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en la guarida del lobo


[David Brown] Una pareja se muda a vivir junto a vecinos realmente salvajes -con un perro para quebrar el hielo.
En un lugar intransitable y sin nombre del Yukon canadiense, una manada de lobos cruzó un río el último día de mayo. Sobre ellos volaba una bandada de cuervos, esperando la carroña. Detrás de ellos corría un perro esquimal de raza mezclada sujeto con correa por un hombre de edad mediana, y una mujer.
Los lobos se dispersaron y cruzaron el delgado hielo de fin de temporada sin accidentes. No así la manada homocánida, que lo cruzó en fila india. La mujer, Helen Thayer, se encontró repentinamente hundida en el gélido agua, luchando por no ser arrastrada por debajo del rasgado borde de un hoyo que ella había hecho en el hielo.
Con la ayuda de su marido y un bastón, se subió a la orilla del río. Allá ocurrió algo extraño:
Mientras ella temblaba incontroladamente y se ponía ropas secas, cuatro cuervos aterrizaron en el sitio. Empezaron a caminar en un círculo, no más allá de un metro 80, graznando suavemente. Aunque habían atormentado al perro durante semanas, cayendo en picada y robándole su kibble, no lo molestaron ni él les ahuyentó. Tras diez minutos, volaron a la copa de un abeto y graznaron.
Cinco lobos aparecieron en la orilla más lejana. Un lobo negro, el macho alfa de la manada, aulló en lo que parecía ser un mensaje confirmatorio. Luego los cuervos volaron cruzando el río y, con los lobos corriendo debajo, desaparecieron en el bosque.
"Realmente somos una gran familia feliz: nosotros, los lobos y los cuervos", dice Thayer cuando recuenta la historia. "Parecían haberse preocupado por nosotros".
Vivir con los lobos. Es un objetivo de un extraño y poderoso atractivo, dado que no son ni remotamente parientes cercanos y eluden el contacto con los humanos a todo precio.
Quizás es la capacidad de inteligencia, sociabilidad y violencia tan como la nuestra, la que nos atrae a los lobos. Quizás es la espeluznante omnisciencia de un animal que ve, pero no es visto. (Preguntad a un niño qué imagen en ‘El expreso polar' es la más memorable y probablemente os dirán que es la del tren pasando visto desde el punto de vista del lobo). O quizás es simplemente que los lobos son la versión salvaje de los animales que mejor conocemos, los perros.
Cualquiera la razón, desde el mito de Rómulo y Remo hasta los cuentos del gótico ártico de Jack London a las confabulaciones de Farley Mowat, algo en el Canis lupus toca una atávica y profunda cuerda en el alma humana.
Para Helen Thayer, la posibilidad de convivir con los lobos la condujo a la dura taiga del Territorio del Yukon y la más severa masa de hielo que es el Mar de Beaufort la mayor parte del año. Fuera una de una serie de asombrosas aventuras.
Thayer, 67, estuvo en Washington recientemente para leer una charla en la Sociedad Nacional de Geografía sobre vivir con los lobos. ‘Three Among the Wolves' [Tres Entre los Lobos], el relato de la experiencia que ella, su marido Bill, un piloto de helicópteros jubilado, y su perro, Charlie, tuvieron en 1994 fue publicado antes este año.
Thayer es una exploradora y naturalista de una especie que en la edad moderna se encuentra más amenazada que los lobos. No es millonaria, ni académica, ni científica del gobierno ni es el rostro auspiciado por una corporación importante. Al principio, ni siquiera era escritora. En realidad, es autodidacta, se financia a sí misma y es una mujer humilde, cuyo principal interés en la vida ha sido hacer cosas difíciles e interesantes. Sus aventuras son una mezcla de hazañas de resistencia del tipo porque está ahí y esfuerzos cuasi-científicos para satisfacer su propia curiosidad.
En persona, es robusta, posesiva y segura de su intuición (que dice que los lobos le ayudaron a refinar). Sentada en el vestíbulo de un hotel en el centro de la ciudad mientras las maletas con ruedas iban y venían, observa: "La gente aquí es tan tensa. Realmente necesitan vacaciones".
Su marido, 78, estaba en casa en North Cascades del estado de Washington, cuidando a tres perros nuevos ("¡Estamos hasta el cuello de beagles!") y varios animales de corral. Se pregunta en voz alta si estará bien vestida para Washington, observando que en el suyo "tú sales a cenar con tu chaleco de lana. Aquí tú sales con tu traje negro, y no tengo ninguno".
