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holanda y los judíos


[Simon Kuper] Holanda, gracias a Ana Frank ha mantenido durante largo tiempo el falso mito de haber sido un pueblo que resistió a los nazis. Dinamarca y Holanda son en muchos aspectos países similares. Pero debido a que los daneses constituían una sociedad homogénea y los holandeses, por su parte, estaban acostumbrados a vivir en grupos estancos, fueron deportados muchos menos judíos daneses que holandeses.
Si miras al mar desde el embarcadero del puerto de Helsingborg, situado en el extremo sur de Suecia, se ve tan cerca Dinamarca que perfectamente puedes discernir los árboles y las puntas de las torres, y el reflejo del sol en los tejados. El Sont es aquí sólo un par de kilómetros de ancho. Algunos barcos de pescadores que en 1943 pusieron a salvo a judíos realizaron el trayecto en una hora. Un periodista sueco que vio llegar uno de los barcos a esta playa, contó: "Una persona a bordo entonaba el ‘Du Gamla, du Fria' (Tú, viejo; tú libre), el himno sueco. Y todo el mundo coreaba, cada uno como podía. Se sabían una palabra aquí, otra allí del texto, pero formaban un poderoso coro de voces claras y alegres. Yo apenas pude contener la emoción".
Decenas de miles de daneses -políticos, predicadores, pescadores, conductores de ambulancias- ayudaron a entre 7.300 y 7.800 judíos a huir a Suecia. Muchos ayudaron sencillamente por no denunciar la operación. En el holocausto murieron no más de 116 judíos daneses, 1,5% del total.
El otro extremo en Europa Occidental fue Holanda. Fueron asesinados más de cien mil judíos holandeses (tres cuartos del total).
Proporcionalmente, esta cifra constituye casi el doble que en Bélgica, donde los judíos encontraban con mucha mayor facilidad dónde esconderse, y tres veces más que en Francia. Sólo en Polonia fue asesinado un mayor número de judíos. Los holandeses tenían la fama - hasta hace poco incluso entre ellos mismos- de haber actuado heroicamente durante la guerra. Pero esa fama se la deben principalmente a la clandestina Ana Frank.
El pasado 27 de enero se cumplieron 60 años de que los soldados soviéticos liberasen Auschwitz. Fue la última conmemoración en que gran parte de los supervivientes pudieron participar por última vez. Los campos empiezan ya a desdibujarse: de experiencia y recuerdo pasan a convertirse en historia.
Con el tiempo perderán su lugar destacado en la psique europea. Tal vez ya haya ocurrido. Es el momento de preguntarse cómo el recuerdo del holocausto en Dinamarca y Holanda ha ido cambiando durante los pasados sesenta años, cómo ese recuerdo ha ayudado a conformar la imagen que daneses y holandeses tienen de sí mismos, y cómo esta imagen ha influido en las políticas de estos dos países.

En la primavera de 1940 Holanda y Dinamarca se parecían muchísimo: eran dos pequeñas democracias con un desatendido ejército, que fueron conquistadas sin mucho esfuerzo por el ejército alemán. Ninguno de los países tenía una tradición antisemita fuerte. Ambos eran países tranquilos: hacía siglos que no se disparaba un tiro. Al principio ambos países intentaron conservar la paz bajo la ocupación nazi. Hitler alabó a Dinamarca por ser un ‘protectorado ejemplar'. En ambos países para los no judíos la guerra fue bastante ‘tranquila'. Pero con respecto a los judíos, daneses y holandeses siguieron líneas distintas desde el inicio de la ocupación.
El historiador danés Therkel Straede escribe que la ocupación alemana de Dinamarca "fue más tranquila que en cualquier otro país". Alemania reconoció a Dinamarca como ‘estado soberano'. Hasta 1943 los daneses se ocuparon de sus asuntos internos (incluso se celebraron elecciones). Todos los días se paseaba a caballo el rey Christian X por las calles de Copenhague, saludando a sus súbditos: muestra viviente de que el sistema danés seguía en pie. Además, el pueblo danés era más homogéneo que el holandés. Esto se veía, por ejemplo, en la limitada cantidad de apellidos: con Petersen, Jensen y un par más ya se cubría la mayor parte de la población. Los alemanes que habían emigrado allí un siglo antes y los pocos judíos de entre su población estaban tan integrados que no se les percibía. Tampoco conocía Dinamarca grandes divisiones regionales.
