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caníbales del siglo 19


[Eric Bailey] Descendientes de los pioneros que perecieron en ese terrible invierno recurren a arqueólogos para claves frescas. Todavía faltan pruebas contundentes de canibalismo.
Truckee, California, Estados Unidos. Las huellas están ahora cubiertas por la nieve, a 158 inviernos de los sucesos que embrujan estas colinas y los libros de historia.
Antes de los ferrocarriles y las autopistas interestatales y los balnearios de ski, las familias de George y Jacon Donner llegaron aquí durante el terrible invierno de 1846-1847, aisladas por la nieve en un prado rodeado de pinos a unos kilómetros al norte de la vieja huella de los pioneros ahora flanqueada por casas de vacaciones.
Todos conocemos la historia de la Partida de Donner -al menos, es lo que creemos. Unos carromatos con 81 inmigrantes quedan atrapados en la sierra. Los desesperados intentos de rescate fracasan, muere casi la mitad y muchos sobrevivientes se comen a los muertos.
Pero el suelo todavía guarda secretos. Esas antiguas historias de canibalismo han perdurado durante generaciones sin contar con una prueba científica.
Determinados a sacar a la luz toda la verdad sobre la Partida de Donner, durante los dos últimos veranos un equipo de arqueólogos peinaron un terreno de 30 por 60 metros con el meticuloso cuidado de los detectives de homicidios.
Han utilizado un radar que penetra en la tierra y recurrido a análisis de ADN que son más comunes en casos de asesinatos. Perros rastreadores olfatearon el sitio.
Emergió un tesoro de evidencias, pequeños fragmentos que parecen inocuos al laico pero revelan antiguas historias a los arqueólogos. Desenterraron fragmentos de porcelana pintada de los años de 1840, antiguos botones y un pedazo de una pizarra para niños. Salió a superficie una cadenilla de oro de una mujer. También restos de un carro y balas de mosqueteros del tamaño de un guisante, algunas abolladas, como si mordisqueadas durante una cena.
También se encontraron huesos, miles de fragmentos beige no más grandes que la tapa de una botella, acechando entre las manchas de carbón de una antigua hoguera del campamento oculta por el tiempo y la tierra. Por supuesto, la pregunta es si son los huesos machacados de seres humanos.
Ese misterio, y más, sedujo a Julie Schablitsky y Kelly Dixon en este prístino prado junto al riachuelo de Alder.
Las dos arqueólogas, ambas en sus treinta, comparten el gusto por la caza -y una estudiada cautela sobre la mezcla de verdad y mito en torno al Viejo Oeste. La documentación histórica de la Partida de Donner es un objetivo excelente, embrollado por las conjeturas y los recuerdos contradictorios de los sobrevivientes.
Dicho simplemente, Schablitsky y Dixon esperan rehacer la Partida de Donner. El canibalismo ha dominado la historia desde los primeros escabrosos artículos de prensa de 1847. Aunque la búsqueda de una prueba irrefutable sigue siendo un objetivo central de las arqueólogas, su principal misión es ampliar la narrativa histórica de esos terribles cuatro meses en la nieve.
"Todo el mundo habla de canibalismo, una y otra vez", dijo Schablitsky, de la Universidad de Oregon. "Queremos que escuchen el resto de la historia'.
Observando desde los bordes de la ciencia hay alguien con un interés más personal.
Lochie Paige es la tataranieta de George Donner, el granjero de Springfield, Illinois, que dio su nombre a la desgraciada expedición. Aunque aceptó toda la vida los trágicos inicios de la familia en el Estado Dorado, Paige confiesa un sentimiento melancólico: que la arqueología moderna pruebe que sus ancestros no eran caníbales.
Hace pocos días a fines de invierno la sorprendió un ventisquero en el riachuelo de Alder. Este paisaje pintoresco, que en el pasado fue un lugar de hambre y muerte, es hoy una playa de picnic.
Con la helada tierra crujiendo debajo de sus pies, Paige miró el otro lado del prado que considera un lugar santo. No piensa en la muerte, sino en la supervivencia.
Dice simplemente: "Sé que aquí comenzó mi vida".
Los sobrevivientes y primeros descendientes soportaron burlas y evitaron mencionar la tragedia, pero el clan contemporáneo se ha quitado el velo de la vergüenza. En la última década se han reunido dos veces. Algunos incluso toleran bromas entre ellos (el precio de entrada, dijo un bromista, no incluía tetas de monja).
Paige se enfrenta al pasado en presentaciones ante cualquier audiencia que quiera escuchar, sean las Hijas del Estado Dorado o el curso de cuarto que la enfermera diplomada de 60 años ha adoptado cerca de su casa en Sacramento.
