garganta profunda y la cia
[Peter S. Canellos] Revelación de Felt enciende debate sobre el FBI y la CIA.
Washington, Estados Unidos. La relación de la Casa Blanca con el FBI y la CIA fue un tema de debate en Washington antes incluso de la semana pasada, cuando Mark Felt, el antiguo número dos del FBI, revelara que él ayudó a derrocar en secreto al presidente Nixon.
Ahora la cuestión es cómo la revelación de Garganta Profunda cambiará las ideas de liberales y conservadores sobre el delicado asunto de cuánta independencia deben tener las agencias con autoridad para espiar.
Las ideas de los dos lados se derivan en gran parte de las medidas tomadas entre el 11 de septiembre de 2001 y el inicio de la guerra de Iraq en marzo de 2003.
A los ojos de muchos liberales, el gobierno de Bush presionó tanto al FBI y a la CIA que distorsionó, e incluso quizás corrompió, su funcionamiento normal. Casi inmediatamente después de los atentados del 11 de septiembre, el ex fiscal general John D. Ashcroft y su staff redactaron la Ley Patriótica, otorgando al FBI nuevas atribuciones para espiar a americanos y extranjeros que viven en este país. Ashcroft, convirtiéndose a sí mismo en la cara de los nuevos agresivos intentos de cazar a terroristas sospechosos, pareció saltar por encima de la jefatura del FBI, empujando al servicio más allá de lo que quería ir.
Entretanto, el gobierno estaba expresando una profunda desconfianza del presidente iraquí Saddam Hussein, y muchos de sus principales funcionarios cuestionaron que la CIA estuviera suficientemente al tanto de lo que estaba pasando en Iraq. Las dudas del gobierno sobre las competencias básicas de la CIA, que condujo al ministerio de Defensa a buscar medios de eludir los canales establecidos de inteligencia, causaron la ansiedad de la agencia para justificar las preocupaciones del gobierno sobre Iraq. El ex director de la CIA, George J. Tenet, quedó como un personaje adulador, al declarar que no tenía dudas cuando Bush sugirió que las evidencias de la CIA sobre la producción de armas de destrucción masiva no eran convincente.
Los conservadores tienen a mirar el tema desde otro punto de vista. El FBI y la CIA, en su opinión, han estado tratando de frustrar las políticas del gobierno, en parte para afirmar su independencia y en parte porque los analistas de carrera se pusieron demasiado cautos, inclinados a dudar antes de llegar a una conclusión en los ociosos años entre la Guerra Fría y los atentados del 11 de septiembre de 2001.
La revelación de que Felt, durante 30 años un protegido del legendario director del FBI, J. Edgar Hoover, guió al Washington Post hacia informaciones comprometedoras sobre Nixon coloca todo el escándalo del Watergate, y las relaciones históricas entre el ejecutivo y las dos agencias, bajo una nueva luz.
Durante décadas los washingtonianos habían imaginado que alguien del círculo de Nixon se había transformado en Garganta Profunda por una preocupación genuina por el país. Las especulaciones crecieron a medida que muchos de los sospechosos -el jefe del estado mayor, Alexander Haig; el escritor de discursos David Gergen; el presidente del Comité Nacional Republicano, George H.W. Bush- jugaron papeles prominentes en gobiernos republicanos posteriores.
Ahora la historia de Watergate ha cambiado. En un giro de los acontecimientos sacado de la paranoica imaginación de Nixon, la historia dice ahora que fue el FBI el que derrocó a Nixon.
Un poco de historia no está demás. En las últimas fases del reinado de 48 años de Hoover, el FBI se apartó cada vez más de la ley, allanando casas para plantar micrófonos y pinchando los teléfonos de todo el mundo, desde activistas por la paz hasta líderes de derechos civiles y funcionarios de gobierno. Felt fue finalmente condenado por participar en algunos de los allanamientos ilegales e interceptaciones.
Hoover siguió en el poder gobierno tras gobierno en parte gracias a sus amenazas veladas contra los varios presidentes. Se creía ampliamente que tenía archivos sobre las principales figuras políticas y que podía arruinarlos revelando lo que sabía sobre ellos. John F. Kennedy, Lyndon B. Jonhson y Nixon mantuvieron a Hoover en el puesto mucho después de que cumpliera la edad de jubilación.
Cuando murió Hoover en 1972, Nixon se propuso poner al FBI bajo el mando de su propio partidario L. Patrick Gray. Felt y otros defensores de Hoover estaban indignados. Un año después, Felt comenzó a filtrar información al Post.
Por supuesto, Felt insiste en que sus motivos fueron patrióticos, y que los delitos de Nixon eran reales y claramente establecidos a través del propio sistema de interceptación del Despacho Oval. Pero el trasfondo político de la lucha entre sucesivos presidentes y el FBI de Hoover son imposibles de ignorar.
Los liberales que aplauden la noción de un FBI y CIA "profesionales", aisladas de la influencia de la Casa Blanca deberían recordar que hacer que las agencias funcionen sin controles políticos puede ser una receta para las intrigas y las guerras internas.
Entretanto los conservadores que anhelan remover las barreras constitucionales para permitir que el FBI y la CIA revisen el correo e intercepten llamadas telefónicas más fácilmente deben recordar que crear monolitos de investigación puede ser una receta para abusos de poder todavía más graves que cualquiera de los crímenes de Richard Nixon.