La herencia que sí constituía un nódulo compartido por todos era, no obstante, la pertenencia de casi todos a la iglesia luterana danesa. No sólo había en Dinamarca apenas 7.800 judíos; tampoco había apenas católicos, ni protestantes ni luteranos. Aunque en 1940 el porcentaje de feligreses en Dinamarca puede que fuera el más bajo de Europa, la mayoría de los daneses iba a la iglesia a bautizarse, casarse y a ceremonias de funerales. Los predicadores nunca dejaron de ser una autoridad moral; todos los años realizaban una inspección por las escuelas locales.
El luteranismo danés era una especial variante de la alemana. El fundador del mismo, Nikolai Grundtvig, nacido en 1783 de un predicador de provincia, se basó en el Génesis. Grundtvig leyó en el relato de la creación que la vida humana tenía valor en sí misma, ya de antes de la aparición del cristianismo. Su eslogan era: "Primero el hombre, luego el cristiano". De aquí se desprende un papel secundario de las diferencias religiosas; y esto se opone al antisemitismo de Lutero y al separatismo habitual entre los protestantes.
Grundtvig sacó otra conclusión aún de la creación: la vida del hombre alcanza completa realización en la Tierra , y no sólo en el cielo. El hombre no es sólo espíritu, también es materia. Por lo tanto, también es importante actuar correctamente en la tierra. Los daneses -Grundtvig era un teólogo patriótico- debían actuar en esta vida, pero más como grupo que como individuos. Debían hacer ofrendas por la democracia danesa.
En la primavera de 1940 el teólogo Hans Koch, cuya imagen ha quedado indisolublemente asociada a su afición a fumar pipa, dio por toda Dinamarca, en salas llenas hasta los topes una serie de conferencias sobre Grundtvig. Los asistentes entendían que no se trataba sólo de teología. El teólogo enfatizaba "que toda la conciencia política de la nación, las responsabilidades individuales y colectivas, el conocimiento de todos los hechos, y las negociaciones con los nazis eran cosas que debían ser combinadas durante el mayor tiempo posible". Los daneses tenían que actuar como grupo, dijo Koch. Un año después organizó un debate público sobre la ‘cuestión judía' -en sí ya un asunto estrambótico-, en que llamó a los daneses a rechazar cualquier asomo de discriminación. Otros religiosos adoptaron un punto de partida similar.
Si bien los daneses colaboraron con los nazis en la mayoría de los terrenos, siempre se negaron a tomar medidas contra los judíos. Que el rey Christian X hubiese llevado una estrella judía como muestra de solidaridad, es un mito, porque dicha estrella en Dinamarca nunca fue obligatoria.
En agosto de 1943, después de una ola de huelgas y de casos de sabotaje en Dinamarca, los alemanes declararon el estado de sitio. En septiembre, Werner Best, el enviado del reino alemán, decidió deportar a los judíos daneses.
Sus planes llegaron a oídos de los políticos daneses. Actualmente se cree que el mismo Best fue el responsable de la filtración, probablemente porque pensó que la deportación habría convertido en insostenible su régimen en Dinamarca. En la mañana del 29 de septiembre, el día del nuevo año judío, Marcus Melchior, el gran rabino de Dinamarca, advirtió a su comunidad: "Deben ustedes partir inmediatamente, y avisar y esconder a todos sus amigos y familiares".
Cuando, en la noche del 1 de octubre llegaron a buscar a los judíos las unidades especiales de la policía alemana - la policía danesa se negó a colaborar-, no encontraron a casi nadie en casa. Sólo unos cientos de judíos abrieron la puerta. Los otros habían sido advertidos. Los judíos no encontraron problema alguno en encontrar lugares donde esconderse; la gente entregaba las llaves de su casa incluso a judíos a quienes nunca antes habían visto.
La mitad de Copenhague debió de haber sabido qué era lo que estaba pasando, pero apenas hubo casos de traición. Miles de judíos fueron ingresados en hospitales bajo nombres no judíos, o disfrazados como visitas, personal o incluso plañideros de los servicios de enterramiento. En el Kommunehospital de Copenhague, las mil personas que constituían el personal se vieron involucradas en la acción de salvamento. El domingo siguiente, el 3 de octubre, los predicadores daneses leyeron desde el púlpito una carta: "Allí donde un judío sea perseguido [...] es la obligación de la iglesia cristiana protegerlo contra la persecución, pues esta es contraria al sentimiento de justicia innato al pueblo danés, y porque nuestra centenaria cultura cristiana danesa así lo exige".