El principal error de sus ancestros, concuerdan Paige y los historiadores, fue haber tomado un atajo a través de las accidentadas montañas de Wasatch y el abrasante desierto de Salt Lake, que consumió valiosas semanas y dejó cinco muertos. Agotados y desmoralizados, el grupo de Donner llegó a la sierra cuando llegó el invierno.
Cuando se quebró el eje del carromato de George Donner, el clan se quedó atrás del resto de la pandilla. Una violenta tormenta inmovilizó a la mayoría del grupo -59 colonos pobres-, justo al oeste de Truckee, junto a lo que ahora es el Donner Lake. La historia está llena de informes sobre canibalismo a medida que el invierno se alargaba.
Nueve kilómetros detrás, George y Jacob Donner buscaron refugio para sus familias y contrataron peones que levantaron apresuradamente unos cobertizos de ramas de pino y lona junto al riachuelo de Alder. En total, 22 personas se enterraron en la nieve a medida que la nieve cubría el prado, convirtiendo su mundo en blanco y negro. Aunque sobrevivieron la mayoría de los niños, murió un adulto, y no se descubrieron diarios de vida. Se perdió gran parte de la historia de la vida y muerte junto al riachuelo de Alder.
La bisabuela de Paige, Elitha Donner, hablaba poco sobre ese invierno de hambruna que sobrevivió a los 14. Algunos otros sobrevivientes, ya adultos, insistieron en que en el riachuelo de Alder no se comieron a los muertos. Pero los historiadores dicen que esas afirmaciones son dudosas, dados los informes de rescate sobre cuerpos canibalizados en el recinto de la familia.
Lochie Paige piensa que la tierra finalmente resolverá el conflicto.
"Acepto el canibalismo como parte de la historia de mi familia", dijo. "Pero para ser honesta, espero que nunca se puede demostrar".
Así que cuando Schablitsky habla de excavar en el riachuelo de Alder, incluye un motivo a menudo reservado para gente como los detectives de homicidios: proporcionar una clausura a la familia de las víctimas.
"Lochie nos dio una razón para hacer esto -al menos, una parte", dijo.
Schablitsky es pequeña, de pelo castaño e intensa. Quería ser arqueóloga desde la escuela primaria. Sus amigas colgaban carteles de Billy Idol; Schabitsky colgaba carteles de Ramses II.
Dixon, profesora de antropología en la Universidad de Montana, es alta, rubia y despreocupada. Para ella, la arqueología es una ventana al pasado, "el medio más cercano para viajar en el tiempo".
El riachuelo de Alder fue una excavación diferente. El almuerzo de ese primer verano fue encargado por Discovery Channel, que proporcionó el financiamiento inicial para lanzar el proyecto. El interés era intenso; un visitante de Corea del Norte pasó una noche en el área de picnic para poder visitar a los arqueólogos.
El más ardiente fue Big Mike, un robusto aficionado de la expedición de Donner de 1.92 metros que pasaba los días observando a los científicos. Big Mike finalmente se derrumbó y le dejaron ayudar en tareas sencillas.
También hubo días malos. Un equipo de perros del Instituto Forense de Medicina Canina llegó a olfatear. Aunque encontraron restos que databan cientos de años, hacia mediodía el seco aire de montaña en el riachuelo de Alder puso a los detectives cuadrúpedos a descansar.
El césped fue señalado a principios de los años noventa por Don Hardesty, de la Universidad de Nevada, Reno. Halló intrigantes artefactos, pero nunca pudo resolver una pregunta persistente: ¿Pasó la familia Donner el invierno junto al riachuelo?
Dixon y Schablitsky volvieron al lugar determinadas a encontrar respuestas.
Como en toda excavación el equipo fijó la ubicación precisa de cada objeto. En arqueología, como en la vida, las relaciones importan. La proximidad de un trozo de hueso a un botón hecho en Inglaterra, la posición de restos de carbón en un antiguo fogón -casi todo tiene una historia que contar.
La profundidad de los hallazgos, a 30 centímetros debajo de la húmeda superficie del prado, sugirió una antigüedad de unos 150 años, así como los fragmentos de vajilla de arcilla pintada a mano con un motivo de ramito de esa época.
Una bala de mosquete aplastada junto a lo que parecía ser un fragmento de hueso intrigó a los científicos. ¿Alguno de los colonos cazó algún animal salvaje, lo asó en el fogón y luego le espetó otro resto de plomo?
Los pedazos de pizarra, estudiados para descubrir cualquier signo de escritura, igualmente conjuró imágenes para los arqueólogos. Tamzene Donner, la esposa del patriarca George Donner, era maestra. Quizás, dijo Schablitsky, rescató la pizarra en un esfuerzo por "normalizar la situación", para hacer olvidar el hambre a los niños recreando las cosas de todos los días, como ortografía y matemáticas.
Estudiando la distribución de huesos y artefactos, Schablitsky y Dixon observaron que los desechos terminaban abruptamente en una línea precisa, como si marcada con una regla. Su teoría es que estaba probablemente al borde del cerco de la familia.