Su chaleco de lana -rojo brillante, su textura como nueva- es bonito, sin embargo. Lleva por todo adorno un sencillo broche de esmalte en el cuello. Es del Explorers Club, cuya sede está en Nueva York.
"No estaban acostumbrados a admitir mujeres", dice sin ningún tono en la voz. La admitieron en 1989. Recibió la invitación un año después de que se transformara en la primera mujer en llegar caminando y con esquíes al polo norte magnético. Entonces tenía 50 años, había sido campeona de disco, corredora de luge y montañista, y buscaba nuevos retos. Ese viaje fue el tema de su primer libro, ‘Polar Dream'. Ella y su marido repitieron la hazaña en 1992, como un modo de celebrar su 30 aniversario.
En 1995 los dos remaron y caminaron 1.930 kilómetros por los ríos Irixana y Jaguaré en la selva del Amazonas, recogiendo información sobre curandería y medicina tradicionales. En 1996 fue la primera mujer moderna de que se tenga memoria en hacer caminando la ruta de los camellos, de 3.860 kilómetros, en el Sahara. En 1997, cuando tenía 60, hizo una excursión solitaria de 885 kilómetros en el Antártico. En su última gran expedición, en 2001 ella y Bill cruzaron el desierto de Gobi -2.400 kilómetros en 66 días. Casi murieron de sed, y sobrevivieron únicamente gracias al agua desalada recogida de pozos de otra manera tóxicos.
Helen Thayer nació en Auckland, Nueva Zelanda, en 1938, hija única de una pareja que tenía 4.000 hectáreas de corderos y ganado. Sus padres eran atléticos -su madre fue campeona de tenis, su padre un razonable jugador de fútbol. Ayudaba en la casa y tenía ella misma 25 pollos. Nueva Zelanda es famosa por su cultura de hágalo-usted-mismo. Ella diseñó e hizo su propio traje de novia.
"Tuve una infancia maravillosa. No sé cómo podría haber sido mejor".
De niña subió el Monte Egmont (ahora el Monte Taranaki), un volcán durmiente cubierto de nieve de 2.517 metros, utilizando crampones y amarrada a una hilera de montañeros. Causó impresión.
"Fue una gran subida para una niña de nueve. Pero creo que selló mi vida como la de una persona que gusta del aire libre".
Según se vio, estaba en el lugar indicado. Lesley ‘Dan' Bryant, el montañero, es en gran parte responsable de que los montañeros de Nueva Zelanda volcaran su atención al Monte Everest, fue su director en la escuela secundaria. Tomó lecciones de montañismo de Edmund Hillary, y viajó Alpes del Sur de Nueva Zelanda con él y otros instructores, incluyendo a George Lowe, que estuvo en su equipo de apoyo cuando Hillary y Tenzing Norgay subieron al Everest en 1953.
Durante toda su niñez, ella admiró la capacidad de sus padres de imponerse metas, de hacer planes detallados y ser persistente. ("Yo era una adolescente rara. Quería ser como ellos"). Ahora tiene un negocio, Adventure Classroom, como consultora de motivación para escolares. Hay tres cosas que quiere que recuerden sus oyentes: Apuntar alto, planear el éxito, y no abandonar.
Un año tras terminar la universidad en Auckland, donde estudió medicina de laboratorio, se casó con un piloto de helicóptero estadounidense, Bill Thayer, que estaba en Nueva Zelanda haciendo rociadas agrícolas. Decidieron temprano no tener hijos. Su trabajo era peligroso, y ella tenía ambiciones como atleta y montañera. Ninguna de las dos carreras parecían corresponder muy bien con la paternidad.
En 1961 se mudaron a Guatemala por cuatro años. Bill trabajó como rociador aéreo de bananas y algodón y Helen gastó mucho de su tiempo arrojando el disco.
Ella había competido en los Commonwealth Games en el equipo nacional de Nueva Zelanda; en Guatemala compitió por ese país en los juegos caribeños. Cuando ella y Bill se mudaron a Estados Unidos en 1965, ella fue durante un tiempo la tercera mejor lanzadora de disco allí, con un récord personal de 6 metros 21 cuando el récord mundial era de 6 metros 46.
Dejó el disco a principios de los años setenta y adoptó el luge. Fuertes piernas sobre un cuerpo compacto de 1 metro 58, combinado con una cierta temeridad, hizo que fuera la opción lógica. En 1975 fue la campeona estadounidense. Pero finalmente también dejó ese deporte, temiendo que una la pudiera lesionar tan gravemente que no pudiera volver a hacer montañismo. (En 1999 fue una de las 25 mujeres deportistas del siglo 20 homenajeadas en una recepción en la Casa Blanca de Clinton).
