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¿fin del euro?


[Scot Lehigh] Reacción populista en Holanda y Francia ponen en peligro el euro.
Con las recientes derrotas propinadas por Francia y Holanda a la propuesta constitución de la Unión Europea, el grandioso proyecto de unificación del continente está obviamente pendiendo de un hilo, mantenido en vida de momento por conversaciones valientes pero poco realistas sobre su renacimiento.
La pregunta clave es: ¿morirá también el euro?

Ciertamente se ha experimentado gran ansiedad a raíz las derrotas que sufrió la Unión Europea este mes. ¿Cómo ocurrió? La respuesta francesa se relaciona con la famosa frase de Charles de Gaulle: ¿Cómo gobernar a un país que produce 246 tipos de queso?
Económica, cultural e intelectualmente Francia tiene profundos instintos proteccionistas y contra la globalización. Su electorado es una colección de electorados fraccionados que han logrado acuerdos especiales para sí mismos y protegen furiosamente esos arreglos no competitivos. Enfrentada a las obvias presiones para imponer una mayor integración y liberalización económica, Francia actuó como un solo país y dijo no en las urnas, algo equivalente a una huelga general.
La situación en Holanda se complicó por los fuertes temores a la violencia islamita radical y preocupaciones de que la identidad holandesa estaba siendo erosionada por políticas de integración demasiado liberales, pero también allá los votantes rechazaron la idea de la elite de una unificación europea a favor de una inflexible reafirmación del nacionalismo.
Fuerzas igualmente poderosas pueden poner el peligro al euro.
En las secuelas de la doble derrota sufrida por Europa, un funcionario de gobierno en una Italia ineficiente y en recesión ya ha sugerido que es hora de abandonar el euro y volver a la lira. Entretanto, un sondeo realizado por el semanario alemán Stern muestra que la mayoría de los alemanes quiere volver al marco alemán.
Desde un punto de vista económico, una moneda unificada hace eminentemente sentido para los 12 países que la han adoptado. Reduce el fastidio de las transacciones comerciales, introduce previsibilidad, elimina la necesidad de interminables redondeos que antes ocuparon a legiones de cambistas, y fomenta la formación de capital. Para los viajeros, una sola moneda obviamente facilita los viajes entre los varios países de la zona del euro.
Y a pesar de preocupaciones iniciales de que el euro no podía competir con el dólar, a medida que Estados Unidos se desliza de presupuestos balanceados y excedentes a fines de los años noventa a una era de déficit y políticas económicas de prestar-y-gastar, la moneda unificada de Europa ha marchado bien, quizás demasiado.
Pero esos beneficios también tienen un coste. El pacto que permite una sola moneda, traba a los miembros de la zona euro, restringiendo sus políticas monetarias y fiscales. Racionalizar esas políticas ha requerido más disciplina de lo que algunos países participantes son capaces de ejercer sobre los suyos, dadas sus situaciones políticas domésticas.
En realidad, el Banco Central Europeo ha retenido algo del carácter del Bundesbank alemán, que era la institución de facto que fijaba las tasas de interés para gran parte de Europa occidental. Eso es, contrarias a la inflación y en pro en una moneda relativamente fuerte.
Pero con la economía continental floja, países como Italia quieren tener dinero más barato y tasas de interés más bajas que fomenten la expansión económica. Con el euro, sin embargo, han perdido el control de la moneda que usan -que significa que no pueden devaluar como modo de recuperar la competitividad- así como las tasas de interés que pagan.
La política fiscal está similarmente limitada. Un remedio keynesiano aplicado a economías flojas es el gasto deficitario. Al agregar la demanda de nuevos gastos en la economía, un gobierno puede crear estallidos de estímulos de actividad económica.
Sin embargo, para ser parte de la zona del euro, los miembros deben mantener su déficit presupuestario por debajo del 3 por ciento del PNB, que obviamente reduce su habilidad para salir de la recesión, gastando. Otra fuente de fricción: Mientras países como Irlanda, Finlandia, Bélgica y Austria han tomado esa regla en serio, los dos pilares de Europa no lo han hecho. Con sus propias economías pasando por tiempos duros, Francia y Alemania se han burlado de las exigencias presupuestarias sin pagar consecuencias.
Con la paralización del proceso de la UE, las tensiones subterráneas que asedian a la moneda están ahora en la superficie -y en momentos en que algunos de los eurócratas más importantes del continente han perdido el apoyo de la opinión pública.
Es una pena, porque de muchas maneras la pérdida de una moneda unificada, con sus beneficios comerciales concretos, podría significar un golpe más serio para Europa que el fracaso de la constitución europea. Que es porque, incluso mientras se discute la posibilidad de rescatar la moribunda constitución, funcionarios europeos deberían contemplar una preocupación relacionada: cómo garantizar que el euro sobreviva la reacción populista desencadenada por Francia y Holanda.

Al autor se le puede escribir a: lehigh@globe.com.

15 de junio de 2005
©boston globe
©traducción mQh

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