puede ser útil. Un interrogatorio que no producía información (cualquiera fuera) contaba como fracaso. Así se justificaba todavía más la preparación de los prisioneros para que hablaran. Ablandarlos, crearles ansiedad, son todos eufemismos de las bestiales prácticas prevalecientes en las prisiones norteamericanas donde se retiene a los "sospechosos de terrorismo".
Desafortunadamente, parece que algunos "se angustiaron demasiado" y murieron. Las fotografías no desaparecerán. Así es la naturaleza del mundo digital en el que vivimos. En realidad, parece que fueron necesarios para que nuestros gobernantes reconocieran que tenían un problema. Después de todo, el informe presentado por el Comité Internacional de la Cruz Roja y otros informes más limitados de periodistas y protestas de organizaciones humanitarias sobre los atroces castigos infligidos a los "detenidos" y "sospechosos de terrorismo" en prisiones manejadas por militares norteamericanos han estado circulando desde hace más de un año. Parece dudoso que esos informes hayan sido leídos por Bush, Cheney, la señora Rice o Rumsfeld. Aparentemente las fotografías fueron necesarias para llamar su atención cuando quedó claro que no podrían ser ocultadas; fueron las fotografías las que hicieron de todo esto algo "real" ante Bush y sus asociados. Hasta entonces sólo había habido palabras, que son mucho más fáciles de ocultar en nuestra época de auto-reproducción y auto-diseminación digital infinita. Ahora las fotografías continuarán "agrediéndonos", como descubrirán muchos norteamericanos. ¿Se acostumbrará la gente a ellas? Algunos norteamericanos ya están diciendo que han visto "demasiado". No así el resto del mundo. La guerra interminable significa un flujo también interminable de fotografías. ¿Debatirán ahora los diarios, revistas y programas de televisión norteamericanos si mostrar más de ellas, o si mostrarlas sin cortes (lo que, en algunas de la imágenes mejor conocidas, ofrece una visión diferente y en algunos casos aterradora de las atrocidades cometidas en Abu Ghraib) sería de "mal gusto" o demasiado explícitas políticamente? Con "demasiado explícitas políticamente" léase: críticas del gobierno de Bush. Porque ya no hay dudas de que las fotografías dañan, como declaró Rumsfeld, la reputación de "los hombres y mujeres honorables de las fuerzas armadas que están protegiendo con coraje, responsabilidad y profesionalismo nuestras libertad en todo el planeta". Es este daño (a nuestra reputación, a nuestra imagen, a nuestro éxito como poder imperial) lo que sobre todo deplora la administración Bush. Cómo llegó a necesitar la protección de "nuestras libertades" -y aquí está hablando de la libertad de los estadounidenses, es decir el 6 por ciento de la población del planeta- la presencia de soldados norteamericanos en esos países ("en todo el planeta") no es aquí el tema. Estados Unidos está bajo ataque. Estados Unidos se ve a sí mismo como víctima de un terror potencial o futuro. Estados Unidos sólo se está defendiendo a sí mismo contra enemigos futuros y ocultos.
La reacción ya comenzó. Se advierte a los norteamericanos que no se abandonen a una orgía de reproches dirigidos contra sí mismos. La continuada publicación de las fotografías es interpretada por muchos norteamericanos como que no tenemos el derecho de defendernos a nosotros mismos. Después de todo, ellos (los terroristas, los fanáticos) comenzaron. Ellos: ¿Osama Bin Laden? ¿Sadam Husein? ¿Cuál es la diferencia? Ellos atacaron primero. James Inhofe, un republicano de Oklahoma y miembro del Comité de las Fuerzas Armadas del senado, antes de que declarara el secretario de estado Rumsfeld, confesó que estaba seguro de que no era el único miembro del comité que estaba "más ultrajado por el ultraje" que mostraban las fotografías. "Esos prisioneros", explicó el senador Inhofe, "sabes, no están ahí por violaciones del tráfico. Esos prisioneros están en el pabellón 1-A o 1-B, son asesinos, son terroristas, son insurgentes. Muchos de ellos tienen probablemente las manos manchadas con la sangre de soldados norteamericanos y aquí estamos preocupados del tratamiento que se da a esos individuos". Es culpa de "la prensa" -usualmente llamada "los medios liberales"-, que está provocando y continuará provocando más violencia contra los norteamericanos en todo el mundo. Más norteamericanos morirán. A causa de estas fotos. Por supuesto, hay una respuesta a esta acusación. No es por las fotografías mismas sino por lo que revelan que está ocurriendo, y ocurriendo por orden de y en complicidad con una cadena de mando que termina en el más alto nivel del gobierno de Bush. Pero la distinción -entre fotografía y realidad, entre política y manipulación- se evapora fácilmente de la memoria de la gente. Y eso es lo que quiere el gobierno que ocurra.
"Hay un montón más de fotografías y videos", reconoció Rumsfeld en su declaración. "Si se liberan al público, obviamente, hará las cosas peores". Peores para Estados Unidos y sus programas, presumiblemente. No para aquellos que son las víctimas reales de la tortura. La prensa se puede auto-censurar, como es la costumbre. Pero, como reconoció Rumsfeld, es difícil censurar a los soldados en el extranjero que no escriben como en los viejos tiempos cartas que pueden ser abiertas por censores militares que borronean los renglones inaceptables, sino se comportan como turistas, "llevando consigo cámaras digitales y haciendo esas increíbles fotografías y luego pasándoselas a otros, contra la ley y para nuestra sorpresa, a los medios de comunicación". Sin embargo, los esfuerzos del gobierno por retener las fotografías continuarán: ahora el argumento está adquiriendo un giro legalista, ahora las fotos son "evidencias" en casos judiciales futuros, cuyo resultado puede ser influido si se hacen públicas las fotografías. Pero el punto real de la ofensiva es limitar el acceso a las fotos, lo que se lograría como resultado del esfuerzo por proteger a la administración misma y sus políticas: identificar el "ultraje" que se siente ante las fotos con una campaña para socavar el poder militar norteamericano y los fines que sirve en este momento. Del mismo modo que muchos consideraron como una crítica implícita de la guerra mostrar por televisión las fotografías de los soldados norteamericanos muertos en el curso de la invasión y ocupación de Iraq, se considerará cada vez más poco patriótico difundir las fotos aberrantes que deslucen y manchan nuestra reputación, es decir, la imagen de Estados Unidos.
Después de todo, estamos en guerra. En una guerra interminable. Y la guerra es el infierno. El único indio bueno es el indio muerto. Oye, sólo nos estábamos divirtiendo. En nuestro salón de espejos digital, las fotografías no desaparecerán. Sí, una foto vale mil palabras. Y hay miles de instantáneas y de videos. Imparables. ¿Tendremos dentro de poco un nuevo juego de video llamado ‘Novatadas de Abu Ghraib' o ‘Interrogando Terroristas'?

26 de mayo de 2004
© Susan Sontag 2004
©guardian ©traducción mQh

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