Después de Guatemala, ella y su marido se mudaron al estado de Washington, donde tuvieron y gestionaron una granja lechera con 100 Holsteins certificadas. La vendieron cinco años más tarde -"Era demasiado trabajo y apenas pagábamos las cuentas"- y se mudaron a un terreno más pequeño que, con los años, ha llegado a albergar perros, gatos, corderos, cabras y alpacas. Su marido volvió a volar y Thayer enseño a esquiar en invierno y trabajó a media jornada en el laboratorio de un hospital.
Buscando nuevos desafíos en una fase de la vida cuando la resistencia más que los logros puntuales será probablemente su carta más alta, se le ocurrió transformarse en la primera mujer en llegar sola al polo norte magnético, un asalto sin apoyo. Su éxito -después de 585 kilómetros, arrastrando un trineo cargado con provisiones- sentó los fundamentos de mucho de lo que ocurriría desde entonces.
Se transformó en escritora y conferencista. También se interesó en la ecología polar, especialmente en lobos y osos. Estaba interesada en lo que parecía ser compartir el alimento voluntariamente -en otras palabras, altruismo- entre especies del Ártico. Quería saber más de los lobos en su territorio natural.
Bill Thayer compartía su interés en la etología de los lobos, y para esta época era un entusiasta participante en las aventuras de su esposa. Dice que nunca se sintió obligado a seguirla. Décadas atrás había abandonado un seguro y previsible trabajo de bombero en los Ferrocarriles de Santa Fe para transformarse en piloto.
"Yo era alguien que también quería ver el otro lado de la montaña", dijo.
El problema con el proyecto de los lobos era que los animales son extremadamente humanofóbicos. Un breve avistamiento es considerado todo un triunfo. Las observaciones prolongadas y de primer plano son prácticamente desconocidas. Pero la pareja tenía lo que ellos pensaron que sería una posible llave para entrar al reino lupino: su perro Charlie.
Unos indios inuit le habían ofrecido a Helen un robusto mix de bisabuelo lobo gris, porque temían que ella no sobreviviera su expedición en solitario al polo sin un perro que olfateara los osos polares. Los dos trabaron amistad durante la expedición; cree que Charlie le salvó la vida al menos una vez.
La pareja se enteró de la existencia de una manada de lobos, cuya guarida estaba en el Territorio Yukon, a unos 400 kilómetros de Dawson. Se dispusieron a encontrarlos en la primavera de 1994.
En una especie de ‘La selva blanca', Charlie se hizo poco a poco más lupino en la caminata de seis días por el territorio de los lobos e intercambiaron avistamientos y aullidos, y olfatearon ambos las marcas de orina. Cuando llegaron a la guarida, los Thayer eran como abuelos que no hablan el dialecto local. Se volvieron hacia Charlie y le dijeron, esencialmente: "Tú sabes algo de lobos -entérate qué está pasando".
El resultado de esa sugerencia estaba lejos de ser seguro.
"A menudo los lobos simplemente matan a los perros si estos se acercan", dice el biólogo de lobos L. David Mech. "Eso sería lo más común. Pero, por supuesto, hay excepciones".
Mech, 67, trabaja para el Geological Survey de Estados Unidos desde 1969, y ha sido profesor adjunto de la Universidad de Minnesota desde 1973. Ha escrito nueve libros, la mayoría de ellos sobre lobos, y durante muchos años ha observado a los lobos en la pelada y casi despoblada Isla de Ellesmere, en el extremo norte de Canadá. Sus estadías, sin embargo, habían sido más cortos que la permanencia de varios meses de los Thayer. De hecho, cree que ellos detentan el récord.
Por la razón que sea, esta vez hubo acercamiento. Puede haber contribuido que los intrusos habían mostrado maneras impecables, agachándose bajo y desviando sus miradas para evitar un ominoso choque de pupilas en los momentos cruciales del encuentro.
Las fronteras están tan precisamente trazadas como entre las dos Coreas (aunque los Thayer lo podrían haber hecho sin la marca olorosa del perro en la tienda). Entretanto, Charlie demostró que era el alfa de los homocánidos -manteniendo en alto su cola y mostrando de vez en vez los dientes-, lo que parecía impresionar a los lobos. En el verano, acampando apenas a unos metros de la guarida, fueron los extraños pero cada vez más amorosos vecinos.