La pieza más grande en el puzzle fue el descubrimiento de una fogata. En el curso de dos veranos, las científicas siguieron una capa de cenizas, el resultado probable de un derrame de nieve junto a una fogata de invierno. Finalmente encontraron un círculo de carbón y huesos. Schablitsky lo llama la "zona cero".
Analizando los tipos de huesos en las capas en torno a la fogata, el equipo intenta reconstruir la dieta de los Donner. ¿Empezaron con su último buey, quedando sus grandes huesos enterrados en lo más profundo, y luego comieron animales de caza o sus animales domésticos, y luego pequeños roedores y finalmente los muertos?
De momento, la interrogante sobre el canibalismo es un puzzle forense.
Todos los fragmentos de hueso fueron enviados primero a Guy Tasa, un osteólogo de la Universidad de Oregon. Tasa es el tipo al que el médico forense del condado de Lane llama con un imposible caso de identificación -un esqueleto en el bosque, un misterioso fragmento de cráneo en el patio de alguien.
Su laboratorio cerca del campus de Eugene está alojado en una renovada casa de campo de la Segunda Guerra Mundial que bulle con jóvenes científicos. Temerosos de cometer errores de aprendiz, Tasa está sorteando y analizando él mismo los fragmentos de hueso del riachuelo de Alder. Cree que el proyecto es un importante proyecto arqueológico, del orden del campo de batalla de Custer en Little Bighorn.
Después de horas limpiando y sorteando fragmentos de hueso con cribas de diferente tamaño: un cuarto de pulgada, media pulgada, Tasa ha determinado que gran parte de los huesos son de Clase 4 -gruesamente hablando del tamaño de los ciervos, antílopes y seres humanos. Se necesitan más análisis para sacar conclusiones definitivas. Tasa, en todo caso, no se sorprenderá si alguno de esos huesos son humanos.
Varias piezas están grabadas con claves. Las más sorprendentes se ven debajo del microscopio electrónico de Shannon Novak.
Antropóloga forense de la Universidad Estatal de Idaho, Novak pudo detectar diminutas marcas de tajos producidos probablemente por un cuchillo de carnicero o un cuchillo de cazador. Los tajos están descoloridos en los lugares donde se cortó carne, exponiendo el hueso a un daño térmico más intenso por medio de la cocción.
Varios tienen una apariencia pulida en un extremo. La llaman brillo de cacerola, que se produce derramando una caldera de hierro sobre un fuego. Los historiadores dicen que los sobrevivientes de Donner cocieron los huesos en una caldera para sacarles todo lo que tenían de alimento.
El gran paso adelante podría provenir de una técnica prestada directamente de la policía: análisis de ADN.
En Trace Genetics, un laboratorio del Área de la Bahía, están moliendo varios pedazos de hueso y sometiéndolos a análisis para recuperar su ADN. Si alguno de los materiales genéticos resulta ser humano, los científicos tratarán de alcanzar un verdadero logro multigeneracional de la medicina forense: determinar la identidad de una víctima antigua.
Los análisis de laboratorio implican fisgonear en el ADN mitocondrial, material genético transmitido por el lado materno, de madre a hija, a través de generaciones.
Esa tarea es todavía más desalentadora por la probabilidad de que las víctimas de canibalismo en Alder Creek fueran peones. Apodados "los del equipo", tres de los jóvenes murieron después de seis semanas de duro trabajo en la nieve. No se sabe que tuvieran hijos. Todos eran pobres. Uno era de Gran Bretaña. La tarea genealógica de encontrar parientes femeninos -cualquiera- podría terminar entre el tedio y lo imposible.
Trace Genetics accedió a realizar gratuitamente el trabajo inicial, pero Schablitsky dijo que análisis de ADN más profundo podrían costar hasta 30.000 dólares. Ese es un dinero que su equipo no tiene.
Dixon y Schablitsky quieren cerrar este asunto, tanto para la ciencia como para los descendientes de Lochie Paige.
Después de la excavación del último verano, Paige invitó a las arqueólogas a cenar en una posada de Donner Lake. Bebieron oporto y Paige compartió con ellos algunos viejos secretos de familia.
Por su parte, las arqueólogas hicieron una promesa. Si identifican restos humanos, los entregarán a los sobrevivientes. Todos los restos serán respetuosamente enterrados, los primeros y últimos ritos de la Partida de Donner.
Luego los arqueólogos tratarán de entregar un informe más matizado de la lucha de los colonos en la Sierra, reforzado por pruebas tangibles, susurros de la tierra.
"Queremos revisar la historia", dijo Dixon. "Queremos contar la historia de sus vidas durante esos últimos meses, no solamente el canibalismo. Queremos recuperar la humanidad de los miembros de esa partida -y de sus descendientes".

13 de abril de 2005
©chicago tribune
©traducción mQh

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