Y no lo dejaron en puras palabras. Se estima que el 90 por ciento del clero luterano colaboró en los trabajos de salvamento y resistencia. El oficiante de Copenhague recibió de Rasmussen, clérigo luterano, 25.000 coronas danesas -más del salario de un año- para pagar la huida de su familia a Suecia.
Después de la guerra Rasmussen se negó a aceptar el dinero. Cinco predicadores daneses murieron en la resistencia, otros fueron a dar a la cárcel o a un campo de concentración, y alrededor de unos cien debieron esconderse hasta que se produjo la liberación. Su influencia fue grandísima. Dado que el clero luterano constituía prácticamente un servicio estatal, y Christian X era la cabeza de la iglesia, de hecho era la iglesia el brazo moral del gobierno.
Tal vez tan importante fue que los socialdemócratas daneses también suscribían el principio de igualdad, y el convencimiento de que el hombre, el individuo, debe actuar en beneficio de la colectividad.
Más tarde Dinamarca lograría que el par de judíos que había sido encarcelado no fuera conducido a campos de concentración. En lugar de ello fueron detenidos en el gueto de Theresienstad, en Checoslovaquia, donde recibirían paquetes con alimentos y la visita de una delegación danesa (que, entre susurros se encargaron de comunicarles los mejores deseos del rey). El 13 de abril de 1945, antes de que la guerra terminase, fueron liberados.
Los daneses protegieron a los judíos, porque los consideraban parte de su homogéneo colectivo danés. Ben Melchior, un hijo del gran rabí durante el período de la guerra, me dijo: "Esto fue el resultado de un desarrollo de más de doscientos años de convivencia". O, como Uffe Ostergard, el director del Centro Danés de Investigación del Holocausto y Genocidio, dice: "Los judíos no fueron salvados porque fueran judíos, sino porque no eran vistos como judíos".

Dinamarca tenía un puerto de ultramar cerca, y eso es algo que Holanda no tenía. Pero los holandeses, como grupo -dejando de lado un par de miles de personas y células, que actuaban a título independiente- nunca intentaron proteger a los judíos. En Holanda una serie de empresas despidió a sus empleados judíos antes de que los alemanes dieran la orden para ello. La emisora AVRO lo hizo el 21 de mayo, seis días después de la capitulación. El antisemitismo no es una explicación suficiente para ello, pues antes de 1940 no existía en Holanda una tendencia señalable a adoptar medidas contra los judíos.
La familia real y el gabinete holandeses huyeron a Londres en mayo de 1940. Dejaron el gobierno en manos de altos funcionarios, los secretarios generales, que habían recibido asignada la misión de continuar haciendo funcionar el país y evitar la anarquía. Procuraban no llevar la contraria a los invasores. Cuando los alemanes les pidieron que despidieran a un concertino judío, estudiaron la posibilidad de oponerse, pero acabaron trasladando la orden a la orquesta. En las actas queda registrado que se preguntaron si no habría una solución intermedia. Cuando los alemanes dijeron que prohibirían la técnica de carnicería judía del kosher, los secretarios generales hablaron de la posibilidad de algún arreglo, con la esperanza de poder imponer la prohibición holandesa antes de que los alemanes entrasen en acción. Se trataba de mantener las apariencias de que la soberanía se mantenía.
Una medida siguió a otra, y nunca dijeron las autoridades holandesas que no.
Así, el Instituto de Estadísticas del ayuntamiento de Ámsterdam solícitamente hizo un mapa donde los alemanes podían ver dónde vivían los judíos -el ‘mapa de puntos'. Más tarde esas personas serían arrestadas por agentes de policía holandeses, que fueron amenazados con ‘horribles' medidas: la posible retirada de las vacaciones de Pentecostés. La dura actuación de la policía holandesa, y del Estado holandés en general, en toda Europa Occidental no se iguala ni a la del gobierno Vichy en Francia.