7 de junio de 2005
©boston globe
©traducción mQh
Ahora la cuestión es cómo la revelación de Garganta Profunda cambiará las ideas de liberales y conservadores sobre el delicado asunto de cuánta independencia deben tener las agencias con autoridad para espiar.
Las ideas de los dos lados se derivan en gran parte de las medidas tomadas entre el 11 de septiembre de 2001 y el inicio de la guerra de Iraq en marzo de 2003.
A los ojos de muchos liberales, el gobierno de Bush presionó tanto al FBI y a la CIA que distorsionó, e incluso quizás corrompió, su funcionamiento normal. Casi inmediatamente después de los atentados del 11 de septiembre, el ex fiscal general John D. Ashcroft y su staff redactaron la Ley Patriótica, otorgando al FBI nuevas atribuciones para espiar a americanos y extranjeros que viven en este país. Ashcroft, convirtiéndose a sí mismo en la cara de los nuevos agresivos intentos de cazar a terroristas sospechosos, pareció saltar por encima de la jefatura del FBI, empujando al servicio más allá de lo que quería ir.
Entretanto, el gobierno estaba expresando una profunda desconfianza del presidente iraquí Saddam Hussein, y muchos de sus principales funcionarios cuestionaron que la CIA estuviera suficientemente al tanto de lo que estaba pasando en Iraq. Las dudas del gobierno sobre las competencias básicas de la CIA, que condujo al ministerio de Defensa a buscar medios de eludir los canales establecidos de inteligencia, causaron la ansiedad de la agencia para justificar las preocupaciones del gobierno sobre Iraq. El ex director de la CIA, George J. Tenet, quedó como un personaje adulador, al declarar que no tenía dudas cuando Bush sugirió que las evidencias de la CIA sobre la producción de armas de destrucción masiva no eran convincente.
Los conservadores tienen a mirar el tema desde otro punto de vista. El FBI y la CIA, en su opinión, han estado tratando de frustrar las políticas del gobierno, en parte para afirmar su independencia y en parte porque los analistas de carrera se pusieron demasiado cautos, inclinados a dudar antes de llegar a una conclusión en los ociosos años entre la Guerra Fría y los atentados del 11 de septiembre de 2001.
La revelación de que Felt, durante 30 años un protegido del legendario director del FBI, J. Edgar Hoover, guió al Washington Post hacia informaciones comprometedoras sobre Nixon coloca todo el escándalo del Watergate, y las relaciones históricas entre el ejecutivo y las dos agencias, bajo una nueva luz.
Durante décadas los washingtonianos habían imaginado que alguien del círculo de Nixon se había transformado en Garganta Profunda por una preocupación genuina por el país. Las especulaciones crecieron a medida que muchos de los sospechosos -el jefe del estado mayor, Alexander Haig; el escritor de discursos David Gergen; el presidente del Comité Nacional Republicano, George H.W. Bush- jugaron papeles prominentes en gobiernos republicanos posteriores.
Ahora la historia de Watergate ha cambiado. En un giro de los acontecimientos sacado de la paranoica imaginación de Nixon, la historia dice ahora que fue el FBI el que derrocó a Nixon.
Un poco de historia no está demás. En las últimas fases del reinado de 48 años de Hoover, el FBI se apartó cada vez más de la ley, allanando casas para plantar micrófonos y pinchando los teléfonos de todo el mundo, desde activistas por la paz hasta líderes de derechos civiles y funcionarios de gobierno. Felt fue finalmente condenado por participar en algunos de los allanamientos ilegales e interceptaciones.
Hoover siguió en el poder gobierno tras gobierno en parte gracias a sus amenazas veladas contra los varios presidentes. Se creía ampliamente que tenía archivos sobre las principales figuras políticas y que podía arruinarlos revelando lo que sabía sobre ellos. John F. Kennedy, Lyndon B. Jonhson y Nixon mantuvieron a Hoover en el puesto mucho después de que cumpliera la edad de jubilación.
Cuando murió Hoover en 1972, Nixon se propuso poner al FBI bajo el mando de su propio partidario L. Patrick Gray. Felt y otros defensores de Hoover estaban indignados. Un año después, Felt comenzó a filtrar información al Post.
Por supuesto, Felt insiste en que sus motivos fueron patrióticos, y que los delitos de Nixon eran reales y claramente establecidos a través del propio sistema de interceptación del Despacho Oval. Pero el trasfondo político de la lucha entre sucesivos presidentes y el FBI de Hoover son imposibles de ignorar.
Los liberales que aplauden la noción de un FBI y CIA "profesionales", aisladas de la influencia de la Casa Blanca deberían recordar que hacer que las agencias funcionen sin controles políticos puede ser una receta para las intrigas y las guerras internas.
Entretanto los conservadores que anhelan remover las barreras constitucionales para permitir que el FBI y la CIA revisen el correo e intercepten llamadas telefónicas más fácilmente deben recordar que crear monolitos de investigación puede ser una receta para abusos de poder todavía más graves que cualquiera de los crímenes de Richard Nixon.
7 de junio de 2005
©boston globe
©traducción mQh
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