Como muchos naturalistas ortodoxos, se negaron inicialmente a dar nombre a los nueve lobos que observaban, para impedir humanizarlos. Pero esto se hizo muy engorroso para tomar apuntes de manera eficiente, de modo que pronto empezaron a hablar de Alfa y Madre (el par superior); Beta, el maestro de barba canoso; Denali, el líder de caza; Yukon y Klondike, lobeznos; y Omega, el animal de más baja condición, cuyo papel consistía en ser el picoteado y, sin embargo, participar completamente en las actividades de la manada.
En el curso de la estadía de mayo a octubre (interrumpida por dos cortos viajes de aprovisionamiento), Bill, Helen y Charlie presenciaron la más esencial de las actividades de una manada.
Los vieron salir a cazar y volver con una prodigiosa cantidad de carne -grandes y sangrientos pedazos de corderos y alces. (Lo que refuta la desacreditada observación de Farley Mowat de que los lobos del norte sobreviven principalmente con una dieta de rodentes). Vieron a los lobos compartir el alimento con los cuervos, que parecían haber hecho las veces de vigías de caza. Y como abuelos por primera vez, estaban ansiosos de ver finalmente a los dos cachorros del año salir de la guarida y ser presentados al vecindario cuatro semanas después de nacer.
Todo el mundo se echó a llorar cuando finalmente llegó el invierno y fue tiempo de partir. "Mientras los lobos miraban, salimos de la pradera que había sido nuestro hogar durante casi seis meses, y la familia salvaje de la que habíamos llegado a formar parte. Cuando cruzábamos el río, vimos a Madre y los lobeznos sentada desanimada en el lugar donde había estado nuestra tienda. Los adolescentes, que habían crecido y eran ahora dos elegantes jóvenes adultos, se habían reunido cerca de Madre y los cachorros. Todos aullaban tristemente", escribe en ‘Three Among the Wolves'.
Luego, los Thayer viajaron 250 kilómetros más al norte en el Ártico, cruzando el traicionero Mar de Beaufort a fines del invierno, cuando el hielo empieza a moverse. Vieron a los lobos seguir -y comer su carroña- a los osos polares durante grandes distancias en el hielo. Charlie fue nuevamente quien les salvó la vida.
Olió o sintió a unos osos polares mucho antes de que fueran visibles. Una vez, atado, ahuyentó a un oso. Bill y Hellen llevaron escopetas recortadas de calibre 12, cargadas con balas que nunca tuvieron que usar. Sin embargo, "es un alivio", dice, fríamente. Igualmente importante es que el perro fue capaz de oler aguas profundas -e impedir que sus cargas cayeran en ellas- durante un espantoso rompimiento del hielo un día neblinoso. (Charlie murió el año pasado, según cree Thayer, a los 23).
Tanto en la tundra como en el cielo vieron (como habían anticipado) que los lobos compartían carroña con otros animales -osos polares, osos grizzlis, cuervos y zorros. También vieron lo que creen que fue una clase de un lobo adulto a dos jóvenes sobre cómo escudriñar el cielo para encontrar a un aeroplano cuando oyen el ruido del motor -algo que según cree Thayer deben haber aprendido tras la pérdida de miembros de la manada a manos de cazadores aéreos. Lo que no está claro, sin embargo, es si estas y otras observaciones han contribuido a nuestro conocimiento de la biología de los lobos.
Los Thayer no publican en revistas de especialistas. Sus descripciones, aunque hechas cuidadosamente, no son sistemáticas desde un punto de vista científico. Mech, además, no cree que la alimentación en serie de varias especiales sea el conocimiento compartido de que están todos en lo mismo.
"Si hay una alta motivación para comer, los lobos defenderán el cadáver", dice. "Pero si han comido ya, tienen menos motivación para pelearse con los osos. Los dos terminan alimentándose del mismo cadáver, aunque a regañadientes".
Las propias observaciones de Thayer sugieren que el marcar territorio, más que la sociabilidad, es la norma en la cultura lupina.
En su libro describe una escena en la que uno de los cachorros lobos traspasó la línea fronteriza marcada con orina entre la guarida de la manada y el campamento del trío. El cachorro llegó hasta Charlie, que dormitaba, lo tiró del pelaje para jugar. Charlie se levantó y empujó gentilmente con la nariz al cachorro hacia el borde de su territorio, donde el pequeño fue dejado en manos de Alfa, que esperaba.
Las buenas verjas hacen buenos vecinos, incluso si están hechas de fluidos corporales.

23 de diciembre de 2004
30 de marzo de 2005
©washington post
©traducción mQh

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