En Holanda con el holocausto no se derramó mucha sangre; la población local no mató judíos, como en Europa del Este. En Holanda se trató de un proceso de distribución mecánico: llamar a la puerta, meter a la gente en un tren, confiscar sus propiedades. El tradicional sometimiento a la autoridad de los holandeses resultó fatal bajo el nazismo, un fenómeno que no pudieron asimilar.
La moral holandesa -la mayoría de la gente iba entonces a misa- no dio para tanto como para permitir arriesgarse por los vecinos. El país estaba dividido en creencias en disputa; no había una única iglesia que pudiera guiar a la nación. Al contrario, dentro de la iglesia reformada brotó un debate sobre la doctrina del reencarnación predeterminada , que en 1944 desembocó en la retirada del pastor Schilder y sus seguidores, que a partir de entonces continuaron por la vida como reformados liberados.

Hasta los años sesenta en casi ningún país se hablaba en público del Holocausto. Resultaba algo incomprensible, y la mayoría de los supervivientes judíos tenía miedo de llamar la atención. La mayoría de los holandeses no entendieron qué había ocurrido sino hasta 1965, cuando el historiador Jacques Presser publicó su estudio sobre el holocausto, ‘Ondergang' [Decadencia]. En ocho meses se vendieron 140.000 ejemplares. En los veinte años siguientes la guerra y el Holocausto se convirtieron en los temas centrales de la historia de Holanda. De 1969 a 1988 Loe de Jong, el historiador holandés oficial de la guerra, publicó los 27 volúmenes de su ‘Koninkrijk der Nederlanden in the Tweede Weredoorlog' [‘El Reino de los Holandeses en la Segunda Guerra']. Se vendieron millones de ejemplares y es uno de los trabajos académicos sobre historia más populares de todos los tiempos.
Pero cuando yo iba al colegio en Leiden, en los años setenta y ochenta, aún se enseñaba la versión ortodoxa de la historia. De los maestros y los alumnos, y de historias sobre la resistencia como ‘Soldaat van Oranje' [Soldado de Oranje] (nominada en 1979 para el Óscar a la mejor película extranjera), aprendí que los holandeses habían sido ‘buenos'. Entendí que nadie compraba nada de alguien que durante la guerra hubiera actuado ‘mal', y que De Telegraaf, un periódico que actuó mal, todavía era mirado con sospechas, a pesar de que -curiosamente- era el periódico más vendido del país. Aprendí que el holandés medio siempre daba de comer a los judíos que se escondían en sus casas y que les proporcionaba sus periódicos clandestinos.
Incluso en los años ochenta los holandeses no podían imaginarse sin el mito de la resistencia. De la generación de la guerra quedaban muchos aún en vida, y habría sido demasiado doloroso reconocer que no más de alrededor del uno por ciento de la población había ofrecido resistencia activa. A esto se añade que antiguos combatientes de la resistencia y exiliados ejercieron proporcionalmente un importante papel en la vida holandesa: muchos periódicos clandestinos se convirtieron tras la guerra en periódicos regulares, que aún hoy existen; y De Jong, muchos políticos, y la familia real habían vuelto inmaculados, inocentes, del exilio para formar el nuevo establishment.
Tampoco era necesario darle la vuelta a las cosas: el mundo denunció a los alemanes, e incluso a los franceses, pero de la guerra en Holanda los extranjeros no sabían casi nada. Sólo la historia de Ana Frank se filtró al extranjero. Se convirtió en símbolo de un pueblo que había escondido valientemente a los judíos, aunque el resultado de la historia de Ana Frank pudo haber sido considerado como un símbolo de la traición holandesa.
También en Dinamarca surgió después de la guerra un mito sobre la resistencia: el de que todos los daneses ofrecieron una sufrida resistencia contra los alemanes, que en lo profundo de su corazón fueron opositores de los nazis. El mito pasó por alto los años de la colaboración danesa, pero le quitó peso también al heroísmo -el heroísmo de las personas activas en la resistencia, los saboteadores del nazismo.
Toger Seidenfaden, jefe de redacción de Politiken, el periódico danés más importante, me contó en su estupendo despacho una historia danesa.
Su padre, que también fue periodista, ejerció una resistencia activa: envió a Gran Bretaña información sobre la resistencia danesa. En 1945 fue nombrado jefe de redacción de Politiken. "Pero", me cuenta Seidenfaden, "la redacción en pleno, con la excepción de una única persona, dijo que si era elegido jefe de redacción ellos se despedían". Estaban molestísimos por el hecho de que el jefe de redacción -que, al igual que ellos y la mayoría de los daneses, permanecieron leales durante toda la guerra en su puesto- fuera sustituido por alguien de fuera. Por ello el padre de Seidenfadens nunca consiguió ese trabajo. El jefe de redacción al cargo siguió en su puesto hasta 1958. Ahora, su foto, junto al resto de fotos de antiguos jefes de redacción, cuelga de la pared de Seidenfaden. Seidenfaden señala una butaca que hay en un rincón de su despacho. Fue de su padre. Cuando Seidenfaden se convirtió en jefe de redacción, le pareció que su padre debía tener allí al menos una silla.
Más impresionante es que el -internacionalmente conocido- salvamento de los judíos apenas ha sido mencionado. "No se convirtió en leyenda. No hemos intentado sacar ningún partido de ello", me dice Uffe Ostergard, el director del Centro sobre el Holocausto. Una historiadora israelí, Leni Yahil, fue la primera en escribir un libro sobre el tema, ‘El rescate de los judíos daneses: una democracia puesta a prueba' (1969). Al igual que el resto de estudios extranjeros posteriores, es una loa al "especial carácter y la calidad moral del pueblo danés". Pero a los daneses no se les sube a la cabeza. Detrás del Museo de la Resistencia danés -casi se puede pasar por alto- hay una estatua de piedra sobre el césped: una maraña tipo medusa de figuras femeninas -regalo israelí que simboliza el rescate. El brazo de una de las figuras está roto.

Esto es llamativo. Los holandeses no han dejado de difundir durante años el falso mito de que salvaron a los judíos. Los daneses, que sí salvaron a los judíos, apenas hablan de ello. En parte precisamente porque el Holocausto no afectó a Dinamarca. Aquí no se cometió violación alguna. Eso descubrí en el confortable despacho de Bent Melchiors.
De las paredes colgaban fotos de hijos y nietos, arte judío, y una copia de la carta en que Christian X ofrece apoyo a su padre. Aquí no es necesario, como en Holanda, volver a sufrir un trauma.
Cuando en los años noventa finalmente los historiadores daneses estudiaron a fondo el rescate de los judíos, arreglaron las cuentas con el heroísmo. Y así, señalaron vehementemente el importantísimo papel de los pescadores al cruzar en barco a los judíos, sin pedir dinero además a cambio la mayoría de ellos, e incluso aportando algunos de su propio bolsillo. Los historiadores señalan que los daneses que ayudaron a los judíos no fueron condenados a pena de muerte, como en Holanda, pero eso era algo que ellos no sabían de antemano. Todos los daneses con los que hablé sobre salvamentos de judíos, tenían algún tipo de reserva, aparentemente con la intención de quitarle importancia al asunto.
A mi pregunta de por qué lo hacen, el historiador Straede dice: "Nos sentimos unánimemente incómodos al respecto, porque cuando tienes que ver con ello es siempre porque los judíos americanos te bombardean con absurdas ideas sobre el heroísmo, una imagen simplista de la historia, de los buenos contra los malos, y cosas así. Nosotros sabemos que nuestros motivos tampoco son tan puros".
Los rescates tuvieron lugar porque los daneses se consideraban una sociedad homogénea. El otro lado de la medalla es que en una sociedad homogénea no es bien vista una actitud anómala. La guerra recordó a los judíos daneses que eran diferentes. El héroe de la resistencia, Jørgen Kieler, que más tarde sería el oncólogo más importante de Dinamarca, y ahora es un enérgico hombre de 85 años que escribe y da conferencias sobre la guerra, me dijo: "Tal vez fuera traumático para los judíos darse cuenta de que no estaban asimilados tan profundamente en la sociedad danesa, que eran vistos como grupo aparte".
Por ello, los judíos daneses que fueron salvados preferían no cerrar la boca acerca de su ‘ser diferentes'. Muchos se desligaron inmediatamente después de la guerra de la comunidad judía. Pocos han escrito acerca del salvamento. Janne Laursen, la directora del Museo Judío danés, abierto hace poco, en junio del año pasado, cuenta: "Hay muchos judíos en la vida cultural danesa, pero no son vistos como judíos. Son reconocidos como daneses". La literatura holandesa, contrariamente, se halla desbordada de historias de judíos sobre la guerra. En la sociedad holandesa -llena de católicos, distintos tipos de protestantes, y socialistas- era más normal ser diferente, y la heterogeneidad ponía a los holandeses no-judíos en estado, durante la guerra, de echar por la borda a los judíos. Tanto la sociedad holandesa como la danesa se vieron confrontadas los últimos años con un flujo considerablemente grande de inmigrantes de países islámicos. Dinamarca implementó ya en los noventa una política de inmigración severa, que también ahora Holanda está aplicando. Sus distintos pasados ofrecen una explicación para su común actitud.
El partido danés de extrema derecha, Partido del Pueblo [Deense Volkspartij] apareció antes y se hizo más fuerte que los partidos similares del resto de Europa. En las elecciones nacionales de 2001 obtuvieron el 12% de los votos. Otros partidos daneses adoptaron sus puntos de vista. "En el terreno de la islamofobia Dinamarca se ha convertido en uno de los países más importantes de Europa", dice Seidenfaden.
A primera vista, el salvamento de 1942 parece contradecirse con la actual islamofobia de Dinamarca, pero ambos fenómenos se originan en el mismo sueño de homogeneidad danés. Melchior, que es miembro del consejo danés para los refugiados, explica la actual hostilidad hacia los musulmanes en el hecho de que los musulmanes no se han integrado en el colectivo danés. "A la comunidad musulmana le convendría analizar la historia de la integración judía", dice, sin considerar que hay muchos más inmigrantes musulmanes que judíos, y que las mayoría de ellos acaba de llegar.
Los daneses nunca se pusieron de acuerdo acerca de cuál es la lección que se supone que deben considerar que han aprendido de la época de su resistencia durante la guerra. En los debates de posguerra sobre su política, ambos campos han reclamado la resistencia. Así, en 2003 el primer ministro, Anders Rasmussen, criticaba la ‘colaboración' danesa con los alemanes durante la segunda guerra. Algunos daneses apreciaron su franqueza. Según otros, su llamado a la acción sólo tenía como objetivo que se aprobase su propuesta de participar en la guerra contra Iraq. Muchos no estuvieron de acuerdo con la crítica: Erik Scavenius, el primer ministro del gabinete que colaboró con los invasores durante los años de la guerra, es una y otra vez ‘rehabilitado' por los historiadores daneses, pues habría actuado correctamente.

Los holandeses, al contrario, unánimemente han aprendido una lección del Holocausto: que incluso la más pequeña dosis de racismo puede conducir inevitablemente a las cámaras de gas. Hasta finales de los noventa eran tabú las observaciones hostiles sobre los inmigrantes. Los recuerdos de la guerra hacían imposible en Holanda introducir la obligatoriedad de mostrar la identidad, e incluso los censos eran tabú.
Nunca permitirían los holandeses un segundo Auschwitz. Y sin embargo ya ha ocurrido. En 1955 Naciones Unidas designó la localidad bosnia de Srebrenica como enclave para musulmanes, que debería ser defendida por un batallón de paz holandés, Dutchbat. Pero cuando mil militares servio-bosnios aparecieron, los agobiados holandeses no hicieron nada para proteger a los musulmanes: entregaron incluso a los siervos a cientos de hombres que habían buscado refugio en el terreno de Naciones Unidas. Según se dice, los holandeses además habrían metido a un grupo de musulmanes en un autobús vacío que era vigilado por soldados serbios. Por ello, los servios sacrificaron a 7.500 hombres musulmanes: el mayor baño de sangre en Europa desde 1945.
Srebrenica fue el último trauma de guerra de Holanda. El instituto holandés para la documentación sobre la guerra (NIOD), creado para estudiar la ocupación alemana, recibió el encargo de escribir un informe sobre la atrocidad. En dicho informe, aparecido en abril de 2002, se le reprocha al gobierno haber cometido errores. El gobierno dimitió (un mes antes, por cierto, de que, de todas maneras, estaba programado celebrar elecciones).
Srebrenica fue uno de los acontecimientos que ayudó a demoler el mito de la resistencia holandesa. Hans Blom, el director del NIOD, ya antes demostró convincentemente que la mayoría de los holandeses durante la guerra no fueron ni ‘buenos' ni ‘malos'. Blom introdujo el término de ‘acomodación': adaptarse y acomodarse.
Ya a finales de los años noventa el tono se hizo más crítico. Informes oficiales sacaron a la luz que los holandeses se aprovecharon de las deportaciones, robando las propiedades de los judíos. Y en programas de televisión y libros también se minaba el mito de la resistencia holandesa. El Museo de la Resistencia holandés es en este momento tan franco sobre esta cuestión, que bien podría llamarse el Museo de la Colaboración holandesa.
La mayoría de los holandeses no tienen por qué seguir creyendo que los holandeses fueron ‘buenos' durante la guerra. Ellos no se acuerdan, y sus padres tampoco.
Un momento muy significativo en este redondeo fue la muerte, el pasado diciembre, del príncipe Bernhard (93), cónyuge de la antiguamente reina Juliana. Este alemán de nacimiento engrosó las filas de las Reiter-SS. Tuvo contactos con Hitler, a quien escribió arrastradas cartas. A pesar de lo cual, Bernhard se convirtió en el símbolo de la resistencia holandesa. Durante la guerra ascendió en Londres en la jerarquía militar holandesa, hasta que finalmente se convirtió en el jefe de las ‘Fuerzas Armadas Holandesas y del Interior'. Todos los años, cada 5 de mayo, cuando los holandeses conmemoraban la liberación, Bernhard inspeccionaba el desfile de los veteranos. Estaba a cargo de la unidad de la nación, la familia real y la resistencia. Con su muerte se cerró un tenebroso, mítico período.
Pero para los holandeses la guerra se acabó. Auschwitz ya no está omnipresente. Por ello el tabú del racismo ha dejado de ser tan fuerte. Cuando Pim Fortuyn en 2001/2002 atacó a los musulmanes, sus opositores advirtieron, como era habitual, del fantasma del nazismo (trajeron a la memoria a Ana Frank y compararon a Fortuyn con Mussolini). Pero esta vez las imputaciones perdieron su objetivo. Nadie pensó que Fortuyn quisiera introducir de nuevo las cámaras de gas. Simplemente no lo relacionaba con el islam. En 2002, una semana después de que lo asesinaran, obtuvo su partido, Lista Pim Fortuyn, 18% de los votos. También otros partidos políticos rechazan a los inmigrantes, sin que por ello sean clasificados como neo-nazis. Otro ejemplo de que Auschwitz se desvanece lo vimos el 1 de enero, cuando en Holanda se introdujo la obligatoriedad de identificarse. Una niña de 14 años pasó la primera noche de 2005 en la celda de la comisaria de policía, pues no pudo identificarse.
Para muchos jóvenes la última conmemoración de Auschwitz de hace unas semanas, la última gran conmemoración en que participaron sobrevivientes, remite a algo de un pasado muy lejano. Blom declaró al Historisch Nieuwsblad que las recientes conmemoraciones holandesas "se dirigen a grupos que saben poco o nada de la guerra. Tienes que simplificárselo enormemente". ¿El resultado?
‘Festivales de pop de la liberación'. E incluso con estos métodos no siempre se transmite el mensaje: después del recordatorio de las víctimas de la guerra hace dos años en Ámsterdam, marroquíes holandeses se dedicaron a jugar al fútbol con las coronas.
Para los daneses Auschwitz sigue siendo una tragedia que tuvo lugar en otro sitio. En Holanda las repercusiones de ello en el año 2005 se limitan al par de miles de familias que lo sufrieron en carne propia. La mayoría de los judíos holandeses llevan todavía la guerra consigo: en un puñado de familias que se reúne en una boda, la tienda traspasada a un no-judío. El trauma pasó de la primera generación a los hijos de la posguerra, de los cuales muchos reciben tratamiento psicológico en la clínica Centrum ‘45. Algunos tienen pesadillas sobre campos de concentración. A veces incluso sus hijos lo sufren. Las familias de los colaboradores holandeses tienen a su vez sus propios fantasmas. El Holocausto poco a poco está dejando de ser un trauma nacional, para convertirse en una trauma familiar.

26 de enero de 2005
24 de febrero de 2005
©nrc-handelsblad

©traducción mQh

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